La Iglesia católica angoleña impulsa
iniciativas para apoyar a menores desfavorecidos
Por Enrique Bayo
El Lar
dos pequeninos, la Residência bons meninos o la Casa
dos rapaces son algunas de las iniciativas de la Iglesia católica en
Huambo que colaboran para acoger, proteger y educar a la infancia y a la
juventud más desfavorecidas.
La Hna. Josefina Gatuta nos esperaba al otro lado del portón. Nunca nos habíamos encontrado, pero su acogida fue tan calurosa y alegre que inmediatamente nos hizo sentir a gusto. Tras las breves presentaciones, la religiosa angoleña nos invitó a seguirla en medio de la algazara de niños y niñas que jugaban, alegres y ruidosos, durante su recreo escolar. Enseguida llegamos al Lar dos pequeninos (Hogar de los más pequeños), la institución caritativa de las Hermanas del Santísimo Salvador que veníamos a visitar y que ocupa un viejo edificio colonial de planta baja bastante bien conservado.
Desde su
fundación en Huambo en 1958 por religiosas europeas, el centro se ha mantenido
fiel a su objetivo de acoger a niños y niñas huérfanos o abandonados de
cualquier edad. «En estos momentos, de entre los 53 acogidos tenemos dos de
apenas unos meses cuyas madres murieron durante el parto», nos informa la Hna.
Josefina, responsable del Lar desde 2015, que siempre se refiere a niños y
niñas con una sola palabra, crianças. Ellas son mayoría, porque al
cumplir los siete años los niños continúan su formación en la Residência
bons meninos (Residencia de los buenos chicos), un hogar gestionado
por los Pobres Siervos de la Divina Providencia, fundados por el P. Juan
Calabria, situado también en la ciudad de Huambo.
Algunos de
los niños llegan al centro con apenas unos días, otros con meses o pocos años
y, en general, son llevados por algún familiar que, ante la imposibilidad de
hacerse cargo de ellos, solicita ayuda a las hermanas. «La situación de vida es
muy difícil en las aldeas vecinas a Huambo. La sequía está afectando mucho a
los campos de los que se alimenta la gente y en algunas zonas las personas
pasan hambre, lo que nos lleva a acoger a algunos niños vulnerables que, más
adelante, tratamos de reintegrar en sus familias. Sin embargo, otros no tienen
a nadie. Hay algunas niñas que se quedan a nuestro cargo hasta los 18 años o
más». Una de esas niñas es Rosalina, que llegó al centro cuando era un bebé y
ya ha alcanzado la mayoría de edad. Se le encienden los ojos de alegría al
hablar de las hermanas: «Son mis verdaderas mamás. Me han tratado muy bien y
estoy muy agradecida. Ahora ayudo en todo lo que puedo, me ocupo de los bebés,
hago la limpieza, cocino…».
Guardería
Todos los
niños del Lar dos pequeninos están escolarizados o van a la
guardería, dos instituciones de las Hermanas del Santísimo Salvador que
comparten parcela con el centro de acogida. Los mayores de cinco años estudian
en el colegio concertado con el Estado angoleño –que paga a los profesores–,
mientras que los 17 niños menores de esa edad van a la guardería, gestionada
directamente por las hermanas y que es el pulmón económico del Lar.
Este curso cuentan con 170 niños que pasan todo el día en la guardería: comen,
juegan, aprenden y hasta dedican un tiempo para dormir. «Con el dinero que nos
dan los padres al final de mes podemos pagar al personal que nos ayuda en todos
los servicios y mantener el centro.De hecho, cuando la guardería cierra en
vacaciones tenemos grandes dificultades para encontrar los medios necesarios
para cubrir todos los gastos», dice la Hna. Josefina.
No es fácil
vivir con tantos niños porque exigen atención y cuidados constantes, pero las
siete religiosas de la comunidad, todas angoleñas, lo viven con mucho amor.
«Tenemos nuestro tiempo de oración y cada viernes organizamos un encuentro
comunitario para compartir, programar y ver si hay algún problema o decisión
que tomar con alguno de los niños. Por las noches, una de nosotras, por turnos,
se queda, junto a las mujeres que nos ayudan, en la zona donde duermen, y si
hay algún problema intervenimos», dice la Hna. Josefina. En ocasiones, si
alguno de ellos se pone enfermo durante la noche le llevan al hospital para que
reciba los cuidados necesarios, porque «los niños pequeños son muy frágiles».
Cariacontecida, la religiosa recuerda que «hace dos meses perdimos a un niño de
solo 19 meses y fue muy doloroso».
Buenos
chicos
A la mañana
siguiente fuimos a visitar la Residência bons meninos, de la
que nos había hablado la Hna. Josefina Gatuta. Este centro de acogida para
chicos huérfanos y abandonados se encuentra en una amplia parcela cercana al
aeropuerto de Huambo, donde los Pobres Siervos de la Divina Providencia también
gestionan una escuela y un pequeño dispensario médico. La comunidad religiosa
está formada por cinco miembros, tres sacerdotes y dos hermanos, y en el
momento de nuestra visita estaba enriquecida con dos postulantes durante su
experiencia comunitaria antes de comenzar la etapa del noviciado. A nuestra
llegada nos recibió el P. Edimilson José da Silva. El misionero brasileño, que
llegó a Angola hace nueve años y que lleva dos en Huambo, es el actual
responsable de la Residência.
El edificio
del centro, de planta rectangular, tiene varios dormitorios con literas y
algunas dependencias comunes, todo muy sencillo, con un mobiliario muy escaso.
Este año acoge a 47 chicos frente a los 32 que había en el curso pasado. Según
el P. Edimilson, la razón de este aumento tan significativo «es la situación de
extrema pobreza que vive el país y que hace que muchas familias lo estén
pasando muy mal. Algunas nos envían a sus hijos ante la imposibilidad de
hacerse cargo de ellos. Otros llegan a través del Instituto Nacional de la
Infancia con el que colaboramos». De hecho, el Gobierno abona el salario de
tres de los cinco educadores que trabajan en el centro.
Educación completa
La mayoría
de los chicos tienen entre siete y diez años, pero algunos más mayores son
invitados a quedarse hasta los 18 años o más porque prestan servicio dentro del
plan educativo del centro. En los dormitorios, los chicos están mezclados por
edades y los más mayores son los responsables del grupo. Si hay algún problema
«es a ellos a quienes pedimos responsabilidades», asegura el P. Edimilson. Uno
de esos chicos es Calixto, que tiene 20 años y lleva en el centro más de la
mitad de su vida: «Estoy estudiando Ciencias Biológicas e intento ayudar todo
lo que puedo en el centro, entre otras cosas me ocupo de la despensa, un punto
estratégico en un lugar donde vivimos tantas personas».
Los chicos
estudian en la escuela de los Pobres Siervos con la excepción de Calixto y de
otro de los mayores, muy retrasado en sus estudios, que pidió matricularse en
otro centro porque «le daba vergüenza estar en la misma clase que sus
compañeros más pequeños, con los que vive», nos aclara el P. Edimilson. Fuera
de los horarios escolares, los chicos siguen un programa detallado de
actividades, con días dedicados a la interacción para que se expresen y
socialicen, tiempo para el deporte, los trabajos comunitarios y los momentos
lúdicos.
Colaboración
La relación
entre los Pobres Siervos de la Divina Providencia y las Hermanas del Santísimo
Salvador es excelente y cada vez que un chico del Lar dos pequeninos llega
a los siete años, «inmediatamente viene a nuestro centro. Las hermanas saben
que también nosotros tenemos una escuela y que la educación de los muchachos
está asegurada», dice el P. Edimilson, que no ha constatado ninguna dificultad
en su integración: «Vienen con mucho gusto, no suelen llegar solos, sino que
son varios los que lo hacen cada año. Además, enseguida encuentran antiguos
colegas que estaban con ellos en el otro centro». Del mismo modo, cuando los
chicos cumplen 10 años de edad, normalmente son transferidos al Lar dos
rapaces, gestionado por la archidiócesis de Huambo, y donde tampoco se
producen dificultades de integración cuando llegan los muchachos.
Para ayudar
en los gastos del centro, los Pobres Siervos de la Divina Providencia reciben ayudas
de Italia y han elaborado un programa de apadrinamiento entre familias de este
país y los chicos. A nivel local, para ahorrar en gastos de alimentación,
aprovechan la enorme extensión de la parcela donde se encuentra el centro para
plantar maíz y cultivar un pequeño huerto que produce buena parte de las
legumbres y verduras que consumen durante el año. Aunque el P. Edimilson se
queja de algunos robos que están sufriendo, asume que «alguien lo necesitará
más».
Casa dos rapaces
Nuestra
última visita a los centros de acogida de la Iglesia en Huambo nos la facilitó
el P. Edimilson al ponernos en contacto con el P. Marcelino Pungulimue,
sacerdote de esta archidiócesis y director de la Casa dos rapaces.
La institución fue fundada en 1955 para acoger a adolescentes y jóvenes en
situación de vulnerabilidad, tanto afectiva como material, y aunque en 1991
dejó de funcionar porque la casa fue destruida durante la guerra, la
institución reabrió sus puertas en 2009 después de la rehabilitación del
edificio. En la actualidad acoge a 56 chicos de entre 10 y 24 años. En
principio, deberían abandonar el centro a los 18 años, pero el P. Marcelino les
permite permanecer más tiempo porque «carecen de medios financieros y
preparación para afrontar la vida y, desde muchos puntos de vista, siguen
siendo niños».
Desde que
comenzó este proyecto educativo hace 69 años, junto a la casa de varias plantas
donde residen los chicos se construyó una escuela de artes y oficios para que,
además de la formación académica normal, los residentes pudieran aprender
carpintería, albañilería, artes gráficas y otras profesiones. Este edificio
también ha sido objeto de rehabilitación, pero todavía no se ha conseguido la
financiación para hacerlo funcionar. Sí que se puso en marcha una panadería
que, «a pesar de su viejo horno de leña de más de 50 años, produce al día unos
750 kilos de pan, cuya venta nos ayuda a financiar en parte el centro», señala
el P. Marcelino.
Raparigas
El
sacerdote diocesano dirige la Casa dos rapaces desde su
reapertura en 2009, pero enseguida se dio cuenta de que era necesario hacer
también algo por las chicas. Después de reflexionar sobre la posibilidad de
abrirles también las puertas del centro, decidió que lo mejor era poner en
marcha una iniciativa específica para ellas. Así nació Mais
oportunidades. O meu sonho. O meu futuro (Más oportunidades. Mi sueño.
Mi futuro), exclusivamente para raparigas (chicas). «Aquí en
Angola decimos que educar a una niña es educar a toda una familia. Cuestionado
por esta idea, supe que tenía que hacer algo. Se trata de un proyecto personal,
pero como soy sacerdote se puede decir que es un proyecto de la Iglesia» dice
el P. Marcelino, quien añade que «yo crecí en los tiempos de la guerra y me
formé en el seminario gracias a la ayuda de otras personas, porque mi familia
no podía pagarme los estudios. Ahora que soy sacerdote siento que tengo que
devolver de alguna manera lo que un día hicieron por mí».
Para llevar
adelante su proyecto, el sacerdote comenzó a contactar con familias conocidas
de Huambo para pedirles que acogieran en sus casas a las chicas. La propuesta
surtió efecto y en la actualidad hay 43 chicas diseminadas por toda la ciudad.
El siguiente paso del proyecto es crear «pequeños hogares» con un pequeño grupo
de chicas acompañadas por un adulto responsable. El P. Marcelino se muestra
esperanzado porque la iniciativa se va materializando. «Hemos creado un hogar
donde viven ocho chicas y una mujer de 27 años que las acompaña. Queremos
multiplicar esta experiencia porque son muchas las demandas que nos llegan de
jóvenes de las aldeas del interior que quieren estudiar y sus familias carecen
de medios para ayudarlas. Son chicas a las que hay que dar una oportunidad para
que hagan realidad su sueño y se construyan un futuro mejor».
Tomado de MUNDO NEGRO / España. En la
imagen, el P. Edimilson José da Silva con un grupo de chicos en la Rêsidencia
bons meninos. Fotografía: José Luis Silván Sen