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20 junio, 2025

Camille Chalmers: "Quieren hacer de Haití una entidad caótica ingobernable"

Conversamos con Camille Chalmers, reconocido intelectual haitiano, sobre la crítica situación que atraviesa aquella nación caribeña

Lautaro Rivara 

—¿Cómo describirías la situación política y securitaria de Haití hoy en día?

Estamos viviendo desde hace más de cuatro años ahora una situación caracterizada por mucha violencia; violencia que hace parte de una larga guerra de carácter imperialista contra la nación haitiana. Este es un nuevo episodio particularmente doloroso, con mucho sufrimiento, con mucha destrucción, donde se ha alcanzado un punto muy avanzado en el objetivo de desarticular a la sociedad. Lo que quieren es convertir a Haití en una 'entidad caótica ingobernable', que es una denominación que ya se utilizaba hace más de 15 años para describir al país.

Además, atravesamos una grave crisis económica con el desplome del Producto Bruto Interno, con un crecimiento negativo durante ocho años consecutivos, con una situación de depresión generalizada donde el desempleo está alcanzando niveles inéditos. La violencia, sobre todo en la región metropolitana, ha forzado a más de un millón de personas a abandonar sus casas y sus barrios. Hablamos de casi un millón 300 mil refugiados, es decir un tercio de la población de la capital [Puerto Príncipe]. La violencia implica también numerosos homicidios, así como violaciones contra mujeres e infancias.

Es importante subrayar que el blanco de esa violencia son los barrios populares de Puerto Príncipe, los mismos que se habían mostrado políticamente muy activos después de la caída de la dictadura [de Jean-Claude Duvalier]; pero también como bastión de las fuerzas progresistas que se opusieron a la imposición de Estados Unidos de un régimen de extrema derecha con el partido PHTK, que a partir del 2010 empezó a hacer un trabajo metódico de desmantelamiento del aparato estatal.

Como resultado la población se reorganizó y surgieron olas de movilización con cientos de miles de personas, a veces millones, protestando en las calles. La respuesta inmediata fue la intensificación de la violencia a través del crimen organizado. Así que a lo que asistimos es a una violencia sistemática, orquestada por pandillas armadas que no solamente atacan a los barrios populares, sino que también destruyen el casco urbano y atacan el patrimonio nacional. Las universidades, por dar un ejemplo, han sufrido más ataques que los bancos, lo que evidencia el objetivo último de una violencia que hace parte integral de un proyecto político conducido por el imperialismo norteamericano.

Lo que quieren es convertir a Haití en una 'entidad caótica ingobernable', que es una denominación que ya se utilizaba hace más de 15 años para describir al país

Hay que subrayar también que la situación que vivimos actualmente es el resultado del impacto de choques de gran amplitud sufridos por la nación haitiana durante los últimos años. Estamos hablando por ejemplo de la aplicación de las recetas neoliberales que han destruido gran parte de la capacidad productiva del país. O de ocupaciones militares dirigidas por Estados Unidos bajo el paraguas de las Naciones Unidas o la OEA, que han cometido crímenes muy graves contra la población haitiana y que han acelerado el proceso de desmantelamiento estatal.

Después de la caída de Duvalier [en 1986], el pueblo haitiano supo reorganizarse a través de una nueva Constitución. La población demostró tener mucha confianza en la nueva institucionalidad, participando masivamente en elecciones, como en las de diciembre de 1990, que significaron la llegada a la presidencia de Jean-Bertrand Aristide, derrocado luego por los Estados Unidos y sus aliados de la oligarquía local. Pero no sólo hubo ataques contra presidentes democráticamente electos, sino contra toda la institucionalidad surgida de la nueva Constitución y de esa renovada voluntad del pueblo haitiano de organizar un sistema político democrático y participativo que buscaba que el país saliera al fin de la larga noche de la dictadura duvalierista.

— ¿Tiene esta coyuntura algún antecedente en la historia haitiana contemporánea o estamos más bien ante una situación completamente inédita?

La situación tiene características novedosas. Una de ellas es que las pandillas pertenecen ahora a redes trasnacionales del crimen organizado y aparecen muy ligadas al narcotráfico, el tráfico de armas, personas, órganos, etcétera. El Caribe y América Central se encuentran atravesados por redes bastante sofisticadas del crimen organizado, que son la manifestación del peso cada vez más ostensible que adquiere en la región la economía criminal. Sabemos que en tiempos de crisis económica proliferan los monstruos y se expanden procesos destructivos ligados por ejemplo a la guerra, al genocidio y a la destrucción de pueblos enteros.

Sin embargo, la crisis actual tiene algunas similitudes con la de inicios del siglo XX, cuando Estados Unidos utilizó como pretexto el caos interno para organizar una intervención militar que duró 19 años y que significó un punto de bifurcación en la reorganización del sistema político y en su captura desde el exterior. Un sistema tutelar, donde muchas de las decisiones y espacios estratégicos son ocupados directamente por el imperialismo norteamericano y sus socios.

Es imprescindible remitirse a aquella ocupación militar para comprender la crisis actual. El hecho explica parte de nuestra situación actual de dependencia, y se relaciona también a la violencia racista de potencias, también europeas, que nunca aceptaron la existencia de Haití como una entidad autónoma. En muchas ocasiones se impulsaron estrategias para destruir la nación y para demostrar su fracaso, su inviabilidad, haciendo gala de un sostenido afán de venganza contra el país y su histórica Revolución.

— Nos encontramos ahora mismo en Colombia, un país que pocos imaginan que comparte con Haití una frontera marítima. El 22 de enero de este año el presidente Gustavo Petro realizó una visita histórica a la emblemática ciudad de Jacmel, contribuyendo a romper el pronunciado aislamiento que se cierne sobre el país. Quería preguntarte por las relaciones históricas entre ambos países y por los vínculos actuales entre sus respectivos pueblos y gobiernos.

A inicios del siglo XIX, después de la gran Revolución Haitiana de 1804, se desarrollaron muchos lazos entre el Estado haitiano y los grupos de patriotas que luchaban entonces por la independencia de la Gran Colombia. De hecho, muchos dirigentes importantes visitaron Haití, como Francisco de Miranda y el propio Simón Bolívar, y decenas de ellos se refugiaron en Jacmel. No solamente se formaron entonces al calor de la experiencia revolucionaria haitiana; Bolívar en concreto recibió una ayuda sustancial en armas, municiones, alimentos, barcos y soldados que jugaron un papel muy importante en la derrota del imperio español.

Así que lo que tuvimos fue una historia de hermandad, fraternidad y solidaridad que debería ser un ejemplo universal, pero sobre todo cuando pensamos en cómo reconstruir la relación entre nuestras naciones. La fundación de nuestros dos países se interrelacionó de manera maravillosa, tal como lo recordó el presidente Petro cuando fue a Haití, saludando la importancia de la Revolución Haitiana y explicando la necesidad de prolongar la historia fraternal de pueblos que tienen un interés común en desarrollar procesos de integración y en oponerse a la dominación imperialista.

La crisis actual tiene algunas similitudes con la de inicios del siglo XX, cuando Estados Unidos utilizó como pretexto el caos interno para organizar una intervención militar que duró 19 años

Pero Haití y los países que fueron parte de la Gran Colombia también establecieron relaciones negativas a través del tráfico de drogas, las economías ilícitas y las redes criminales que utilizan nuestros territorios como plataforma. Una porción importante de la cocaína producida en Colombia recala en Haití para venderse finalmente en los Estados Unidos. En 2015 se calculaba que el 20 por ciento de la cocaína que ingresa en el territorio estadounidense transita antes por nuestro país. Así que es fácil imaginar lo que esto significa en términos económicos, así como la capacidad que tiene a la hora de corromper las fuerzas de seguridad y desestabilizar ciertos procesos políticos.

Es imprescindible que los dos Estados colaboren y luchen de forma conjunta contra las redes trasnacionales del crimen organizado. Además, Colombia carga con el antecedente de los mercenarios colombianos, instrumentalizados por la CIA, que participaron en el asesinato del ex presidente haitiano Jovenel Moïse en julio de 2021. Espero que en la memoria colectiva del pueblo haitiano haya mucho más lugar para el recuerdo de Miranda y Bolívar que para el de aquellos paramilitares. La cooperación solidaria puede ofrecer muchas soluciones a la hora de dejar atrás el caos organizado por el imperialismo en Haití.

— Hay varias lecturas discordantes sobre los grupos armados de Haití: sobre su origen, sus causas, sus objetivos últimos. Algunos los definen como criminales silvestres, otros como grupos revolucionarios, mientras sectores del gobierno estadounidense coquetean con la idea de delegar en ellos la gobernabilidad del país. ¿Cuál es a tu entender la caracterización correcta?

Hay una manipulación grosera sobre el supuesto carácter revolucionario de los grupos armados. Del otro lado, el imperialismo pretende convertirles en actores políticos “normales”. Veamos por ejemplo lo que pasó en Siria, cuando los que ayer eran llamados terroristas se convirtieron en respetables demócratas de la noche a la mañana. De lo que se trata en Haití es del intento del imperialismo de controlar el juego político para evitar una posible alianza sub-regional con Cuba y Venezuela, que cambiaría de manera sustancial las relaciones de fuerza en la cuenca del Caribe.

Estos grupos armados surgieron primero como una respuesta de la oligarquía y el imperialismo frente a una importantísima movilización popular, ensañándose con los espacios donde se verificaban las mayores corrientes de protesta. Por eso los barrios populares de Puerto Príncipe son los blancos principales de la destrucción y la violencia criminal de las bandas. Pero la violencia desatada se diferencia en algo del comportamiento de los grupos criminales de otros países. Pensemos en las 244 pandillas que hay en Jamaica; a diferencia de las haitianas, éstas nunca quemaron una biblioteca o una universidad. En Haití, en cambio, se orientan casi exclusivamente a destruir el patrimonio colectivo, habiendo destruido a la fecha seis universidades, casi 40 centros de salud (incluyendo el hospital de referencia nacional), las sedes de los periódicos y todo lo vinculado a la construcción de la memoria colectiva.

Una porción importante de la cocaína producida en Colombia recala en Haití para venderse finalmente en los Estados Unidos

Es muy claro que esta ofensiva busca destruir la nación haitiana y que no tiene nada que ver con una perspectiva revolucionaria. El odio de las bandas contra los sectores populares se manifiesta de manera cotidiana, por ejemplo, en los ataques sistemáticos contra la producción campesina de la zona del Artibonite, una de las más fértiles y productivas del país. Los ataques de los grupos armados han mermado de manera significativa la producción arrocera en estos últimos tres años.

Presentar como revolucionarios a grupos criminales que trabajan para los Estados Unidos y que reciben sus armas y municiones del imperialismo es una manipulación muy grosera, que busca ensuciar la palabra revolución y desorientar a la población en la búsqueda de alianzas eficaces que puedan conducir a una transformación social real.

— Definida la situación y caracterizados sus principales protagonistas a nivel internacional y local, ¿cuáles son los objetivos de fondo de esta guerra declarada contra la población y el Estado? ¿Qué justifica este interés tan obstinado en el país?

Creo que hay varios motivos. Hay un primer elemento que es histórico, que tiene que ver con la proyección simbólica de la Revolución Haitiana. Porque la de 1804 es una revolución que difunde globalmente otra visión de sociedad, que tiene que ver con la necesidad de romper los mecanismos de la explotación, de la super-explotación y del colonialismo. Así, se trató de una revolución anti-esclavista, anti-colonial, anti-racista y también anti-capitalista que buscó destruir la economía de plantación. La gesta tuvo y tiene un contenido subversivo que proyecta para los pueblos explotados la posibilidad de rebelarse y vencer a las fuerzas más poderosas. Porque sólo Haití pudo vencer a los tres ejércitos coloniales más importantes del planeta: el francés, el español y el británico. Por eso la imagen de la revolución debe ser destruida, para demostrar que no es posible seguir ni retomar su camino.

El segundo elemento tiene que ver con el contexto geopolítico, porque como sabemos la cuenca del Caribe, con su cercanía a los Estados Unidos, es una zona estratégica para el proceso de acumulación del capital. Y en el Caribe siempre hubo procesos soberanos, proyectos rebeldes y tentativas de construcción nacional que se opusieron a la dominación imperialista, como vemos en los ejemplos de Cuba y Venezuela.

El tercer elemento es el racismo. El sistema capitalista se construyó sobre el racismo estructural. Los mismos Estados Unidos fueron edificados sobre el genocidio y despojo de los pueblos indígenas, pero también sobre la esclavitud de las poblaciones afrodescendientes. Incluso hoy en día, algunos asesores de Donald Trump hablan de la necesidad de reconstruir la monarquía y restablecer la esclavitud. Para las clases dominantes estadounidenses, las poblaciones indígenas y negras fueron siempre vistas como enemigos internos o externos, como sujetos subhumanos, incapaces de gobernar soberanamente un país. Así que el fracaso deseado y estimulado de Haití se vuelve un argumento clave en los procesos de dominación endógenos.

Después de la Revolución, cuando en 1826 se organizó el Congreso Anfictiónico de Panamá, en donde habrían de reunirse las nuevas repúblicas independientes de América, Estados Unidos condicionó su participación a la exclusión de Haití, alegando que no estaban dispuestos a compartir la mesa con negros. Algunos historiadores norteamericanos afirman que cuando después de mucha presión los Estados Unidos abolieron finalmente la esclavitud, algunos sectores dominantes imaginaban que Haití podría reemplazar la vieja fuerza de trabajo esclavizada. Por eso el tardío reconocimiento del Estado haitiano no implicó nunca un trato de iguales, sino que tenía que ver con la esperanza de reinsertar al país en los procesos neoesclavistas de dominación. La negación racista de nuestra existencia es una constante que ha tenido múltiples manifestaciones a lo largo de dos siglos.

Presentar como revolucionarios a grupos criminales que trabajan para los Estados Unidos y que reciben sus armas y municiones del imperialismo es una manipulación muy grosera

El último factor es por supuesto económico. Desde la ocupación norteamericana de Haití en 1915 la captación de mano de obra ha sido un elemento fundamental. Haití contribuyó mucho al suministro de fuerza de trabajo barata para la expansión de la industria capitalista norteamericana a toda la región. En Cuba, en República Dominicana e incluso en Centroamérica se utilizó mano de obra haitiana de manera masiva, algo que se logró forzando las condiciones económicas para su expulsión.

Debemos añadir también la existencia de recursos estratégicos, centrales en la disputa hegemónica abierta con China. Las investigaciones demuestran que en el subsuelo de República Dominicana y de Haití hay minerales que resultan capitales para el imperialismo hoy: hablamos de iridio, litio, oro, cobre, bauxita, carbonato de calcio, “tierras taras”, etcétera. La organización del caos en Haití y el mantenimiento de una inestabilidad crónica facilitan el acceso a esos recursos y aceleran el proceso de despojo. A lo que debemos añadir el rol de aliado que la clase dominante de la vecina República Dominicana juega en este proceso. Mientras facilitan el suministro de armas y municiones a las pandillas a través de la frontera, las élites reaccionarias reproducen el discurso de Haití como un país no viable, algo que entronca perfectamente con la visión imperialista hegemónica.

— En relación a esto, ¿cuál es la situación de la diáspora haitiana ante la emergencia de gobiernos ultra-conservadores y anti-migrantes como los de Luis Abinader en República Dominicana, José Raúl Mulino en Panamá o Donald Trump en los Estados Unidos?

Desde inicios del siglo XX la utilización de mano de obra haitiana ha sido un elemento muy importante en el proceso de acumulación capitalista; pero en la región se ha desarrollado todo un discurso de desprecio hacia los haitianos, prolongando el discurso racista colonial. La experiencia de nuestros migrantes suele ser traumática, difícil, dolorosa.

El único lugar en el Caribe en donde hay un respeto hacia esta diáspora es en Cuba. Esto es muy importante subrayarlo porque Cuba fue el primer país receptor de cientos de miles de trabajadores haitianos. En la ceremonia que se dio en la Plaza de la Revolución en 1968 Fidel Castro reconoció su presencia y ofreció a todos los haitianos presentes en el país, y también a todos sus descendientes, el derecho automático a obtener la nacionalidad cubana. Sólo un proyecto socialista podría ofrecer este tipo de tratamiento y una relación cualitativamente distinta entre los pueblos.

— No podríamos terminar esta conversación sin hablar de las resistencias, no ya históricas, sino también contemporáneas. ¿Cómo enfrentan en lo cotidiano esta ofensiva las mujeres, las juventudes, los trabajadores urbanos, las clases medias, el campesinado? ¿Qué expectativas podemos cifrar en estas resistencias, en particular la de las brigadas de autodefensa popular conocidas como «Bwa Kale»?

Por más dramática que sea la situación, con recursos escasos y en una tremenda soledad, la población haitiana sigue resistiendo heroicamente. Pero hay un gran silencio a nivel mundial en torno a la crisis haitiana. Casi no se habla de ella. Pocos saben que la nación enfrenta una guerra total, casi genocida. Por eso es tan importante reconocer la valentía, la firmeza, la resistencia y la creatividad del pueblo haitiano.

Podría dar muchos ejemplos, pero uno muy conmovedor tiene que ver con la situación alimentaria de Puerto Príncipe, que con tres millones de habitantes se encuentra totalmente sitiada, con las principales carreteras dominadas por las bandas armadas, con los circuitos clásicos de distribución de alimentos ocupados. Pero las mujeres, lo que en Haití llamamos las madanm sara, se sacrifican todos los días, enfrentando riesgos enormes, caminando en ocasiones hasta 50 kilómetros con grandes cargas de comida en la cabeza, para alimentar a la capital y garantizar el abastecimiento de los mercados populares.

Muchas otras redes resisten, como la producción artística y cultural, que se mantiene viva contra todo pronóstico. Cada día el pueblo haitiano se dice a sí mismo: “no nos pueden matar, no nos pueden destruir”. También hay que destacar que en Puerto Príncipe y en el Artibonite se han desarrollado nuevas experiencias como el “Bwa Kale”; una serie de brigadas populares de autodefensa que hacen una contribución esencial para defender los territorios, reproducir la vida y mantener la esperanza.

— Por último, ¿cuáles son tus previsiones de acá a los próximos meses? ¿Qué camino te parece el más deseable para resolver la crisis haitiana, y qué pueden hacer Estados, gobiernos y movimientos populares aliados en pos de acompañar estos desafíos?

En relación a esto no puedo dejar de señalar la valentía de gran parte de los policías haitianos, que combaten todos los días y con fuerzas muy desiguales a pandillas fuertemente armadas desde Estados Unidos y República Dominicana, que cuentan con expertos militares estadounidenses y colombianos. El rol de la policía es clave, y es uno de los factores que permiten que el tejido social haitiano siga vivo, con una producción campesina que se mantiene pese a todo, con organizaciones de mujeres y de jóvenes que siguen trabajando, etcétera.

Debemos añadir el rol de aliado que la clase dominante de la vecina República Dominicana juega en este proceso. Mientras facilitan el suministro de armas y municiones a las pandillas a través de la frontera, las élites reaccionarias reproducen el discurso de Haití como un país no viable

La situación política actual es de gran confusión. Después de la salida del ex Primer Ministro Ariel Henry, algunos sectores progresistas propusieron conformar un consejo presidencial de tres miembros, pero esta propuesta fue desviada por la Comunidad del Caribe y los Estados Unidos, que crearon un consejo de nueve miembros con una mayoría clara de sectores de derecha y ultraderecha. Hoy tenemos un Consejo Presidencial de Transición (CPT) con fuertes contradicciones internas, pero que a la vez es el principal enemigo declarado de las pandillas, que le atacan para mantener el caos y la idea de ingobernabilidad.

En el último año el balance del CPT es muy limitado: no logró realmente cumplir sus objetivos principales, su legitimidad es escasa y acabó vinculado a casos de mala gestión y a ciertos episodios de corrupción. Pero también contribuye hoy a mantener una cierta vida política y administrativa, pagando los salarios de los funcionarios públicos, sosteniendo las operación del Banco Central, etcétera.

Sin embargo, es evidente que el punto clave de la agenda política debe ser la eliminación de la violencia masiva que se descarga contra la población haitiana. Y para hacer frente a esa violencia es muy difícil que esto se pueda conseguir solamente con los recursos del país. Es evidente que las estructuras de seguridad de Haití necesitan un apoyo que para nosotros debería provenir básicamente de los gobiernos progresistas y de los movimientos sociales y populares del continente.

Este apoyo podría expresarse de múltiples maneras, por ejemplo, con la presencia de brigadas internacionales. Aún hoy la brigada médica cubana opera en todo Haití con 68 médicos, mientras se mantiene presente también la brigada del Movimiento Sin Tierra de Brasil. Sería interesante reforzar esas brigadas, inspirándonos por ejemplo en la Guerra de España, cuando centenares de militantes salieron de todos los continentes para luchar con el pueblo español contra las fuerzas del fascismo.

Tomado de Diario Red / España.