Conversamos con Camille Chalmers, reconocido intelectual
haitiano, sobre la crítica situación que atraviesa aquella nación caribeña
—¿Cómo describirías la situación política y securitaria de
Haití hoy en día?
Estamos viviendo desde hace más de cuatro años ahora una
situación caracterizada por mucha violencia; violencia que hace parte de una
larga guerra de carácter imperialista contra la nación haitiana. Este es un
nuevo episodio particularmente doloroso, con mucho sufrimiento, con mucha
destrucción, donde se ha alcanzado un punto muy avanzado en el objetivo de
desarticular a la sociedad. Lo que quieren es convertir a Haití en una 'entidad
caótica ingobernable', que es una denominación que ya se utilizaba hace más de
15 años para describir al país.
Además, atravesamos una grave crisis económica con el
desplome del Producto Bruto Interno, con un crecimiento negativo durante ocho
años consecutivos, con una situación de depresión generalizada donde el
desempleo está alcanzando niveles inéditos. La violencia, sobre todo en la
región metropolitana, ha forzado a más de un millón de personas a abandonar sus
casas y sus barrios. Hablamos de casi un millón 300 mil refugiados, es decir un
tercio de la población de la capital [Puerto Príncipe]. La violencia implica
también numerosos homicidios, así como violaciones contra mujeres e infancias.
Es importante subrayar que el blanco de esa violencia son los barrios populares de Puerto Príncipe, los mismos que se habían mostrado políticamente muy activos después de la caída de la dictadura [de Jean-Claude Duvalier]; pero también como bastión de las fuerzas progresistas que se opusieron a la imposición de Estados Unidos de un régimen de extrema derecha con el partido PHTK, que a partir del 2010 empezó a hacer un trabajo metódico de desmantelamiento del aparato estatal.
Como resultado la población se reorganizó y surgieron
olas de movilización con cientos de miles de personas, a veces millones,
protestando en las calles. La respuesta inmediata fue la intensificación de la
violencia a través del crimen organizado. Así que a lo que asistimos es a
una violencia sistemática, orquestada por pandillas armadas que no solamente
atacan a los barrios populares, sino que también destruyen el casco urbano y
atacan el patrimonio nacional. Las universidades, por dar un ejemplo, han
sufrido más ataques que los bancos, lo que evidencia el objetivo último de una
violencia que hace parte integral de un proyecto político conducido por el
imperialismo norteamericano.
Lo que quieren es convertir a Haití en una 'entidad
caótica ingobernable', que es una denominación que ya se utilizaba hace más de
15 años para describir al país
Hay que subrayar también que la situación que vivimos
actualmente es el resultado del impacto de choques de gran amplitud sufridos
por la nación haitiana durante los últimos años. Estamos hablando por ejemplo
de la aplicación de las recetas neoliberales que han destruido gran parte de la
capacidad productiva del país. O de ocupaciones militares dirigidas por Estados
Unidos bajo el paraguas de las Naciones Unidas o la OEA, que han
cometido crímenes muy graves contra la población haitiana y que han acelerado
el proceso de desmantelamiento estatal.
Después de la caída de Duvalier [en 1986], el pueblo haitiano
supo reorganizarse a través de una nueva Constitución. La población demostró
tener mucha confianza en la nueva institucionalidad, participando masivamente
en elecciones, como en las de diciembre de 1990, que significaron la llegada a
la presidencia de Jean-Bertrand Aristide, derrocado luego por los Estados
Unidos y sus aliados de la oligarquía local. Pero no sólo hubo ataques contra
presidentes democráticamente electos, sino contra toda la institucionalidad
surgida de la nueva Constitución y de esa renovada voluntad del pueblo haitiano
de organizar un sistema político democrático y participativo que buscaba que el
país saliera al fin de la larga noche de la dictadura duvalierista.
— ¿Tiene esta coyuntura algún antecedente en la historia
haitiana contemporánea o estamos más bien ante una situación completamente
inédita?
La situación tiene características novedosas. Una de ellas es
que las pandillas pertenecen ahora a redes trasnacionales del crimen organizado
y aparecen muy ligadas al narcotráfico, el tráfico de armas, personas, órganos,
etcétera. El Caribe y América Central se encuentran atravesados por redes
bastante sofisticadas del crimen organizado, que son la manifestación del peso
cada vez más ostensible que adquiere en la región la economía criminal. Sabemos
que en tiempos de crisis económica proliferan los monstruos y se expanden
procesos destructivos ligados por ejemplo a la guerra, al genocidio y a la
destrucción de pueblos enteros.
Sin embargo, la crisis actual tiene algunas
similitudes con la de inicios del siglo XX, cuando Estados Unidos utilizó como
pretexto el caos interno para organizar una intervención militar que duró 19
años y que significó un punto de bifurcación en la reorganización del
sistema político y en su captura desde el exterior. Un sistema tutelar, donde
muchas de las decisiones y espacios estratégicos son ocupados directamente por
el imperialismo norteamericano y sus socios.
Es imprescindible remitirse a aquella ocupación militar para
comprender la crisis actual. El hecho explica parte de nuestra situación actual
de dependencia, y se relaciona también a la violencia racista de potencias,
también europeas, que nunca aceptaron la existencia de Haití como una entidad
autónoma. En muchas ocasiones se impulsaron estrategias para destruir la nación
y para demostrar su fracaso, su inviabilidad, haciendo gala de un sostenido
afán de venganza contra el país y su histórica Revolución.
— Nos encontramos ahora mismo en Colombia, un país que pocos
imaginan que comparte con Haití una frontera marítima. El 22 de enero de este
año el presidente Gustavo Petro realizó una visita histórica a la emblemática
ciudad de Jacmel, contribuyendo a romper el pronunciado aislamiento que se
cierne sobre el país. Quería preguntarte por las relaciones históricas entre
ambos países y por los vínculos actuales entre sus respectivos pueblos y
gobiernos.
A inicios del siglo XIX, después de la gran Revolución
Haitiana de 1804, se desarrollaron muchos lazos entre el Estado haitiano y los
grupos de patriotas que luchaban entonces por la independencia de la Gran
Colombia. De hecho, muchos dirigentes importantes visitaron Haití, como
Francisco de Miranda y el propio Simón Bolívar, y decenas de ellos se
refugiaron en Jacmel. No solamente se formaron entonces al calor de la
experiencia revolucionaria haitiana; Bolívar en concreto recibió una ayuda
sustancial en armas, municiones, alimentos, barcos y soldados que jugaron un
papel muy importante en la derrota del imperio español.
Así que lo que tuvimos fue una historia de hermandad,
fraternidad y solidaridad que debería ser un ejemplo universal, pero sobre todo
cuando pensamos en cómo reconstruir la relación entre nuestras naciones. La
fundación de nuestros dos países se interrelacionó de manera maravillosa, tal
como lo recordó el presidente Petro cuando fue a Haití, saludando la
importancia de la Revolución Haitiana y explicando la necesidad de prolongar la
historia fraternal de pueblos que tienen un interés común en desarrollar procesos
de integración y en oponerse a la dominación imperialista.
La crisis actual tiene algunas similitudes con la de
inicios del siglo XX, cuando Estados Unidos utilizó como pretexto el caos
interno para organizar una intervención militar que duró 19 años
Pero Haití y los países que fueron parte de la Gran Colombia
también establecieron relaciones negativas a través del tráfico de drogas, las
economías ilícitas y las redes criminales que utilizan nuestros territorios
como plataforma. Una porción importante de la cocaína producida en Colombia
recala en Haití para venderse finalmente en los Estados Unidos. En 2015 se
calculaba que el 20 por ciento de la cocaína que ingresa en el territorio
estadounidense transita antes por nuestro país. Así que es fácil imaginar lo
que esto significa en términos económicos, así como la capacidad que tiene a la
hora de corromper las fuerzas de seguridad y desestabilizar ciertos procesos
políticos.
Es imprescindible que los dos Estados colaboren y luchen de
forma conjunta contra las redes trasnacionales del crimen organizado. Además,
Colombia carga con el antecedente de los mercenarios colombianos,
instrumentalizados por la CIA, que participaron en el asesinato del ex
presidente haitiano Jovenel Moïse en julio de 2021. Espero que en la memoria
colectiva del pueblo haitiano haya mucho más lugar para el recuerdo de Miranda
y Bolívar que para el de aquellos paramilitares. La cooperación solidaria puede
ofrecer muchas soluciones a la hora de dejar atrás el caos organizado por el
imperialismo en Haití.
— Hay varias lecturas discordantes sobre los grupos armados
de Haití: sobre su origen, sus causas, sus objetivos últimos. Algunos los
definen como criminales silvestres, otros como grupos revolucionarios, mientras
sectores del gobierno estadounidense coquetean con la idea de delegar en ellos
la gobernabilidad del país. ¿Cuál es a tu entender la caracterización correcta?
Hay una manipulación grosera sobre el supuesto carácter
revolucionario de los grupos armados. Del otro lado, el imperialismo pretende
convertirles en actores políticos “normales”. Veamos por ejemplo lo que pasó en
Siria, cuando los que ayer eran llamados terroristas se convirtieron en
respetables demócratas de la noche a la mañana. De lo que se trata
en Haití es del intento del imperialismo de controlar el juego político para
evitar una posible alianza sub-regional con Cuba y Venezuela, que cambiaría de
manera sustancial las relaciones de fuerza en la cuenca del Caribe.
Estos grupos armados surgieron primero como una respuesta de
la oligarquía y el imperialismo frente a una importantísima movilización
popular, ensañándose con los espacios donde se verificaban las mayores
corrientes de protesta. Por eso los barrios populares de Puerto Príncipe son
los blancos principales de la destrucción y la violencia criminal de las
bandas. Pero la violencia desatada se diferencia en algo del comportamiento de
los grupos criminales de otros países. Pensemos en las 244 pandillas que hay en
Jamaica; a diferencia de las haitianas, éstas nunca quemaron una biblioteca o
una universidad. En Haití, en cambio, se orientan casi exclusivamente a
destruir el patrimonio colectivo, habiendo destruido a la fecha seis
universidades, casi 40 centros de salud (incluyendo el hospital de referencia
nacional), las sedes de los periódicos y todo lo vinculado a la construcción de
la memoria colectiva.
Una porción importante de la cocaína producida en
Colombia recala en Haití para venderse finalmente en los Estados Unidos
Es muy claro que esta ofensiva busca destruir la nación
haitiana y que no tiene nada que ver con una perspectiva revolucionaria. El
odio de las bandas contra los sectores populares se manifiesta de manera
cotidiana, por ejemplo, en los ataques sistemáticos contra la producción
campesina de la zona del Artibonite, una de las más fértiles y productivas del
país. Los ataques de los grupos armados han mermado de manera significativa la
producción arrocera en estos últimos tres años.
Presentar como revolucionarios a grupos criminales que
trabajan para los Estados Unidos y que reciben sus armas y municiones del
imperialismo es una manipulación muy grosera, que busca ensuciar la palabra
revolución y desorientar a la población en la búsqueda de alianzas eficaces que
puedan conducir a una transformación social real.
— Definida la situación y caracterizados sus principales
protagonistas a nivel internacional y local, ¿cuáles son los objetivos de fondo
de esta guerra declarada contra la población y el Estado? ¿Qué justifica este
interés tan obstinado en el país?
Creo que hay varios motivos. Hay un primer elemento que es
histórico, que tiene que ver con la proyección simbólica de la Revolución
Haitiana. Porque la de 1804 es una revolución que difunde globalmente otra
visión de sociedad, que tiene que ver con la necesidad de romper los mecanismos
de la explotación, de la super-explotación y del colonialismo. Así, se trató de
una revolución anti-esclavista, anti-colonial, anti-racista y también
anti-capitalista que buscó destruir la economía de plantación. La gesta tuvo y
tiene un contenido subversivo que proyecta para los pueblos explotados la
posibilidad de rebelarse y vencer a las fuerzas más poderosas. Porque sólo
Haití pudo vencer a los tres ejércitos coloniales más importantes del planeta:
el francés, el español y el británico. Por eso la imagen de la revolución debe
ser destruida, para demostrar que no es posible seguir ni retomar su camino.
El segundo elemento tiene que ver con el contexto
geopolítico, porque como sabemos la cuenca del Caribe, con su cercanía a los
Estados Unidos, es una zona estratégica para el proceso de acumulación del
capital. Y en el Caribe siempre hubo procesos soberanos, proyectos rebeldes y
tentativas de construcción nacional que se opusieron a la dominación
imperialista, como vemos en los ejemplos de Cuba y Venezuela.
El tercer elemento es el racismo. El sistema capitalista se
construyó sobre el racismo estructural. Los mismos Estados Unidos fueron
edificados sobre el genocidio y despojo de los pueblos indígenas, pero también
sobre la esclavitud de las poblaciones afrodescendientes. Incluso hoy en día,
algunos asesores de Donald Trump hablan de la necesidad de reconstruir la
monarquía y restablecer la esclavitud. Para las clases dominantes
estadounidenses, las poblaciones indígenas y negras fueron siempre vistas como
enemigos internos o externos, como sujetos subhumanos, incapaces de gobernar
soberanamente un país. Así que el fracaso deseado y estimulado de Haití se
vuelve un argumento clave en los procesos de dominación endógenos.
Después de la Revolución, cuando en 1826 se organizó el
Congreso Anfictiónico de Panamá, en donde habrían de reunirse las nuevas
repúblicas independientes de América, Estados Unidos condicionó su
participación a la exclusión de Haití, alegando que no estaban dispuestos a
compartir la mesa con negros. Algunos historiadores norteamericanos afirman que
cuando después de mucha presión los Estados Unidos abolieron finalmente la
esclavitud, algunos sectores dominantes imaginaban que Haití podría reemplazar
la vieja fuerza de trabajo esclavizada. Por eso el tardío reconocimiento del
Estado haitiano no implicó nunca un trato de iguales, sino que tenía que ver
con la esperanza de reinsertar al país en los procesos neoesclavistas de
dominación. La negación racista de nuestra existencia es una constante que ha
tenido múltiples manifestaciones a lo largo de dos siglos.
Presentar como revolucionarios a grupos criminales que
trabajan para los Estados Unidos y que reciben sus armas y municiones del
imperialismo es una manipulación muy grosera
El último factor es por supuesto económico. Desde la
ocupación norteamericana de Haití en 1915 la captación de mano de obra ha sido
un elemento fundamental. Haití contribuyó mucho al suministro de fuerza de
trabajo barata para la expansión de la industria capitalista norteamericana a
toda la región. En Cuba, en República Dominicana e incluso en Centroamérica se
utilizó mano de obra haitiana de manera masiva, algo que se logró forzando las
condiciones económicas para su expulsión.
Debemos añadir también la existencia de recursos
estratégicos, centrales en la disputa hegemónica abierta con China. Las
investigaciones demuestran que en el subsuelo de República Dominicana y de
Haití hay minerales que resultan capitales para el imperialismo hoy: hablamos de iridio, litio,
oro, cobre, bauxita, carbonato de calcio, “tierras taras”, etcétera. La
organización del caos en Haití y el mantenimiento de una inestabilidad crónica
facilitan el acceso a esos recursos y aceleran el proceso de despojo. A
lo que debemos añadir el rol de aliado que la clase dominante de la vecina
República Dominicana juega en este proceso. Mientras facilitan el suministro de
armas y municiones a las pandillas a través de la frontera, las élites
reaccionarias reproducen el discurso de Haití como un país no viable, algo que
entronca perfectamente con la visión imperialista hegemónica.
— En relación a esto, ¿cuál es la situación de la diáspora
haitiana ante la emergencia de gobiernos ultra-conservadores y anti-migrantes
como los de Luis Abinader en República Dominicana, José Raúl Mulino en Panamá o
Donald Trump en los Estados Unidos?
Desde inicios del siglo XX la utilización de mano de obra
haitiana ha sido un elemento muy importante en el proceso de acumulación
capitalista; pero en la región se ha desarrollado todo un discurso de desprecio
hacia los haitianos, prolongando el discurso racista colonial. La experiencia
de nuestros migrantes suele ser traumática, difícil, dolorosa.
El único lugar en el Caribe en donde hay un respeto hacia
esta diáspora es en Cuba. Esto es muy importante subrayarlo porque Cuba fue el
primer país receptor de cientos de miles de trabajadores haitianos. En la
ceremonia que se dio en la Plaza de la Revolución en 1968 Fidel Castro
reconoció su presencia y ofreció a todos los haitianos presentes en el país, y
también a todos sus descendientes, el derecho automático a obtener la
nacionalidad cubana. Sólo un proyecto socialista podría ofrecer este tipo de tratamiento
y una relación cualitativamente distinta entre los pueblos.
— No podríamos terminar esta conversación sin hablar de las
resistencias, no ya históricas, sino también contemporáneas. ¿Cómo enfrentan en
lo cotidiano esta ofensiva las mujeres, las juventudes, los trabajadores
urbanos, las clases medias, el campesinado? ¿Qué expectativas podemos cifrar en
estas resistencias, en particular la de las brigadas de autodefensa popular
conocidas como «Bwa Kale»?
Por más dramática que sea la situación, con recursos escasos
y en una tremenda soledad, la población haitiana sigue resistiendo
heroicamente. Pero hay un gran silencio a nivel mundial en torno a la crisis
haitiana. Casi no se habla de ella. Pocos saben que la nación enfrenta una
guerra total, casi genocida. Por eso es tan importante reconocer la valentía,
la firmeza, la resistencia y la creatividad del pueblo haitiano.
Podría dar muchos ejemplos, pero uno muy conmovedor tiene que
ver con la situación alimentaria de Puerto Príncipe, que con tres millones de
habitantes se encuentra totalmente sitiada, con las principales carreteras
dominadas por las bandas armadas, con los circuitos clásicos de distribución de
alimentos ocupados. Pero las mujeres, lo que en Haití llamamos las madanm sara,
se sacrifican todos los días, enfrentando riesgos enormes, caminando en
ocasiones hasta 50 kilómetros con grandes cargas de comida en la cabeza, para
alimentar a la capital y garantizar el abastecimiento de los mercados
populares.
Muchas otras redes resisten, como la producción artística y
cultural, que se mantiene viva contra todo pronóstico. Cada día el pueblo
haitiano se dice a sí mismo: “no nos pueden matar, no nos pueden destruir”.
También hay que destacar que en Puerto Príncipe y en el Artibonite se
han desarrollado nuevas experiencias como el “Bwa Kale”; una serie de brigadas
populares de autodefensa que hacen una contribución esencial para defender los
territorios, reproducir la vida y mantener la esperanza.
— Por último, ¿cuáles son tus previsiones de acá a los
próximos meses? ¿Qué camino te parece el más deseable para resolver la crisis
haitiana, y qué pueden hacer Estados, gobiernos y movimientos populares aliados
en pos de acompañar estos desafíos?
En relación a esto no puedo dejar de señalar la valentía de
gran parte de los policías haitianos, que combaten todos los días y con fuerzas
muy desiguales a pandillas fuertemente armadas desde Estados Unidos y República
Dominicana, que cuentan con expertos militares estadounidenses y colombianos.
El rol de la policía es clave, y es uno de los factores que permiten que el
tejido social haitiano siga vivo, con una producción campesina que se mantiene
pese a todo, con organizaciones de mujeres y de jóvenes que siguen trabajando,
etcétera.
Debemos añadir el rol de aliado que la clase dominante
de la vecina República Dominicana juega en este proceso. Mientras facilitan el
suministro de armas y municiones a las pandillas a través de la frontera, las
élites reaccionarias reproducen el discurso de Haití como un país no viable
La situación política actual es de gran confusión. Después de
la salida del ex Primer Ministro Ariel Henry, algunos sectores progresistas
propusieron conformar un consejo presidencial de tres miembros, pero esta
propuesta fue desviada por la Comunidad del Caribe y los Estados Unidos, que
crearon un consejo de nueve miembros con una mayoría clara de sectores de
derecha y ultraderecha. Hoy tenemos un Consejo Presidencial de Transición (CPT)
con fuertes contradicciones internas, pero que a la vez es el principal enemigo
declarado de las pandillas, que le atacan para mantener el caos y la idea de
ingobernabilidad.
En el último año el balance del CPT es muy limitado: no logró
realmente cumplir sus objetivos principales, su legitimidad es escasa y acabó
vinculado a casos de mala gestión y a ciertos episodios de corrupción. Pero
también contribuye hoy a mantener una cierta vida política y administrativa,
pagando los salarios de los funcionarios públicos, sosteniendo las operación
del Banco Central, etcétera.
Sin embargo, es evidente que el punto clave de la agenda
política debe ser la eliminación de la violencia masiva que se descarga contra
la población haitiana. Y para hacer frente a esa violencia es muy difícil que
esto se pueda conseguir solamente con los recursos del país. Es evidente que
las estructuras de seguridad de Haití necesitan un apoyo que para nosotros
debería provenir básicamente de los gobiernos progresistas y de los movimientos
sociales y populares del continente.
Este apoyo podría expresarse de múltiples maneras, por ejemplo,
con la presencia de brigadas internacionales. Aún hoy la brigada médica cubana
opera en todo Haití con 68 médicos, mientras se mantiene presente también la
brigada del Movimiento Sin Tierra de Brasil. Sería interesante reforzar esas
brigadas, inspirándonos por ejemplo en la Guerra de España, cuando centenares
de militantes salieron de todos los continentes para luchar con el pueblo
español contra las fuerzas del fascismo.
Tomado de Diario Red / España.