La hija de
los emperadores de Japón es la heredera al trono pero, si nada cambia, nunca
accederá a él
A sus recién cumplidos 22 años, la
emperatriz Aiko de Toshi tiene sobre sus espaldas un peso
impropio para su edad, pero del todo proporcionado al importante destino que se
cierne sobre ella. O no, todo depende del prisma con el que se mire. Porque, a
pesar y a propósito de ser quien es, su vida sería mucho menos compleja si la
historia de Japón descansase sobre el principio de igualdad de género que, para
ser justos, no caracteriza a la mayoría de países, da igual dónde pongamos el
foco. Pero, en su caso, esta falta de simetría es más determinante aún: de
ella depende el futuro de la dinastía imperial japonesa y, con ello,
evitar su extinción.
Aiko de Japón es la única hija del emperador Naruhito y la emperatriz Masako. Hasta ahí todo bien si no fuera porque, como primogénita, no está llamada a ponerse al frente de la dinastía reinante más antigua del mundo, la japonesa, al menos que un cambio de rumbo definitorio en la legislación del país le permita asumir el cargo. Su caso es paradigmático. En términos de linaje, es la sucesora directa al trono del Crisantemo, pero la ley histórica que impide a las mujeres ser soberanas prohíbe su ascenso como heredera en pleno derecho. Un problema de envergadura mayúscula que tiene a la opinión publica nipona conteniendo el aliento y a los responsables de esta monarquía parlamentaria tratando de resolver el dilema. Es la peor crisis de sucesión en la historia del imperio japonés.
De acuerdo con una encuesta publicada
por el diario ‘Mainichi’, algo más del 80% de la población de Japón
avala que Aiko de Toshi suceda a su padre una vez abdique o en caso de
producirse una muerte anticipada. Una situación, esta última, del todo
improbable. A sus 64 años, Naruhito goza de una férrea salud que le augura unos
cuantos años más en activo. A pesar del apoyo ciudadano generalizado que recae
en la figura de Aiko, los diferentes poderes políticos son reticentes a dar el
visto bueno a su futura proclamación como emperatriz.
Que una mujer tenga vetado
convertirse en monarcas del país nipón no fue siempre así. De hecho, Japón
cuenta con un historial de 126 soberanas antes del siglo XIX,
cuando se restituyó el poder del emperador y se aprobó la norma que niega la
sucesión a las primogénitas. La última en ponerse al frente del imperio fue la
emperatriz Go-Sakuramachi, en 1762. Tras el cambio de normativa, ahora sucede
que, cuando las primogénitas se casan, son despojadas de su título de
herederas. Así, Aiko acabaría ejerciendo de emperatriz consorte –o
regente, si tiene suerte– de su marido, quien inauguraría, a través de su
apellido, una casa imperial inédita y diferente a la vigente, la dinastía
Yamato.
Las quinielas sobre quién podría
remplazar a Nahuito para que esta hipotética situación no se produzca ya tienen
un firme candidato. Si, finalmente, nada cambia y Aiko de Toshi no accede al
trono, el primero en la línea sucesoria es el príncipe Akishino,
hermano de Naruhito, de 58 años. Tras este, su hijo Hisashito, nacido en 2006. En
caso de que este último no tenga descendencia, el trono pasaría a manos del tío
del actual emperador, el príncipe Hitachi, de 88 años.
Mientras se decide su futuro en sede
parlamentaria, la emperatriz Aiko ha empezado a trabajar con la Cruz
Roja japonesa al tiempo que se forma en Lengua y Literatura japonesa
en la Universidad de Gakushuin, en Tokio. Poco dada a las apariciones públicas,
la vida familiar de la joven ha estado marcada por la depresión de su
madre. La presión pública y mediática de la que fue objeto Masako por su
“incapacidad” para dar a luz a un hijo varón propiciaron la aparición de un
trastorno adaptativo que la mantuvo alejada de sus compromisos institucionales
durante años y del que todavía se recupera. Aiko nació cuando su madre tenía 37
años después de sufrir un aborto espontáneo que profundizó en su delicada
situación anímica.
Imagen: Yuichi Yamazaki/Pool Photo
via AP. Texto tomado de Yahoo noticias en español.