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15 agosto, 2024

CUANDO LA DERROTA HUMILLA A LA PIRRICA VICTORIA

“El árbitro canto la pírrica victoria para el equipo oficial, pero se enfrentó a la evidente realidad… los goles de la derrota, bañados de alegría y futuro, son inocultables.”

En un momento en el que todo apuntan a la discusión entre ganar y cobrar o perder y entregarse, en la diatriba de miles de “opinadores” y “lojanalistas”, quienes bombardean sin cesar con sus peroratas, donde incluso conseguimos quienes nos increpan por sentirnos triunfadores bajo el argumento de que no era necesario ganar, con empatar bastaba o  que podías poner alguien menos odioso.

En ese contexto tiendo a evocar mis sentimientos de infancia y rememoro a mi papa, amante de relajarse en su viejo sillón frente al televisor, y de una película que solíamos ver juntos.  “Victory”, que era el nombre de tal film, y fue protagonizado por deportistas como Pelé, Osvaldo Ardiles, Bobby Moore, Paul van Himst y Kazimierz Deyna, entre otros.

La película se basa en un hecho real: el domingo 9 de agosto de 1942 se disputó el “partido de la muerte” en el marco de la invasión Nazi a la URSS durante la II Guerra Mundial. Por un lado, el Start FC, un equipo integrado por famélicos ex futbolistas ucranianos reclutados por el dueño de una fábrica de pan y el Flakelf, integrantes de lo mejor de la fuerza aérea nazi. Sobre este hecho histórico hay variedad interpretaciones. Van desde el mito hasta la tragedia, pero quiero rescatar algunos misceláneos que pueden dar luz en este momento oscuro.

Ya se había impuesto la narrativa sobre la invencibilidad del Tercer Reich. Francia, Austria, Polonia, Inglaterra, y la URRS, entre otras naciones, habían sido doblegados por el Führer, nada parecía detener su auge. Sin embargo, a pesar que su poder nacía del terror, y después de una represión feroz en ese territorio, donde los Einsatzgruppen habían fusilado en una sola semana cerca de 33 mil ucranianos, la nueva paz y prosperidad, literalmente forjada a sangre y fuego, necesitaba potabilizarse.

Entonces, a algún mando nazi se les ocurrió tratar de normalizar la vida de los “ciudadanos”. Siendo Kiev, una ciudad que respiraba por el futbol, el nuevo ícono sería un Equipo Alemán exponente de superioridad de la raza aria. El equipo de la Luftwaffe  (aviación alemana) estaba  diseñado y auspiciado, con todos los juguetes,  por el mismísimo Hermann Goering , creador de la Gestapo, mariscal del Reich y sucesor de Hitler por designio del propio Führer.

Se da el pitazo inicial en el Estadio Zenit. Lo mejor de la milicia germana, bien formada y alimentada, con todos los recursos a su disposición contra los despojos de antiguas glorias deportivas del Dynamo Kiev, ahora mendigos muertos de hambre y con harapos, que entrenaban en el pequeño patio de una panadería. La cancha, las reglas, el público y el árbitro, todo impuesto por los Nazis, no dejaron nada a imaginación o esperanza.  Además, con las correspondientes amenazas sobre los jugadores ucranianos, quienes incluso fueron obligados a alzar las manos, rostro al suelo, y exclamar un “Heil Hitler”

En el primer tiempo, el conjunto alemán, a pesar de su enorme esfuerzo físico y la permisibilidad del árbitro, agónicamente logra un gol, frente a las tres dianas anotadas por el equipo ucraniano. El terror y la vergüenza invade a la oncena teutona. Los oficiales nazis permanecen ensimismados, al punto del asco. La afición ucraniana con una tímida celebración, pero que retumbaba más que todos los gritos arrancados en las torturas. En el silencio del status quo, la humillación era ensordecedora.

Para el segundo tiempo la maquinaria de terror se hace evidente en los camerinos. Pero, aún los ucranianos tratando de bajar el nivel, y muertos de miedo, cada equipo anota un gol. Ya finalizando el partido, hay un hecho que me gustaría destacar y lo dejo en la voz de un testigo ucraniano, Vladimir Mayevsky, quien en 1942 tenía apenas diez años: “Recuerdo que Klimenko esquivó a todos los defensores alemanes, incluido el portero, pero en lugar de meter el gol, paró la pelota en la línea, giró y pateó la pelota directo a mitad de cancha”.

Un gol por un símbolo. La acción, inverosímil para algunos, de no haber anotado fue peor que el gol: una humillación descarada a los tiranos. Inmediatamente culminó el juego: los ucranianos no pudieron celebrar el juego en público, pero la esperanza volvió.

Hoy pienso en el postmoderno alter ego electoral del equipo de futbol de la Luftwaffe alemana, con todos los lujos, con toda la opulencia, trasladándose a los centros de votación en sus camionetas último modelo, desayunado croissant y café starbuck,  tomándose selfies con sus iPhone 15, con chaquetas importadas serigrafiadas con superbigote o el gallo pinto, mirando de soslayo a los testigos por la democracia, que se presentaron ante sus mesas, con miedo, con hambre, abusados, humillados en las entradas de las mesas por los “árbitros” y, sin embargo, resistiendo.

Y al final de la jornada, la goleada fue épica: ¡Goles olímpicos, de cuarto de cancha, voleas, sombreritos, y pare usted de contar! Todo el repertorio contenido en años de frustración y dolor, se volcó contra la cancha rival, para limpiar a nuestra libertad, manchada en sangre, con una lluvia de votos.

Ya estamos al final del partido. La esperanza volvió al campo del juego. Las piernas ya no dan más, pero el espíritu nos mantiene erguidos e invencibles. No es el momento de recordar la triste actuación del árbitro, ni lo injusto del camino recorrido para llegar aquí. A lo mejor, veremos alguna jugada, como regresar el balón a media cancha en vez de terminar de anotar un gol, y seguramente nos embargue la duda. Pero, una vez que la victoria esta del lado de la verdad, hay símbolos que valen más que un gol.

Ganó la democracia, ganó el juego limpio, que nadie se olvide de eso. En las peores condiciones, sin esperanza alguna, la fe vence a la barbarie. El árbitro cantó la pírrica victoria para el equipo oficial, pero se enfrentó a la evidente realidad… los goles de la derrota, bañados de alegría y futuro, son inocultables.   No sabemos si el árbitro intente anular el juego. No creo que se atreva a pedir que se repita. Me imagino, que trataran de borrar todos los vestigios de que existió el juego. Pero, déjenme repetir: Gano la esperanza, perdió el miedo.

Nada más triste que saberse minoría. Tener que mentir sin que nadie te crea. Gritar porque nadie te quiere oír. La derrota es una mácula en la frente que ya no podrán esconder. La esperanza nos alimenta con una fuerza tal, que el tiempo se hace infinito, frente a lo efímero que es el poder que nace de la mentira.

Se ganó con la sonrisa de los abuelos, el canto de los jóvenes, las bendiciones de la madre, el esfuerzo de los trabajadores, el sueño de los niños. Aun computando todo, faltarían años luz de papel para tabular cuanta esperanza hay en cada voto. A todos esos testigos que dignamente se atrevieron a defender este partido exigiéndose más allá de sus fuerzas, solo puedo expresarles, como dijo el gran Gus “GRACIAS TOTALES

Ismael Roa G

Docente Investigador

Analista Político.