“En Venezuela se
observa la aplicación de un patrón que tiene que ver con la cooptación y que
muta un poco hacia la traición política”.
“Venezuela tiene algo que dar, que es petróleo y, además, hay
un interés en menguar la hemorragia de gente que está migrando porque se sabe
que eso alimenta problemas en otros países y en los mismos Estados Unidos. Eso
implica que hay y habrá políticas dirigidas hacia esas dos áreas; todo lo demás
lo tienen que resolver los venezolanos”, palabras de Jon Lee Anderson,
periodista estadounidense especializado en temas latinoamericanos, en
conversación con La Gran Aldea.
El nombre de Jon Lee Anderson está ligado a
Latinoamérica desde hace tiempo. No en vano, el periodista estadounidense que
bordea los 70 años -nació en 1957- ha pasado buena parte de su vida recorriendo
el continente, contando su historia, perfilando a personajes poderosos o
reconstruyendo a mitos revolucionarios como el del “Che” Guevara.
Algunos de esos perfiles o largas crónicas para publicaciones como el The New Yorker o en la revista Gatopardo han sido lecturas ineludibles para varias generaciones de periodistas latinoamericanos. También le han valido críticas por cierto entusiasmo o condescendencia hacia algunas figuras de la izquierda continental como el propio Hugo Chávez.
“Hay muchos venezolanos que, por el hecho de que lo conocí y
lo entrevisté varias veces, equivocadamente, y sin leerme a fondo, pensaron que
yo era una especie de bufón de la corte para él”, se defiende en esta
entrevista telefónica desde su casa, en un pueblo a 20 minutos de las afueras
de Londres.
“Desde afuera parece que el alma del país nunca fue la
revolución, ni lo ideológico, sino los negocios”
Jon Lee Anderson
Anderson estuvo muchas veces en Venezuela y conversó con
Chávez en el avión presidencial, en el set de Aló, presidente o
en su Barinas natal. Un primer perfil sobre el fallecido comandante se publicó
en septiembre de 2001 en The New Yorker y siete años después
apareció otro en la misma revista -luego compilado en su libro El
dictador, los demonios y otras crónicas-, y en el que ya dibujaba a Chávez
como el “heredero” de Fidel Castro.
“No podía saber que pretendía llevarse al país consigo. No
pensé en él como un tipo malvado, ni corrupto en ese instante”, recuerda
Anderson, al tiempo que subraya la tendencia a inmolarse que siempre le
manifestó Chávez en aquellas conversaciones. “Me parecía un tipo destinado a
terminar en el fuego, porque él me lo decía, me aseguraba que quería morir
peleando”.
También conoció y entrevistó al sucesor, a Nicolás Maduro, a
quien describe como un “poco mitómano, pero afable”, “torpe físicamente y
caradura”, y, peor aún, como alguien que está “mucho más dispuesto a utilizar
la fuerza para mantenerse en el poder”.
La última vez que estuvo en Venezuela fue en 2019 y conoció
también a Juan Guaidó. De quien recuerda que “francamente me cayó bien” y en
quien advirtió “cierta valentía”. Aunque no ha regresado desde entonces, asoma
su opinión sobre el desierto que atraviesa la oposición venezolana y no
anticipa un cambio del statu quo. “En Venezuela se observa la
aplicación de un patrón que tiene que ver con la cooptación y que muta un poco
hacia la traición política”.
En esta entrevista Anderson no sólo muestra pesimismo con la
realidad venezolana, los “manejos ineptos” de Maduro, sino también con la
deriva autoritaria de casi toda la izquierda continental, simbolizada en la
figura de Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo, a quienes califica como
unos “déspotas de la Edad Media” que quieren hacer de Nicaragua su propia Corea
del Norte.
-América Latina vivió una época revolucionaria, con Hugo
Chávez, Evo Morales, Rafael Correa, los Kirchner, Luiz Inácio Lula da Silva,
entre otros. ¿Qué balance hace de ese período tomando en cuenta la realidad de
esos países hoy?
-Fue hace poco tiempo, aunque parece una época muy lejana. La
izquierda hoy no cuenta con algunos elementos clave que tenía hace veinticinco
años. Cuando Chávez surge en Venezuela, rápidamente se plegó a la figura de
Fidel Castro, que no era el anciano demacrado, enfermo y hasta senil de la
última década de su vida. Potenciados por el dinero del petróleo venezolano,
ese dúo fue muy potente para las izquierdas insatisfechas o frustradas de la
región, que habían quedado en el aire en la década previa, después de la
implosión de la Unión Soviética. Ellos se unieron a esta corriente nueva y
lograron ser gobierno en una buena cantidad de países de la región con el
subsidio de la bonanza venezolana. Pero Chávez y Fidel ya tienen una década
muertos y lo que hemos visto desde ese momento ha sido una hecatombe para sus
países. Cuba ya no es el pregón de nada, no es un farol para nadie y la gente
huye de ahí; Venezuela ni hablar, siete millones de ciudadanos abandonaron el
país, una tercera parte de la población se fue desde que Chávez murió, debido a
los manejos ineptos de Nicolás Maduro. Lo que ha ocurrido en los últimos diez
años es una constatación de que las izquierdas, si bien tuvieron su momento
nuevo a principios de siglo; sufrieron un decaimiento serio y evidente para
todos, o porque cayeron en delitos de corrupción y hasta de narcotráfico, o
porque sucumbieron ante las ganas de perpetuarse en el poder y crear cultos a
su alrededor. Pasó en Bolivia, con Evo Morales; en Ecuador, con Rafael Correa;
y, por supuesto, en Venezuela con Maduro. Quizá el más estrambótico es el caso
de Ortega y su mujer en Nicaragua, que se han vuelto como Corea del Norte, son
casi unos déspotas de la Edad Media.
“Lamentablemente hay una tendencia en Venezuela para la
conspiración, las alianzas cortas y las prebendas del Gobierno, que siempre
existen”
Jon Lee Anderson
-¿Pero la implosión es producto de la muerte de Fidel Castro
y Hugo Chávez o de que se acabó la bonanza petrolera?
-La combinación de estas dos figuras principales contrastaba
con un George W. Bush bélico y dubitativo en la Casa Blanca; con una Rusia
ausente, una China todavía expandiéndose económicamente en su territorio y una
América Latina un poco a la deriva. Con el boom petrolero Chávez y Castro
financiaron la llegada al poder de Evo, Correa, Kirchner, Ortega y unos cuantos
más que intentaron llegar, pero no lo lograron. Además, llevaron su mensaje a
nivel mundial y empezaron a hacer migas con regímenes antiamericanos en todas
partes. Ellos quisieron incendiar el mundo con nuevas nociones revolucionarias,
señalando las carencias y faltas de la democracia que se habían instalado en
América Latina, bajo el paraguas de Estados Unidos. Tenían un campo fértil y
eso duró, hasta que no duró más; hasta que ya no hubo más dinero; y coincidió
con que Fidel, básicamente, moría en el escenario y Chávez, en los últimos dos
o tres años, estaba moribundo también. De ahí en adelante hemos tenido una
época rocambolesca, donde el peso de la corrupción, la incidencia y expansión
del narcotráfico y la destrucción de las instituciones ha calado hondo, sobre
todo en países como Venezuela y Nicaragua. En fin, la impunidad, la falta de
justicia, la inequidad crónica, la expansión de criminalidad y el narcotráfico
ha hecho de América Latina la región más homicida y, quizá, más desigual del
mundo.
-¿Cuáles son esos elementos que según usted tenía la
izquierda de hace veinticinco años que ahora no existen?
-Tenían liderazgo y arrojo. En el caso de Fidel era como un
icono vivo, un tipo casi místico, por su larga trayectoria; si uno miraba fotos
de Fidel en los años cincuenta andaba con Nikita Jrushchov y Mao Zedong, era un
arco de la historia. El mismo Chávez estaba maravillado con eso. Ambos, a su
manera, habían desafiado al imperio, en el caso de Chávez con su retórica, que
en algunos casos parecía ridícula, pero funcionaba bien. Fueron una dupla
realmente potente. Con esto no quiero decir que Fidel no fuera un dictador
cruel y déspota; pero también fue inteligente, manipulador, veterano y hábil.
-¿Por qué regímenes no democráticos y violadores de los
Derechos Humanos como el de Venezuela, Cuba y Nicaragua siguen teniendo apoyo
internacional al día de hoy?
-Estos regímenes tienen apoyo porque sirven a los intereses
de otros. El enemigo de mi enemigo es mi amigo; es decir, Irán ahora está
armando a Rusia ¿por qué?, ¿porque quieren a Putin? No, es porque Putin está
lastimando a Occidente, que es su adversario existencial. En el caso de Europa,
la mayoría de los países nunca estuvo de acuerdo con las sanciones o el
aislamiento que Estados Unidos le impuso a Cuba, porque pensaban que habría
sido más sensato transar con el régimen de La Habana; y la disposición que
muestran hoy para darle crédito u oxígeno a la isla, responde a ese
pensamiento; y también, claro está, al deseo de darle un codazo a Washington,
porque les da la gana. Con Venezuela ocurre algo parecido, pero es más
transaccional, porque tiene petróleo y oro. Entonces se aplica el adagio
de que los Estados no tienen corazón, sino intereses.
-¿América Latina está condenada a caudillismos populistas de
izquierda o de derecha?
-No, no está condenada. En América Latina cada país tiene sus
matices, cada uno ha experimentado la democracia y también han producido gente
que no está de acuerdo con los populistas de turno, sean caudillos de derecha o
izquierda. Es cuestión de cambiar desde adentro ese círculo vicioso que se
estableció durante la Guerra Fría de plegarse al más fuerte que pueda ser su
protector. Sin embargo, es muy interesante ver cómo en Centroamérica ya están
todos en desafío con Estados Unidos, porque se han dado cuenta, gracias a
Donald Trump, que la migración es un arma política y que pueden utilizar el
control sobre la migración ilegal de sus países o a través de sus territorios,
como un instrumento a su favor. Lo mismo pasa con el narcotráfico. Entonces,
han perdido un poco el respeto y el temor, porque tienen algo con lo que pueden
jugar.
-Europa ha sabido construir sobre sus diferencias, ¿por qué
América Latina no?
-Creo que es una región con una formación distinta. Las
Américas en general son pobladas por colonos de Europa y los españoles y
portugueses les dejaron una fuerte vertiente militarista. América Latina fue el
último reducto del esclavismo trasatlántico, sin embargo, tuvieron la virtud de
haber mezclado su sangre y crear una nueva raza, el mestizo; eso no ocurrió en
Europa, ni en Medio Oriente, ni en África, ni tampoco en Estados Unidos. Es
decir, estamos hablando de una región con una historia muy propia, donde la
libertad y la democracia no han sido los preceptos que han dominado sus
sociedades, sino, más bien, se ha impuesto, en muchos casos y por varios
siglos, la rapiña, la conquista de territorios y la violencia. América
Latina no tiene resuelta su historia, por lo que mantiene un dinamismo, una
creatividad y una efervescencia social que es muy interesante y que la
distingue de Europa. A mi juicio, es muy positivo que no arrastra las guerras
sectarias del viejo mundo. Los musulmanes y los judíos de Honduras, El
Salvador, o de Chile no se matan por ser judíos y musulmanes.
Desafortunadamente crearon otras problemáticas como la desigualdad y la falta
de Estado de Derecho, que, a mi manera de ver, son las dos mayores dificultades
que tiene la región.
“Nos hemos globalizado de una forma no muy feliz y todo luce
un poco torpe, porque vivimos en una época en que la política no tiene moral,
sino que es transaccional”
Jon Lee Anderson
-¿Qué está pasando con la política de Estados Unidos hacia
América Latina? Pareciera que le perdieron el pulso a la región.
-Sí, así parece. Pensé que después de Trump, Biden sería un
aliento de aire fresco y no lo ha sido. Es una política no resuelta e inepta.
Estados Unidos está muy dividido y polarizado, por eso cada vez que Biden mira
hacia la región, sea, México, Centroamérica, Venezuela o Cuba está pensando en
el efecto electoral en Florida o Texas. Y eso no pasó antes. En épocas
anteriores la suerte de la Casa Blanca no dependía del electorado que estaba
pendiente de lo que pasaba con los migrantes llegados de Venezuela, Cuba o
México; ahora sí. Ese es el gran cambio, por la globalización estamos más
unidos de forma tóxica y eso ha hecho que Biden sea menos capaz de lidiar con
los temas regionales que afectan a todos los países, porque el problema de
Nicaragua no es solo de los nicaragüenses, sino que también es de Estados
Unidos de una forma mucho más sustanciosa que antes. Lo mismo ocurre con
Venezuela, El Salvador y el resto de las naciones del continente. Nos hemos
globalizado de una forma no muy feliz y todo luce un poco torpe, porque vivimos
en una época en que la política no tiene moral, sino que es transaccional.
Estados Unidos mira a Venezuela y ve petróleo.
-¿Considera que la crisis venezolana se ha normalizado y
pasamos a ser otra Cuba para la comunidad internacional?
-Hay diferencias. Venezuela tiene algo que dar, que es
petróleo y, además, hay un interés en menguar la hemorragia de gente que está
migrando porque se sabe que eso alimenta problemas en otros países y en los
mismos Estados Unidos. Eso implica que hay y habrá políticas dirigidas hacia
esas dos áreas; todo lo demás lo tienen que resolver los venezolanos. Ya no
habrá otro Juan Guaidó, que fue un invento de presidente paralelo a Maduro; ya
no habrá otra mini Bahía de Cochinos, como lo fue la bochornosa Operación
Gedeón. Cuba resulta más difícil porque es isla, si tuviera fronteras todo
sería diferente.
-¿En Venezuela ve salida a la crisis?
-Habrá elecciones, ¿no?
-Que sean justas, es el asunto.
-Ojalá, porque beneficiaría mucho a Venezuela una elección
transparente y verdadera. Que le permita volver a ser un país y a entrar en la
familia de las naciones democráticas. No sé en qué momento Maduro y sus amigos
se van a dar cuenta de que ya no hay porqué seguir ahí.
-¿En qué momento cambió su visión medianamente optimista de
lo que podía representar Chávez en Venezuela?
-No es que yo pensara que él era el camino, hay muchos
venezolanos que, por el hecho de que lo conocí y lo entrevisté varias veces,
equivocadamente, y sin leerme a fondo, pensaron que yo era una especie de bufón
de la corte para él. Si leen bien mi primer perfil de él en el año 2001, dejé
claro que era un tipo que quería ser más radical de lo que era en ese momento,
que me prometía ser revolucionario, no reformista. Yo no podía predecir lo que
iba a pasar en ese momento, pero él me parecía un tipo destinado a terminar en
el fuego, porque él me lo decía, me aseguraba que quería morir peleando. No
podía saber que pretendía llevarse al país consigo. No pensé en él como un tipo
malvado, ni corrupto en ese instante, aunque noté que uno de sus hermanos, al
menos, parecía serlo. Tenía un reloj Piaget y lo puse en mi artículo, a buenos
entendedores pocas palabras. Era lo único que podía hacer, no soy ni fui oráculo.
Yo había vivido en Cuba y sabía cómo piensan los revolucionarios. Un
revolucionario nunca es un ser democrático. Es la antítesis. Puede que
encuentres uno buena gente, carismático o que intente hacer el bien, pero nunca
son democráticos. La democracia es la debilidad, es la antepuerta a la
burguesía, el capitalismo, los vendepatria, a juicio del revolucionario. Cada
vez que veía a Chávez se concebía más y más revolucionario. Evo se cree
revolucionario, aunque en realidad es un cocalero que, básicamente, ha querido
perpetuarse en el poder. Daniel Ortega es un miserable, que junto con su mujer,
tienen a ese pobre país en el puño.
-Hace poco se cumplió la primera década de la muerte de Hugo
Chávez, ¿qué es lo más llamativo que recuerda de él?
-Yo creo que él quería ser como Fidel y quería enfrentar a
Estados Unidos. Eventualmente, quería crear un país que estuviera en pie de
guerra. Él se concebía como un soldado que tendría finalmente su batalla.
Aunque suena loco, me acuerdo de que una vez me llevó a la Faja del Orinoco
para confiscar una petrolera norteamericana, y a bordo de su avión estaba el
secretario de la presidencia de Bielorrusia. Me lo presentó y me exclamó frente
a él: “Mira Anderson, estamos comprando todo un sistema antiaéreo a Lukashenko,
que no será tan bueno como los que tienen ustedes, pero a mí no me van a meter
una invasión como le hicieron al pobre Sadam”. Él estaba preparándose, quería
ser el escenario de la historia, quería figurar, fuera como fuera.
-¿Por qué cree que escogió a Nicolás Maduro como sucesor?
-Lo dejó porque creo que era el más afín, aunque no fuera
militar. Siempre pensé que Maduro era el más parecido a él, un tipo del pueblo,
hábil, astuto… Semejante a él en ese sentido. No posee el grado de carisma, ni
de memoria que tenía Chávez; pero tiene sentido del humor y eso le gustaba a
Chávez, además, de que le era leal. Yo siempre pensé que iba a ser él, aunque
no conocía a todos los secuaces. No conocía, por ejemplo, a Diosdado Cabello.
Luego vi a Maduro de presidente y era un tipo un poco mitómano, pero afable;
entiende la calle y está mucho más dispuesto a utilizar la fuerza para
mantenerse en el poder que Chávez. Torpe físicamente, pero muy listo y
caradura. Si no hubiese sido presidente habría sido vendedor de discos en la calle,
no sé. Es un tipo que sabe vender cosas y es conspirativo, le gusta la conjura.
No gobiernan, sino se conjuran.
-¿Hace cuánto no visita Venezuela?
-Volví en 2019. He ido varias veces, hice un perfil de Maduro
en el 2018, creo, y fui a Venezuela para andar con la gente de Juan Guaidó en
2019.
-¿Qué opinión tiene de Juan Guaidó?
-Guaidó también me parecía un tipo muy venezolano, muy
carismático, en lo personal muy audaz, con cierta valentía. Un tipo que en
privado expresaba dudas sobre algunos de sus patrones y nuevos aliados, pero
que en público repetía slogans a lo Trump. Francamente me cayó bien Juan Guaidó
y creo que él y algunos de sus colaboradores eran bien intencionados. Sin
embargo, fue muy desafortunada toda la situación en que quedó y terminó, muy
marginado e irrelevante.
-¿Qué visión tiene hoy de la oposición venezolana?
-¿Hay oposición venezolana?
-Dígame usted.
-No sé. No debería opinar, porque no he estado allá
recientemente, pero me parece que están en la nada y que lamentablemente hay
una tendencia en Venezuela para la conspiración, las alianzas cortas y las
prebendas del Gobierno, que siempre existen. En Venezuela se observa la
aplicación de un patrón que tiene que ver con la cooptación y que muta un poco
hacia la traición política. Esto es porque hay dinero, por eso se oye que
Maduro hace migas con grupos empresariales que tienen intereses, estos, a su vez,
absorben políticos y así se va generando una dinámica muy favorable para que se
mantenga el statu quo. Desde afuera parece que el alma del país
nunca fue la revolución, ni lo ideológico, sino los negocios.
-¿Cómo ve la vuelta al poder de Lula da Silva y la llegada de
Gustavo Petro a la presidencia?
-A ambos los conozco y sé que han peleado mucho para ponerse
en el centro de la historia de sus países. Lula es un tipo que siempre fue más
pragmático que, por ejemplo, Chávez; creo que hoy él es el líder de América
Latina. Lamentablemente en este momento Brasil no es un país unido. Ojalá tenga
suerte, por el bien de la Amazonía y por el bien de la clase cívica brasileña
que vive expuesta a niveles gigantescos de violencia, tanto por los malandros
como por la policía. Creo que debe impulsar una política de centro, para hacer
frente al Bolsonarismo. No lo tiene fácil. En el caso de Petro, le ha costado
quitarse el estigma de líder poco democrático que le impusieron sus
adversarios. Tampoco lo tiene sencillo y sus ambiciones son muy grandes: paz
total, final del extractivismo y legalización de drogas. No puedo criticar
ninguna. Vamos a ver si logra algo, es muy temprano todavía. Le deseo suerte.
Ojalá no sea demasiado arrogante, porque así está visto por demasiada gente en
su país. Aunque parece apostar por un pragmatismo estilo Lula, en las redes
sociales tiene un perfil un poco populista tipo López Obrador. Va a tener que
definirse y ojalá no se deje llevar por los violines del populismo. Es una
época interesante, hay liderazgos nuevos y con ambición en América Latina. En
este momento los extremos se han juntado en el mundo y es importante que esta
región, finalmente, pinte algo en el escenario mundial, que tenga una opinión y
líderes que son invitados a pertenecer al club de los grandes. Es tiempo de que
la voz latinoamericana cuente, pero eso depende de los liderazgos. Veremos qué
pasa.
Tomado de La Gran Aldea / Caracas.