Por Enrique Ochoa Antich / opinión
Escribo
con un amargo sentimiento de desazón. Éste no es el país que había soñado para
mis 70. Me parten el alma las lágrimas de mi hija desde Alemania y la rabia de
mi hijo desde San Petersburgo al sentirse extrañados de una sociedad que
estrecha sus oportunidades de progreso personal. Tal vez decepcione a mis
lectores, pero mi pregunta no es si hubo o no fraude, sino por qué y cómo este
país ha recalado en esta resaca de hoy.
Para
encontrar una respuesta satisfactoria, sirven de poco las airadas apelaciones a
instintos humanos como la indignación, el coraje, el enfado, la cólera, la
furia, pues, como se sabe, una cosa es la “moral” y otra la ética política. Acaso se requiere de
oficio para percibirlo.
A
este país otra vez encrespado llegamos a causa de razones de fondo, y no por la
intrínseca maledicencia de unos ni por la súbita iracundia de otros. Alguna falla de origen debe haber habido que
explique este pantano otra vez sangriento en el que nos encontramos sumidos. Y
tal vez hay dos principales.
El partido-Estado
La
primera falla de origen creo que es
la pretensión de imponer a la sociedad venezolana, libertaria por naturaleza,
un régimen autoritario de partido-Estado. Legado de Chávez, hechura a su imagen
y semejanza, se persigue -como he repetido aquí y allá con machacona
insistencia- coparlo todo con la ideología, los valores, la narrativa histórica
y el aparato orgánico de un partido: Poderes, Fuerza Armada, sociedad, cultura.
Obviamente, lo sabemos bien los del oficio, un régimen de esta naturaleza no
tiene la legitimidad que una democracia plena tiene. La alternancia en el
ejercicio del poder (como demandó el Bolívar de Angostura), los contrapesos
institucionales, la autonomía plena de la sociedad civil, el respeto a los
derechos humanos, son algunos de los componentes que hacen de un régimen democrático
uno más estable dentro de la pluralidad y
la diversidad, al menos en cuanto a la idiosincrasia del venezolano se
trata, que uno autoritario y, por su propia naturaleza, perpetuacionista.
Si
algo se palpa en la Venezuela de hoy es que se ha convertido en antagónica la
contradicción sociedad/Estado. Al margen de que algunos factores políticos
devenguen réditos de ello, acaso porque excitan e instigan los sentidos más que
la razón, es claro que una mayoría de venezolanos quiere una república donde las
instituciones no se pongan al servicio de una parcialidad política y una nación
en que los individuos no sean peones de un partido.
El
desafío como estrategia
Pero
quien escribe se educó en una fuerza política que hizo de la autocrítica un
hábito. Luego de una derrota electoral no salíamos a culpar al adversario por
ella sino a examinar nuestros propios errores. Proceso a la izquierda es justamente una desgarrante reflexión
sobre las propias atrofias que impedían a los socialistas de entonces acceder a
la conciencia del pueblo. Petkoff lo dice en su primer capítulo: no es que descarguemos sobre nosotros mismos
todas nuestras desventuras, sino que es el único término de la ecuación sobre
el cual sus actores pueden operar directamente. “En fin de cuentas, se
trata de sí mismos”, sentencia.
Si
Venezuela se halla en este brete de hoy, no es sólo a causa de los desafueros
del chavismo durante ya 26 años de nuestra historia reciente, sino también de
lo que la oposición ha hecho o dejado de hacer. Es a este aspecto del problema
al que hay que atender prioritariamente.
La
estrategia de la oposición PUD-Machado fue claramente una estrategia de desafío
y no de acuerdo. Ésta fue la segunda falla
de origen. Cuando los dos millones
de compatriotas que presuntamente participaron en las primarias de octubre
seleccionaron a una inhabilitada como candidata presidencial de la oposición,
estaba claro que se escogía, por definición, la estrategia del desafío. Como los
adecos del 45 y el Chávez de 1998, María Corina Machado encarnó el hartazgo y
la idea de un cambio radical frente a un régimen político en decadencia. Muchos
se dejaron hechizar y votaron por ella... y se equivocaron.
Mañana:
última parte: Había otra estrategia.