- En
vísperas de la celebración del Mundial en Catar las ONG denuncian leyes
represivas contra el colectivo
- RTVE.es
ha hablado con dos personas que relatan lo que supone ser homosexual en un
país islámico como Catar o Irán
Por EBBABA HAMEIDA
"En Catar nuestra vida está en peligro y todo está en nuestra contra". Así describe su vida Nas Mohammed, un médico de 35 años homosexual que vive exiliado en Estados Unidos desde 2011. A pocos días de la celebración del Mundial de Fútbol 2022 en Doha le llueven peticiones de entrevistas para medios de todo el mundo y es que se ha convertido en todo un icono al ser el primer catarí en salir del armario públicamente. "Hay gais, lesbianas y trans mi país, pero son brutalmente reprimidos", argumenta en una videollamada con RTVE.es desde San Francisco.
Desde pequeño, Nas supo que era diferente, no le
gustaban las chicas y tuvo que mantener su orientación sexual en secreto
durante muchos años. No descubrió que era gay hasta que viajó a Estados Unidos:
"No sabía que existía esta definición, no tenía acceso a internet, no
conocía a nadie del colectivo y no era capaz de verbalizar quién
era". Un desconocimiento que achaca a la represión en el pequeño
emirato del Golfo que el próximo 20 de noviembre acoge el Mundial de
fútbol. El país anfitrión lleva bajo lupa desde que consiguió los
derechos en 2010, y numerosas organizaciones como Amnistía
Internacional o Human
Rights Watch han denunciado las graves violaciones de derechos
humanos, contrataciones abusivas a trabajadores migrantes, la falta
de libertad de expresión y la represión que sufren mujeres y el
colectivo LGTBI.
"Lo he perdido todo por aceptar que soy gay. He
perdido a mi familia, a mi país y a toda una vida", explica Nas. En su
adolescencia se centró en sus estudios de medicina y llegó a memorizar el Corán al
sentirse "un bicho raro". Se reprimió hasta que viajó a Las
Vegas, jamás olvidará una fiesta del orgullo, dice, en la que se
descubrió. Volvió a Catar, pero se sintió expulsado y obligado
a volver a Estados Unidos. "No podía ser quien era". De
hecho, el artículo 285 del Código
Penal catarí castiga las relaciones extramatrimoniales, incluidas
aquellas entre personas del mismo sexo, con hasta siete años de
prisión.
Los familiares viven con miedo a ser detenidos
A Nas el Mundial le despierta sentimientos encontrados: por
un lado, lamenta la hipocresía de los países que respetan los derechos LGTBI y
por otro, cree que está siendo una oportunidad para poner sobre la mesa las
violaciones de los derechos humanos de un emirato rico en petróleo y gas natural. "Quiero
hablar, me pregunto todos los días por qué no puedo vivir en mi país, por
qué tengo que renunciar a mi familia y por qué tanto sufrimiento".
Se detiene y sigue en un intento de definir la sed de
libertad que se vive en su país. Recuerda que cuando tomó la decisión de
quedarse en Estados Unidos llamó a su madre para explicarle que ya no
podía volver. "Nadie de mi familia, mis amigos y mis vecinos me
ha preguntado por los motivos o ha intentado hacerme
recapacitar. Ellos directamente han cortado todo tipo de contacto conmigo,
renuncian y tienen miedo a ser detenidos", concluye.
Por esto advierte sobre la falta de garantías en el
Mundial. "Las muestras de afecto entre personas homosexuales en
público no están bien vistas. Catar es un país conservador y pedimos
a los fans que lo respeten. Esto no es algo peculiar, muchos países son
conservadores", aseguró el portavoz del mundial, Nasser
Al-Khater, en diciembre de 2021. "Nadie se siente amenazado ni
inseguro. Catar es un país tolerante, acogedor y hospitalario",
añadía.
Palabras que se han ido matizando a medida que acerca la
gran cita. "Si un aficionado alza la bandera con el arcoíris y se la quito,
no será para insultarlo, sino para protegerlo. Alguien podría atacarle, no
puedo garantizar la buena conducta de todo el mundo", dijo el director de
seguridad del Mundial en abril. Las autoridades del pequeño emirato alegan
motivos de seguridad, ya que, dicen, no podrán controlar el comportamiento
violento de la ciudadanía.
Al admitir que era gay, el mundo se derrumbó a los pies de
Nas. Desde lejos tuvo que rehacer su vida partiendo de cero. En las redes recibe
insultos a diario. Saca el móvil y abre su perfil de Instagram.
"Espera", pide. Tiene la versión de negocios, le salen todos los
datos de visitas. Solo le siguen unas 4,264 personas, sin embargo, en un
día más de 43.000 han visitado su perfil. "La mayoría de estas
visitas son de Doha y de otros países árabes. Me animan, algunos incluso me
reconocen ser LGTBI y me piden ayuda", concluye.
Está lejos, pero aún vive con temor. "Los que
están fuera también tienen miedo", dice. En su caso, ha dejado de sentir y
de pararse en las emociones de angustia y sufriemiento. Prefiere mirar adelante
y ayudar a las personas que quedan en Catar. "Necesitamos contar que
existimos para que la comunidad internacional nos apoye. Necesitamos
oportunidades para vivir, para renacer fuera del país y que se reconozca
nuestro derecho a pedir el asilo". Desde que en 2010 se le asignó la
organización del mundial, denuncia Nas, todo han sido palabras.
Lamenta que la única decisión que han tomado algunos equipos
es jugar con la pulsera arcoíris. "Tenemos muchas necesidades. La
pulsera no nos ayuda nada". Nas ha colaborado con la organización Human Rights Watch para contactar
con seis
cataríes LGTB, cuatro mujeres transgénero, una mujer bisexual y un hombre
gay. Todos los testimonios coinciden en que sufrieron violencia verbal,
maltrato físico y "desde bofetadas hasta patadas y puñetazos hasta
que sangraron", denuncian desde la organización. Todos fueron
detenidos y llevados a una prisión subterránea en Doha por agentes
del Departamento de Seguridad Preventiva.
Han estado en régimen de aislamiento, sin acceso a
asistencia legal. "Ninguno recibió un documento en el que se registra
que ha sido detenido. Las fuerzas de seguridad están deteniendo y abusando
de las personas LGBTI simplemente por lo que son, confiando en que
estos abusos no se denunciarán ni controlarán”, asegura Rasha
Younes, investigadora de derechos LGTB de Human Rights Watch.
"Según el Islam somos personas sucias"
Las denuncias se repiten a lo largo y ancho de países de
mayoría musulmana. El régimen islámico
de los ayatolás reprime a las personas LGTBI. Ramtin Zigorat,
arquitecto de formación de 34 años, es activista y trabaja en la
organización Rescate en Madrid.
"En Irán te
echan del trabajo, de la universidad, de la escuela, no te dan carnet de
conducir, no puedes heredar y no eres nadie", explica en una
entrevista con RTVE.es. Su tono es combativo y tiene la mirada perdida. Respira
hondo antes de comenzar responder a las preguntas que se refieren a
su historia.
Le pasó lo mismo que a Nas, desde la adolescencia sentía que
era diferente. A los 14 años, cometió el 'grave error' de compartir
esa sensación con uno de los profesores en Teherán. "Este señor sin pedir
permiso a mi familia me mandó a una psicóloga, que me remitió a un
médico. Me dieron pastillas e incluso hormonas", cuenta con
desconcierto.
"Según el islam somos personas sucias. Me dijo el
profesor que la homosexualidad
era una enfermedad de los judíos, de los americanos y que no podía
permitir que me infectara del virus", enfatiza. Tuvo una depresión precoz
y muchas pesadillas que le quitaron las ganas de salir a la calle. Era
incapaz, dice, de mirarse al espejo al sentirse "endiablado".
Memorizar el Corán, le decían, era la única fórmula de expulsar a
"satán". Un día su madre se dio cuenta de la medicación y
movió cielo y tierra para cambiarle de centro escolar. "A una mujer
tampoco le hacen caso", recuerda.
Su madre, sin entenderle, fue su principal sustento. La
primera vez que le escuhó hablar de su orientación sexual estuvo cuatro días en
shock: "No hablaba, no comía, no dormía, solo lloraba". Era y sigue
siendo un incomprendido. "Pese al dolor, comencé a conocer a gente del
colectivo, me di cuenta de que había muchas personas que estaban en una
situación mucho peor que la mía. Algunas vivían en la calle, sufrían
maltrato, estaban indocumentadas tras el rechazo de su familia",
asevera.
"En la cárcel nos enseñaban como ahorcaban a
gente"
Una realidad que le llevó a emprender un activismo para
defender a las personas LGTBI y que acabó con su detención. Ramtin
ahora sigue condenado a muerte. Pasó primero por una cárcel de la Policía
moral y luego a un centro penitenciario convencional. Le cuesta hacer memoria
de aquella etapa, pero se esfuerza: "Nos enseñaban cómo ahorcaban a gente
y me decían que mañana me tocaba a mí". "Nos obligaban a
memorizar el Corán, me interrogaban bajo tortura y me meaban en la
cara", enumera. "Siempre creí que moriría, pero mi madre me
salvó". No aguanta las lágrimas al recordar su historia.
Ella falleció tras sacarle de la cárcel. "Murió de
cáncer, sufrió mucho por mí. Vendió todas sus pertenencias, consiguió
corromper a un juez y sacarle de prisión", dice orgulloso. Un acto heroico
teniendo en cuenta la situación de las mujeres bajo el régimen de los ayatolás.
Su madre murió y logró salir del país con la ayuda de su tío tras dos
intentos.
Ramtin aún vive con la sombra del pasado. Le cuesta no
emocionarse al recordar a su madre o sentir rabia ante la actitud de su padre,
que llegó a decirle "quédate en prisión para volver a ser una persona real".
Mientras, "el chico que me ayudó a escapar la primera vez lleva
diez años en la cárcel", dice.
Ramtin interrumpe su relato para recordar que en
septiembre Irán ha ejecutado a Mehrdad Karimpour y Farid
Mohammadi, que llevaban seis años en el corredor de la muerte tras ser
condenadas por sodomía.
Ramtin y Nas coinciden en lo peligroso que es ser LGTBI
en una sociedad islámica. "Yo nunca he hecho ningún daño a nadie.
Nunca jamás. Solo quiero que se acepte la existencia de las personas
LGTBI", sentencia Nas. Ramntin está de acuerdo: "Solo he luchado para
existir".