Tequila_ es la perra consentida, no solo por ser única, de nuestros próximos y entrañables vecinos, Douglas y Emilia. Y, que con el tiempo, el que se resume en su edad, siete años, ha venido tomando rasgos que, algún observador compartiría conmigo, corresponden en alguna medida con los de sus amos. Asunto este, que por lo demás, viene dejando en claro la investigación canina. Es discreta, sin dejar de ser afectuosa, pero a la vez sin prodigarse, y parece tener un silencioso mundo interior, en el que parece desenvolverse como el pez en el agua.
Esto, por supuesto, corresponde a lo que un observador
pudiera apreciar, y no a la vida más doméstica e íntima de Tequila en su grupo
familiar; rico, si se quiere, pues contempla a los tres hijos de la pareja, a
los que se añade Fabiana, la bebé nieta, que con sus ojos negros y su cabello
parado debe llamar también la atención de Tequila. Amén de las atenciones que
un ser tan familiar como ella, de seguro sabrá brindarle.
Tequila y yo, cuando coinciden nuestras soledades,
compartimos un rito de compañía. Ella, que resiente su soledad, impuesta por
alguna imperiosa salida, casi siempre breve, de Emilia, su ama –pero más que
todo su inseparable compañera−, aúlla, sacando a relucir su ancestral condición
lobuna. Que a mí, desde el comienzo, me pareció como una lejana comunicación
con un viejo y nostálgico amor. Y que en mi sesgo antropológico lo comparo con
esos amores cuyo recuerdo, en la medida en que se desvanece, va cobrando la
forma de una idílica idealización. Pues bien, mi presencia, a través de la
reja, interrumpe su “nostálgica comunicación”, hace que pase a tomar un posado
de esfinge, a partir del cual se sumerge en su tibetano mundo interior. Así me
parece.
Pero a lo que más quería referirme es al simpático
comportamiento de Tequila, que lo lleva a uno a pensar que sabe cuándo es
domingo. Por un acuerdo, secreto o como fuere, Alida y Emilia, las mujeres al
frente de este par de familias vecinas, intercambian alimentos en cualquier
momento, pero es más evidente que, para ello, han escogido el miércoles y el
domingo. Este para Alida y el miércoles para Emilia.
Alida se ha especializado en la llamada pizca andina
venezolana, la blanca, con leche. Que según su decir, le gusta a Emilia. Pues
bien, llegado el domingo, y sí hay pizca, Tequila posee el suficiente olfato
para darse seguridad, uno puede estar más que seguro que al abrir la puerta
para hacer el traslado o, como también suele ocurrir, esperar a Emilia, la
primera en asomarse, si es que ya no está haciendo una especie de guardia de
espera, es precisamente Tequila, asistida, como siempre, de su tranquilo y
flemático proceder.