Por Fredy Rincón Noriega / Opinión
@ferinconccs
Cuando existen dos líneas políticas dentro del campo
democrático, hay una disputa por el liderazgo. Eso no debería sorprender a
nadie. Eso es lo que está ocurriendo en este momento en nuestro país. Es una
realidad. Se reanudó a comienzos de año, como consecuencia de una decisión
unilateral comunicada a la opinión pública el pasado 19 de enero. Ese día, la
líder opositora María Corina Machado presentó siete principios por los cuales
debíamos guiarnos para seguir la lucha. En el quinto principio de su acuerdo,
proclamado el 19 de enero, fue clara y tajante: “No aceptamos ni avalamos
ninguna elección antes de hacer respetar los resultados del 28-J”.
De entrada, la decisión inconsulta revivió la división en el amplio bloque que votó por Edmundo González Urrutia. Sin duda, un injustificable error. Era necesario hacer todo lo posible por conservar la unidad. Se debió tomar en cuenta la resonante victoria electoral lograda unos meses atrás. Aunque no se pudo cobrar del todo, ese triunfo sacudió con fuerza a la cúpula atrincherada en Miraflores. Tanto, que aún no se han recuperado de ese mazazo.
Luego surgieron ofertas y expectativas para animar a un
electorado desconcertado por el monstruoso fraude y el golpe a la voluntad
soberana expresada en las urnas. Pero el otro equipo también juega, y lo hace
con rudeza. Se desató una persecución brutal contra los triunfadores. Quisieron
demostrar, con hechos concretos, su terca obsesión de eternizarse en
Miraflores. Con esa feroz arremetida buscaron afianzar la criminal proclama,
según la cual jamás abandonaran el poder, “ni por las buenas ni por las malas”.
Por varios meses se estuvo capeando el temporal. Se consideró
conveniente que el candidato vencedor haría un mejor papel en el exterior que
encerrado en una de las mazmorras del régimen. Un acierto. Luego se pensó que
un retorno y toma de posesión del cargo. La presión internacional y los
anuncios de amenazas creíbles de por medio, harían posible tal pretensión. Pero
la realidad es implacable y dura. La política, aunque es arte, magia y suerte,
no basta para cumplir deseos. Menos aún para alcanzar metas marcadas por la
fantasía y anhelos utópicos.
El primer aldabonazo sonó el 9 de enero. “El plan no se
cumplió porque la gente no salió en masa y los militares no respondieron”. Fue
una advertencia para revisar, evaluar y corregir de inmediato. Sin embargo, se
persistió con el “Plan”. Los seguidores, con fe de carboneros, mantuvieron un
optimismo inquebrantable. Estaban convencidos de que el presidente electo sería
proclamado en Caracas.
Pero, una vez más, la realidad estalló en el rostro de
quienes seguíamos de cerca los acontecimientos. La juramentación anunciada no
se produjo: otra desilusión más. La reacción fue intensificar la presión,
aunque ello agravara la división existente. Se abandonó la vía electoral, la
misma que tantos logros nos había traído. Y pobre de aquel que se atreviera a
disentir. Quien osara, sería lanzado sin piedad a la hoguera de los violentos
del teclado. Así ocurrió.
Ante la convocatoria anticipada de las elecciones regionales,
diseñada con la clara y perversa intención de profundizar la división, hubiera
preferido una respuesta audaz. Similar a la dada por la misma María Corina
Machado en diciembre de 2023. Ese día, enfrentada al dilema de acudir o no al
TSJ, tomó una decisión inesperada. Se presentó ante el Alto Tribunal y, con voz
firme, declaró a los medios: “Nadie nos saca de la ruta electoral”. Su gesto
desconcertó a propios y extraños. Abrió la puerta a un cambio pacífico.
Fortaleció la esperanza de una oposición unida frente a los retos que teníamos
por delante.
Ese día el voto tomó fuerza. Trepó cerros y montañas. Se
marchó hacia una Primaria que superó con creces las expectativas. Luego, una
avalancha de ciudadanos colmó las mesas electorales en las presidenciales. Hoy
todavía el madurismo sigue pagando el alto costo político del criminal zarpazo.
Gracias a que fuimos en unidad y por montones a las urnas electorales.
En las actuales circunstancias, la participación electoral se
convierte en una operación lógica de resistencia activa. Somos mayoría. Nuestro
deber es activarla de forma constante. No porque creamos o confiemos en los que
anidan en Miraflores. Votamos porque es un derecho constitucional y la
dictadura, por ahora, nos lo permite. Lo asumimos como un desafío democrático.
El dilema no es deslegitimar, sino elegir entre actuar o resignarse, entre
mantenerse alerta o ceder ante la apatía. La abstención, entendida como forma
de impugnación, termina por fortalecer al poder establecido. En cambio,
defender los precarios espacios institucionales y convertirlos en núcleos de
resistencia forma parte de nuestra titánica lucha por rescatar la democracia
que en mala hora perdimos. La esperanza reside en una oposición que comprenda
la urgencia de participar, que no abandone el terreno y que reconozca a
quienes, con determinación, sostienen esta causa en condiciones adversas.
A días del 25, hay que ir a votar por los candidatos
valientes, aquellos que ven en el sufragio no solo un acto de expresión
democrática, sino una oportunidad para la denuncia, la agitación, el
proselitismo, la organización y el fortalecimiento de capacidades para alcanzar
un cambio pacífico.
Dar respaldo a esos ciudadanos que usan el voto para
manifestar su rechazo a la represión y la corrupción. Que asumen esta
herramienta como recurso pacífico para defender su barrio, su urbanización, su
ciudad, su caserío, su parroquia, su municipio. Para ejercer ciudadanía en la
vida real y concreta.
Apoyar a quienes luchan incansablemente sin rendirse, viendo
en estas elecciones regionales una oportunidad para reafirmar que somos una
mayoría firme, decidida a enfrentar este régimen.
Ser solidario con quienes perseveran en la vía electoral,
usando cada voto para exigir respeto a la voluntad expresada el 28 de julio y
demostrar, una vez más, que el apoyo a Maduro es mínimo, frágil y casi
inexistente.
Alentar a quienes trabajan diariamente por mantener viva la
lucha pacífica y constitucional, derrotando a Maduro en su propio terreno, con
su árbitro corrupto y sus reglas manipuladas.
El próximo domingo 25 es una oportunidad para estar presentes
en los quince mil centros de votación, acosando al régimen. No podemos dejar
esos espacios vacíos, ni a merced de la trampa. Vamos a obligarlos a elevar el
costo político si, una vez más, deciden alterar los resultados en las treinta
mil mesas electorales, debemos forzar al régimen a exponer sus cómplices. No
olvidemos que los militares, además de contar balas, también cuentan votos.
Tomado de costadelsolfm.org
