Jesús Puerta * / Opinión
Los acontecimientos
suceden con tanta velocidad en Venezuela, que es difícil tener, en un momento
dado, el cuadro completo de los eventos y tener una perspectiva de las
principales tendencias. Aun así, voy a intentar resumir lo vivido en tres
grandes aspectos: la continuación de la ola represiva de un régimen que solo le
han quedado los fusiles y la siembra del terror para defenderse después de
haber perdido el apoyo popular; la expresión de una voluntad de cambio que tomó
las calles y es difícil que salga de allí, después de haberse expresado en el
voto universal, directo y secreto de la manera en que todos sabemos cómo, y,
tercero, la posibilidad de una lucecita al final del túnel. Por supuesto, me
ayudaré con tres categorías estéticas.
Aprendí a distinguir las categorías estéticas gracias a la lectura un viejo libro (edición de los treinta, imagínate) que descubrí una vez en la biblioteca de mi viejo. Era de un cura, explicando asuntos de retórica y de estética. El texto se lo había comido la polilla y se me hacía polvo en los dedos, pero al menos resistió mi búsqueda de la cual recuerdo ahora una distinción crucial para categorizar la experiencia que recién hemos vivido todos los venezolanos, bien en el lugar de los hechos en pleno desarrollo, o sea, en la calle, plazas, avenidas, del país, en las principales ciudades y en los pueblos, o bien, pegados en las pantallitas de nuestros teléfonos, mirando fotos y videos o leyendo noticias gracias a las redes sociales. Las categorías estéticas que hoy me sirven para organizar un poco mi cabeza ante la avalancha de información en un tiempo acelerado que es el de los grandes cambios históricos, son: lo grotesco, lo cómico y lo épico. No voy a hacer grandes definiciones, sino poner ejemplos de cada concepto.
Lo grotesco, por
ejemplo, fue el inmenso, desproporcionado, amedrentador, pero al mismo tiempo,
ridículo, feo, desagradable, despliegue policial, militar y de grupos
colectivos y milicianos realizado por el gobierno para evitar la respuesta
popular, contestación de un pueblo que ha saboreado ya la libertad de
manifestación y de expresión alguna vez, que se produjo de todas maneras. Por
supuesto que hay miedo, o al menos precaución, prudencia, porque la represión
es terrible, despiadada, inescrupulosa, irrespetuosa de la dignidad humana;
pero aun así tiene un rostro risible, como el de los policías, armados hasta
los dientes, que intentaron “dispersar” la concentración de cinco señoras de la
tercera edad que, en protesta por el robo de las elecciones y la burla a la
voluntad soberana del pueblo, se sentaron a las puertas de su casa, con sus
banderitas de Venezuela y lograron que los agentes del orden público
malencarados y armados hasta los dientes, tuvieran que irse con el rabo entre
las piernas en un barrio de Maracaibo. También fue grotesco ese despliegue
policial, las lacrimógenas y los peinillazos, así como la persecución en
caliente por parte de unos agentes agresivos, también con armas largas, hasta
adentro del Farmatodo de la Avenida Bolívar de Valencia; escena que se repitió
en varias ciudades del país.
Lo cómico fue el
comunicado de los alacranes, de los “partidos” entre comillas, fruto de una
intervención judicial del gobierno, en el cual, como para que no digan,
critican al gobierno, sí, pero por su “ineficacia” y descargan sus epítetos
sobre el “extremismo” de una oposición, que hasta ahora ha puesto los muertos,
los desaparecidos casi los torturados. Al gobierno solo le tca el pétalo de la
crítica a su “ineficiencia”. Por supuesto, no ven ni oyen ni dicen nada sobre
el extremismo del terrorismo de Estado ni los cientos de detenidos, torturados
y desaparecidos forzosos.
Finalmente, lo épico
lo ilustra el bravo pueblo venezolano saliendo a la calle, sobreponiéndose al
miedo, al terror de Estado que en estos meses detuvo a miles, incluidos
adolescentes, y sigue deteniendo, incluso a figuras tan conocidas como el
excandidato presidencial Enrique Márquez, cuyo gran delito fue recurrir al TSJ
para solicitar aclaratorias y demás respuestas, frente al exabrupto de un
“peritaje” que sustituyó a la auditoría pública de las catas de votación, tal y
como está establecido en las leyes. Definitivamente, fue un éxito esa
movilización. Venció el terrorismo de Estado e hizo aún más grotesco el
despliegue monstruoso de un zafarrancho de combate lleno de cobardía frente a
la ira popular y desarmada, más allá de saberse mayoría y soberana.
También fue épica la
presencia de una líder que, más allá de diferencias políticas, mostró un coraje
y valentía ejemplares, necesarios para enfrentar a estos gorilas.
*Profesor de la
Universidad de Carabobo.
Tomado de Aporrea /
Caracas