Albuquerque (EE.UU.) - La primera bomba atómica de la
historia, detonada en 1945 en el desierto de Nuevo México, no tuvo víctimas
mortales. ¿O sí? "En mi familia no nos preguntamos si tendremos cáncer,
sino cuándo lo tendremos", dice la activista Tina Cordova en una excursión
al campo de pruebas Trinity, al sur de Los Álamos.
Cordova es la cofundadora de los Tularosa Basin Downwinders,
un grupo cuya misión es que se reconozca el daño causado a las familias que
vivían en los alrededores de Trinity cuando se detonó ese primer artefacto
nuclear, y que nunca han recibido ninguna compensación por los problemas
médicos que aún hoy sufren.
Frente a la enorme extensión de desierto y piedra volcánica que rodea el lugar, con la mirada puesta en las montañas de más allá, se muestra incrédula y dolida.
No entiende cómo el Gobierno estadounidense no es capaz de
reconocer siquiera que su familia, al igual que las decenas de familias que
vivían junto a Trinity en el momento de la explosión, resultó afectada por la
radiación -especialmente cuando sí lo hace en otros lugares donde también se
realizaron pruebas nucleares-.
Desde 1990, una ley conocida como RECA (Radiation Exposure
Compensation Act) da apoyo económico a los "downwinders" -las
personas que vivían a contraviento de los campos de pruebas nucleares- en los
estados de Nevada, Utah y Oklahoma, pero deja fuera a las familias de Nuevo
México, pese a que fue ahí donde se realizó el primer ensayo.
Según Cordova, los motivos son simples: "Desde el
comienzo hemos sido un estado de minorías mayoritarias", explica la
activista, refiriéndose a la gran población hispana y nativa que habita en el
territorio.
Además, recuerda, Nuevo México es uno de los estados más
pobres de Estados Unidos. Esta realidad generó el caldo de cultivo perfecto
para convertir al territorio en el centro del universo atómico estadounidense,
rodeado desde el comienzo de tabúes y secretismo.
Incluso hoy en día, sus dos laboratorios de investigación
nuclear, Sandia y Los Álamos, son el principal motor económico de la zona,
recibiendo miles de millones de dólares en inversiones públicas.
Según Cordova, la importancia de los laboratorios en la
economía estatal impide que los políticos que representan a Nuevo México en
Washington se mojen y hagan suya la lucha de los "downwinders". Pero
no por eso va a dejar de intentarlo.
La activista destaca el caso de la congresista Teresa Leger
Fernández: gracias en parte al activismo de los "downwinders",
introdujo en 2021 una propuesta para expandir RECA a las familias de Nuevo
México afectadas por la explosión de Trinity, aunque el texto no llegó a
votarse.
Otro problema al que se enfrenta el grupo es que hay muy
pocos estudios que acrediten los efectos de esa primera explosión nuclear.
Incluso hoy, resulta muy difícil encontrar literatura
científica sobre la relación entre esa primera explosión y los incontables
casos de cáncer que Cordova y sus compañeros han ido encontrando.
Ante la falta de datos, la organización decidió recabar sus
propios testimonios. A través de más de 1.200 encuestas médicas, encontraron
niveles anormalmente altos de cáncer de tiroides -asociado a la radiación- y
otros tipos de cáncer raros, según detallaron en un informe de 2017 con
recomendaciones para la expansión de RECA.
Sus conclusiones reflejan la experiencia personal de Cordova,
que perdió a su padre tras una dura batalla contra el cáncer, y que ha visto
cómo en cada generación de su familia se acumulaban los casos de enfermedades
raras. Ella misma tuvo que someterse a una operación para extirparse la
glándula tiroides por el riesgo a desarrollar cáncer.
Su caso no es una rareza. Bernice Gutiérrez, que forma parte
de los "downwinders" de Tularosa, nació ocho días antes de la prueba
de Trinity, en la localidad de Carrizozo, cerca de donde tuvo lugar la
explosión. Su madre sobrevivió un cáncer de tiroides, uno de piel y uno de
pecho. Uno de sus hermanos tuvo cáncer de tiroides, al igual que su hija. Otro
hermano, de páncreas, y otra, de útero.
En el caso de Mary Martínez White fue la cantidad de
funerales de amigos y conocidos a los que asistía lo que le hizo darse cuenta
de que algo en su pueblo natal de Socorro, también cercano al campo de pruebas,
no era normal.
Las tres colaboran con Cordova llevando a cabo encuestas
médicas, investigando y organizando manifestaciones en la puerta del campo
Trinity, que el Gobierno estadounidense abre para los turistas dos veces al
año.
Las tres mujeres esperan que la película de Christopher Nolan
sobre el inventor de la bomba atómica, J. Robert Oppenheimer, ayude a generar
un nuevo interés en el legado de Trinity.
"Enfrentaría a mi padre a Oppenheimer en cualquier
disciplina excepto en física", dice Cordova conteniendo las lágrimas.
"Y si mi padre hubiera tenido el beneficio de una educación también lo
habría enfrentado en eso. Nunca perdonaré al Gobierno por lo que nos ha
hecho".
Jorge Dastis
Agencia EFE / Tomado de La Jornada - México.