Por Laureno Márquez
Cuando era presidente de la república, Rómulo Betancourt
enfrentó una complicada situación política en los inicios de la democracia:
golpes de derecha, de izquierda, de centro y de lado. Frente a todos los
intentos de desplazarlo del poder, él respondió diciendo: «Ni renuncio ni me
renuncian».
Yo, en medio de la pandemia de «primaritis» que nos sacude y en la que he visto por ahí figurar también mi nombre (prueba de lo bajo que está cayendo nuestro debate político), emulando a Betancourt respondo: ni me lanzo ni me lanzan. Aclaratoria que hago porque, con esto de la desinformación propia de los tiempos actuales, alguien podría creer que, incluso yo, tengo aspiraciones. Y yo les aseguro que ni he aspirado, ni tengo deseos de aspirar.
En mi opinión, una de las personas más lúcidas del país en
toda su historia fue Diógenes Escalante, que ante la posibilidad de ser presidente
de Venezuela tomó el sensato camino de la locura. Muchas veces pienso que el
señor Escalante, cuando se topó con el país real —luego de haber sido embajador
en los Estados Unidos y haber contemplado de cerca el funcionamiento de los
países democráticos en los que le tocó servir de diplomático—, fingió demencia
para librarse de la tragedia de gobernar su patria, ese «cuero seco», a decir
de Guzmán Blanco, que se pisaba por un lado y se levantaba por otro. Yo imagino
la impresión del embajador cuando, a su arribo al país, comenzaron a llegarle
gallinas y cochinos de regalo al hotel Ávila, pretendiendo futuros favores. Qué
haría con tantos animales.
Por otro lado, el cupo de cómicos precandidatos ya ha sido
cubierto por el Conde, aunque debo reconocer que un debate entre comediantes
podría animar mucho el cotarro nacional. Gobernar al país en broma puede ser un
giro trascendente para una tierra que lleva dos siglos padeciendo una seriedad
que da risa y un humor bastante serio.
De todas maneras, hay que ser agradecido: que algunos crean
que este humilde servidor tiene condiciones para ocupar lo que se consideró,
durante mucho tiempo, la más digna de las magistraturas, honra. Tengo otros
argumentos para no participar en las primarias ni en las secundarias, pero
prefiero omitirlos para no ser ave de mal agüero, pero si los enumerados fuesen
insuficientes, para sustentar mi deserción de la aspiración presidencial,
podría señalar, por último, que soy un venezolano que no tuvo el honor de nacer
en Venezuela (como requiere la Constitución para el cargo), aunque ello sea lo
de menos.
De todas maneras, desde el lugar en el que la providencia me
ha colocado, trataré, como el colibrí de la fábula, de seguir llenando mi
modesto piquito de agua para contribuir a apagar el incendio, aunque todo
indique que los vientos soplan a favor del fuego. Con la solemnidad del caso
diré, por último: el título de humorista es la más alta distinción que me
ha otorgado la patria, me es imposible degradarlo.