Por Enrique Ochoa Antich / Opinión
Hablan los mandamases del poder, con certitud envidiable:
—Vamos a revolcar a la oposición ultraderechista, Nuestra
victoria será indiscutida y contundente.
Se les ve impertérritos, firmes, impávidos. Y todos nos
preguntamos: ¿sólo farolean o creen lo que dicen? Porque si creen lo que dicen,
debe ser que saben algo que nosotros no.
¿Es que han medido con minuciosa e irrebatible precisión la eficacia de su maquinaria partido-Estado? ¿La han contrastado con las cifras que, presumiblemente, ofrecen todas las encuestas? ¿Acaso la big data —de la que ahora son amos y señores— les ha anunciado algún arcano que los mortales no alcanzamos a intuir? ¿Están dispuestos a pasarse de la raya a tal punto que su victoria sea irrebatible e irreversible, usando y abusando del poder como nunca antes? ¿Van a boicotear el voto de los opositores tanto como para que los diez, quince puntos de diferencia puedan ser compensados?
Pero ellos no son precisamente idiotas. Un cuarto de siglo en
el ejercicio del poder lo prueba. Su Sala Situacional debe haber en algún
momento puesto sobre la mesa el escenario de perder. ¿Qué pensarán hacer si una
inmanejable avalancha de votos en contra, incluso proveniente de las filas de
los acólitos de la “revolución” (como los militantes adecos con Chávez en
1998), hace inútiles sus truculencias electorales de última hora? Imagino que
por eso los seis meses entre los comicios y la asunción del poder por el
presidente electo. Procurarán negociar. Y, por el bien del país, ojalá que así
suceda. Y que la oposición escoja la conciliación e incluso el cogobierno (o el co-Estado), es decir, la
vilipendiada cohabitación,
en vez de irse por el tortuoso sendero del aquí y ahora, pidiendo
renuncias anticipadas que no tendrán lugar y dando rienda suelta a la lógica de
la venganza y de la tierra arrasada. Porque si la oposición
propicia neciamente un choque de trenes, como luego de la victoria de 2015, a
los chavistas, ante el costo de ser perseguidos con saña, con riesgo de cárcel,
extradiciones, confiscaciones, disoluciones, etc., les queda el recurso de los
otros cuatro Poderes con los cuales enfrentar el peligro, sin descartar el
juicio al presidente electo, vía Fiscal, TSJ y Asamblea Nacional. Los otros
cuatro Poderes… y uno quinto que no es un detalle: la Fuerza Armada, que tal
vez no sea propiamente socialista, pero (al menos en un trozo muy grande de sus
mandos principales) chavista es.
Como lo que es igual, no es trampa, igual
actitud: negociar y acordarse con
el adversario, debería uno requerir de la oposición si es que, sin
“trucar” los votos pero abusando del poder (algo que, según sabemos por
anticipado, le es “natural” al modelo de partido-Estado en el que el chavismo-madurismo cree con
abrasadora convicción), Maduro gana las elecciones, así sea por estrecho
margen.
Creo, dicho sea de paso, que ése no es el plan de un sector
importante de la oposición. En el escenario de ser derrotados, los extremistas
de toda la vida organizarán “guarimbas”, vocearán denuncias de fraude,
promulgarán bandos con apelaciones a una intervención imperial de sus cada vez
más esquivos socios en Washington. Pero eso tenderá a morir por inanición.
Entonces, …entonces…. de nuevo habrá que levantar la tesis que tenemos años
defendiendo: que el cambio en
Venezuela solo será posible si también el chavismo-madurismo cambia, es decir, si
el PSUV forma parte constitutiva de ese cambio; si, no sólo con la palabra sino
con la acción, se le persuade de que la fractura del país
entre revolucionarios y contrarrevolucionarios, izquierdas y derechas,
patriotas y apátridas, a nadie sirve, tampoco a los jerarcas de un régimen
autoritario que por más origen electoral que tenga no tiene destino como no sea
mutar a una democracia que lo sea de veras, con alternancia de
todos en el ejercicio del poder, respetuosa de la Constitución, de la
institucionalidad y de los derechos humanos, y a una economía social de
mercado, acompañada de un vigoroso Estado de bienestar, sin duda, pero
plenamente de mercado.
Debe ser triste ganar una elección sólo a cuenta de razones
logísticas, sin el afecto ni el entusiasmo de las grandes mayorías nacionales,
como creo sería el caso de una eventual victoria del PSUV el 28J. Maduro y sus
adláteres deberían pensárselo dos veces. Pero, si a cuenta de que no hay
garantías por la parte contraria, deciden arrebatar e imponerse a la fuerza (a
través de esa fuerza silenciosa que es el abuso de poder y el uso del Estado
para sus fines partidistas), habrá que proseguir en la prédica a futuro a ver
si estos oficiantes de la nomenklatura optan por abandonar el
palacio y volver a la gente, de donde alguna vez salieron. Todavía están a
tiempo. Antes o después del 28J.