Hace medio siglo se produjo la expulsión de la población
saharaui de sus tierras junto al océano Atlántico. De ser gentes libres y
nómadas, se vieron forzadas a vivir como refugiadas en el exilio. Hoy, las
mujeres saharauis hacen posible lo impensable: reverdecer el desierto con
huertos.
Texto y foto: David Segarra
Sáhara significa desierto en árabe. Saharaui es el habitante del desierto.
Por eso hoy se denomina saharauis a las personas del Sáhara Occidental. Tanto a
aquellas que permanecen bajo dominio marroquí como a las que viven refugiadas
en Argelia. Sin embargo, hay que saber que el desierto no es sólo arena y
desolación. El Sáhara es también agua, es el océano Atlántico que
baña sus interminables costas, son las lluvias ocasionales que causan inundaciones. Y lo son
también las nubes y los pastos verdes que persiguen algunas familias para sus
rebaños. Según diversos estudios
científicos, hace milenios esta dura tierra fue una sabana de abundantes
precipitaciones. Como recordatorio de aquello han quedado las tallas
de jirafas y vacas grabadas en las rocas.
Actualmente, la mitad de la población refugiada
saharaui vive lejos del mar, en la hamada argelina,
meseta desértica y rocosa de temperaturas extremas. Allá, bajo la arena y la
piedra, permanecen los acuíferos fósiles. Aguas nacidas en un pasado remoto que
alimentan los pozos de los huertos. Cuando el porvenir se presenta más precario
que nunca, un archipiélago de pequeños oasis está naciendo. En el Sáhara también hay vida para quien la busca. Para quien sabe
cuidarla.
Recuerdo un cartel que leí hace unos años en el campamento saharaui de Smara: «Aquí no crecen árboles y plantas, pero florecen personas». Se refería poéticamente al alto nivel educativo que la población refugiada había logrado en un entorno tan hostil. La paradoja es que ahora sí que hay plantas y árboles creciendo y floreciendo, gracias a estas mismas personas.
Mientras que en Gaza, València y Orán la agricultura existe
desde hace milenios, las culturas saharauis son histórica y antropológicamente
nómadas y ganaderas. Su patria ha sido móvil, desde los poblados junto al
océano, a los pastos y oasis en tierras hoy de Mauritania, Marruecos, Argelia o
la República Saharaui. Que una sociedad sin tradición
agrícola, y obligada a vivir en un desierto rocoso, inicie una revolución
campesina parece una utopía. Es lógico pensar eso. Pero partimos de
que ya se ha hecho. De que no es un futuro posible, sino un presente tangible.
Tanto como la ensalada que preparamos con cebolla tierna, tomate, lechuga,
espinacas, zanahorias y remolachas. Confieso que me cuesta reconocerlo, pero
sabe igual o mejor que la que compro a mis amigos campesinos de la huerta
valenciana. ¿Cómo un puñado de mujeres del desierto han logrado esto en unos
pocos años?
En la Maktaba Alhamra, o Biblioteca Alhambra en
castellano, de El Aiuún, me prestan el libro Poetas y Poesía del Sáhara Occidental. Y es que para
empezar a entender el alma de una sociedad hay que leer a los poetas de la
tierra. A los poetas y a los ingenieros, que no sólo de versos vive el
hombre. Taleb Brahim es ingeniero agrónomo en el Ministerio de
Desarrollo Económico saharaui, y en un texto de 2016 explicaba cómo la población refugiada
había quedado atrapada en la dependencia de la ayuda alimentaria internacional.
Y cómo después de años de avances, la salud había vuelto a empeorar,
generalizándose la anemia y otras patologías.
Por esta razón, se impulsó la creación de huertos
nacionales, regionales y familiares. Para enfrentar el desafío sanitario y
económico, pero también el más crucial: el reto de la autosuficiencia. En
apenas veinte años, centenares de huertos se han puesto en marcha. En una
tierra barrida por tormentas de arena, y que llega a los cincuenta grados en
verano. ¿Pero cuántos han prosperado? ¿Y cómo se practica la agricultura en un desierto?
El primer día que salimos a conocer a las coordinadoras de
los huertos familiares, veo un pajarito blanco y negro. Es el resistente
bubisher, de la raíz árabe bushra, buenos augurios. La primera
clave a tener en cuenta es que la gran mayoría de huertos son dirigidos y
trabajados por mujeres. La formación y el acompañamiento de muchos de ellos lo
realiza la ONG Centro de Estudios Rurales y de Agricultura Internacional
(CERAI) con sede en Catarroja, en la Albufera de València. Y no hay cierta
ironía o reencuentro histórico en todo ello. Como la historia nos enseña,
la agricultura de huerto y de oasis llegó a la península
Ibérica y al Magreb a través de los árabes del Levante Mediterráneo. Y hoy, ese
mismo vínculo se renueva.
La ciencia moderna confirma y ayuda a hacer más eficiente el
conocimiento que salió de Fenicia, Egipto y Mesopotamia hace milenios. Las
campesinas saharauis heredan y renuevan la tradición y la ciencia agrícola.
Ghalia, Kafia, Muna, Adiba y Yamila se reúnen tomando notas con sus teléfonos
móviles, mientras comparten pastas, frutos secos, zumos y té con menta. Esta
mañana se reparte agua del pozo bendito de Zamzam, venida de La Meca. Parece
ser que la tecnología, el trabajo, la hospitalidad y la espiritualidad en el
Sáhara se complementan.
Hasta veintitrés tipos de semillas se distribuyen para la
siembra: perejil, lechuga, nabo, remolacha, calabacín, zanahoria, acelga,
guisante, tomate, cebolla, espinaca, ajo, sandía o melón, entre otras. Pero
claro, un huerto también necesita polinizadores, flores, hierbas medicinales y
aromáticas para el té y para la botica. Un estudio propio merecería la
etnobotánica saharaui, como comprobaremos al final del trabajo.
En el perímetro se plantan palmeras, higueras, granados,
moringa y olivos. Además de árboles propios del desierto como las acacias, en
sus variedades argelina y saharaui. Porque no hay huerta tradicional que pueda
sobrevivir sin sombra. Todo ello se trabaja desde criterios agroecológicos, sin
fertilizantes químicos y pesticidas que podrían generar dependencia, nuevas
enfermedades, o contaminar los acuíferos. Por eso no me sorprendo cuando veo
entre las hojas una mariquita, signo de salud y autorregulación. Es por eso que
la presencia de animales como gallinas y cabras, y hasta camellos, es
beneficiosa y necesaria en la creación de los huertos-oasis. Esto
es resultado del modelo agrario, los análisis, las prácticas y las evaluaciones
llevadas a cabo durante años, como se refleja en el plan estratégico para la población refugiada saharaui 2020-2024.
Celia Climent, Vega Díez y Laia Pons, tras años de
experiencia en CERAI, escriben que entre 2010 y 2021 ya se habían desarrollado 320 huertos familiares
coordinados por mujeres. Entre los huertos nacionales, regionales,
institucionales, familiares y muchos otros espontáneos, es posible que se haya
llegado ya al millar. La revolución verde es pequeña, humilde y frágil, pero es
una revolución.
En el Sáhara se criaba el ganado
tras la lluvia se sembraban los valles
y los pozos se cavaban en el Sáhara.
Sobre las piedras todo quedó tallado.
Tomado de Climática
con mínimas modificaciones.
