Viajamos a Nueva York para tomarnos la última copla
con Sabina en la noche de su adiós al mítico Madison Square Garden. Tras medio
siglo de escenarios, el Flaco cuelga el bombín de las grandes giras, pero nos
ha contado que quizás no todo está perdido...
Por Álvaro
Luengo Publicado: 24/03/2025
Esta historia
empieza con un correo electrónico:
“Joaquín
Sabina se retira de la música y ayer saqué boletos para su despedida del
Madison Square Garden. Su última visita a Nueva York podría ser una linda
historia fotográfica y un bonito homenaje a su carrera. Sería un honor para mí
registrar ese adiós en la versión española de Esquire”.
Lo firmaba César
Balcázar, fotógrafo colombiano afincado en Brooklyn, y le recogimos el guante.
Varios meses, muchas llamadas e incontables correos después, el andaluz se
enciende un Ducados frente a su objetivo en mitad de Columbus Circle mientras,
bendita paradoja sabinera, se cierra el cuello de la chaqueta para cuidarse la
garganta del viento helado que llega de Central Park. Genio y figura.
Ha aterrizado en
la ciudad de los rascacielos hace apenas una hora y en dos días le espera el
Madison con todo el papel vendido. Sabina anda recorriendo el mundo con una
gira de tres meses que le despedirá para siempre de sus seguidores del otro
lado del charco, que son legión, antes de volver a España en mayo para seguir
hasta noviembre y poner en Madrid, dónde si no, el punto final de los finales a
50 años de escenarios. De momento ya se ha calentado el corazón con siete
llenos memorables en México, dos en Los Ángeles, uno en Chicago y otros dos en
Miami. Como colofón a esta gira ultramarina le esperan diez noches en el
Movistar Arena de su querido Buenos Aires, y las entradas duraron lo que duran
dos peces de hielo en un whisky on the rocks. Todo sold out a
los pocos días. Pero volvamos a Nueva York.
Es curioso que a
un tipo de Úbeda de 76 años Manhattan le siente como un traje a medida. Será
porque a esta ciudad le sobran los ingredientes que han nutrido al personaje
que entre todos hemos creado y que él mismo ha alimentado durante gran parte de
su carrera: bares, callejones, neones, lumpen y madrugadas. Sabina siempre ha
sido mucho más que eso, lo que sucede es que de un tiempo a esta parte cada vez
mira más de lejos a su caricatura. Porque hace ya rato que está en el camino
inverso del viaje, y es ahora la persona la que se está comiendo al personaje.
En Nueva York nos hemos encontrado a un artista sensible y cariñoso, que se
emociona hablando de “la Jime [Jimena]”, su mujer, y de los amigos que ya no están.
Que fantasea con comprar teatros y no con llenar estadios y al que no le cuesta
reconocer que encuentra la felicidad cuando cuelga el bombín en el perchero y
se calza las zapatillas de estar por casa.
De todo esto
hablamos en su impresionante suite del hotel Mandarin
Oriental, sentados frente a una cristalera
que parece un cuadro de la ciudad que nunca duerme. Joaquín se mete la mano en
el bolsillo de la chaqueta y coloca el paquete de tabaco sobre la mesa: “Pues
con esto y un whisquito, empezamos. ¿Podrías conseguirme un Johnnie Walker Red
Label con hielo, Jime, por favor?”
¿Sigues mangando ceniceros de los hoteles?
Sí, pero este
que ves, no. Porque en los hoteles ya casi no hay ceniceros; entonces, llevo el
mío, que es de un plástico asqueroso. Pero tengo una colección de esos de
cristal azul, preciosa [mira por la ventana]. Vaya vistas.
Es una ciudad
increíble. ¿Recuerdas la primera vez que la pisaste?
Sí, estaba en Argentina con una novia que tenía, me apeteció venir a conocer
Nueva York y la convencí. Estuvimos cuatro o cinco días y la sensación fue como
estar en las películas en las que Woody Allen iba de Brooklyn a Manhattan. Todo
me producía un deslumbramiento tremendo. Y además con novia. Bueno, con amante,
que es mejor que novia.
Tu primer
concierto en Nueva York fue con 62 años, no hace tanto. ¿Estaba en tus planes?
No estaba en mi hoja de ruta, ni siquiera en mi imaginación más loca. Fue el
primer descubrimiento de que mi lengua, que es mi patria, porque mi patria a
estas alturas no es un sitio geográfico, es mi lengua, tenía una pujanza tan
importante en EEUU. Y en aquel momento descubrí también que mis canciones
habían viajado antes que yo, y que aquí tenía un público apasionado capaz de
llenar un concierto. Las otras veces que han venido después han sido una
repetición, quiero decir que no han sido tan emocionantes como la primera.
Cuando hablo de esto me vuelvo a acordar de Woody Allen en Días de
radio. Yo fui un niño y un adolescente de imaginaciones modestas.
¿Qué le
dirías ahora a ese chaval que iba para profesor de Literatura? ¿Cómo le
explicarías lo que tiene por delante
Es que ese joven
hace muchos años que no soy yo; entonces, no tengo una relación con él de
amistad. Solo me acuerdo de cómo era cuando me preguntan. Pero yo no tuve
sueños locos, jamás pensé que a través de mis canciones iba a viajar a
Latinoamérica y mucho menos a Nueva York, pero sucedió y ha sido una sorpresa
maravillosa de la que todavía no me acabo de reponer. Salgo muy conmovido de
los conciertos, como de los dos últimos en Miami, donde cantan las canciones
exactamente igual que en Madrid; si no mejor, porque son más apasionados.
¿Podrías
haber vivido en una ciudad como Nueva York?
Me habría gustado. ¡Nueva York es Babilonia! Es la ciudad, es la capital del
mundo. Y luego tiene una oferta cultural, musical… En la gira anterior a esta
también canté en el Madison y mi héroe de aquellos años, Bob Dylan, estaba
tocando en el Bacon, a dos manzanas… ¡y con mucho menos público! Eso es una
venganza poética fantástica, ¿no?
¿No le harás
otro desquite cantando tú también para el papa?
No, tan bajo no voy a caer. Ni haré discos religiosos como hizo él.
Las Ventas era
lo máximo. Ese miedo y esa emoción, porque además yo soy taurino, no los he
vuelto a tener ni en el Madison Square Garden".
Decías que tu
patria es tu lengua, para alguien que ama el español de la manera en la que tú
lo amas, ¿qué supone cantar en castellano en la capital del mundo?
No lo vivo como una victoria mía: es una victoria de mi idioma, de ese idioma
que amo, y eso es lo que más me calienta el corazón siempre que vengo. El otro
día tocamos por primera vez en Chicago, con 22 grados bajo cero, todo nevado, y
el público llenó y se sabía las canciones. Me pareció un milagro el modo en el
que las canciones viajan y se meten directamente en la memoria emocional de la
gente, de las parejas… Es algo que excede a decir “las he escrito yo”; lo tiene
el género en sí mismo.
Sí, y eso no
pasa por ejemplo con la literatura. Un libro te puede conmover, pero quien lo
ha escrito no tiene delante a quien lo lee.
La música sí genera esa intimidad con el público. Además, el de los libros, y
yo soy público de los libros, es mucho más elitista. Se leen muchos menos
libros que canciones se escuchan. Es verdad que los 20 poemas de
amor de Neruda pertenecen a varias generaciones que han enamorado a
sus novias con ellos, pero la fuerza de las canciones es mayor como vehículo
transportador. Mucho mayor.
Partiendo de
que tu miedo escénico sigue intacto, ¿te tiemblan más las piernas antes de
salir al Madison que al Movistar Arena de Madrid o, en su momento, a Las
Ventas?
Las Ventas era
lo máximo. Ese miedo y esa emoción, porque además yo soy taurino, no los he
vuelto a tener ni en el Madison. Y menos ahora que ya es habitual en mis giras.
Es verdad que sea donde sea paso una hora mala antes de cantar, pero mientras
la paso ya sé que voy a salir y que voy a hacer como Dios manda mi trabajo.
Pasaste siete
años en Londres. ¿Qué tal te llevas con el inglés?
Leo libros en inglés igual que en castellano, pero para hablar tengo que estar
una hora para empezar a sentirme cómodo y fluent, como dicen
ellos. Pero sí leo sin problema.
De hecho,
tradujiste las letras de Leonard Cohen al castellano.
Sí, las de su último disco, poco antes de morirse. Las traduje y no quedé
contento, lo reconocí desde el primer momento: no fui capaz de poner en
castellano los acentos de Cohen, el ritmo de Cohen, esa magia que tenía. Sin
embargo, algunas canciones de Dylan que he versionado, como It Ain’t
Me, Babe, todavía me gusta a veces cantarlas en los conciertos. Cohen era
más jodido, porque era más culto y más profundo.
¿Nunca te has
planteado escribir en inglés?
No, ¿para qué?
Si los españoles y los latinoamericanos tenemos la suerte de tener una lengua
absolutamente pujante y además muy hermosa para las canciones. Yo repaso el
repertorio de José Alfredo Jiménez, que según su amiga Chavela Vargas no leyó
un libro en su vida, y joder… “Cuantas luces dejaste encendidas, yo no sé cómo
voy a apagarlas”. No se puede escribir mejor. Por cierto, un día le pregunté a
Chavela: “Chavela, ¿lo viste alguna vez con un libro a José Alfredo?”. Y me
dice: “Mire usted que no. Pero a usted tampoco” [risas].
¿Cuántos te
has traído de gira?
Voy comprando y
además aprovecho que va viniendo gente de España para que se los vayan
llevando. Ando leyendo un libro al día, entre otras cosas porque entre
concierto y concierto no hablo, estoy mudo. Hoy he hecho una excepción.
Te fuiste a
Londres huyendo de una dictadura y, 55 años después, hay países democráticos
como este o como tu querida Argentina gobernados por la ultraderecha gracias al
voto de la gente. ¿Cómo te hace sentir esto?
Lo de Trump es horroroso, igual que lo de Milei. Y acabo de leerme también la
autobiografía de Navalny y me parece un espanto lo de Putin también, y lo de
Elon Musk, que es un despideobreros como una casa. Será el tipo más rico del
mundo, pero lo único que ha leído en su vida son libros de ciencia ficción y
videojuegos. Me acabo de leer también su biografía.
Pero la gente
los elige, que es lo acojonante.
¿Pues sabes qué? ¡Que se jodan por votarlos!
Sé que no
utilizas ordenador y no sé si has leído sobre la inteligencia artificial, pero
yo he hecho algo que creo que no te va a gustar. Le he pedido que me escribiera
unos versos que podrías haber dicho tú en el escenario la noche de tu despedida
en el Madison. ¿Te los leo?
Dale.
“Quién me lo
iba a decir, madrugadas de ginebra
que aquel flaco del Rastro que escribía en servilletas
iba a robarle al Madison un trocito de su estrella,
cantando a la Gran Manzana con acento de taberna.
La vida es un escenario que no avisa si se cierra,
y esta noche le he ganado otra partida a la tristeza”.
Es un horror, es
que no hay por dónde cogerlo. No hay ni una gota de inspiración verdadera, ni
una mezcla de palabras que signifiquen algo interesante, horroroso. Tópico tras
tópico. Si eso es de lo que es capaz la inteligencia artificial, voy a dejar de
preocuparme.
Volvamos a la
gira. ¿Cómo afronta uno la última de su vida?
La anterior todo el mundo creía que sería la última, y en el fondo de mi
corazón yo también lo creía. Pero fue tan bien y encontré un clamor, un calor y
una complicidad tan grandes, que cuando acabé y llevaba un mes en casa pensé:
“Ha sido la gira más gozosa de mi vida, al menos podría repetirla”. Y eso estoy
haciendo.
¿Y está
siendo igual de gozosa?
Más, incluso.
Saber que es la última y que esta vez va en serio, porque acabo de cumplir 76
años, le añade una carga de emoción. Como escritor de canciones, ver y sentir
en el escenario de países muy distintos y distantes del mío, cómo el público ha
hecho suyas esas canciones y les han servido sentimentalmente para muchas cosas
es una emoción muy grande.
"Es feo
decirlo, pero el fan exagerado no me gusta. Ese amor desmesurado me ha echado
de los bares, me ha echado de la calle y me ha echado de la noche. Y a mí me
gustan mucho los bares, la calle y la noche".
En los 80
titulaste un disco Hotel, dulce hotel y decías mucho la frase:
“Como fuera de casa, en ningún sitio”. ¿Lo sigues firmando?
Serrat, cuando le preguntan eso dice: “Pero ¿qué hay en casa?” [risas]. Yo, que
sí me retiro de verdad, tengo en casa fundamentalmente mis libros, he sido en
los últimos años un coleccionista muy atento. De hecho, aquí en la librería más
importante de Nueva York tengo encargados un par de libros que me traerá mañana
la Jime. Quiero estar en casa, leyendo y pintando. Además, ya no salgo, no voy
a ningún sitio hace mucho tiempo.
¿Por qué?
Porque mi modo
de escribir era en los bares a las tres de la mañana, no me importaba que
estuviera lleno de gente siempre que a mí me dejaran tranquilo, y eso hubo un
momento en el que ya no fue posible. Entonces me encerré en mi casa. Y luego
nacieron los selfies, en fin… me acuerdo de nuevo de Woody
Allen en Desmontando a Harry [1997] cuando va al infierno
donde están los demonios con los tenedores pinchando a la gente y ve a un tío y
le dice: “Pero ¿tú que has hecho?”. Y el otro responde: “Inventé el
metacrilato”. Siempre me acuerdo del cabrón que inventó los selfies, me
han amargado seriamente la vida.
¿Notas en
esta gira una energía diferente en el público al saber que te están viendo por
última vez?
Sí, pero se
empeñan en decirte que por favor no sea la última.
A lo que tú
respondes...
¿Yo? Ni puto
caso
¿Cómo se
elige el repertorio para un adiós? Si cantaras las canciones de Sabina que te
gustan a ti sin pensar en el público, ¿habría diferencia?
Sería muy pretencioso y pedante decir que sí. Creo que hay un 70% del
repertorio en el que la gente y yo coincidimos. Y luego hay otro 30% de
canciones que me gustan, como Corre, dijo la tortuga, que nunca he
cantado en directo. Mi canción favorita de las mías es De purísima y
oro, pero tiene un gran defecto: que no la puedo cantar en países
donde no haya una memoria taurina de los años 40.
Es complicada
de entender, aunque seas español.
Es que no hay palabra que no sea de los años 40. Pero te diré que yo he visto a
dos tipos que no lloran, Javier Krahe y Joan Manuel Serrat, llorando con ella.
Y eso vale algo, ¿no?
Hablando de
valer... había entradas para tu concierto en el Madison por 1.600 dólares. ¿Tú
pagarías 1.600 dólares por ver a Sabina?
Claro que no, es que no tiene sentido, es ciencia ficción. Así que no quiero
pasar ni un minuto pensándolo. Aparte de que me han estado explicando que es
una agencia oficial o no sé qué… y yo no me llevo ni un duro, ¡qué también
jode, eh!
No va a haber
más giras, pero ¿habrá más discos?
Te voy a contar mis únicos planes profesionales. Tú sabes que tengo un libro de
cien sonetos con el que me sentí muy satisfecho y estoy escribiendo otros cien.
Llevo sesenta. Creo, y además me lo ha dicho gente que sabe de esto, como Luis García Montero, que son mejores que los anteriores. Eso y un disco del que ya
tengo cinco o seis canciones y que al final de la gira tendré siete u ocho. Y
nada más.
No tengo espinas clavadas y pienso que me retiro en el
momento justo. Creo que dejo una colección de 25 canciones que me van a
sobrevivir y no me veo obligado a dar más en público".
Después de 50
años en la música, ¿tienes espinas clavadas?
Sería un abuso por mi parte tener espinas clavadas cuando la vida me ha dado
cosas que ni siquiera me había atrevido a imaginar. No, no tengo ninguna y creo
que me retiro en el momento justo después de estas dos giras tan disfrutonas y
tan disfrutables, y de la expansión que ha tenido mi lengua y con ella mis
canciones por toda América.
¿Lo dejas por
falta de ganas o por falta de fuerzas?
No por falta de ganas, sino por ganas de estar en mi casa y porque creo que ya
no le debo nada a nadie, ni siquiera a mí mismo. Yo no tengo esa cosa terrible
de tener que cantar todos los días: cuando no canto estoy bien. Así que no me
preocupa lo más mínimo. Quiero hacer mi libro de sonetos, un disco, y quiero
estar en casa, pintando y escribiendo. Yo creo que dejo una colección de 25 canciones
que me van a sobrevivir y no me veo
obligado a dar más en público.
"He encontrado otra felicidad que no había
conocido ni disfrutado, que es la del amor verdadero. Nunca imaginé que iba a
poder vivir con alguien 30 años y al hablar de ella no ponerle ni el más mínimo,
pero".
Un día
Fernando León me comentó que tú no tenías fans, que tenías militantes. ¿Esto
cómo se consigue?
Yo quiero
muchísimo a Fernando, pero él sabe que la palabra militante no me gusta. El fan
exagerado tampoco me gusta. Es feo decirlo, porque es increíble la cantidad de
amor que te devuelve, pero yo no he tenido nunca esas aspiraciones. Y al mismo
tiempo ese amor desmesurado me ha echado de los bares, me ha echado de la calle
y me ha echado de la noche. Y a mí me gustan mucho los bares, la calle y la
noche.
Voltaire
dijo: “El que vive prudentemente vive tristemente”. Desde el ictus creo que has
vivido con más cautela. ¿Te ha restado esto felicidad?
Bueno, he encontrado otra felicidad que no había conocido ni disfrutado, que es
la del amor verdadero. Llevo 30 años con la Jime y ella tiene mucho que ver en
mi cambio de vida. Hace tiempo que no quiero ir a ningún sitio donde no esté
ella. Y eso que no se sabe y no se dice y está bien que no se sepa y no se
diga, fue muy importante. Cumplí 50, tuve el ictus y me puse a vivir con la
Jime hasta hoy.
Si no hubiera
aparecido en tu vida, ¿cómo te imaginas ahora?
Yo lo que no me imaginaba es que iba a poder vivir con alguien 30 años y al
hablar de ella no ponerle ni el más mínimo pero.
Después del
ictus vino una depresión, de la que hablaste sin pelos en la lengua. Hoy todo
el mundo habla de la salud mental, pero en aquel momento fuiste un pionero.
Yo lo que soy es
un bocazas más que un pionero, y lo he sido siempre. Hablé de aquello igual que
ahora te hablo de mi amor por la Jime.
¿Le has
vuelto a ver las orejas al lobo de la depresión?
No. Estoy instalado en la felicidad doméstica, que vale para todo excepto como
inspiración, de ahí no salen canciones. Sobre todo, si uno está tan influido
por Baudelaire que sabe que las flores tienen que ser del mal. De hecho, la
Jime solo tiene una canción, Rosa de Lima, y la escribí cuando
estaba tratando de convencerla para que se viniese a vivir conmigo. Se la canté
por teléfono. Y en la última, Un último vals, cuando digo: “Tú que
corriste a rescatarme de las llamas”, también es ella.
La mayoría de
tus últimas canciones hablan mucho del paso del tiempo. ¿Es por acojone?
Es por no saber inventar. Yo no sé hablar de otra cosa que no sea de lo que me
está pasando y de lo que veo que les pasa a mis amigos. Leo muchas veces en el
periódico: “El anciano bla, bla, bla…”, miro cuántos años tiene el anciano… ¡y
son 76! Y también se mueren, es un tema eterno.
Un último
vals es durísima. Más que una despedida de la
música parece una despedida de la vida: “Cuando ciertas mañanitas no me pueda
ni vestir”. Joder, ¿no te has pasado?
Sí, sí, pero me
refiero a cuando suceda, y no ha sucedido todavía. A mí me gusta mucho el
final: “Cuando los mejores estudiantes se doctoren con honores en el arte de
ignorar”.
Fui
especialmente feliz cuando volví de Londres, conocí a Javier Krahe y nos
metimos en La Mandrágora. Echo a Krahe de menos todos los días de mi
vida".
Si pudieras
regresar a una época concreta de tu vida, ¿cuál sería? ¿Cuándo fuiste
especialmente feliz?
Cuando volví de
Londres, conocí a Javier Krahe y nos metimos en La Mandrágora. Echo a Krahe de menos todos los días de mi vida. Hoy viendo los
rascacielos le estaba contando a Jime que quería escribir con él a cuatro manos
historias detectivescas. Nos inventamos un detective que era un desastre, vivía
aquí y tenía la oficina en el Empire State y dice Krahe: “Sí, pero en el primer
piso”. ¿Eso no es genial? Otro día se encontró a mi hija Carmela y le dijo:
“¿Cómo está tu padre?”, y Carmela: “Pues muy bien”, y Krahe: “Pues dile de mi
parte que yo estoy cantando con mucho éxito y estoy también muy bien… ¡y sin
aburguesarme!”. Era un genio.
¿Te has
aburguesado?
No. Lo que he
hecho es ganar dinero y viajar. Pero también las comidas siempre las pago yo
igual que los viajes de mis amigos. De hecho, hoy vienen Carmela, mi hija
mayor, y su madre a ver Nueva York y al concierto, y naturalmente invito yo. No
me he aburguesado, pero tengo una buena casa, otra en Cádiz para pasar los
meses de agosto, y he ganado dinero. Por cierto, en lo que más dinero me he
gastado es en libros raros.
Ponías antes
a parir la inteligencia artificial, pero gracias a ella Krahe sale en tu vídeo
de despedida.
No, no, no está
hecho con inteligencia artificial.
¿Cómo?
Sí, el que sale es una persona de verdad. Hay una agencia a la que llamas,
pides un tipo parecido a tal y te lo mandan. Era idéntico. Todo el mundo cree
que es inteligencia artificial, pero no, es alguien de carne y hueso. Traje a
Annick, su viuda, a mi casa a ver el vídeo, y se quedó de piedra.
Entre la
gente joven, ¿ves a alguien en quien te reconozcas aunque sea un poco?
No, y en lugar de sentirme orgulloso de eso lo lamento muchísimo. Al único que
respeto en español, que tiene ya una edad, es a Jorge Drexler. De la gente más joven, he estado mirando, oyendo… y solo me
interesa Vanesa Martín, que viene mucho a casa y nos hemos hecho muy amigos.
Pero letras complicadas, letras trabajadas, rimas atrevidas… no las veo por
ningún lado.
A ver si se
va a enfadar Leiva.
Leiva es otra
cosa, él sí es un primo y un cómplice, Leiva vale mucho para trabajar
conmigo. Me entiende muy bien.
Se han
escrito muchas biografías tuyas, pero no estabas completamente convencido con
ninguna. ¿No te has planeado escribirla tú?
Sí, sí me lo he planteado, pero a no ser que ahora cuando me retire gane mucho
tiempo… Nunca he encontrado la fórmula, no sé si sería una cosa cronológica o
si sería un caleidoscopio. Yo me animaría más con un cajón desastre (no de
sastre), pero no te puedo asegurar que lo haga.
¿Este es el
punto final de los finales? ¿Ninguna esperanza de que le sigan dos puntos
suspensivos?
No, no. Y si le
sigue algo, será un punto muy pequeñito… Yo tengo una fantasía, que creo que ya
te había contado. Si alguna vez llego a un arreglo con el Teatro Apolo, podría
usar mi casa de camerino porque está a veinte metros de mi portal, para cantar
una vez al mes y llevar a gente y eso… Y si pudiera comprarlo sería una
maravilla.
¿Te planteas
comprar el teatro?
Es un sueño,
sobre todo porque me gustaría programar. Yo estaría un día a la semana, los
jueves, e invitaría a gente al escenario a cantar conmigo. Eso creo que lo
podría hacer bien y me divertiría mucho, pero es solo una fantasía. Más allá de
eso, ni hablar.
Un par de días
después, la acera de la 7th Avenue de Manhattan se llenó de bombines. Y allí
pude comprobar ese increíble poder de las canciones del que hablaba Sabina y
gracias al cual seis hermanos de República Dominicana que andan esparcidos por
el mundo (de Maryland a Londres, pasando por Ottawa) se reunieron muchos años
después en la puerta del Madison: “No nos ponemos de acuerdo para juntarnos ni
en Navidad, pero sí para ver al Flaco en directo”. Y también conocí a un tipo
de Minnesota (como Dylan), casado con una gaditana, que aprendió español por
culpa del de Úbeda: “Mi mujer me dijo que no se casaba hasta que fuera capaz de
entender las lyrics de Sabina. Él fue mi profesor de
castellano. Nos casamos hace dos veranos y esa noche bailamos Noches de
boda”.
Y Joaquín salió
al escenario de un Madison Square Garden a reventar: “Es la cuarta vez que
vengo, pero en mi pueblo aún no he conseguido que se crean que canto en Nueva
York”. Y lo puso patas arriba. Y disfrutó de esa magia que tienen sus canciones
para conectar con la vida de los demás. Y se calentó el corazón viendo cómo su
bandera, que es su lengua, ondeaba durante dos horas en la capital del mundo. Y
se despidió mientras esos militantes, a los que no quiere llamar militantes, le
pedían que no acabara para siempre el partido, que les regalara al menos la
ilusión de que habrá un tiempo de descuento, una prórroga que él sabe que no va
a haber. Por eso se quitó el bombín y disfrutó la ovación con la que le
despidió Manhattan, sabiendo que será la última de su vida en Nueva York. Y nos
dijimos adiós, ojalá que volvamos a vernos. En tu Teatro Apolo. Ojalá.
*Este
artículo aparece publicado en el número de abril 2025 de la revista Esquire
Las imágenes no
son las que aparecen en el artículo publicado por Esquire.