Por
Ricardo Emilio Quero*
Especial para
Entre Todos Digital.
De Juana
solo conocemos su nombre, el color de su piel y que fue comadre del general
José Antonio Páez. Lo poco que de ella
sabemos es gracias a referencia dejada por Fernando Calzadilla Valdés en su
clásica obra Por los llanos de Apure.
Pero es sin embargo indudable que debió ser Juana mujer con un gran
conocimiento de los hombres y de las circunstancias de su tiempo y entorno. Se
deduce esto de la sencilla anécdota que Calzadilla Valdés legara a la
posteridad, y que será narrada en las líneas que siguen.
Ocurre este episodio en los azarosos días que siguen al llamado «Asalto al Congreso», hecho acaecido en caracas el lunes 24 de enero de 1848, y que significa la ruptura definitiva entre los generales Monagas (José Tadeo) y Páez. En Calabozo recibirá el segundo la noticia de tan trágico suceso. Allí mismo, el 4 de febrero, emite su proclama y se declara en armas contra el gobierno del antiguo prócer oriental. El 20 cruza el río Apure y se apodera de San Fernando. La misión de enfrentarlo le es encomendada al general Cornelio Muñoz, antiguo subalterno suyo en la guerra de la independencia —será Muñoz uno de los 153 lanceros patriotas que, el 2 de abril de 1819, participan en la gloriosa jornada de «Las Queseras del Medio».
Muy caluroso debió ser ese marzo llanero del
48. La brisa del Matiyure sería como un bálsamo para los agitados soldados
paecistas que acampan en sus riberas. Junto a su
Estado Mayor Páez se instala en el hato «Laurelito», posesión suya y que con
seguridad era un haber militar. Dicha comitiva la conforman en su mayoría
individuos y jóvenes militares procedentes de Caracas y Valencia, completamente
extraños a aquel medio. Pero esto no
mengua en nada el extremo optimismo del veterano y laureado general. Nadie osa
negar su valor y excelsas condiciones de estratega. Confiado, prepara su plan de combate. Sin embargo la catira Juana, quien era la
persona encargada de atenderles, ha notado algo que la hace dudar; y muy
allegada a Páez como lo era le confiesa el presagio que ha cruzado por su mente.
Cuenta la tradición que el 8 de marzo, con llana franqueza, explica a su
compadre lo que su fino olfato de mujer conocedora le ha hecho comprender. “Mire compadre, ésta no la gana usted por más
que se empeñe, yo lo miro perdío”, dícele sin titubeos. Ante
esta inesperada y sorpresiva afirmación José Antonio argumenta que eso no era posible.
En los días de la guerra independentista, en condiciones mucho más
desfavorables, prácticamente sin armas y
con soldados indisciplinados saldría
siempre victorioso; todo lo contrario de ahora. Un fracaso, puntualizaría el
egregio caudillo, no cabía como posibilidad.
Ante
estas palabras de su querido compadre, la dama replicaría:
—Es que aquellos eran otros tiempos, y los que lo acompañaban
a usted eran otros hombre, entre los cuales se encontraba Muñoz, quien ahora
viene a pelearlo. Estos patiquines sus acompañantes de hoy apenas amanece ya
están pensando en el desayuno; mire, y tienen todo ese monte lleno de papelitos, mientras aquellos zambos de
las “Queseras” y “Mucuritas” cualquier monte les servía, inclusive guaritoto.
Oída
tal observación, Páez responde con una sonora carcajada. Asimismo profiere que
“esas pequeñas diferencias de educación” no podían significar un demérito en
las personas. Es fama que la catira
concluyó la conversación con esta sentencia: «Yo no sé más ná compadre;
pero lo que se ha de ver no se porfía».
El viernes 10 de marzo de 1848, en el
sitio de «Los Araguatos» y cuando son cerca de las 10 de la mañana, comienza el
choque entre paecistas y gobiernistas. Una hora más tarde se inicia la
desbandada de lo que queda del ejército de los primeros. El negro vaticinio de
la catira Juana se ha cumplido al pie de la letra. Posible es que las palabras
de advertencia de su comadre retumbaran durante mucho tiempo en la cabeza del
ex hombre fuerte de la Venezuela que hacía dieciocho años se separara de la
Gran Colombia. Comenzaba la etapa más
amarga en la vida del hasta entonces llamado «Centauro de los llanos». En
oposición al «León de Payara», como se le bautizara en 1837 después de su
triunfo sobre Farfán, ahora se le apodará, de manera burlona, «El rey de los
araguatos». En relación con esto, poco tiempo después de la referida jornada
bélica es puesta a circular en Caracas una caricatura donde aparece el general Páez encaramado en una
rama, con una corona sobre su cabeza y un largo rabo sostenido en su mano
izquierda. Acompañaba al dibujo una leyenda donde se leía “Carmelo Fernández lo
ideó / Olegario Meneses lo dibujó”. Es lícito pensar sin embargo que, al menos
con respecto a Carmelo Fernández, no sea cierto lo allí asentado; el pintor
Carmelo Fernández —autor del rostro de Bolívar
que aparece en las monedas venezolanas— era sobrino de Páez.
*****
Fernando
Calzadilla Valdés sería un testigo de excepción de la vida del llano apureño de
finales del siglo XIX y comienzos del XX. Nacido en 1860 en La Villa de San
Fernando —en la ribera derecha del río
Apure—, egresa en 1886 como médico de la Universidad
Central de Venezuela. Sin embargo no ejercerá su profesión. Además de una
estadía como cónsul en Burdeos, Francia, y de comerciante de ganado por la zona
fronteriza colombo-venezolana desempeñará funciones en «Los Cocos», un hato propiedad de su
padre. A lo largo de su transitar por aquellas dilatadas pampas iría conociendo
las particularidades de sus diversos parajes. Igualmente frecuentaría el trato
con personajes que eran verdaderas reliquias como fuentes de información, y
cuyas vivencias llegaban incluso hasta los días de la emancipación. Uno de
éstos, Ño Félix, había sido en su juventud
becerrero del general Páez en su legendario hato «El Frío». Sería durante una de
estas correrías —una noche de plática y
reminiscencias del Apure de antaño en el
ya mencionado «Laurelito»— cuando Calzadilla Valdés
tuviera noticias de aquel lejano episodio donde la catira Juana desempeñara
papel circunstancial, pero no obstante protagónico.
*Historiador y profesor.