Por Orlando Arciniegas * / Opinión
La señora presidente de México, Dra. Claudia Sheibaum Pardo, mexicana de segunda generación, descendiente de abuelos asquenazíes ―provenientes, uno, de Lituania, llegado a México en 1920; otro, el de la abuela materna, venida de Sofía, Bulgaria, y llegada en 1940―, ha decidido mantener en pie la exigencia hecha por el carismático populista y taimado López Obrador, descendiente de españoles, de no invitar al rey de España a ceremonias en México, hasta que la Corona española no proceda a pedir disculpas por los agravios causados contra los pueblos indígenas que habitaron lo que, con el tiempo y, básicamente por la presencia y acción españolas, acabó por ser una nueva nación conocida con el nombre de México.
La señora presidente, en otro momento, con mucha ligereza en
cuanto al conocimiento histórico de su país, más que de la formación de una
gran nación, en la que se mezclaron diversos grupos humanos y distintas
culturas, se ha referido a un proceso destructivo español del portento cultural
ancestral no de México, porque éste no existía, sino de los pueblos y culturas
asentados en su territorio. Esta es una idea que se oye en no pocas ocasiones,
pero que no se atiene a la verdad, y que resulta más compleja. Por ejemplo,
según las fuentes, españolas e indígenas de la época, en la conquista de las
ciudades mexicas de Tecnochtitlán y Tlatelolco, las fuerzas que seguían a Hernán Cortés eran alrededor de 800 españoles
y cerca de 75 mil indígenas enemigos de los mexicas. Tales fueron las fuerzas
que llevaron a cabo la conquista que puso fin a la dominación imperial de los
mexicas. Algo que obliga a dar al asunto una mirada distinta. ¿O no?
*Historiador.