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19 julio, 2024

La nueva valencianidad

Por Simón García                                                                                                          

El patriota conservador José Antonio Páez, recibió su mayor grado militar entre la pólvora y la sangre de Campo Carabobo. Aunque no era nativo de Valencia, fue la primera gran figura de la valencianidad. Tenía tres atributos para serlo: su gusto por vivir en Valencia, donde vivió por varios años, sus propiedades allí y el fuerte poder político que obtuvo en la ciudad.

Cumplía también con una cuarta condición, importante, pero no indispensable: su disposición, con el apoyo de Barbarita Nieves, a hacerse un militar culto.

 Dentro de esa disposición escenificó obras de teatro para el círculo de amigos que frecuentaba su casa valenciana. Allí  se realizó en 1829, entre sonoros aplausos, el Otelo de Shakespeare, interpretado por el mismísimo Páez, acompañado en el elenco por el General  Soublette en el papel de Brabancio  y el Dr. Peña como el confidente y servicial Yago. 

Páez fue compositor, cantante, tocador de maracas, guitarra, violín y piano.

Sobre esta élite, articulada en torno a Páez, se conforman los elementos remotos de la valencianidad, se comenzaron a edificar las bases de Venezuela como República y de Valencia como ciudad de mayor jerarquía. 

Elena Plaza califica a    esta élite  como “el patriotismo ilustrado". Pero junto con el proyecto de autonomía, Estado liberal y republicano los une un declarado rechazo al ejercicio personalista del poder del Libertador.

A los historiadores les corresponde ahondar en ese proceso remoto en el que se definen las primeras significaciones colectivas de Valencia como la  cuna de un país separado de la Gran Colombia.

Es también una labor de investigadores que hurgan en distintos ámbitos del pasado como tiempo al que hay que comprender y esclarecer y una  misión de los cronistas de nuestras ciudades y de otras instituciones, como  la Universidad de Carabobo o la Sociedad Amigos de Valencia, que a pulmón propio buscan preservar tradiciones y desenterrar hechos que aún no conocemos. A los divulgadores solo nos corresponde transmitir tales hallazgos.

Una vez Miguel Bello describió coloquialmente la valencianidad como “unas 300 personas que opinan, influyen o toman decisiones sobre lo trascendente que vaya a ocurrir en Valencia. Pueden colocarse al margen de un asunto, pero nunca dejar de estar enterados”. Marcaba así algunas  características: una élite informal; que por lo general guarda distancia con la estructura regional de poder, pero que la influye y a veces puede condicionar sus decisiones, apoyados en una narrativa que asume a los integrantes de las élites como valores  locales y protagonistas de una acción persistente para contribuir a mejorar, en algún ámbito de actividad, la vida de la ciudad y de su gente.

Esa entidad subjetiva, construida simbólicamente como representación del progreso local, no se reduce a cumplir una función de legitimación de las relaciones dominantes de poder. No sólo porque en muchas ocasiones las élites de la Valencianidad asumieron posiciones críticas, sino porque su rol es formar parte de un imaginario colectivo y encarnar la responsabilidad de velar también por los intereses de la ciudad, en muchas ocasiones inmersa en  momentos de riesgo y de inestabilidad en su dinámica de transformación de   Valencia la indocumentada, la de las familias con y sin apellidos, la vegetal, industrial y siempre señorial.

La valencianidad está viviendo actualmente un proceso, difuso y desarticulado, de recomposición. 

Hay relaciones de poder que alteran la integración social de los valencianos y hace difícil practicar una redefinición plural de un modelo compartido de ciudad y ciudadanía. Un modelo que ofrezca oportunidades para la solidaridad, la convivencia y la democratización del derecho a la prosperidad.

Una nueva valencianidad debe ser socialmente integradora, sustentada más en la imaginación que en la memoria; más en la innovación que en la tradición, en el compromiso, activo y consciente, de ir rescatando instituciones y espacios públicos donde  podamos volver a estar juntos y con agrado.

No es cuestión de dar nombres, que existen de sobra. La prioridad es el encuentro y la capacidad de formular metas comunes entre personalidades diferentes que actúan en ámbitos diversos. 

No es hora de la valencianidad fija en el retrovisor histórico, confinada en lamentos o torneos de acusaciones.

Una idea solidaria, moderna y socialmente avanzada de progreso debe ser el motor de una nueva valencianidad. 

El desafío consiste en encontrar los temas y las aspiraciones que puedan ser articuladas en querencias comunes y en deseos generosos de cultivar más calidad en la gente y en sus obras.

Las comunidades democratizadoras hace tiempo que descubrieron que puede trabajar junto a quienes piensan distinto. 

Solo hay que liberar la casa de todos, de los escombros de la ausencia de tolerancia y de los desbridamientos de nuestros pequeños fanatismos. 

La confrontación tiene su otra  cara inexplorada en el cultivo de la cooperación.

La nueva valencianidad es lucha por nueva ciudadanía, por liderazgos de corazón local y visión global, por encontrarnos en un proyecto socialmente útil al norte y al sur.

El valenciano, cronista de todos los cronistas,  Enrique Bernardo Nuñez en su libro Temas del Cuatricentenario rinde tributo a las élites de la segunda mitad del siglo XIX  que hicieron de la lucha por la cultura y la educación una lucha por Valencia. En su opinión:

“Aquellos hombres dieron, dentro de las limitaciones de sus recursos y de los tiempos que les tocó vivir, siempre amenazados por guerras y revueltas, una lección del verdadero sentido de la riqueza. Favorecieron cuanto significaba una contribución a las luces o al saber como se decía entonces. Rara era la casa en Valencia donde no hubiese muchos libros y no se rindiese culto a la música y la pintura. Sembraron árboles en gran número y construyeron hermosas residencias”.

El renacimiento de la ciudad no es una utopía, lo utópico es no soñarlo.

¿Quiénes darán el primer paso? ¿Quiénes acelerarán su marcha? ¿Quiénes podremos retomar el compás perdido?