Entrevistamos al escritor Leonardo Padura, cronista del desencanto
cubano y Premio Princesa de Asturias de las Letras, para hablar de su nuevo
libro, Ir a La Habana, de su precioso país que perece en el olvido
y de por qué no lo abandona
Por Ana Trasobares
La primera
vez que puse un pie en La Habana fue a finales de los 90. Aterricé con un grupo
de prensa dispuesta a descubrir todos los rincones de la ciudad que, según
decían, era tan alegre y festiva como pobre y necesitada. Y sí, eso es lo que
vi y lo que viví cuando deambulé por sus calles de día y de noche. Hubo lugares
que me sorprendieron a pesar de haberlos visto cientos de veces en fotografías
y películas, como la heladería del Parque Coppelia que salía en Fresa y
chocolate (1993) o El Floridita, uno de los bares favoritos de Hemingway –revisa aquí su faceta de
espía–. Otros espacios, sin embargo, me resultaban
familiares: el aire perfumado de las calles del barrio de Miramar, el calor
pegajoso en el cabaret Tropicana o ese malecón infinito desde donde los cubanos
seguían soñando con escapar. ¿Por qué si era mi primera vez aquello me sonaba
tanto? Porque lo había leído, y no en cualquier sitio. Los libros de Guillermo
Cabrera Infante –Tres
tristes tigres (1967), La Habana
para un Infante Difunto (1979) o Cine o
sardina (1997)–,
el de Zoe Valdés –Te di la
vida entera,
finalista al premio Planeta en 1996– o las memorias
de Alina Fernández, la hija rebelde de Fidel Castro a
la que había entrevistado, habían sido sin pretenderlo mis guías turísticos de
excepción.
Podría seguir escribiendo folios y folios de aquel viaje en el que bailé muchas noches hasta el amanecer y también lloré de impotencia, pero lo que hoy quiero contar aquí es que gracias a ese viaje conocí al escritor que a continuación entrevisto: Leonardo Padura (Mantilla, La Habana, 1955). No me lo presentaron ni le estreché la mano, sino que un compañero de viaje me habló de su libro Pasado perfecto (1991) y, en cuanto llegué a Madrid, lo compré y me lo bebí en tres días. Estaba protagonizado por un tal Mario Conde, nada que ver con el nuestro, que era detective en La Habana. Le caía un caso peliagudo: investigar la desaparición de un empresario de éxito en la Cuba castrista que casualmente había sido su compañero de pupitre y, para más inri, se había casado con su amor de juventud. Confieso que enseguida me enamoré de este antihéroe borracho, melancólico y fumador empedernido, cuya existencia y aventuras ponían en evidencia la frustrante realidad cubana. La saga detectivesca protagonizada por ‘El Conde’, como le dicen sus amigos, cuenta hoy con nueve entregas por las que ha recibido los premios más prestigiosos del género policíaco: el Dashiell Hammett, el Raymond Chandler, el Pepe Carvalho.
Pero su obra
no acaba aquí. Con una prosa sin artificios pero extremadamente efectiva –fue
periodista antes que escritor o escritor con vocación de periodista– tiene
novelas arrolladoras como La novela
de mi vida (2002) o El hombre
que amaba a los perros (2009), donde la crítica a la revolución
cubana se hace más evidente. Por todo ello se le conoce como ‘el cronista del
desencanto cubano’. Por todo ello y porque “es un autor arraigado en su
tradición y decididamente contemporáneo; un indagador de lo culto y lo popular;
un intelectual independiente, de firme temperamento ético” y porque su obra “es
una soberbia aventura del diálogo y la libertad”, recibió, según dijo el
jurado, el Premio Princesa de Asturias de las Letras en 2015. Hoy tengo el
placer inmenso de entrevistarle, de mirarle por fin a los ojos y de estrechar
su mano. Lo hago gracias a su nuevo libro Ir a La
Habana (Tusquets
Editores), un híbrido de memorias, literatura y periodismo
que me ha regalado un nuevo viaje a la cuna del son y el ron. Gracias, Sr.
Padura, por sus libros y por su valentía. Cualquier otro escritor en su piel ya
se habría largado de esa Cuba marchita que todos deseamos que florezca otra
vez.
"La
gente en Cuba está muy crispada. No tiene válvulas de escape efectivas, así que
unos se expresan de forma agresiva, vulgar y poco elaborada, y otros,
lamentablemente, se marchan del país provocando una emigración masiva"
Su
ensayo Ir a La Habana es una declaración de amor a su ciudad,
a sus recuerdos de niño y de hombre, a su barrio, a los otros barrios y a la
idiosincrasia del pueblo cubano. Pero como todo buen amor, imagino que también
hay cosas que duelen. ¿Qué es lo que le atrae de La Habana y qué le hace daño?
Tengo una
intensa y vieja relación de amor con esta ciudad. Pero incluso cuando uno está
enamorado, después de que pasan los primeros meses, uno empieza a ver todas las
pecas que tiene en el rostro la amada. Esas pecas de La Habana las estoy viendo
desde hace mucho tiempo. Lo que me sigue enamorando es que la ciudad tiene una
estructura física impresionante, con un casco antiguo que es el más grande y
majestuoso del Caribe. Y es una ciudad donde la cultura ha tenido un espacio
tremendo, una cultura avasallante si la comparamos con la de los países
vecinos. Y yo he sido beneficiario de esa ciudad física, espiritual y cultural
en la que he crecido y me he formado como la persona y el escritor que soy.
También la he asumido y me he apropiado de ella para escribir mi literatura. Me
he apropiado incluso de la forma del hablar de las personas, del habanero,
porque mi instrumento de trabajo son las palabras y las palabras toman sentido
cuando se expresan en un idioma, y los idiomas tienen características propias, según
la parte del mundo donde se hablen. También me encanta el comportamiento de la
gente de La Habana, ese sentido de vivir hacia afuera, de hablar y mirarse a
los ojos. Todo esto ha sido un regalo que es la casualidad cósmica de haber
nacido en un determinado sitio.
¿Y qué le
desenamora?
Bueno, pues
esas pecas de las que hablábamos. Ahora veo que hay una pérdida de humanidad
creciente en la ciudad. Veo comportamientos vulgares, violentos, a veces casi
escatológicos, que abarcan desde el comportamiento de las personas más normales
a las manifestaciones artísticas. Si escuchas el género musical del reparto,
que es la fórmula cubana del reguetón, oirás decir cosas feas con una música
que ha dado canciones bellísimas como las de El Cigala y Bebo Valdés, los grandes
boleros, el ‘filin’, el son. No creo que sea culpa de las personas, sino de un
ambiente general de crispación.
¿Por la
situación política?, ¿por la situación económica?, ¿por la falta de
libertades?, ¿por todo a la vez?
Tenemos lo
que nos merecemos y tenemos lo que nos toca por las condiciones sociales,
económicas y políticas que está viviendo el país: la pérdida de ilusiones, de
esperanzas, la larga práctica de estrategias de supervivencia. Todo esto lleva
a las personas a tener comportamientos que expresan de forma agresiva, vulgar y
poco elaboradas. La gente está muy crispada. No tiene válvulas de escape
efectivas, así que unos se expresan de esta forma y otros, lamentablemente, se
marchan del país provocando una emigración masiva. De Cuba ha salido en los
últimos tres años un millón y pico de personas, es decir, el diez por ciento de
la población. Pero se han ido los que han podido, no los que han querido.
Porque para salir necesitas un visado en España o en Estados Unidos y Joe
Biden, por ejemplo, cortó los visados humanitarios. Otros salen por vías
semiclandestinas como la que se está utilizando ahora por Nicaragua, a la que
llaman la ruta de los coyotes, te puedes imaginar por qué. Y además cuesta unos
10.000 dólares.
"‘Ir a
La Habana’ es fruto de una vieja obsesión personal e intelectual por la ciudad,
presente en mis textos desde que empecé a hacer periodismo en los años 80"
Terrible
situación que usted, con sus libros, intenta y consigue retratar. En este
último, Ir a La Habana, lo hace a través de la autobiografía,
las reflexiones y el periodismo. ¿Por qué ha trabajado con esta estructura
híbrida?
Efectivamente
este es un libro peculiar porque tiene espacios en los que la visión de la
ciudad está hecha a través de la literatura, otros a través del ensayo, la
memoria y la autobiografía, y también hay una parte que está hecha a través del
periodismo. He integrado estos tres cuerpos porque tienen como guía ir a La
Habana. Esta estructura la confeccionó mi mujer –la filóloga y guionistas Lucía
López Coll–. El bloque que más me gusta es el primero, en el que hablo de mis
orígenes en un barrio de la periferia de La Habana que se llama Mantilla, donde
fui entendiendo dónde y cómo se vivía en ese lugar. En la segunda parte, he
concentrado varios textos que han sido el origen de varios trabajos literarios
mayores. Por ejemplo, hay un texto sobre Alberto Yarini, el personaje que
después aparece en la novela Personas decentes (2022), libro
que forma parte de la saga detectivesca de Mario Conde. Este hombre fue un
famosísimo proxeneta cubano de principios del siglo XX. También le tengo cariño
a la historia del barrio chino de La Habana que después me sirvió para escribir
mi novela La cola de
la serpiente (2011),
también de la serie del personaje de Conde.
¿Por cuál de
esas historias siente predilección?
Por una que
nunca terminé. Es el trabajo sobre la figura de Chano Pozo, el percusionista
cubano que en los años 40, después de conseguir toda la fama posible en Cuba,
emigra a los Estados Unidos, comienza su colaboración con Dizzy Gillespie y
juntos crean el género del bebop. El bebop dio
origen al jazz latino, un género musical que en los últimos 50 ó 60 años tiene
una enorme vitalidad. Creo que su figura aún guarda misterios porque fue
asesinado por un asunto de drogas. A lo mejor, en algún momento, trataré de
resolverlos convirtiéndolo en un personaje de novela.
No deje de
hacerlo, por favor, es un proyecto que suena realmente bien.
Sí, la verdad es que intentaré retomarlo.
Volviendo a
su libro Ir a La Habana, ¿qué le empujó a escribirlo?, ¿cómo se
sentía cuando lo pergeñó?, ¿es fruto de la nostalgia, un ejercicio contra el
olvido o una guía turística para paladares exquisitos?
Este libro es
fruto de una vieja obsesión personal e intelectual por la ciudad de La Habana,
presente en mis textos desde que empecé a hacer periodismo en los años 80. Y
traté de que se entendieran las relaciones posibles entre las diversas personas
que he sido a lo largo de los años: ese niño que jugaba a béisbol en un barrio
de La Habana, el adolescente que estudia y conoce a sus grandes amigos de toda
la vida, el joven que llega a la Universidad y descubre el mundo de la
literatura y conoce a su mujer, el periodista y el escritor que he sido… En esa
evolución personal he visto la ciudad desde perspectivas diferentes. Por eso vi
necesario reunir el elemento autobiográfico, el elemento literario y el
elemento periodístico. Quería que juntos formaran una pirámide, que es la forma
geométrica que guarda el equilibro perfecto.
"Sigo viviendo en Cuba, aunque el régimen me haya invisibilizado,
porque como dijo la poeta cubana Dulce María Loynaz, yo llegué primero"
Soy
consciente de que muchos le hacemos esta pregunta, pero necesito escuchar su
respuesta mientras nos miramos a los ojos: ¿por qué sigue viviendo usted en
Cuba cuando el régimen le ha invisibilizado y ya no publica sus obras?
Este libro
también trata de responder por qué sigo viviendo en La Habana, en la casa donde
nací en el barrio de Mantilla. Y la respuesta es sencilla: porque soy de allí.
También porque un día le preguntaron lo mismo a la poeta cubana Dulce María
Loynaz y ella dio una respuesta que me encanta y me he apropiado: “Porque yo
llegué primero”.
Pues es una
buena razón, la verdad, y muy loable. ¿Puedo saber si usted es cubano de pura
cepa o, como la mayoría, tiene un árbol genealógico salpicado de nombres españoles?
¿Sabe, por ejemplo, de dónde viene su apellido?
Pues casualmente estoy escribiendo una tribuna mensual
en El País sobre el origen vasco de mi apellido. Estuve en Vitoria, en el valle
de Ayala, donde hay un pequeño pueblito que se llama Amurrio de donde es
originario el apellido Padura. De ahí salieron unos Padura que empezaron a
recorrer el mundo y, desde Sevilla, viajaron a Cuba. Cuando llegaron, fundaron
un pequeño barrio que después se llamó Mantilla. Allí fundaron una familia, una
estirpe. Ese sentido de pertenecer a un lugar desde hace cinco o seis
generaciones es muy fuerte. Por eso tampoco me marcho de Cuba.
¿Y por eso
usted escribe, sea ensayo o ficción, solo de Cuba y de los cubanos?
Como escritor necesito esa relación con un espacio en
el que puedo entender los códigos y los comportamientos. Yo vengo mucho a
España, tengo incluso ciudadanía española, pero yo no me atrevería a escribir
una historia de la vida cotidiana de Madrid o Barcelona. Siempre sería la
visión de un extranjero. Esto yo lo veo cuando un escritor que no es cubano
escribe sobre Cuba. Hay sutilezas que se le escapan, detalles que no son
precisos y que, si no eres de allí, es muy complejo de codificar.
"Acabo de cumplir 69 y una de las cosas que más temo es que con el
paso de los años me vuelva conservador. Me horroriza porque siempre he querido
sentirme con la capacidad de evolucionar mirando lo nuevo"
Y además los
códigos cambian con las nuevas generaciones, por lo que usted podría convertirse
en ese guardián de una Cuba que ya no existe, ¿no cree?
Podría ser. Siento que los códigos habaneros
efectivamente se nos van escapando porque la ciudad va cambiando, la gente va
cambiando, los tiempos van evolucionando. Y ese tiempo que transcurre también
lo hace para la persona. Yo acabo de cumplir 69 años y una de las cosas que más
temo es que con el paso de los años me vuelva conservador. Me horroriza porque
siempre he querido sentirme con la capacidad de evolucionar mirando lo nuevo.
Pero es un proceso natural, biológico, mental, y a veces siento que en la
ciudad hay expresiones y comportamientos que me resultan incongruentes con esa
imagen que yo me he creado durante tantos años.
¿Qué es lo
que más echa de menos de La Habana de su infancia?
Una cosa que
echo de menos de mi infancia en el barrio de Mantilla es que entonces todo el
mundo se conocía y uno conocía a todo el mundo. Las familias eran numerosas y
muchas compartían lazos familiares. Estábamos relacionados todos y eso se ha
ido diluyendo porque el barrio ha crecido y porque mucha gente que vivía allí
se ha ido hacia otros destinos: el cementerio, otras partes del país, Estados
Unidos, otros países… Amigos de la infancia en Mantilla me quedan ya muy pocos.
Hace unos meses me fue a ver el muchacho que se sentaba detrás de mí en
preescolar porque era más alto que yo. Y vino para decirme: “Me voy”. Fue mi
compañero de primaria, de secundaria, de preuniversitario, después estudió
Geografía, yo Filología, pero vivimos siempre relacionados. Uno siente que va
siendo una especie en extinción como son, como somos, los viejos moradores del
barrio. Echo de menos que mi casa formara parte de un organismo mucho mayor
como era el barrio y que también nos pertenecía. Esto es un hecho universal.
Los barrios madrileños de Lavapiés y Malasaña tampoco son los mismos que eran.
Y sus viejos vecinos imagino que sentirán lo mismo que yo.
"Si dijera que vivo con absoluta tranquilidad en Cuba, mentiría.
Cuba es un país donde existe una política cultural única dictada por un partido
político único, donde las disidencias pueden tener consecuencias"
¿Puedo
preguntarle si vive usted tranquilo en Cuba?
Claro, y si
te dijera que vivo con absoluta tranquilidad, te mentiría. Cuba es un país
donde existe una política cultural única dictada por un partido político único,
donde las disidencias pueden tener consecuencias. Y yo no quiero ser un
disidente porque, entre otras cosas, estoy de acuerdo con Milan Kundera que
dice que cuando al escritor le convierten en un disidente, tiene que alimentar
al disidente más que al escritor. Eso, obviamente, perjudica. Yo trato de
seguir haciendo mi trabajo con la mayor independencia y libertad posibles.
Tengo unos límites que respeto mucho y que son límites éticos. Yo no puedo
utilizar mi literatura para adoptar posiciones racistas, xenófobas, machistas…
En cuanto a mi visión de la realidad, sin convertir mi literatura en un
instrumento de propaganda política, pues digo lo que tengo que decir en cada
una de mis historias.
¿Por qué
antes sí se hablaba de sus novelas en Cuba y ahora se ha convertido usted en un
escritor prácticamente invisible en su país?
En 2011,
cuando se presentó en La Habana El hombre que amaba a los perros –acaba
de salir una edición especial conmemorativa por los 15 años y para alegría de
muchos con el cuerpo de letra más grande–, nunca pensé que asistiría a un acto
así. Pero se presentó y gané con él el Premio de la Crítica y, al año
siguiente, me concedieron el Premio Nacional de Literatura; es decir, que he
tenido reconocimiento por parte de mis colegas y por parte de algunas
instituciones en Cuba. Pero en los últimos años, lamentablemente, el proceso ha
ido en retroceso y cada vez soy menos visible en mi país. Por poner un ejemplo,
cuando recibí el Premio Princesa de Asturias de las Letras –el más importante
que un escritor cubano ha recibido en los últimos 15 ó 20 años– no se divulgó.
De otros premios y reconocimientos que he recibido después tampoco se ha
hablado de ello. Pero pago muy satisfecho ese precio, si es el que tengo que
pagar por escribir como escribo, pensar como pienso y expresarme como me
expreso. No quiero que mi literatura se convierta en instrumento político en
ningún sentido, pero las lecturas políticas son inevitables porque en el mundo
moderno todo tiene relación con un contexto político.
"Cuba ha pasado de moda. Como se ha quedado congelada en el tiempo
y en los procesos, los medios de comunicación no hablan más de lo mismo sobre
lo mismo"
Como cronista
de la vida cubana contemporánea, ¿cómo ha cambiado la isla en los últimos diez
años?, ¿por qué cada vez tenemos menos noticias de Cuba?
Para España y para los españoles Cuba siempre ha
tenido una connotación muy especial. Hay 1,2 millones de cubanos con pasaporte
español, lo cual significa que hubo muchos abuelos y bisabuelos que fueron a
Cuba, es decir, que la relación con Cuba es una relación familiar. Sin embargo,
para los medios de comunicación, yo siento que Cuba ha pasado de moda. Como se
ha quedado congelada en el tiempo y en los procesos, pues no se habla más de lo
mismo sobre lo mismo.
Ante esta
durísima situación, ¿por qué los cubanos no alzan la voz?
El problema es que los cubanos que viven en Cuba han
perdido las esperanzas, las ilusiones, la calidad de vida. Para que os hagáis
una idea de cómo vive una persona en Cuba os cuento que mi madre recibe una
pensión de 1.800 pesos cubanos. En estos momentos, si es que lo consigues, un
cartón de 30 huevos vale entre 3.000 y 3.500 pesos, es decir, que 30 huevos es
el doble de la pensión de una anciana de 96 años como es mi madre. ¿Crees que
esa persona puede sentirse segura, satisfecha, con ilusión de que algo pueda
mejorar? Esa situación la atraviesa tanto la anciana como mi compañero de
estudios que trabajó durante 40 años y se jubila ahora con una pensión de 2.300
pesos. Yo digo que el milagro cubano es que los cubanos viven de milagro.
"El milagro cubano es que los cubanos viven de milagro gracias a
las donaciones de amigos y parientes que emigraron y que envían medicinas,
comida o 20 euros, que al cambio es casi cuatro veces la jubilación de mi
madre"
¿Y de qué
viven entonces los cubanos?
Pues de las
donaciones de amigos y parientes que están en Estados Unidos o en España o
cualquier otro país del mundo. Ellos envían medicinas, algo de comida ó 20
euros que, al cambio, serían unos 6.600 pesos, o sea, que 20 euros es casi
cuatro veces la jubilación de mi madre que, al cambio, son 6 euros. Ha habido
un proceso de ordenamiento monetario en Cuba que ha provocado una inflación
brutal. Todo esto se complica con una política norteamericana que insiste en
las estructuras económicas, políticas y sociales del embargo a Cuba, que es
real. Se culpa de todo al embargo, pero el embargo tiene culpa de muchas cosas.
Es cierto y hay que decirlo porque si no, no sería justo.
"La comunidad internacional no puede hacer nada por Cuba como
tampoco hace nada en Ucrania o en Gaza. Es lo que hay. La política es ‘sálvese
quien pueda’"
Hace poco vi
en Netflix el documental Cuba a través de la cámara (2017),
muy revelador, centrado en las vidas de Fidel Castro y de tres familias cubanas
afectadas por su política a lo largo de los últimos 40 años. Estremece ver cómo
esas familias, con el paso del tiempo, cada vez tienen menos recursos y
esperanzas. ¿Por qué el pueblo cubano sigue aguantando?
Hay un sistema en el que el control de la sociedad
funciona. A lo mejor no funcionan los mecanismos económicos, pero los
mecanismos de control sí. Hace dos o tres años hubo unas manifestaciones y la
gente salió a las calles. Más fuerte que la represión policial fue la represión
judicial, cuando personas que habían roto un cristal durante la manifestación
fueron condenas a 8 años de cárcel. Ante estos hechos, la gente piensa: “Pues
antes de pasar 10 años en la cárcel, no me manifiesto”. Si en la calle las
cosas están tan jodidas, imaginad como debe ser en las cárceles cubanas. La
comunidad internacional no puede hacer nada por Cuba como tampoco hace nada en
Ucrania o en Gaza. Es lo que hay, es el mundo que tenemos. De alguna manera y
en muchos sentidos, la política es ‘sálvese quien pueda’.
"Los cubanos no alzan la voz porque piensan: “Antes de pasar 10
años en la cárcel, no me manifiesto”. Si en la calle las cosas están jodidas,
imaginad cómo debe ser en las cárceles cubanas”
Imagino que
la frustración es lo menos que usted puede sentir, así que regresemos a la
ficción, a su obra literaria, a la saga policíaca protagonizada por el
detective Mario Conde que ya es todo un clásico. Cuéntenos cómo nace el
personaje y por qué se llama Mario Conde. ¿Podríamos decir que es un poco
su alter ego?
Yo sabía que existía un Mario Conde español, pero
cuando escribí mi primera novela con este personaje no pensé que se iba a
publicar en España. Le bauticé Mario por un personaje de un libro que nunca
terminé y Conde porque estaba buscando un apellido que funcionara como apodo:
‘Conde’, ‘El Conde’. Nunca pensé que se haría tan famoso este detective en
España y ya voy por la novena historia.
Pasado
perfecto (1991), Máscaras (1997), Paisaje
de otoño (1998), Adiós Hemingway (2001), La
niebla de ayer (2005), La cola de la serpiente (2011), Herejes (2013), La
transparencia del tiempo (2018) y Personas decentes (2022).
¿Volverá pronto Mario Conde a la acción?
Después de la última entrega, Personas
decentes (2022), seguramente volveré a poner en acción al detective
Mario Conde, pero ahora mismo estoy escribiendo otra novela que tiene mucho que
ver con el destino de mi generación. Es una historia que parte de un hecho
real, de un parricidio de gente que conozco. Y a partir de ahí me muevo en un
ámbito de ficción para hablar de lo que hoy ocurre.
"La novela con la que siento que me quedé más cerca de lo que
quería decir es La novela de mi vida, sobre el poeta José María
Heredia que fue el primer independentista cubano, el primer exiliado cubano, el
primer desterrado cubano"
Es lo que
respiran todas sus novelas, está claro que no puede enterrar al periodista que
fue. Por poner algún ejemplo, ahí está La novela de mi vida (2002),
un relato que corre en paralelo por la época colonialista y por la Cuba
actual; El hombre que amaba a los perros (2009), donde
recupera la figura de Trostki y la de su asesino Ramón Mercader a través de un
periodista cubano ficticio, o Como polvo en el viento (2020),
ese retrato emocional y emocionante sobre el amor, la amistad y el exilio
cubano. ¿Cuál cree que es su mejor novela y por qué?
La novela con
la que siento que me quedé más cerca de lo que quería decir es La
novela de mi vida, la novela sobre el poeta José María Heredia que narra
una historia que llega hasta el presente. Hablo en términos puramente
creativos, esto no tiene nada que ver con la censura. Con la censura uno evita
decir determinadas cosas. Cuando vas a escribir, dices: “Yo quiero decir
determinadas cosas”. Y cuando empiezas a escribir y sientes que has logrado
decir esas cosas, también sabes si te has quedado cerca o lejos. Esta es para
mí la novela que tiene que ver con la esencia del ser cubano, a través de la vida
de unos personajes, entre ellos ese poeta romántico de 1820, José María
Heredia, que fue el primer independentista cubano, el primer exiliado cubano,
el primer desterrado cubano, el primer hombre que le canta a la patria cubana.
Este personaje me dio la oportunidad de acercarme a la esencia del ser cubano,
por eso esta novela me satisface mucho.
¿Y los
premios?, ¿también le satisfacen o no repara mucho en ellos?
Hombre, a todos nos gusta que elogien nuestro trabajo,
aunque nunca me han obsesionado.
"Un
amigo periodista cubano que está escribiendo un libro sobre mí, me dijo el otro
día: “¡Coño, Padura, tú casi no tienes biografía!” Y respondí: “No, no tengo,
mi biografía son mis libros”. Y es que he tenido la suerte de tener una vida
muy normal"
Entonces
cuéntenos cuál es el mayor premio que le ha dado la vida, además del Princesa
de Asturias (2015), varios Dashiell Hammett, un Café Gijón (1995), un Pepe
Carvalho (2023)...
Tener una vida normal. Tuve un padre, que ya murió, y
una madre que aún vive, ambos muy normales. No se divorciaron, vivieron juntos
en la casa donde seguimos viviendo con mi madre, llevo no sé cuántos años con
mi mujer, Lucía López Coll… Un amigo y periodista cubano que está escribiendo
un libro sobre mí, me dijo el otro día: “¡Coño, Padura, tú casi no tienes
biografía!” Y respondí: “No, no tengo, mi biografía son mis libros”. Y es que
he tenido la suerte de tener una vida muy normal, en la que me han pasado
algunas cosas: trabajar durante un año en Angola como periodista durante la
guerra; ser despedido de la revista donde empecé y enviado a un periódico como
castigo... También he vivido decepciones, tristezas, pérdidas, pero todo dentro
de lo normal. Nunca he tenido grandes tragedias y eso es una bendición.
Usted empezó
a escribir ejerciendo el periodismo en Cuba, ¿por qué lo dejó?, ¿por la falta
de libertad de expresión o porque su exceso de creatividad le condujo a la
novela?
Yo estudié Literatura, soy filólogo, me licencié en
Filología en 1980. Yo había querido ser periodista y escribir crónicas
deportivas sobre beisbol, pero el año que tenía que ingresar en la universidad
la carrera de periodismo estaba cerrada. Por eso acabé estudiando Literatura. Y
cuando me gradué, fui a trabajar a una revista cultural que se llama El
Caimán Barbudo. Todavía existe en digital, aunque muy desmejorada. Estuve
tres años escribiendo crítica literaria y teatral. Pero me sacaron de ahí por
problemas ideológicos y me llevaron a un periódico vespertino diario, Juventud
Rebelde, para purificarme ideológicamente. En Cuba todas las revistas y
diarios pertenecen al Partido Comunista, a Juventudes Comunistas, a los
sindicatos, al Estado, al Gobierno. En ese periódico tuve la fortuna de que me
pusieran en las ediciones dominicales para escribir textos que los lectores
disfrutaran. Ahí empecé a hacer un tipo de periodismo muy literario y de
investigación, como algunos de los que he reunido en este libro Ir a La
Habana: Heredia, Barrio chino de La Habana, Alberto Yarini...
"No voy a decir la noticia sobre Cuba que me gustaría firmar en el
periódico de mañana porque no quiero resultar superficial, pero supongo que
todos imagináis el titular"
Dentro de las
circunstancias, entonces no le fue tan mal, ¿no?
A ver, fue una etapa muy bonita en la que hicimos una
especie de meandro en el curso triste del periodismo cubano contemporáneo, en
el que hubo otra forma de hacer periodismo y otra forma de recibir periodismo.
Recuerdo que en aquella época, frente al quiosco, había filas de gente
esperando para comprar el periódico porque sabían que llevaba este tipo de
reportajes. Fue un momento de creación y de crecimiento intelectual muy
importante para mí. Entré en ese periódico en 1983, cuando ya había escrito mi
primera novela, Fiebre de caballos. Cuando salí en 1989, ya había
publicado en Cuba mi segunda novela, Pasado perfecto, la primera
protagonizada por el detective de Mario Conde. Entre esas dos novelas se notaba
cómo había crecido el escritor y ese crecimiento se produjo, sin duda, haciendo
periodismo.
Me encantaría
seguir charlando con usted, pero sé que le espera un tren a Córdoba, así que
cerremos esta entrevista con una pregunta de periodista a periodista: ¿qué
noticia sobre Cuba le gustaría firmar en el periódico de mañana?
Prefiero no decir nada porque no quiero resultar
superficial, pero supongo que todos imagináis el titular.
Tomado de Esquire / Imagen: Iván Giménez