Por Naky Soto
Fui a comprar los vegetales al camión de los gochos. Solo el
kilo de limones está a 13 bolívares, todo lo demás está a 9 bolívares, es
decir, a un dólar según el cambio paralelo. Diagonal a este camión trabaja un
pequeño puesto de carne en el que a veces compramos piezas para sopas. Me
acerqué para preguntar si tenían lagarto con hueso. Cuando el señor levantó el
pedacito que les quedaba de esta pieza, se acercó una anciana a pedirme que por
favor le comprara algo para comer. Está demasiado delgada. Joven debió medir
más de un metro ochenta. Su dicción me reveló antes que su historia que es una
maestra. El señor comenzó a arreglarle el pollo y yo comencé a preguntar.
Fue la hija única de una pareja de españoles que recaló en Venezuela en 1937. Nunca se casó, no tuvo hijos. Estudió en México, España y Francia. Fue profesora universitaria por 42 años. Es posdoctora y ayudó a decenas de graduandos con sus tesis. Investigó todos los años. Cree que publicar en revistas especializadas y discutir sus hallazgos fue el pase, el permiso con el que año a año se presentó en los salones de pre y posgrado. Participó en decenas de eventos. Por ellos viajó a más de 30 países.
Ahorró, pero un país que sufre 8 años de contracción
económica y casi 5 de hiperinflación, no hay manera de que unos ahorros
resistan. Por eso hoy no puede pagarse un pollo y se acerca a este puesto
ambulante para, después de evaluar calzado, complexión y formas de cortesía de
la persona a la que podría pedirle ayuda, acercarse solo si cree que entenderá
su circunstancia y no es una exalumna. Para distraer la vergüenza que pedir le
produce, prepara las bendiciones con las que le responderá a la persona si
accede, un esfuerzo interesante, porque no es católica, pero siempre le
enterneció la costumbre local de pedir y dar la bendición.
No hay ninguna condición médica que esté atravesando ahora
que no se explique con sus 82 años y su desnutrición de años recientes. De los
medicamentos que necesita se toma solo el imprescindible (porque es barato), y
a los demás accede por donaciones, y si no, no se los toma. Además de una
amplia pollina, cana y alborotada, que le tapa un poquito más abajo de las
cejas, usa un modelo de mascarilla enorme para tapar todo lo que no son sus
ojos, porque aceptar que debe pedir para vivir no es igual a querer hacerlo, y
mucho menos soportar la posibilidad de ser identificada. Estima que entre la
mujer que es ahora y la que fue hay un universo de distancia, que eso ayuda a
que no haya modo de asociarlas, pero sigue viviendo en el mismo apartamento que
compró en 1981 y eso obra en contra de su identidad secreta.
Me encantaron sus dedos largos, sus gestos breves, precisos;
ocurren y cesan con sus palabras. Asiente y cierra los ojos cuando finaliza una
idea. Sabe proyectar la voz a pesar de la cortina que usa como mascarilla, y
presumo que en algún momento de mi interrogatorio entendió que había dicho
demasiadas cosas. Me encantaron sus preguntas para comprobar que no tengo idea
de quién es, como en efecto. El chavismo se resume con esta profesora
posdoctorada que después de 42 años de servicio no tiene cómo pagar lo que
necesita para vivir. Este es un país colapsado en tantas esferas simultáneas
que incluso personas con destrezas extraordinarias son tan vulnerables como
alguien aislado en algún caserío de la Península de Araya.
Me vine con mis bolsas y una bendición encima.
Y yo solo fui a comprar los vegetales al camión de los
gochos."