Por Dolores Gandulfo* / Opinión
Desde Quito
Desde que asumió nuevamente la presidencia Donald Trump, la
agenda de Estados Unidos con la región estuvo atravesada por la cruenta
política de deportaciones de migrantes, la amenaza a la soberanía panameña
sobre el Canal de Panamá en clave guerra comercial con China, la avanzada
proteccionista frente a sus socios del T-MEC Canadá y México, y el belicismo
que representa para los gobiernos progresistas y de izquierda la llegada de un
político cubano-estadounidense ultra conservador como Marco Rubio a Secretario
de Estado.
Por lo rápido de los acontecimientos post asunción, Trump llegó tarde a la negociación por la elección en la Organización de Estados Americanos donde tras el doble mandato del Luis Almagro, altamente cuestionado por el progresismo regional, los presidentes de Brasil, Chile y Colombia, Lula da Silva, Gabriel Boric y Gustavo Petro, respectivamente y el recientemente asumido presidente de Uruguay, Yamandú Orsi, lograron bloquear la candidatura del canciller paraguayo Rubén Ramírez y empujar la del canciller de Surinam, Albert Randim, quien ya contaba con el apoyo de los países caribeños.
Sin contar la ya anticipada reelección de John Briceño como
primer ministro de Belice el pasado 12 de marzo; este domingo 13 de abril la
región latinoamericana experimentará la primera elección presidencial en la
nueva era Trump: las elecciones en Ecuador.
Daniel Noboa fue uno de los pocos presidentes
latinoamericanos presentes en la asunción de Trump y el año pasado contó con la
venia que le diera el ahora secretario Marco Rubio a la política de mano dura
en seguridad. Su condescendencia con los Estados Unidos se visualiza claramente
con su intención de reformar la Carta Magna que tiene en su propuesta la
modificación del artículo 5 de la Constitución de Montecristi del año 2008, el
cual prohíbe el establecimiento de bases militares extranjeras.
La posibilidad de tener un enclave regional, frustrado para
los Estados Unidos en tiempos del correísmo, y la oportunidad que le ofrece
Noboa de firmar un tratado libre comercio convierten a esta elección en un
juego de suma cero para Donald Trump. Entre avanzar en una relación de
alineamiento automático, o de tener que ajustarse a los intereses soberanos y
las consideraciones constitucionales del Ecuador.
La recta final hacia la elección
Los resultados de la primera vuelta electoral el pasado 9 de
febrero marcaron un sistema político atravesado por la polarización. A pesar de
la fragmentación propia del sistema de partidos ecuatoriano que derivó en una
elección con 16 candidaturas presidenciales, las preferencias electorales
concentraron la oferta electoral para la segunda vuelta en dos opciones
políticas mayoritarias por derecha y por izquierda.
Esta polarización puede verse como una victoria del
presidente Noboa de haber logrado consolidarse como la opción de derecha y
anticorreísta mayoritaria en el Ecuador. Claro que desde el poder y con los
recursos del Estado ese camino pareciera estar allanado frente a las demás
manifestaciones de derecha, salpicadas por el derrotero que significó el
gobierno de Guillermo Lasso que muchas de ellas apoyaron.
Un dato no menor es que el presidente-candidato Daniel Noboa
decidió incumplir el mandato constitucional de pedir licencia para el
desarrollo de su campaña electoral, lo cual fue altamente cuestionado por la
oposición y producto de ello existen diversas presentaciones en su contra en el
Tribunal Contencioso Electoral que no se ha expedido aún en la materia. Un
clima de época: la politización de la justicia en América Latina y en el mundo.
Si tenemos en cuenta que el 88 % del electorado votó por los
dos candidatos que llegaron a la segunda vuelta, la clave está en el 12 %
restante. Los famosos indecisos, que hoy representan 1 de cada 10 ecuatorianos,
tienen ciertas características: población joven, descreen de la política,
buscan respuestas concretas en materia de seguridad y empleo, y definen su voto
el mismo día de la elección.
Una de las llaves que los analistas señalan para la segunda
vuelta electoral pareciera tenerla el electorado indígena que quedó en tercer
lugar en la primera vuelta bajo el liderazgo de Leónidas Iza, presidente de la
CONAIE, quien en las últimas semanas dijo que la decisión de su movimiento
es “no dar ni un solo voto a la derecha ecuatoriana encabezada por el
presidente Noboa”.
En el mismo sentido el pasado 30 de marzo Guillermo
Churuchumbi, del Movimiento de Unidad Plurinacional Pachakutik, estructura
política del movimiento indígena firmó un acuerdo con la candidata de
Revolución Ciudadana, Luisa González.
Sin embargo, la fragmentación que ha demostrado en las
últimas elecciones el movimiento indígena, y su heterogeneidad desde el punto
de vista regional (Costa, Sierra y Oriente) impiden proyectar migración directa
de votos.
Frente a un escenario electoral tan cerrado, con fuerzas
políticas que descreen del árbitro electoral y con una tendencia mundial y
regional de creciente narrativa del fraude, el próximo domingo el Ecuador va a
tener una prueba de fuego en clave de consolidación democrática, de gran
impacto en la región, y con los ojos de Washington mirando de cerca.
* Directora del Observatorio Electoral de la Conferencia
Permanente de Partidos Políticos de América Latina y el Caribe (COPPPAL) y de
la Diplomatura Superior de Sistemas Electorales Comparados de la Universidad
Nacional Tres de Febrero (UNTREF). Es miembro del Observatorio de Reformas
Políticas de América Latina y de la Red de Politólogas.
Tomado de Página 12 / Argentina. Imagen: AFP