Canadá sacó de la Copa
América 2024 a la Vinotinto. Luego de empatar en los 90 minutos de los Cuartos
de Final, Venezuela perdió la tanda de penales 3 a 4. Los canadienses fueron
mejores durante todo el juego. Venezuela no supo gestionar su favoritismo. En
un escenario decepcionante por la eliminación, quedó uno de los mejores goles
de la historia del país.
Mientras todos corrían, un futbolista decidió detenerse a
pensar.
Hacía rato que el partido se jugaba en una pista de hielo,
con venezolanos y canadienses yendo y viniendo a prisa, sin que ninguno se
animara a detener la pelota, a recordar que se juega más con los pies que
dándole golpes con la cabeza. Entonces apareció Salomón Rondón para revelar la
esencia de este juego.
Entre el primer rebote de la pelota rechazada por Jon Aramburu y el remate de Rondón hay sólo cuatro segundos de duración. Del minuto 63 con 50 segundos al minuto 63 con 54 segundos. ¿Qué tanto puede caber en ese lapso? Una frase suelta en una conversación, un puñado de pasos, dos o tres respiraciones y, también, toda una carrera deportiva, que en el caso de los atletas de élite es el equivalente a decir toda una vida.
Rondón ve que la pelota pica y va al encuentro de su rival.
El zaguero tiene ventaja posicional. El delantero lo busca con su cuerpo y lo
choca con el hombro izquierdo. Es un contacto fuerte, pero no agresivo: el
venezolano quiere desplazarlo, no hacer una falta que arruine la ocasión.
Parece un enfrentamiento más dentro de una carrera reconocida por eso, por ir,
cual gladiador, a pelear. Siempre a pelear. Pero quizá ninguna de esas disputas
fue tan importante como esta. Mientras el canadiense sale rechazado, el arquero
se asoma en el horizonte por primera vez y Rondón se da cuenta de que está muy
lejos del arco.
Venezuela está perdiendo por un gol desde el minuto 13.
Canadá, mejor que la Vinotinto, pudo cerrar el partido en el primer tiempo,
cuando fabricó todas las ocasiones de gol que no generó en la Fase de Grupos.
Pero ninguno de sus atacantes tiene lo que sí guarda Rondón, una década en la
élite profesional, un millar o más de pelotas rematadas con esa pierna derecha,
centenares de horas en el gimnasio para fortalecer el tren superior con el que
sacó a su oponente de la línea de carrera. Sin el rival, ahora es sólo él, él y
esa pelota que al rebotar parece quedarse atrás, quizá más atrás de lo
conveniente porque le resta espacio para armar el remate.
La suerte de un país está ahí, en el aire, esperando a ver a
qué altura queda la pelota. Entre ese rebote y el remate posterior, hay solo un
segundo, un fragmento de tiempo imperceptible para todos los seres humanos,
menos para Rondón, quien tal vez se ve pateándola al igual que en mil
entrenamientos previos en los que quizá no terminaba dentro del arco. O puede
que no imagine nada de eso, sino que se vaya veinte años atrás, cuando era un
niño, y le dice a su papá:
—No quiero jugar más fútbol.
—Ah, caramba. ¿Y eso por qué?
—Quiero jugar básquet.
— ¿Y no te parece que ya tienes mucho camino recorrido en el
fútbol como para dejarlo? No deberías.
Nadie imaginó el recorrido que vendría después, anotando 200
goles entre España, Rusia, Inglaterra, Argentina, México y alguna nación más.
En esos países vio pelotas de todos los colores e hinchadas de diversas clases
sociales y regiones. Pero nada se compara con lo que está por pasar. El rebote
de la pelota sí favorece su mecánica de tiro. Mientras la cara interna del pie
derecho de Rondón se acerca al balón, este viernes 5 de julio de 2024, miles de
venezolanos en el AT&T Stadium de Dallas lo observan y millones, regados
por el mundo buscando una mejor vida, contienen la respiración ante las
pantallas. La pelota vuela y el arquero canadiense empieza a preguntarse qué
carajo hace tan lejos de su arco, recordando que su lugar en el mundo es debajo
de esos tres palos hacia los que ahora corre con miedo.
Cuando la parábola de la pelota va en descenso, directo al
arco de Canadá, Rondón comienza a acelerar poco a poco su paso. La suerte de un
país está ahí, de nuevo, en el aire, esperando a ver si una pelota entra.
Venezuela viene completando su peor partido de la Copa América ante un
adversario intenso, comprometido y eficiente. La pelota entra y Rondón vuelve a
correr como todos los futbolistas lo hacían antes de que él decidiera detener
el tiempo, pensar, y ver su vida deportiva pasar.
El atacante se va hacia uno de los picos del área y los
obturadores de las cámaras no paran de sonar. Registran las imágenes que luego
acompañarán decenas de reseñas y análisis sobre el partido y, haciendo
menciones particulares a su gol y a todo su rendimiento en la Copa América
2024. En las gradas, cientos de celulares también toman fotos y graban ese
momento. En los videos se cuelan los gritos de un país resonando en ese
estadio, y en una casa de Catia, en El Junquito, en Buenos Aires, en un bar en
Lima, en Bogotá, en Madrid, en el DF mexicano y en cualquier parte del mundo
donde hubiera un venezolano viendo el partido. Deslizándose por el césped con
las rodillas, con sus compañeros yendo a abrazarlo, Salomón Rondón se presta a
hacer algo que no le gusta: dejar que le tomen fotos para quedarse en la
memoria como el más grande delantero que jamás tuvo Venezuela.
Tomado de PRODAVINCI /
Caracas. Fotografía de Kevin Jairaj | EFE | EPA