Es imposible
saber cuántos años tiene, porque en el lugar donde vive no existen los
registros de nacimiento. Pero Bandi, conocido como 'Apai Janggut' por su larga
barba, cree que habrá cumplido ya los 91 o 92 años. Sin
embargo, no hay en él ni un síntoma de debilidad, más allá de una voz que
parece algo cansada. De hecho, acaba de cruzar el mundo para recibir en Lisboa
el Premio Gulbenkian de la Humanidad.
Un reconocimiento a la altura de un auténtico "Guardián del Bosque", que agradece profundamente. Pero ni él ni Raymundus Remang, el líder de la aldea donde habitan, esconden sus ganas de volver a su hogar. "Están siendo días muy buenos, nos gusta estar aquí. Pero echamos de menos nuestras casas. Nuestros corazones están pensando en las personas que están allí", relatan ambos en conversación con El Independiente.
Para entender
su historia hay que sumergirse en las selvas tropicales de Kalimantan
occidental, situadas en el Borneo indonesio. Una zona amenazada por la tala ilegal,
la producción de aceite de palma y los intereses empresariales pero
que, a la vez, sirve como hogar para la comunidad indígena Dayak Iban. Un
pueblo que Bandi ha liderado durante los últimos 40 años en su lucha por el
reconocimiento de sus derechos tradicionales sobre la tierra y la protección
del medio ambiente. Contra
todo y contra todos.
Pero esta es,
por suerte, una historia con final feliz. Y es que en el año 2020 el gobierno
indonesio concedió finalmente a la comunidad Dayak Iban el
reconocimiento legal y la propiedad de 9.500 hectáreas de tierra. Todo
un éxito para un pueblo que ya ha sido reconocido como Salvador del Medio
Ambiente por el gobierno indonesio y galardonado con el Premio Ecuatorial del
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.
"Nuestro
pueblo se llama Sungai Utik. Y nuestra comunidad se compone de 278
personas", explica Bandi, que es consciente de la gesta que han logrado a
pesar de ser tan pocos: "En este momento el Gobierno de Indonesia ya ha
protegido nuestras casas tradicionales para que no puedan sufrir ningún cambio.
Y también nuestra herencia cultural está protegida para el futuro de
las nuevas generaciones".
Aunque han
conseguido lo más importante -al final y al cabo, les iba la vida en ello- los
Dayak Iban tienen más amenazas. "Nuestra comunidad está creciendo, pero
muy lentamente. Somos 86 familias, y cada año hay un máximo de 5
nacimientos. Así que nos preocupa que la comunidad decrezca. Aunque
por otro lado es algo positivo, porque significa que no somos muchos viviendo
en la selva. Tiene sus pros y sus contras", resume Bandi.
El líder
indígena explica que otro de los grandes retos que tienen por delante, y en el
que ya están trabajando, es conseguir que los más jóvenes no pierdan de vista
sus raíces. Algo complicado en un mundo gobernado por la tecnología. Por ello
han creado una escuela cultural, que enseña a los niños la herencia de su
pueblo y sus tradiciones para que su forma de vida esté asegurada
también en las generaciones futuras.
Conexión con
la selva
Es casi
imposible explicar la relación que tienen los Dayak Iban con la selva. Pero,
aún así, los dos líderes indígenas lo intentaron: "En nuestras comunidades
la manera en la que lo vemos es que los humanos y la naturaleza no
pueden estar separados. La selva es donde está nuestra vida, donde
vivimos y donde hacemos todas nuestras actividades, ya sean culturales o
turísticas, y también donde juegan los niños. Y además es nuestro supermercado.
Allí 'compramos' las medicinas y nuestra comida. Así que no podemos estar
separados. Estamos conectados a la selva y es parte de nuestras vidas".
Un discurso
que Bandi trasladó al escenario de la Fundación Gulbenkian cuando recibió el
galardón en presencia de Ángela Merkel, ex canciller alemana; António Costa,
primer ministro de Portugal y Marcelo Rebelo de Sousa, presidente del país
luso. Desde allí, descalzo y vestido con la vestimenta tradicional de
su pueblo, agradeció la distinción al tiempo que confirmó que destinaría
los 300.000 euros con los que estaba dotado el premio a mejorar la educación y
la sanidad de su pueblo.
"Muchas
gracias por esto, lo aprecio mucho. Han sido muchos años protegiendo la selva.
Es algo central en nuestras vidas. Nosotros siempre decimos que la
tierra es nuestra madre, la selva nuestro padre y el agua, nuestra sangre. Proteger
la selva es parte de nuestra cultura, y allí están enterrados nuestros
antepasados. Este premio beneficiará a nuestra gente y mejorará nuestras
vidas", aseguró Bandi.
Un destino
para el ecoturismo
Sin embargo,
parte del dinero del premio irá destinado también a reforzar otro proyecto que
la comunidad indígena ya tiene en marcha: convertir la selva en un
destino para el ecoturismo.
"Todo el
mundo puede venir y entrar a nuestra comunidad. Pero somos muy selectivos
porque no queremos que esto se convierta en algo para las masas, porque eso
puede arruinar la naturaleza. Así que queremos limitar el número de personas
que vienen", relatan los dos indígenas, que explican que cuentan incluso
con un libro para registrar a todos los visitantes que reciben. "Lo vemos
como algo educativo. Les enseñamos a la genta nuestra manera de vivir y cómo
protegemos la selva. Se trata de educar y de pasar el mensaje",
concluyen.
Tomado de El
Independiente / España.