Günther Maihold / Opinión
Al cumplirse 45 años
del triunfo de la revolución sandinista, el régimen de Daniel Ortega se
encuentra cada vez más aislado, dentro y fuera del país.
«45/19» es la fórmula que ha elegido el Gobierno de Nicaragua
para preparar el 45. aniversario de la revolución sandinista, que se celebrará
el día 19 de julio. Se busca presentar —ya no como en el pasado con marchas y
la gran manifestación— el reconocimiento y la admiración que las diferentes
delegaciones invitadas tienen para el régimen orteguista en estos momentos.
Esta escenificación anual del heroísmo revolucionario, que se caracterizaba por
consignas que invocaban al pasado y a sus héroes, se ha descentralizado para
evitar la impresión de que los ciudadanos han perdido interés en dicha
«fiesta». Ahora serán eventos en los municipios, sin la «gran plaza» que Daniel
Ortega acostumbraba llenar en años anteriores.
Los "muchachos” de "la ofensiva final” de 1979, que lograron la derrota de Somoza y la instauración de la primera Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional el 20 de julio de 1979 en Managua, hoy ya son adultos mayores y viven en diferentes partes del mundo, perseguidos y exiliados por la pareja presidencial de los Ortega-Murillo. La simbiosis entre la población nicaragüense, su juventud y los guerrilleros sandinistas de aquel momento histórico se ha perdido en el curso de los años del gobierno sandinista. Su partido, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), se ha convertido en un cascarón vacío, un aparato de control de la ciudadanía sostenido por un sistema clientelar manejado con favores y presiones desde la vicepresidencia del país.
La "revolución” que iba a abrir un nuevo capítulo en la
historia de las revoluciones no terminó en una revolución totalitaria como
muchas otras, sino que desembocó en un régimen de una dinastía familiar que ha usurpado
el poder para sus intereses particulares, desdeñando las aspiraciones de
justicia social y de libertad con las cuales había iniciado su andar político.
Los rencores y la venganza que reflejan la saña en el ejercicio del
poder, han llevado a muchas
personas a las celdas de El Chipote, con tortura y abuso sexual, les han
obligado a partir hacia al exilio y han culminado en expropiaciones de
universidades, ONG y empresas, así como de casas particulares. La misma masacre
de 355 personas en el curso de las protestas del año 2018 revela la implicación
de policías y paramilitares en actos de represión y persecución que siguen
hasta el día de hoy.
Con el destierro de encarcelados y el despojo de su
nacionalidad, la "copresidenta” trata de llevar adelante un concepto de
nación que sigue a sus preferencias esotéricas, por un lado, y las lógicas del
dominio familiar, por el otro. Lo que se pide es la incondicionalidad absoluta
para con los gobernantes, cuyo interés es eternizarse en el poder
mediante el control total de la
sociedad, las empresas, los medios y el aparato de seguridad, al igual
que la justicia.
El 18 de abril de 2018
Para el Gobierno de Ortega-Murillo, el fanal ya no es la
victoria de la revolución, sino que se le identificará con las protestas que se
iniciaron en abril de 2018 y que demostraron la debilidad de su poder, por un
lado, y el rechazo a su simbolismo, por el otro. Desde entonces, la represión
se ha extendido por todo el país y el nimbo de liberación del pasado ha sido
sustituido por el de la sangre, tras la masacre de más de 300 personas activas
en las protestas.
El símbolo de la victoria de la revolución contra la dinastía
familiar somocista en 1989, fue el derribo de la estatua ecuestre de Anastasio
Somoza García, ubicada frente a la entrada principal del viejo Estadio
Nacional; el símbolo del envilecimiento del régimen orteguista fue el derribo
de los "árboles de la vida” en 2018.
La nueva dinastía familiar de los Ortega Murillo tuvo que
presenciar cómo derribaban los "árboles de la vida” y los incendiaban
durante las protestas. Hoy, en vísperas del 45 aniversario de la Revolución
Sandinista, se han reinstalado estas construcciones metálicas de entre 15 y 20
metros de altura y 7 toneladas de peso, que pueden considerarse un mensaje a la
población: el régimen ha vuelto a controlar la vida pública y es capaz de
cubrir el escenario político del país con su simbolismo. Estos "chayo
palos”, como se les denominó en alusión a su protagonista, la vicepresidenta
Rosario Murillo, simbolizan la imposición de su estética, ajena a la sociedad
nicaragüense. El regreso de las "arbolatas” refleja de alguna manera la
situación interna del país, donde las voces vivas de la sociedad han sucumbido
al peso de un régimen opresor o han tenido que exiliarse en los países vecinos.
La soledad del régimen
Aunque se festeje el día 19 de julio con delegaciones de
otras partes del mundo, está muy claro que Nicaragua está aislada internacionalmente
en Centroamérica, América Latina y el resto del mundo, y que el gobierno
también está entrando en un creciente aislamiento de su propia población. Que
el régimen pueda "morir de soledad” es una opción ante el incesto político
debido a las lógicas de una dinastía familiar; la otra es "morir por
agotamiento”, no solo debido a la edad avanzada de sus protagonistas, sino por
vivir con la incondicionalidad absoluta de seguidores, los cuales, al mismo
tiempo, podrían convertirse de un día para otro en enemigos.
Tomado de D.W. /
Alemania. En la imagen, Daniel Ortega y su mujer, Rosario Murillo. Foto: Xin Yuewei/XinHua/dpa/picture
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