Por Tomás
Straka*
PDVSA es una
empresa centenaria, si se toma en cuenta que la más antigua compañía cuyos
activos fueron puestos en sus manos es de 1885. La industria petrolera es el
resultado de un modelo que a la larga fue exitoso, pero que los venezolanos
pueden considerar un fracaso.
En 1912 un hombre tomó la decisión más arriesgada de su vida. Con ella, la empresa que estaba levantando cambió su destino y el país donde lo hizo logró, después de muchos reveses, coronar con éxito un proyecto que venía dando tumbos desde hacía cincuenta años. Pese a la importancia de estas tres cosas, realmente solo se recuerda la decisión, pues el hombre se encargó de dejar testimonio. La segunda se difumina en las historias que se han escrito de la empresa, aunque no ha sido olvidada del todo. Pero la tercera, que produjo cambios de mayor alcance, es prácticamente desconocida. Por sus implicaciones para la historia desde una perspectiva teórica, pero sobre todo en términos inmediatos para la memoria e incluso la autoestima de los venezolanos, es necesario replantear lo que se ha narrado muchas veces, e identificar tendencias y conexiones que normalmente pasan inadvertidas.
Veamos: el
hombre es Henri Deterding, la empresa es la Royal Dutch Shell y el país es
Venezuela. En 1912 Deterding hizo, según sus palabras, the most
speculative venture of my life, al apostar por algo que se veía prometedor,
pero que no era seguro: los yacimientos petrolíferos venezolanos. Lo que
ocurrió con el país —y con la Shell— durante el siguiente siglo muestra la
importancia de la aventura. Pero la forma como se ha recordado no pone todas
las piezas en su lugar, generalmente lo desliga de lo que lo hizo posible y
llega, debido a eso, a la notable conclusión de considerar un fracaso lo que,
al menos en esencia, fue un éxito.
En la memoria
venezolana suele hacerse un hiato entre el liberalismo amarillo o guzmancismo
—período que va de 1870 a 1899 y recibe tales nombres por la hegemonía del Gran
Partido Liberal Amarillo y su gran caudillo, Antonio Guzmán Blanco— y lo
ocurrido en el siglo XX. No es que se eluda la
influencia directa e indirecta que ha tenido hasta hoy, en aspectos clave como
la legislación o la educación. Pero no se ve tan claro que el guzmancismo no
desapareció del todo hasta la década de 1930, cuando sus últimos representantes
estaban muy viejos y empezaron a morir.
Lo que
interesa de esto es que, al muchos cerrar el capítulo del guzmancismo en 1899 o
incluso en 1908, su retrato final es la monumental crisis en todos los órdenes
de la vida venezolana que se vivió en el entresiglos: cuatro guerras civiles,
la caída de los precios del café, la bancarrota del Estado, el bloqueo y
bombardeo de las costas por las potencias europeas, la pérdida de grandes
extensiones territoriales a manos de Gran Bretaña y Colombia, una desastrosa
participación en la Guerra de los Mil Días, el finis patriae de Ídolos
rotos. Fue un retrato que se afianzó durante el gomecismo: como allí basó
su legitimidad —el temor de volver a aquello siempre hizo preferir a Juan
Vicente Gómez, hasta que una nueva generación sin el trauma del fin de siglo se
atrevió a algo distinto— lo repitió una y otra vez, sin que nadie lo
desmintiera, ni siquiera sus opositores.
Pero si no se
pone como último retrato uno de 1899 sino, por ejemplo, el de la apuesta de
Deterding se encuentra que, pese a lo terrible de la crisis, no todo lo
hecho durante el guzmancismo fue un fracaso. La sociedad logró
recomponerse y, sobre todo, el proyecto no solo logró funcionar al final, sino
que alcanzó en pocos años todo cuanto se propuso: inversión extranjera,
articulación con el mercado mundial, modernización, al menos tanto como le era
posible a aquella Venezuela, y crear un Estado-Nación capaz de alcanzar paz y
estabilidad. Hubo de esperarse hasta la década de 1980 para que Germán
Carrera Damas lo planteara de esa manera en varios de sus estudios (pero sobre
todo en su clásica Formulación definitiva del proyecto nacional:
1870-1900). Y aun así, el aspecto económico, en el que al final
obtuvo casi todo lo que soñó, siguió viéndose como un fracaso, en parte por un
muy influyente estudio (de hecho el primero sistemático que se hizo del tema),
que se detuvo en 1908. Ya volveremos sobre él más adelante.
La Venezuela
petrolera del siglo XX —que ahora está en otra crisis parecida a la de 130 años
atrás— es un producto del éxito del guzmancismo, en un grado mucho mayor de lo
que suele pensarse. Cuando, por ejemplo, el Estado
y la Chevron celebran los cien años de la empresa en Venezuela, es importante
ver cómo esa relación entre el empresariado y sus conexiones con el sector
político y estatal cambiaron al país, en general para bien, y cómo se forjó eso
bajo el guzmancismo. Si la Chevron celebra un siglo en Venezuela debido a la
presencia de sus antecesoras más o menos directas, puede entonces afirmarse que
PDVSA nació en 1885, con la New York and Bermúdez. Es decir, que es una
centenaria empresa guzmancista, lo que la pone a ella, a toda la historia
petrolera e incluso a las tribulaciones actuales en otra escala.
La
desesperada búsqueda de una solución
Guzmán Blanco
tomó Caracas a sangre y fuego el 27 de abril de 1870. Aunque los combates
continuaron al menos por dos años más en diversas partes, la anarquía
en la que Venezuela se había sumido desde 1858 empezaba a «escarmentarse», como
alardearía finalmente el nuevo presidente en 1872: «La guerra ha terminado
quedando vencida la oligarquía en todas partes y de todas maneras, y la
anarquía escarmentada tan ruidosa como ejemplarmente», dijo en su proclama más
famosa.
Pero,
aunque escarmentado, el país estaba exhausto. Doce años de
continuas guerras civiles, que en realidad fueron una sola con picos más
intensos que otros, golpes de Estado, saqueos, violencia en diversos niveles y
modalidades, obligaban a una reconstrucción en todos los órdenes, y para eso
hacía falta capital. ¿Dónde conseguirlo? Guzmán Blanco y sus colaboradores no
tuvieron que pensarlo demasiado: en aquellos que tenían dinero en Venezuela,
sobre todo los comerciantes, y en el exterior, donde había banqueros e
industriales que buscaban lugares donde invertir. Era de hecho lo que se
ensayaba en toda América Latina. El desafío era convencer a esos
capitalistas de invertir en Venezuela; en el caso de los extranjeros,
competir con países más estables (nadie podía garantizar que de verdad la
anarquía estaba «escarmentada»), algunos incluso dominados colonialmente y con
ventajas mucho más atractivas. Con respecto a los ricos criollos (musiúes,
como llamaban a los europeos o sus descendientes), el problema era todavía
mayor: no solamente venían de atravesar la década de violencia que habían
padecido todos los venezolanos, por lo que sus arcas no era las más prósperas,
sino que, además, su experiencia de primera mano con el país les aconsejaba
extrema cautela al invertir cualquier peso.
La solución
de Guzmán Blanco fue crear oportunidades de negocios con lo que tuviera a mano,
aunque eso implicara en muchas ocasiones tomar medidas audaces, incluso
extremadamente audaces, y no pocas veces reñidas con la transparencia; por
ejemplo, incorporarse él mismo como socio (¿qué mejor garantía para un negocio
que tener nada menos que al presidente como uno de los socios?), crear
monopolios por decreto, voltear hacia otro lado ante algunas cosas que pasaban
en las aduanas o en las administraciones regionales, entregar concesiones a
dedo y otras medidas similares. Aunque la extensión de la corrupción ya
escandalizaba entonces, hay que recordar eran los días de los robber
barons. Tales prácticas no eran radicalmente diferentes de las que
ocurrían en muchas partes, al menos en Estados Unidos o las distintas colonias
europeas en África y Asia.
El hecho fue
que dio resultado. Un caso contado muchas veces fue el del Banco de Venezuela,
que actualmente sigue siendo el más grande del país. En 1870 cinco casas
comerciales —Eraso Hermanos y Cía., H. L. Boulton, J. Röhl y Cía., Santana
Hermanos y Cía., y Calixto León y Cía.— crearon la Compañía de Crédito de Caracas,
cuyo objetivo era girarle al gobierno 702.000 pesos durante el primer año,
mediante depósitos de 1.800 dólares diarios durante los primeros noventa días y
2.000 dólares durante los siguientes 270. A cambio, la Compañía recibiría el 85
por ciento de lo recaudado por aduanas a un interés del uno por ciento, más
acreencias a los socios. Para que no hubiera dudas, sus oficinas serían agentes
de recaudación aduanera. El negocio fue muy bueno. Cumplido el año, en 1871,
fue liquidada para crearse otra con el mismo nombre y más o menos los mismos
socios, aunque con algunos nuevos.
La segunda
Compañía de Crédito duró hasta 1876, cuando fue definitivamente liquidada y sus
funciones transferidas a una nueva institución: el Banco Caracas. Hasta ese
momento había generado la fabulosa ganancia de 550.000 venezolanos, lo que
equivalía más o menos a la misma cantidad de dólares de la época: una bicoca.
Este primer Banco Caracas fue liquidado en medio de la reacción antiguzmancista
de 1877. Pero, una vez retornado al poder en 1879 el ya titulado por el
Congreso como «Ilustre Americano», se funda un segundo Banco Caracas, del cual
tiene acciones y dura hasta 1890. Desde 1888 Guzmán Blanco estaba
definitivamente retirado de Venezuela, sin siquiera esperar a terminar su último
período presidencial, y entonces vende su paquete accionario. Se liquida el
banco, pero los accionistas crean otro (básicamente la misma entidad, pero sin
el Ilustre), que ahora llaman Banco de Venezuela y sobrevive hasta hoy. Su
principal figura es el concuñado de Guzmán Blanco, Manuel Antonio Matos.[1]
Hay muchos
otros casos, aunque tal vez ninguno tan emblemático y con tanta proyección
contemporánea como el del Banco de Venezuela. Indistintamente de lo que pueda
decirse de sus relaciones singularmente privilegiadas con el Estado, y de la
clara confusión de intereses entre los socios y los funcionarios que,
eventualmente, tendrían que supervisarlo, le garantizó al gobierno solvencia
—todo un logro— y en conjunto ayudó a modernizar el sistema financiero
venezolano, que para entonces funcionaba con créditos y hasta depósitos en
casas comerciales o entre particulares. Los primeros bancos no hicieron que eso
desapareciera (de hecho, a mediados del siglo XX aún quedaba mucho, aunque más
o menos articulado con los bancos), pero sí marcó un indudable punto de inflexión.
No obstante, aquello era una parte del proyecto. El dinero en grande,
lo que de verdad podría cambiar al país, tenía que venir del exterior. Hacia
allá Guzmán Blanco y sus colaboradores concentraron sus esfuerzos.
La
danza de las concesiones
Imitando un
poco lo de la «Danza de los Millones» —como se llamó en Cuba el período de auge
de los precios del azúcar en la década de 1920—, Rómulo Betancourt llamó en su
muy influyente Venezuela, política y petróleo (publicado en
1956) «danza de las concesiones» a la cadena de concesiones petroleras
otorgadas entre 1907 y 1912. La más grande y famosa de todas fue la llamada
Concesión Valladares, de 27 millones de hectáreas, entregada al abogado Rafael
Max Valladares (1874-1945). A pesar de la fama de esta concesión, presentada —y
no sin razones de peso— como un ejemplo del entreguismo del régimen de Juan
Vicente Gómez a las empresas petroleras, y de que Valladares haya pasado a ser
uno de los grandes antihéroes de la historiografía venezolana, no es mucho lo
que se ha escrito sobre él o incluso sobre los pormenores de la concesión.
Cuando la
obtuvo, Valladares era un abogado del bufete de Juan Bautista Bance. El dato
clave es que uno de los clientes del bufete era la New York and Bermúdez
Company, hasta hoy famosa por su explotación de asfalto en el Lago de Guanoco,
por los problemas que tuvo con el gobierno de Cipriano Castro cuando quiso
revertirle la concesión y por su respuesta al desafío, que la convirtió en un
caso emblemático del intervencionismo imperialista de la época: financiar una
guerra civil para derrocarlo, la llamada Revolución Libertadora (1901-1903).
Encabezada por Manuel Antonio Matos —aquel concuñado de Guzmán Blanco que
se mantenía al frente del Banco de Venezuela—, quien también tenía grandes líos
con el gobierno, logró reunir a todos los enemigos de Castro en el ejército más
grande visto hasta entonces en la historia de Venezuela, muy bien dotado
gracias a la fortuna de Matos y a la generosidad de la New York and Bermúdez
Company. No obstante, contra todo pronóstico, Castro logró vencer el
alzamiento. Un lustro después, su compadre y jefe militar más exitoso, Juan
Vicente Gómez, lo desplazó del poder con un golpe palaciego en 1908 y, para
cimentar bien su poder, hizo las paces con todos los países, empresas y
personeros enemistados con el exmandatario, incluyendo la New York and
Bermúdez.
En ese
contexto, Valladares, un abogado más bien de segunda línea en el bufete de
Bance, obtuvo su fabulosa concesión en 1912. Y, apenas disimulando, a los
cuatro días de obtenerla, se la vendió a la New York and Bermúdez. Si quedaba
alguna duda de que Gómez no quería más líos con las compañías extranjeras, esta
operación bastaba para despejarla. En los años siguientes Valladares continuó
siendo útil en diversos negocios; por ejemplo, en la intervención del Banco de
Venezuela (Matos, al parecer, fue uno de los pocos con los que no hubo
reconciliación). El sistema de recibir concesiones y traspasarlas casi
de inmediato a una empresa extranjera se convertirá en uno de los grandes
negocios del gomecismo. Como la ley privilegiaba a los venezolanos,
muchos, con los contactos correctos para hacerlo, se dedicaron a licitar
concesiones y venderlas. Al final, hasta Gómez creó su empresa en 1923, la
Compañía Venezolana de Petróleo, dedicada a este negocio. El mismo
Guzmán Blanco habría quedado impresionado, aunque el sistema en sí no fue un
invento del gomecismo, sino del guzmancismo.
En efecto,
este es el momento de echar una mirada veinte años atrás. Si algo había comprendido
Guzmán Blanco fue que una cosa era ayudar al financiamiento cotidiano del
gobierno, o incluso al desarrollo de ciertas obras públicas, y otra era
construir ferrocarriles o industrias. Lo primero lo podía hacer con sus
compañías de crédito y juntas de fomento, pero para lo segundo no había músculo
en Venezuela y por eso era necesaria la inversión extranjera. A su favor
tenía que el contexto era propicio, porque había excedentes de capital a la
búsqueda de dónde invertir y gran demanda de materias primas, aunque no era
mucho lo que Venezuela podía ofrecer. En cualquier caso, otorgó concesiones
para la explotación de lo más atractivo: vías de comunicación o minas de oro. Pero
en contra tenía que, más allá de sus grandes declaraciones de que
Venezuela era un país muy rico que solo necesitaba un poco de
inversión, y de los periodistas que pagaba en el exterior para hacerle
propaganda, sabía que en realidad no tenía con qué competir para atraer
esos capitales. El famoso Protocolo Rojas-Pereire, firmado entre José
María Rojas —uno de los diplomáticos y negociadores clave del guzmancismo—, y
Eugène Rodrigues Péreire (o Eugène Péreire), presidente de la Compagnie
Genérale Transatlántique, de Francia, prueba hasta qué grado la situación llegó
a ser desesperada: básicamente se le entregaba toda Venezuela en concesión a la
empresa, a cambio de inversiones y financiamiento de inmigrantes.
El Protocolo
produjo un escándalo tal —se habló de una segunda Compañía Guipuzcoana— que
hasta Guzmán Blanco tuvo que dar un paso atrás. Pero eso no significa que no
haya podido avanzar bastante en el modelo. Para fin de siglo se habían logrado
inversiones tan importantes como algunas líneas de ferrocarril y otras de
navegación a vapor en el Orinoco y el Lago de Maracaibo, explotaciones
auríferas de Guayana, tranvías en varias ciudades, algunas compañías
eléctricas, operadoras de puertos y otras empresas mayores o menores en todo el
país.[2] En
1878 se creó incluso la primera empresa petrolera, Petrolia del Táchira, que
funcionó con éxito, aunque de forma muy limitada y alcance apenas local. Por
sus consecuencias, un caso especialmente famoso es el de la Concesión Hamilton,
entregada en 1883 al comerciante estadounidense Horacio Hamilton, con amplios
sectores del Gran Estado de Oriente, renombrado estado Bermúdez en 1891, que
hoy abarca los estados Monagas, Anzoátegui y Sucre. Hamilton la obtuvo
básicamente por sus buenas relaciones personales con Guzmán Blanco. Minorista
dedicado a importar diversos productos (galletas, perfumes, rifles), no se
interesó realmente en explotarla, por lo que, tomando una decisión que después
imitaron Valladares y muchos más, tan pronto como en 1884 la vendió a unos
comerciantes de Nueva York, interesados en las posibilidades forestales de la
zona.
Los nuevos
dueños fundaron en 1885 la New York and Bermúdez Company para explotar la
concesión, y muy pronto se encontraron con que las posibilidades madereras no
eran tan atractivas como algo en lo que Hamilton no había reparado: el asfalto,
del cual había todo un lago en Guanoco.[3] [4] Precisamente
por aquella época se estaban asfaltando las calles de Nueva York, negocio en el
que despuntaba la General Asphalt de New Jersey, que termina comprando a la New
York and Bermúdez Company. Bastante controvertida por sus prácticas, ya incluso
antes de su financiamiento de la guerra civil en Venezuela, había sido objeto
de varios escándalos de corrupción. Esta empresa tiene, en la historia de
Venezuela, el privilegio de haber iniciado la exportación de un hidrocarburo,
el asfalto, y advertido el potencial petrolero de Venezuela. Es decir, en
una protagonista fundamental, de esas que le cambian la vida a una nación.
De Guzmán a
PDVSA
Cuando el
petróleo comenzó a cobrar importancia, a comienzos del siglo XX, y el Estado
venezolano a otorgar concesiones, era más o menos natural que quienes
trabajaban con el asfalto prestaran atención a la oportunidad que se abría. Eso
es lo que ocurrió cuando la New York and Bermúdez compró la Concesión
Valladares. Contrató al geólogo Ralph Arnold para que recorriera el país en
busca de petróleo a la cabeza de un equipo de investigadores. Y lo que encontró
fue suficientemente bueno para sorprender a un hombre como Deterding: ¡con
decir que no solo hay lagos de asfalto, sino que los hay también de petróleo,
que brota del suelo en los llamados menes! ¡Esto parece un sueño!
Sin embargo, los intentos de la New York and Bermúdez de producir petróleo son
un fracaso. Definitivamente, no tenían la capacidad técnica ni financiera para
la acometida, por lo que tomaron el informe de Arnold y fueron a la Shell a
ofrecer su concesión en venta.
Lo demás ya
se conoce. Deterding leyó el informe, seguramente buscó más datos y, tras
pensarlo, decidió apostar. Tuvo éxito: ya en 1914 comienza a producir
petróleo el pozo Zumaque I, explotado por la Caribbean Petroleum, una empresa
que había sido de la New York and Bermúdez y que ahora controlaba la Shell. En
1922, otra empresa que compró la Shell, la Venezuela Oil Concessions (VOC),
protagoniza el reventón de El Barroso, que demuestra el tamaño de las reservas
de Venezuela, superiores a todo lo imaginado.
¿Fue,
entonces, un fracaso el modelo económico del liberalismo amarillo? La
categoría misma de modelo económico del liberalismo amarillo fue
popularizada por un estudio muy influyente que la unió indisolublemente a la
idea de fracaso: El modelo económico del liberalismo amarillo: historia
de un fracaso, 1870-1908, de Nikita Harwich Vallenilla, publicado en 1976.[5] No
se le puede regatear que es uno de los mejores trabajos de historia económica
de Venezuela que se han escrito. Reveló, con gran apoyo documental, la magnitud
de la descomunal crisis que hundió a Venezuela en el entre siglos XIX-XX,
prácticamente olvidada para la década de 1970. De modo que el valor del estudio
está fuera de duda, pero terminó de contar la historia antes de su final, por
decirlo de algún modo. Aquello que con muchos tropiezos venía
prefigurándose desde 1870, y muy especialmente desde la Concesión Hamilton,
logró lo que se había planteado: atraer suficiente inversión extranjera para
transformar el país.
Adoptar el
año de 1914 como el del inicio de la industria petrolera tuvo mucho que ver con
el deseo de las compañías transnacionales de presentarse como sus iniciadoras
(y, con eso, como las únicas causantes de la bonanza y el progreso material que
trajo). Algo de eso vuelve a ocurrir ahora con la celebración del
centenario de Chevron. En su momento era, entre otras cosas, una forma de
contrarrestar el nacionalismo que había surgido y las veía con malos ojos. La
verdad, hay que admitir que, en gran medida, estas empresas estaban en lo
cierto. Sin apuestas como la de Deterding, y después la de Rockefeller, la
Venezuela petrolera no hubiera sido posible. Pero eso no desdice el hecho
fundamental de que todo aquello también tuvo lugar como resultado de decisiones
tomadas por la dirigencia venezolana, producto de un análisis detenido de su
país y del diseño de opciones que a la larga mostraron tener resultado.
Tal vez
Guzmán Blanco no creó directamente PDVSA, pero sí puso sus primeras bases. No
es poco. Si se observa cómo fueron pasando los activos y las concesiones de la
New York and Bermúdez a la Shell y de esta a PDVSA en 1976, puede decirse que
la empresa, al menos por ese costado, tiene casi 140 años sin solución de
continuidad. Tal vez sea una buena referencia para pensar qué puede crearse
ahora, de nuevo en medio de la desesperación, para los próximos cien años, así
como para poner en contexto lo hecho en la segunda mitad siglo XX y no darlo
todo por perdido, a pesar de la sensación de otro finis patriae.
*Tomás Straka,
profesor de la Universidad Católica Andrés Bello e individuo de número de la
Academia Nacional de la Historia de Venezuela.
Notas
[1] González Deluca, M. E.
(2001). Negocios y política en tiempos de Guzmán Blanco.
Universidad Central de Venezuela.
[2] Harwich Vallenilla, N. (coord.)
(1992). Las inversiones extranjeras en Venezuela: Siglo XIX.
Academia de Ciencias Económica.
[3] Harwich Vallenilla, N.
(1992). Asfalto y revolución: la New York and Bermúdez Company. Monte Ávila Editores.
[4] McBeth, B. (2001). Gunboats,
corruption, and claims: foreign intervention in Venezuela, 1899-1908. Greenwood
Press.
[5] Harwich Vallenilla, N. (1976).
El modelo económico del liberalismo amarillo: historia de un fracaso,
1870-1908. En Política y economía en Venezuela (varios
autores). Fundación John Boulton.
Fuente:
Debates IESA / Imagen: Maryori Martínez.