Por Orlando Arciniegas D.*
Han van Meegeren (1889-1947) es
considerado por algunos como uno de los más ingeniosos falsarios de arte del
siglo XX. Pintor neerlandés ─con apego a la tradición─ se especializó en la
creación de “nuevos Vermeers”. Para esto se pasó seis años afinándose tanto en
la técnica como en el conocimiento de los materiales usados por el maestro,
para lo cual adquirió lienzos del siglo XVII. Hasta hacerse un verdadero
profesional. Sus más famosas falsificaciones fueron, sin duda, los “Vermeers”,
pero no las únicas. Pues también copió a otros renombrados pintores
neerlandeses tales como Pieter de Hooch, Grans Hals, Gerard ter Borch, Dirck
van Baburen; sin que por ello mermaran sus preferencias por Johannes Vermeer
(1632─1675).
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Van Meegeren nació en Deventer (Países Bajos) en 1889 y ‘Han’ era el diminutivo de su nombre completo, Henricus Antonius. Era hijo de padres católicos, un profesor de Historia, casado con Augusta Louise Henrietta Camps, con quienes no congeniaba a causa de sus críticas y desaires. Cinco fueron los hermanos. En compensación afectiva, el pequeño Han encontró comprensión y afecto en un profesor y pintor llamado Bartus Korteling (1853-1930), su mentor, quien le infundiera amor al arte y estimulara en sus motivaciones artísticas; amén de influirlo en sus futuras preferencias artísticas.
Su padre, Hendrikus Johannes, no
compartía la pasión del hijo por el arte, por lo que, en 1907, hubo de ingresar
en la Tecnische Hogeschool (Universidad Técnica) de la ciudad de Delft, donde
cursaría arquitectura. Allí, habría de producirse una astrológica conjunción de
elementos con clara influencia en su vida. En primer término, esos estudios
incluían dibujo y pintura, materias que le atraían. Delft, por lo demás, era el
lugar de nacimiento y morada del maestro Johannes Vermeer ─favorito del
profesor Korteling─, del que había recibido información sobre su obra y técnica
pictórica. Y por último, un cierto interés por la arquitectura, carrera en la
que no presentó los exámenes finales, pero en la que ganó una Medalla de Oro
por su trabajo Estudio del interior de la Iglesia de San Lorenzo en Róterdam,
fueron los factores que, de conjunto, le persuadieron para que se decidiera por
el arte.
En 1913, abandona la arquitectura
y se concentra en el dibujo y la pintura en la escuela de artes en La Haya.
Antes, en 1912, se había casado con Anna de Voogt, una compañera de estudios,
con quien se residenciaría en Rijswijk. Su hijo de entonces, Jacques van
Meegeran, también fue pintor y murió en Ámsterdam en 1977. En 1914 se mudan a
la ciudad de Scheveningen. Rinde su examen en la Academia de Artes de La Haya y
recibe su diploma de dibujo en agosto, que le permitía dar clases. Toma un
cargo de asistente de profesor de dibujo y de historia del arte de módica
remuneración. Para librarse de la vida apremiosa se dedica a la pintura.
Entonces hace carteles e ilustraciones (tarjetas de Navidad, bodegones,
paisajes y retratos), que, con el tiempo, acabarían siendo revalorizadas.
Van Meegeren exhibió sus primeras pinturas
en La Haya, entre abril y mayo de 1917, con gran éxito en ventas. Tenía 28
años. En 1919 es aceptado como un selecto miembro del Haagse Kunstkring, una
exclusiva sociedad de escritores y pintores. Se convierte en un pintor próspero
y viaja con frecuencia a Bélgica, Francia, Italia e Inglaterra, ganando cada
vez más fama como retratista de talento. Obtiene magníficos ingresos a través
de los círculos de estadounidenses e ingleses, que venden sus obras a turistas
que vacacionan en la Costa Azul francesa. A sus clientes impresionaba el
dominio de las técnicas y los colores de los maestros neerlandeses del siglo
XVII. Durante toda su vida, Van Meegeren vendió sus cuadros con su propia
firma, los cuales eran muy distintos a las falsificaciones por las que obtuvo
preciados ingresos.
En 1922, cinco años después de la
inaugural, nuestro pintor realiza su segunda exposición en La Haya. Esta vez de
pinturas religiosas, que se vendieron bien. Pero, paralelamente, sufrió un
ataque inclemente por parte de algunos críticos de arte. Algo que lo
desestabilizó en las primeras de cambio. Los críticos consideraron su trabajo
como una “imitación fatigada” de formas antiguas, por lo que museos y galerías
dejaron de comprar sus obras. Van Meegeren se refugia entonces en el retratismo
y la restauración de pinturas antiguas, algunas de las cuales repinta por
completo. Exitosamente. Lo cual, de algún modo, debió haberle sugerido la idea
de que podía hacer falsos cuadros de artistas muy reconocidos. Concibe entonces
replicar obras de arte que, luego de ser apreciadas por sus críticos, sabrían
que eran solo imitaciones, con lo que buscaba la humillación de quienes, para
él, eran simplemente ignorantes y perversos.
En julio de 1923 se divorcia de Anna de
Voogt, quien se instala en París. Colocando la distancia física de por medio.
Según todas las versiones, fueron las infidelidades las que acabaron con el
matrimonio. En marzo de 1915 había nacido Pauline (luego llamada Inez), el
segundo de sus hijos. En 1928 se volvió a casar, esta vez con su amante, la
actriz Johanna Theresia Oerlemans, conocida como Jo van Walraven. Con ella
estaría el resto de su vida. Jo mostraba ser indulgente con sus extravagancias
y libertinajes, y tolerante con su afición al alcohol y drogas, un problema de
sus últimos años. Después de 1932, vivieron en Roquebrune-Cap-Martin, al
sureste de Francia, en la Costa Azul. Allí, a él, le resultaba más fácil
escapar a alguna pregunta indiscreta sobre su abundante y misteriosa
riqueza.
Se dice que sus primeras imitaciones las
pintó en 1923. Su trabajo desde ahí debió ser muy provechoso, pues pasó a
exhibir una ostensible mejoría económica. Desde el punto de vista de su
trabajo, replicó tan bien los estilos y colores de los artistas imitados que
los expertos y críticos de arte llegaron a considerar sus pinturas como de
exquisita factura. Sin embargo, la crítica local, volvió a hacerse sentir en
1928. Más interesada en el cubismo, el surrealismo y otros movimientos de
vanguardia, sostenía que el talento de Van Meegeren daba solo para la
imitación. Un crítico lo llamaría “un técnico talentoso”, y le atribuyó muchas
otras virtudes pero menos la de ser un creador original.
En respuesta a estos comentarios,
nuestro personaje publicó entre abril de 1928 y marzo de 1930 una serie de
artículos rabiosos, al alimón con el periodista Jan Ubink, en los que acusaba a
sus censores de querer destruir su carrera, denunciaba a la pintura moderna
como un ‘art-bolchevismo,’ y a los críticos como “aborrecedores de mujeres y amantes
de los negros”. Lo que por supuesto terminó por enajenarle cualquier simpatía
de parte de sus críticos.
Tras esta refriega, nuestro pintor se
dispuso a trabajar con ahínco para probar a sus críticos que no solo podía
reinventar el estilo de los mejores maestros, sino ser capaz crear obras de
arte tan magníficas como las grandes obras. Con su segunda esposa, Jo, se muda
al sur de Francia y comienza los preparativos para la “falsificación perfecta”,
que debían ser de su propia creación, pero con la perfección de los grandes
artistas. Esto le tomó seis años (1932-1937). Dos de las pinturas usadas como
modelo y prueba eran del mismo Vermeer. Van Meegeren no las vendió nunca. Y
actualmente reposan en el Rijksmuseum en La Haya.
¿Qué hace Van Meegeren? Profundizó en
las biografías de los viejos maestros, estudiando sus vidas, ocupaciones, sus
técnicas y sus catálogos. Trabajaba con lienzos del siglo XVII, fabricaba los
colores con fórmulas de esa época, mezclando sus pinturas con materiales crudos
(como lapislázuli, añil, albayalde y cinabrio). Usaba además pinceles de pelo
de tejón similares a los de Vermeer; así como ciertos productos químicos que
hacían a sus pinturas parecer como si tuvieran 300 años, para luego calentarlas
a temperaturas precisas en hornos y enrollarlas de modo tal que surgieran
grietas, que se rellenaban con tinta china, logrando, así, un espectacular
“envejecimiento” capaz de engañar, como ocurriría, la apreciación de los
historiadores de arte y de los mayores expertos de aquel tiempo.
Dedicado a la falsificación, y con un inventario de autores (Frans Hals, Pieter de Hooch, Gerard ter Borch), maestros todos del barroco neerlandés, si bien, como se dijo, su especialidad fue en Vermeer, entra de lleno en el complejo y rentable negocio de la producción y venta de los cuadros falseados. Quien los hacían se valían de personajes al estilo del pintor falsificador Theo van Wijngarden (1874-1952), otro neerlandés, cuyo papel era, fundamentalmente, aprovecharse de su condición de conocedores, para hacer llegar las obras falsas a otros lugares de Europa. Algunas de las cuales, por su gran calidad, siguen aún colgadas en importantes museos e instituciones como el Boymans Van Beuningen de Róterdam o la Pinacoteca de Brera en Milán.
Lo cierto es que, en un mercado como el
de preguerra, marcado por una intensa demanda de pinturas de los viejos
maestros flamencos, italianos y neerlandeses, se abría un amplio campo
favorable para que marchantes, coleccionistas y falsificadores hicieran turbios
negocios. Van Meegeran, un pintor de obra simbólica y mística que, a duras
penas, se anotaba algunos éxitos, va a alcanzar la genialidad como creador de
“nuevos Vermeers”. Esto por cuanto los del maestro del Siglo de Oro Neerlandés
fueron muy pocos. Vermeer fue redescubierto a mediados del siglo XIX por el
historiador de arte francés Théophile Thoré, y hasta finales del XIX seguía
siendo un desconocido. Pero a comienzos del siglo XX su obra fue objeto de gran
demanda, hasta alcanzar los precios de Rembrandt.
Esto dio lugar a que fuesen apareciendo
en el mercado obras a su estilo, retratos o cuadros retocados para aparentar
que provenían del pincel del maestro; pero junto a ellas falsificaciones de excelencia
procedentes del taller de Van Meegeren. La primera y quizá más exitosa fue La
Cena de Emaús, creada en 1937, para lo cual el falseador se basó en la “La cena
de Emaús” de Caravaggio, pintada en 1602, que se halla en la Pinacoteca de
Brera. Van Meergeren entonces quiso que fuera el Dr. Abraham Bredius,
historiador de arte, coleccionista y curador quien verificara su trabajo. La
Cena de Emaús fue comprada en 1937 por la Sociedad Rembrandt por 520.000
florines (alrededor de 4,1 millones de libras hoy en día) y entregada al Museo
Boijmans Van Beuningen en Rotterdam, donde están esta y otras tres
falsificaciones de Vermeer.
Parte de la “genialidad” de Van Meegeren
consistió en advertir que, de Vermeer, se desconocía la obra de su juventud. Así
que, en vez de recrear las de su madurez, de carácter secular y mundano, se
decidió por forjar un relato acerca de una supuesta “etapa bíblica”,
iniciática, del maestro. En la que se había producido una limitada creación de
temas religiosos destinada a una iglesia católica clandestina en los Países
Bajos. En los años siguientes aparecerían otros cinco ‘Vermeers’ más, junto a
pinturas atribuidas a otros maestros holandeses. Las bases del nuevo estilo
fueron sentadas en “La cena de Emaús”. Y todas ellas fueron certificadas como
legítimas por conocedores y expertos de aquel tiempo. Algunas de ellas
consideradas incluso como lo mejor del maestro de Delft. Con lo que subyugaron
a marchantes, coleccionistas y directores de museo de todo el mundo.
En diciembre de 1943, nuestro personaje
y su esposa deciden mudarse a Ámsterdam, donde poseían residencia en un barrio
exclusivo de la ciudad. El dinero que había llegado a manos llenas había sido
usado para comprar bienes raíces, joyas y legítimas obras de arte, además de
costear un lujoso tren de vida. En una entrevista de 1946, Van Meergen afirmó
tener 52 casas y 15 casas de campo en Laren (Holanda septentrional), y, entre
ellas, hermosas mansiones a lo largo de los famosos canales de Ámsterdam. Esto
pudo ser posible porque nuestro personaje, además de un excelente falsario, era
un fascista radical que respaldó la ocupación nazi de su país.
La última de estas obras de la “etapa
bíblica”, fue el Cristo con la adúltera, revelada en 1945 y que luego sirvió,
en 1947, para desvelar la impostura de Van Meegeren; pero no porque se llegara
a dudar de la autenticidad de sus Vermeers. No, sino por algo más curioso e
interesante. Veamos. El Cristo con la adúltera, pintado por Han van Meegeran en
1942, llegó a ser vendido al mariscal del Reich, Hermann Göring por 1,5
millones de florines, al cambio de aquel tiempo fue algo así como unos 7
(siete) millones de dólares. Un gran negocio. La venta la realizó Alois Miedl,
un turbio banquero y marchante de arte nazi, a sabiendas de que se trataba de
un lienzo pintado por Van Meegeren, pero que, en su apreciación, era una obra
de arte, como si lo hubiera pintado un Vermeer resurrecto.
Göring, que no era un especialista
en arte, pero tampoco un baldragas, tuvo tiempo para exhibirse, vanidosamente,
junto a su ‘Vermeer’, en su finca de Carinhall, al norte de Berlín, donde tenía
una galería de 1500 piezas con valor estimado de $200 millones de dólares. Pero
en abril de 1945 termina la guerra y Göring envía su ‘Vermeer’, junto a lo más
valioso de su colección a una mina de sal en Austria, donde se ocultaban
tesoros artísticos, resultado del expolio nazi practicado por años. En mayo de
1945, un comando estadounidense entra en la mina y encuentra que, entre valiosas
obras, estaba el Cristo con la adúltera, el ‘Vermeer’ pintado por Van Meegeren
en 1942. Las obras fueron enviadas a Múnich para su devolución. Siguiendo el
rastro de los documentos, el capitán Harry Anderson llega hasta Alois Miedl, el
vendedor, quien confiesa que el cuadro era una falsificación cuyo autor era un
pintor llamado Henricus Antonius van Meegren, conocido como Han van
Meegeren.
Lo de la falsificación, fue confesado también por Van Meegeren a Joseph Piller, un policía neerlandés que perseguía a colaboracionistas pronazis. Pero fue descartada, dado el prestigio del mundo del arte neerlandés. ¡Cómo admitir que un falsificador por excepcional que fuera hubiera logrado engañar a historiadores y críticos de arte, pero también a marchantes y galeristas, y a directores y conservadores de museos! De tal manera, que nuestro personaje fue acusado de colaboracionista por vender al Tercer Reich obras maestras del patrimonio pictórico neerlandés. Un delito gravísimo. El rumor más insistente era que Van Meegeren, y sus cómplices, habían robado los cuadros a un mismo coleccionista. Pero el excepcional falsario existía, y, en su desesperación, sostenía que los Vermeer de la “etapa bíblica” eran de su exclusiva elaboración. Un día fuera de sus cabales dijo a Piller: “que el cuadro no era para nada un Vermeer; ¡lo pinté yo mismo!
Van Meegeren era sospechoso de lo peor.
Vivía muy bien, de fiesta en fiesta, Disponía a todas luces de buen dinero y
era un vicioso. Durante la guerra se había divorciado y transferido mucho
dinero a las cuentas de su exesposa. Por excusa decía que se había ganado dos
veces la lotería. Piller, buscando acabar su trabajo, lo conmina a que
demostrara haber sido el pintor de los falsos cuadros de Vermeer. Así, entre
los meses de julio y diciembre de 1947, el gran falsificador en presencia de
reporteros y testigos del juicio, pintó su última falsificación al estilo
Vermeer. Este cuadro fue llamado “Jesús entre los doctores” o también el “Joven
Cristo en el templo”. Solo así se convenció a los escépticos y se suavizó su
condena. En octubre de ese mismo año fue condenado a un año de cárcel, pena que
no llegó a cumplir pues murió de un infarto cardíaco el 30 de diciembre de
1947.
Se cuenta que Hermann Göring, en
1946, y ya en prisión, por una conversación casual, se entera de que su
apreciado y admirado Cristo con la adúltera, en vez de ser un Vermeer no era
más que un Van Meegeren. Reacciona y con ira e incredulidad dice: *¡Pero esto
es imposible! ¡El cuadro era antiguo, tan antiguo que tuve que mandarlo a
restaurar! ¡Esto sería una enorme estafa, pues es el cuadro por el que más
dinero he pagado!*
*Doctor en historia.
