Por Tulio Ramírez / X: @tulioramirezc
Díaz era su
apellido, si mal no recuerdo. Uno recuerda a los condiscípulos de bachillerato,
por los apellidos. Díaz, González, Barradas, Ramírez, Hernández, Casal, esa era
la manera de identificarnos. Hasta el señor de la cantina nos conocía solo por
el apellido. Díaz, nuestro amigo del cuento, era un muchacho humilde de una
barriada de Petare que, por decisión de la Zona Educativa, fue asignado al
Liceo Lino de Clemente, para seguir sus estudios de secundaria.
El Lino de
Clemente está ubicado en una urbanización de clase media llamada La California
Norte, a la altura de El Marqués. Era un Liceo verdaderamente inclusivo. En sus
aulas coincidían muchachos de urbanizaciones como La California, El Marqués y
Los Ruices, con la muchachada de los barrios colindantes, como Campo Rico, la
Lusiteña y Barrio Ajuro. De igual manera zonificaban a muchachos de los barrios
ubicados en los cerros de Petare.
Díaz era tan humilde que llegaba al liceo después de una dura travesía diaria de ida y vuelta. Bajaba en jeep desde el Barrio El Carpintero, donde vivía, hasta la Redoma de Petare. A renglón seguido, caminaba unas 15 cuadras hasta el liceo. Mientras los chicos de familias más o menos acomodadas, compraban sándwich de jamón y queso en la cantina para desayunar, Díaz desenvolvía una arepa fría rellena con mortadela y se la comía solitario detrás de la mata de cotoperí, ubicada en los alrededores de la cancha de basquetbol.
Pero Díaz
no era lastimero, era un estudiante fajado con aspiración a ser médico. Sacaba
las mejores notas en Biología y Química. Comentaba con cierto humor que
estudiaba alumbrándose con una lampara de kerosene. En el rancho donde vivía no
había conexión al cableado público. Con los años me enteré que Díaz lo había
logrado. Se graduó de Médico Cirujano en la Escuela Vargas de la UCV y hoy
trabaja en el John Hopkins como uno de sus neurocirujanos estrellas.
También
recuerdo al gocho Barradas. Coincidimos en la misma sección de tercer año de
bachillerato. Barradas era un muchacho que había llegado de Táriba para vivir
en una casa de vecindad de uno de los barrios de Petare. Era un taco con los
números y gracias a su ayuda, pude aprobar la Matemática de tercer año,
superando los escollos de la Trigonometría, la Radicación, la Racionalización,
el Teorema de Pitágoras y los fulanos Logaritmos Neperianos.
Barradas se
graduó de Ingeniero en la Simón Bolívar, hizo un postgrado por Fundayacucho, y
hoy está en Dubai como consultor de una de las empresas petroleras más
importantes del mundo. Dio un salto cuántico (esa expresión la usaba mucho),
del Barrio El Nazareno a Umm Hurair, la ciudad más petrolera de ese país árabe.
Todo eso
fue posible porque nuestros profesores eran muy exigentes. Los exámenes eran
complicadísimos y ningún padre denunciaba por maltrato psicológico a un
profesor por reprobar a un estudiante que no daba la talla. Quizás por ello,
nuestros viejos sacrificaban todo por darnos estudios y celebraban en grande el
grado de Bachiller de la República. Sabían que era la garantía de salir de la
ignorancia y la pobreza.
Escribo
esto porque me acabo de enterar del rendimiento académico obtenido por los
nuevos bachilleres que ingresaron en marzo de 2024 a la Facultad de Ciencias de
la Universidad Central de Venezuela. Si los números no fueran tan alarmantes,
la verdad hoy me ocuparía de escribir sobre la extraordinaria campaña de mi
equipo los Navegantes del Magallanes, o a investigar donde consigo dólares al
precio del BCV o a responder infamias sobre supuestos juramentos locos que no
tienen ni pies ni cabeza.
El hecho es
que, de 573 nuevos inscritos en las diferentes escuelas de la Facultad de
Ciencias, 365 no lograron aprobar ni una asignatura.
Un 64% de
los nuevos inscritos no fue capaz de superar las exigencias del primer
semestre. Esto sí es una tragedia. Veamos algunos detalles.
En Biología
entraron 144, al final de semestre 109 no había aprobado al menos una
asignatura. En Matemática se inscribieron 64 y 35 no aprobó al menos una
asignatura. En Química se inscribieron 84 y 56 salieron raspados en todas las
asignaturas. En Física 79 bachilleres se inscribieron, de ellos 45 nada
aprobaron. En Computación ingresaron 174 y 109 no aprobó una sola asignatura.
En Geoquímica, iniciaron 28 estudiantes, 7 de ellos no aprobaron ninguna
asignatura.
Esa es la
consecuencia de la falta de profesores especialistas, del “Horario Mosaico”, de
los bajos salarios, de la falta de laboratorios, de la promoción automática y
de la cultura de premiar el mínimo esfuerzo que se han entronizado en nuestra
educación. En fin, son los bachilleres de la revolución.
Tomado de TAL CUAL / Caracas.