Por Enrique Ochoa Antich / Opinión.
Hay quienes
desde el campo de la oposición niegan a todo trance esta posibilidad… excepto
que se truquen los votos, dicen ellos. Son esos que, sustituyendo la
realidad por sus deseos, hablan de una correlación de fuerzas electorales 80-20
o, incluso, ¡90-10! A estos esperpentos les recomendaría que dejen de leer el
presente artículo de opinión y tornen a la plácida Tierra de las Fantasías que
llevan en la mollera.
Sostengo que el gobierno puede ganar las elecciones del 28J sin robar un
solo voto. Abusando del poder, sí, claro, de modo obsceno (como eso
de confiscarles a los medios radioeléctricos de comunicación
espacios para divulgar las cuñas electorales del PSUV de modo gratuito, echando
mano de la ley RESORTE, lo que está severamente penado por esa misma ley, dicho
sea de paso). El modelo de sistema político protocomunista que anida en las
mentes de los capitostes del poder es éste que estamos viendo de una
amalgama total de Estado y partido (el partido-Estado según
me gusta definir).
Pero pasemos a exponer los números que estoy observando. Lo primero que habría
que hacer es descontar la cantidad de electores que ha migrado. Como quiera que
se trata de una incógnita, digamos que los electores activos, registrados y
residenciados en Venezuela, son una cifra X. De modo que trabajemos con
porcentajes y no con cifras absolutas.
Con arreglo a lo que todas las encuestas de opinión están diciendo, me atrevo a situar a la abstención en alrededor de un 20% (hace años que insisto en esta cifra, que hoy parecen confirmar tales estudios). Uso esos muestreos como una guía para identificar tendencias, nunca cifras exactas. Las referencias históricas también confirman esta presunción: ésa fue la abstención durante los comicios presidenciales de 2012 y 2013, los últimos que se llevaron a cabo en un entorno de polarización extrema. Sólo el puntofijismo puede vanagloriarse de haber reducido la abstención a cifras irrisorias de un 7, 8, 3 y 4% durante sus primeras dos décadas de hegemonía política (by the way, el chavismo como sistema solo rasguñó la mitad de ese apoyo popular, y eso en sus años de esplendor presupuestario y populista).
Así pues, me
atrevo a sostener que el chavismo oficial debe alcanzar una votación
que anda alrededor del 30%. Es mi opinión desde hace ya tiempo. Me baso en
dos referencias. 1. Todas las encuestas le dan al PSUV un porcentaje de
simpatía electoral de algo así como el 15%. Me parece natural. Luego de 25 años
de hegemonía política ejercida sin escrúpulo alguno, bajo el convencimiento de
que ellos son la revolución y la revolución es el pueblo y el pueblo es la
patria ergo ellos son la patria, en el entendido de que sus
adversarios son enemigos por tanto del pueblo y de la nación, y atribuidos de
un discurso totalizante, contentivo de una pertenencia colectiva universal,
unos valores, una utopía movilizadora, una misión histórica y una heredad, es
natural que los gerifaltes del partido-Estado hayan ideologizado a
una porción apreciable de la población. De seguidas, es de presumir que ese 15%
se duplique (un 1 X 1 de actividad proselitista) a la hora de los comicios,
echando mano del músculo crematístico que le es propio a un partido-Estado.
Pero: 2. Es el porcentaje que obtuvo Nicolás Maduro en 2018, que considero su
peor año. Aunque puede presumirse que el hartazgo de los ciudadanos hoy sea
mayor (¡son 25 años continuos gobernando!), también es de valorar el hecho de
que en aquel tiempo Venezuela estaba conociendo por primera vez en siglo y
medio esa combinación mortal de desabastecimiento e hiperinflación (heredados
de la devastación económica provocadas por Chávez y ahondada por Maduro
I). Hoy, la situación es otra. Al margen de las colosales penalidades que
padecemos, en particular los más pobres, en términos de destrucción del
salario, las prestaciones y las pensiones, de ruina de los servicios públicos
de electricidad, agua, transporte, etc., de mengua de los sistemas públicos de
salud y educación, etc., etc., etc., es un hecho que la inflación se ha
detenido (lo que quiere decir que la capacidad adquisitiva de los ingresos
familiares ha, al menos, ralentizado su caída persistente de los últimos diez
años) y que se palpa un importante crecimiento de la actividad económica y
comercial (que, aunque equivalga sólo a pasar del sótano 6 al sótano
3, el Fondo Monetario Internacional y la CEPAL ubican como el mayor de América
Latina). Tanto que me atrevo a sostener que, hoy sí, el padecimiento
económico y social de los venezolanos se debe más a las sanciones gringas que a
los desaciertos del gobierno (que son muchos).
Si esto fuese así como digo, al campo de la oposición le queda una
ancha franja electoral disponible de algo como el 50%. Pero, aparte de
Edmundo González Urrutia por la Plataforma Unitaria, hay ocho candidatos más.
Es probable que la economía del voto conduzca al apocamiento de éstos, pero, a
los fines de este ejercicio de probabilidades, vamos a ponerlos en 10, todos
juntos. Eso pone a EGU en 40.
Es aquí cuando me digo: Maduro puede ganar. Es sabida la capacidad
de movilización electoral del PSUV in situ durante los
comicios. Pertrechado de una pormenorizada data en tiempo real de la votación
que va teniendo lugar, poniendo todos, absolutamente todos los recursos del
Estado en una elección en que se les va la vida (no es Barinas, señores), el
30% que le pongo al gobierno puede subir a 35 y el 40 que le pongo a EGU puede
por consecuencia bajar proporcionalmente a otro 35. En este escenario, cualquier
cosa puede pasar. Incluso que Maduro gane.
Confío en que este escenario no se verifique, que la candidatura de EGU tenga
la habilidad y la destreza de no dejarse confiscar por los sectores más
sectarios, restringidos y extremistas de la oposición, que su discurso llegue a
las vastas masas de chavistas insatisfechos, que evite provocar un zarpazo del
partido-Estado, y que se disponga a pactar con el gobierno un cambio del que el
PSUV también forme parte activa (es decir, un pacto de Estado).
Así, tal vez, Maduro puede perder. Pero de eso conversaré en mi
artículo de mañana.