Darío Brooks
BBC News Mundo
Durante tres semanas de septiembre de 1972, una bandera
mexicana ondeó en lo alto de la isla Santa Catalina, frente a las costas de
California (EE.UU.).
"¡Estamos siendo invadidos. Soldados mexicanos están
reclamando la isla!", exclamó una secretaria de la oficina de gobierno de
la localidad isleña de Avalon, según reseñó entonces el diario Los
Angeles Times.
No eran soldados, ni una invasión formal.
Pero sí unos uniformados del grupo Boinas Cafés, integrado por chicanos (estadounidenses de origen mexicano) que estaban reivindicando para México las islas del Archipiélago del Norte (conocidas en EE.UU. como Channel Islands).
Aunque que se trataba de una protesta simbólica para
visibilizar las luchas por los derechos sociales de los chicanos, la
reivindicación se basaba en un episodio clave de la historia de EE.UU. y
México.
Y es que Santa Catalina, junto a las dos decenas de islas y
rocas ubicadas frente a las costas de California, nunca fueron
mencionadas en el Tratado de Guadalupe Hidalgo de 1848, que puso fin a
la invasión de EE.UU. a México.
El pacto obligó a México a ceder el 55% de su territorio a su
vecino del norte, pero no incluyó esas islas.
“Aunque políticamente hoy resultara inviable la reclamación
mexicana, para algunos el derecho de México sigue vigente”, le dice a BBC Mundo
el experto en derecho internacional Juan Carlos Velázquez.
El académico, que ha analizado el caso en un libro (2007),
explica que el gobierno de México nunca prestó atención a la soberanía
que pudo tener sobre las islas luego de firmar el tratado.
Y cuando quiso hacerlo, casi un siglo después, ya era
demasiado tarde.
Dos boinas cafés junto a la bandera de México desplegada en
Santa Catalina.
La preciada California
El Archipiélago del Norte está conformado por 10
islas y 12 rocas cuya extensión suma unos 1.000 kilómetros cuadrados.
En sí mismas nunca fueron un territorio clave, pero sí
estaban dentro del gran objetivo de Estados Unidos de hacerse con la
costa de California.
Desde inicios del siglo XIX, la naciente potencia
norteamericana buscaba vías para acceder al Pacífico, explica a BBC Mundo la
historiadora Guadalupe Jiménez Codinach. Pero ese territorio pertenecía a Nueva
España y luego a México.
“Intentos hubo muchos, incluidos los de comprar la Alta
California, de comprar la Baja California”, señala la académica, que trabajó
durante 10 años en la Biblioteca del Congreso de EE.UU., donde tuvo un acceso
privilegiado a documentos históricos sobre este tema.
William Shaler, un diplomático y agente del gobierno de EE.UU., había
intentado “bombardear San Diego en 1803 y no lo pudo tomar”, explica Jiménez.
“En su diario él va diciendo dónde es fácil desembarcar, en
tal ensenada, en tal lugar, cuántos barcos se pueden llevar y cuántas tropas. Y
al final dice que España nunca va a poder defender esto. Se puede tomar toda la
península [de Baja California] y la Alta California".
Jiménez también revisó documentos que hablan de intentos
de compra del territorio. Cuando México se independizó en 1821, le
ofrecieron a Agustín de Iturbide, el primer gobernante del país, y sus
sucesores un acuerdo de compra.
“Pero ningún gobierno aceptó la venta”, explica la
historiadora.
La situación, sin embargo, cambió con la invasión de México
que emprendió Estados Unidos en 1845. Su superioridad armamentística y la
debilidad de México por las disputas políticas internas, desembocó en la toma
de Ciudad de México en septiembre de 1847.
Luego de casi cinco meses, el gobierno de México accedió a
firmar el Tratado de Guadalupe Hidalgo, el cual puso fin a la guerra en 1848 a
cambio de 2,3 millones de kilómetros cuadrados de territorio, incluida la Alta
California.
México fue “compensado” con US$15 millones, es decir, US$6,5
por kilómetro cuadrado.
¿Qué decía el Tratado?
El Tratado de Paz, Amistad, Límites y Arreglo Definitivo,
como fue llamado formalmente, tuvo una redacción muy general al
señalar los nuevos límites fronterizos entre ambos países, explica Juan Carlos
Velázquez.
El artículo V señala que la “línea divisoria entre las dos
repúblicas comenzará en el Golfo de México, tres leguas fuera de tierra” frente
al río Bravo (llamado Grande en EE.UU.). Al llegar el río a la ciudad de El
Paso (Texas), la frontera correría hacia el oeste en línea recta.
“Continuará después por mitad de este brazo y del río Gila
hasta su confluencia con el río Colorado; y desde la confluencia de ambos ríos
la línea divisoria cortando el Colorado, seguirá el límite que separa la Alta
de la Baja California hasta el mar Pacífico”, remata.
En la redacción del tratado, no se menciona las islas del
Archipiélago del Norte.
Mapa de los cambios en las fronteras de México y EE.UU.
“El tratado apunta hacia la parte continental, que no
insular. Por extensión se entiende que lo que deriva son las islas, pero en
aquellos tiempos no existía convención de derecho de mar ni reglas claras de
hasta dónde es el dominio de una isla o una zona económica exclusiva”, explica
Velázquez.
Las islas quedaron en un limbo en un tiempo en el que el
derecho internacional era otro. La zona de dominio que se da por extensión
hacia el mar era de tres millas, y no alcanzaba a las islas del archipiélago.
México en ese momento pudo reclamar el
derecho de soberanía sobre ellas.
¿Podían volver a ser mexicanas?
Después de la guerra, Estados Unidos tomó el control de su
nuevo territorio, incluidas esas islas frente a la costa sur de California.
Y hubo amenazas sobre la península de Baja California, donde tropas
de Washington mantuvieron su presencia meses después de la firma del Tratado,
explica Jiménez.
“La veían sumamente estratégica, pero los mexicanos lograron
mantenerla”, añade.
En Ciudad de México, entre tanto, la posición del gobierno
quedó muy debilitada. Las pugnas por el poder siguieron entre liberales y
conservadores, además de que había temores de una nueva intervención
estadounidense: “En México hemos tenido gobiernos muy débiles ante Estados
Unidos”, reflexiona la historiadora.
No fue hasta la década de 1890 que el tema del Archipiélago
del Norte generó un debate nuevamente cuando el geógrafo mexicano Esteban
Cházari hizo un estudio del caso para acceder a la Sociedad de
Geografía y Estadística del país.
Cházari expuso las razones por las que las islas deberían ser
reclamadas, partiendo de lo que decía el tratado. Sin embargo, su trabajo no
tuvo eco en el gobierno mexicano de la época.
Pasaron cuatro décadas hasta que en 1942 -casi un siglo
después de la guerra con EE.UU.- el presidente Manuel Ávila Camacho ordenó
la conformación de una comisión para analizar la “nacionalidad” de
las islas teniendo como base el trabajo de Cházari.
La Comisión determinó que no había elementos para
poder reclamar la soberanía para México, pese a que nunca hubo una cesión
explícita de las islas en el Tratado de 1848, explica Velázquez. De hecho,
continúa, el tratado en sí no es específico sobre los territorios, aunque hubo
un convenio posterior.
“Desde el punto de vista del derecho internacional, las islas
fueron cedidas al Estado vecino con base en el tratado de 1848 y su complemento
de 1853”, explica Juan Carlos Velázquez.
“Parece evidente que el gobierno de nuestro país ha dado
muestras de reconocer que se perdió en 1848, dando por hecho que se perdió ante
EE.UU.”, añade, pues desde un inicio se dio por entendido que la Alta
California estaba conformada por un territorio que incluía las islas y que fue
cedido en el acuerdo que dio fin a la guerra.
A fin de cuentas, México nunca presentó una petición formal.
Hubo una “inexplicable ausencia de reclamaciones de México”, dice el experto.
“En varias ocasiones se les requirió a las autoridades
mexicanas que procedieran, por parte de la sociedad, los estudiosos, los
académicos. Pero los gobiernos de las distintas épocas fueron pasivos”.
En el derecho internacional, continúa, hay una figura que se
llama animus domini, el ánimo de dominar, que es “una
manifestación que debe hacer un Estado sobre un territorio determinado”,
explica.
“Así como se puede obtener un derecho, lo contrario es derelictio o abandono
de derechos. En el caso de México, nunca hubo una pretensión o petición
directa a Estados Unidos de reivindicación de esas islas”, considera.
Para rematar el caso, en 1978 ambos países llegaron a
un acuerdo sobre sus límites marítimos que marca claramente que las
aguas mexicanas están fuera del alcance de las islas del Archipiélago del
Norte, lo cual sepultó cualquier mínima (o “irreal” en el realpolitik, como
considera Velázquez) de algún reclamo de soberanía.
“Todo lo válido que hubieran sido en su día las razones de
México para presentar una reclamación sobre el archipiélago, en las condiciones
actuales no tienen ninguna posibilidad de éxito”, concluye el experto.
Tomado de yahoo en español. En la gráfica, 2 “boinas cafés”
junto a la bandera de México desplegada en Santa Catalina.