Por Ricardo Emilio Quero*
Hace ya varios años, platicaba con mi gran amigo el ex sargento de la Guardia Nacional Aurelio Carrasquel Romero en su residencia villacurana de Las Mercedes cuando me hace referencia a dos lejanos episodios en los cuales había sido él testigo circunstancial. Todo comenzaría cuando, recién egresado de la Escuela de guardias nacionales, es destinado a cumplir labores en el viejo cuartel San Carlos, ubicado en la parroquia caraqueña de Altagracia. El primer suceso ocurre el 12 de julio de 1965. El general andino Jesús María Castro León (sobrino del general Cipriano Castro y uno de los participantes en la rebelión militar del 1 de enero de 1958 y luego Ministro de la Defensa después de la caída de Pérez Jiménez), quien se halla preso después de su frustrada invasión por el Táchira el 20 de abril de 1960, se encuentra disfrutando de un baño. Aurelio, quien en ese momento es el encargado de su custodia, se siente extrañado del mucho tiempo que la ducha lleva abierta. Decide dar aviso al oficial de guardia. Cuando llaman a la puerta obtienen como respuesta el más absoluto silencio. Deciden forzar la puerta. El general Castro León está tirado en el piso, sin signos vitales. Había sido fulminado por un infarto.
La segunda anécdota está relacionada con un
hecho acaecido en el mismo recinto carcelario, casi año y medio después, y que causaría revuelo en la Venezuela
de inicios de 1967, presidida en ese entonces por el doctor Raúl Leoni. Personajes protagónicos de este relato serían
Pompeyo Márquez, Teodoro Petkoff y Guillermo García Ponce —connotados militantes del izquierdismo venezolano y que se
hallan detrás de las rejas por su activa participación como líderes de la
guerrilla castro-comunista que asola Venezuela desde inicios de la década—. Una mañana, el personal de guardia, entre
ellos Aurelio, se llevan una sorpresa: los detenidos se han fugado. ¿Cómo ha sido posible
tal hecho en una prisión fuertemente custodiada? La respuesta se encuentra en
una bodega ubicada a un costado del cuartel —hacia su lado sur—, y que es regentada por
Nehemet Chagin Simón, un individuo de nacionalidad siria que arribara a
Venezuela seis años antes. Todo indica que Simón —que en ese momento cuenta 28 años— había estado preso en Damasco por cuestiones políticas. Al
ser liberado partiría con destino a Venezuela, país donde los inmigrantes
siempre han sido recibidos con los brazos abiertos indistintamente de su color,
credo político o religión. En algún
momento aquél entra en contacto con el trío de dirigentes o con sus emisarios,
y con los cuales sin duda Simón tiene afinidad ideológica. Elaboran entonces un
proyecto de evasión a traves de un túnel desde
la celda hasta el negocio, una empresa nada fácil y cuya génesis estaría en la
célebre película EL GRAN ESCAPE, filmada cuatro años antes. Finiquitados los detalles,
el árabe instala su “bodega”. Pero no trabajaría solo. Otro personaje, Carlos, tendría
rol destacado en lo que se refiere a la perforación de piso y suelo; asimismo
ayudaría allí Néstor López; Ibrahim —posiblemente también árabe—, estaría detrás del mostrador; Antonio José Urbina
coordinaría toda la operación. «Abastos San Simón»
sería el nombre del establecimiento.
Todo indica que era Simón individuo dicharachero y afable, que incluso
habría hecho amistad con varios de los militares que cumplen funciones en el
San Carlos. Uno de los asiduos visitantes de su establecimiento es Aurelio —posible es que Simón hubiese expendido bebidas espirituosas
con las que habría halagado el paladar de los guardias en horas fuera de sus
horarios de labor—. Es tanta la confianza que
inspira el sirio que llega incluso a meter los pies debajo de las mesas del
comedor del cuartel junto a oficiales y personal de tropa. Finiquitados y
afinados todos los detalles, en enero de 1967 se da inicio a la excavación.
Como una manera de disimular cualquier ruido se tiene siempre un radio
encendido a todo volumen. La tierra
proveniente del subsuelo es introducida dentro de un saco el cual Simón se
encarga de retirarlo en una camioneta. El plan, como ya sabemos, resulta
exitoso. A la hora convenida, 7 de la noche, Márquez, García Ponce y Petkoff
aguardan en el calabozo a la espera de que Néstor López rompa las baldosas del
piso para ellos introducirse en la abertura, cuyo diámetro es de unos 65 centímetros;
el trayecto a recorrer es de unos 28
metros, una distancia sin duda considerable. Freddy Muñoz, también detenido y
quien está en conocimiento de los planes, organiza una fiesta con otros presos
para desviar la atención de los guardias. Una vez fuera del cuartel, en la
camioneta de Simón el trío recorre su etapa final hacia la libertad. Tres
vehículos los aguardan; cada quien toma luego un rumbo diferente. De más está
decir que con ese viaje el sirio dice adiós para siempre a tales lares, en los
cuales deja con seguridad buenas amistades. Primero cruza la frontera
colombo-venezolana y arriba a Cúcuta. Desde allí da inicio a una travesía que
lo llevaría a la Unión Soviética. Años después, en su natal Siria, exhala su
postrer aliento.
Con respecto a los evadidos, aunque luego
son recapturados, sin duda corren con mejor suerte que la inmensa mayoría de
los personajes de la cinta que inspirara su osada aventura. Los tres
alcanzarían la longevidad y morirían en su cama. Pero en cuanto a sus
inclinaciones políticas hacia la izquierda solo García Ponce se mantendría fiel
a los lineamientos del Kremlin y los hermanos Castro. A diferencia de muchos
comunistas —a quienes la religión
marxista les impide la mínima reflexión— Márquez y Petkoff comprobaron que lo expresado por los manuales
de ortodoxia es una cosa y la realidad concreta algo diametralmente opuesta. Ya
en el ocaso de su vida, y haciendo referencia a la guerrilla venezolana de la
década de 1960, Pompeyo Márquez reconocería que había sido aquello uno de los
más grandes errores del comunismo
venezolano. «Nosotros le hicimos un gran
daño a la democracia que venía en evolución y no podíamos demostrarle al país
que había fracasado en el año 60 con nuestra participación. Era una lucha
armada y, por eso, una línea equivocada», afirmaría también el viejo
batallador cuya vida había sido una constante búsqueda en pro de lo que él
consideraba era la justicia social…
*Profesor e historiador.