Vistas de página en total

25 octubre, 2022

LA CATIRA JUANA Y EL GENERAL PÁEZ

Por Ricardo Emilio Quero*

                             Especial para Entre Todos Digital.

      De Juana solo conocemos su nombre, el color de su piel y que fue comadre del general José Antonio Páez.  Lo poco que de ella sabemos es gracias a referencia dejada por Fernando Calzadilla Valdés en su clásica obra Por los llanos de Apure.  Pero es sin embargo indudable que debió ser Juana mujer con un gran conocimiento de los hombres y de las circunstancias de su tiempo y entorno. Se deduce esto de la sencilla anécdota que Calzadilla Valdés legara a la posteridad, y que será narrada en las líneas que siguen.

      Ocurre este episodio en los azarosos días que siguen al llamado «Asalto al Congreso», hecho acaecido en caracas el lunes 24 de enero de 1848, y que significa la ruptura definitiva entre los generales Monagas (José Tadeo) y Páez. En Calabozo recibirá el segundo la noticia de tan trágico suceso. Allí mismo, el 4 de febrero, emite su proclama y se declara en armas contra el gobierno del antiguo prócer oriental. El 20 cruza el río Apure y se apodera de San Fernando. La misión de enfrentarlo le es encomendada al general Cornelio Muñoz, antiguo subalterno suyo en la guerra de la independencia  será Muñoz uno de los 153 lanceros patriotas que, el 2 de abril de 1819,  participan en la gloriosa jornada de «Las Queseras del Medio».

      Muy caluroso debió ser ese marzo llanero del 48. La brisa del Matiyure sería como un bálsamo para los agitados soldados paecistas que acampan en sus riberas.  Junto a su Estado Mayor Páez se instala en el hato «Laurelito», posesión suya y que con seguridad era un haber militar. Dicha comitiva la conforman en su mayoría individuos y jóvenes militares procedentes de Caracas y Valencia, completamente extraños a aquel medio.  Pero esto no mengua en nada el extremo optimismo del veterano y laureado general. Nadie osa negar su valor y excelsas condiciones de estratega.  Confiado, prepara su plan de combate.   Sin embargo la catira Juana, quien era la persona encargada de atenderles, ha notado algo que la hace dudar; y muy allegada a Páez como lo era le confiesa el presagio que ha cruzado por su mente. Cuenta la tradición que el 8 de marzo, con llana franqueza, explica a su compadre lo que su fino olfato de mujer conocedora le ha hecho comprender.  “Mire compadre, ésta no la gana usted por más que se empeñe, yo  lo miro perdío”, dícele sin titubeos. Ante esta inesperada y sorpresiva afirmación José Antonio argumenta que eso no era posible. En los días de la guerra independentista, en condiciones mucho más desfavorables,  prácticamente sin armas y con soldados indisciplinados  saldría siempre victorioso; todo lo contrario de ahora. Un fracaso, puntualizaría el egregio caudillo, no cabía como posibilidad.

     Ante estas palabras de su querido compadre, la dama replicaría:

      Es que aquellos eran otros tiempos, y los que lo acompañaban a usted eran otros hombre, entre los cuales se encontraba Muñoz, quien ahora viene a pelearlo. Estos patiquines sus acompañantes de hoy apenas amanece ya están pensando en el desayuno; mire, y tienen todo ese monte lleno de papelitos, mientras aquellos zambos de las “Queseras” y “Mucuritas” cualquier monte les servía, inclusive guaritoto.

      Oída tal observación, Páez responde con una sonora carcajada. Asimismo profiere que “esas pequeñas diferencias de educación” no podían significar un demérito en las personas.  Es fama que la catira concluyó la conversación con esta sentencia: «Yo no sé más ná compadre; pero lo que se ha de ver no se porfía».

     El viernes 10 de marzo de 1848, en el sitio de «Los Araguatos» y cuando son cerca de las 10 de la mañana, comienza el choque entre paecistas y gobiernistas. Una hora más tarde se inicia la desbandada de lo que queda del ejército de los primeros. El negro vaticinio de la catira Juana se ha cumplido al pie de la letra. Posible es que las palabras de advertencia de su comadre retumbaran durante mucho tiempo en la cabeza del ex hombre fuerte de la Venezuela que hacía dieciocho años se separara de la Gran Colombia.  Comenzaba la etapa más amarga en la vida del hasta entonces llamado «Centauro de los llanos». En oposición al «León de Payara», como se le bautizara en 1837 después de su triunfo sobre Farfán, ahora se le apodará, de manera burlona, «El rey de los araguatos». En relación con esto, poco tiempo después de la referida jornada bélica es puesta a circular en Caracas una caricatura donde     aparece el general Páez encaramado en una rama, con una corona sobre su cabeza y un largo rabo sostenido en su mano izquierda. Acompañaba al dibujo una leyenda donde se leía “Carmelo Fernández lo ideó / Olegario Meneses lo dibujó”. Es lícito pensar sin embargo que, al menos con respecto a Carmelo Fernández, no sea cierto lo allí asentado; el pintor Carmelo Fernández autor del rostro de Bolívar que aparece en las monedas venezolanas  era sobrino de Páez.    

                                               

                                                      ***** 

       Fernando Calzadilla Valdés sería un testigo de excepción de la vida del llano apureño de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Nacido en 1860 en La Villa de San Fernando en la ribera derecha del río Apure, egresa en 1886 como médico de  la   Universidad Central de Venezuela. Sin embargo no ejercerá su profesión. Además de una estadía como cónsul en Burdeos, Francia, y de comerciante de ganado por la zona fronteriza colombo-venezolana desempeñará funciones en «Los Cocos», un hato propiedad de su padre. A lo largo de su transitar por aquellas dilatadas pampas iría conociendo las particularidades de sus diversos parajes. Igualmente frecuentaría el trato con personajes que eran verdaderas reliquias como fuentes de información, y cuyas vivencias llegaban incluso hasta los días de la emancipación. Uno de éstos, Ño Félix, había sido en su juventud  becerrero del general Páez en su legendario hato «El Frío».  Sería durante una de estas correrías una noche de plática y reminiscencias  del Apure de antaño en el ya mencionado «Laurelito»— cuando Calzadilla Valdés tuviera noticias de aquel lejano episodio donde la catira Juana desempeñara papel circunstancial, pero no obstante protagónico.

*Historiador y profesor.