Las fuerzas de la izquierda latinoamericana toman distancia
del otrora líder sindical y hasta la prensa oficial cubana ha rebajado las loas
a su gestión.
El personalismo, que ha impulsado revoluciones y terremotos
políticos en América Latina, también ha sido la ruina de muchas organizaciones.
La incapacidad del líder carismático para apartarse a tiempo ha hundido las
esperanzas electorales de numerosas facciones y cortado su camino hacia el
palacio de Gobierno. El caso de Evo Morales en
Bolivia encarna el más reciente capítulo del ego desmedido que dinamita a todo
un partido.
El próximo 17 de agosto, los bolivianos acudirán a las urnas en unos comicios que los analistas vaticinan que serán un duro golpe para el Movimiento al Socialismo (MAS). Las encuestas apuntan a que los votantes castigarán al partido gobernante por la crisis económica, las luchas intestinas que debilitan su estructura y, también, por el comportamiento de Evo Morales, de 65 años, quien abandonó la formación por sus conflictos con el actual presidente Luis Arce. Desde su refugio en Chapare, el exgobernante ha sido una constante fuente de crispación social que ha terminado por fragmentar, aún más, a la izquierda.
Acusado de estupro y con una orden de búsqueda y captura en
su contra, Morales se ha atrincherado en una región de sindicatos cocaleros
para evitar su detención. Desde su escondrijo se ha dedicado a lanzar insultos
contra Arce y también ha promovido numerosos bloqueos de carreteras. Pero las
rabietas no lo han acercado a su objetivo: lograr
postularse como candidato a las próximas elecciones. El hombre que
estuvo más de 13 años, desde 2006 a 2019, en el poder en Bolivia, no soporta la
idea de no regresar a esa silla desde la que se decreta, se ordena y se rige el
destino de un país.
Morales está dispuesto a azuzar la violencia social y llevar
a su nación al borde de la ingobernabilidad con tal de volver a colocarse la
banda presidencial. Pero la personalidad incendiaria que contribuyó a que se
consolidara como un líder populista ya no es vista de la misma forma que a
inicios de este siglo. Si hace dos décadas, cuando fue elegido como el primer
presidente indígena de Bolivia, se le veía como una esperanza de reconducir el
país por la senda del crecimiento económico y la estabilidad política, ahora es
tomado por muchos como un peligro para la democracia. Enceguecido por las
ansias de poder y vengativo con sus aliados de antaño, Morales ha destrozado la
mayor parte de su capital político.
Las fuerzas de la izquierda latinoamericana toman distancia
del otrora líder sindical y hasta la prensa oficial cubana ha rebajado las loas
a su gestión. La Habana, con un olfato aguzado para detectar la caída en
desgracia de sus aliados —de los que depende para recibir subsidios o apoyos
diplomáticos— parece haber llegado a la conclusión de que Morales pesa más de
lo que aporta. En política el pragmatismo se impone. Parapetado en Chapare, los
tiempos del Socialismo del Siglo XXI, las entrevistas con cadenas televisivas y
las constantes invitaciones a conferencias son cosa del pasado para el
expresidente.
"No había más ruido en el mundo, él solo era la
patria", dice una de las líneas de El otoño del patriarca, de
Gabriel García Márquez. La novela, que describe el final de un tirano, explora
la soledad que se extiende alrededor de esas figuras autoritarias que controlan
un país y acallan por largo tiempo a sus contrincantes. Ahora, la algarabía de
Evo Morales es solo eso, la banda sonora de su ocaso.
Tomado de D.W, / Alemania. Imagen: Juan Karita/AP/picture
alliance
*Periodista cubana.