Por José Naranjo
Mijaíl Gorbachov, fallecido en
agosto, tomaba sus decisiones en un despacho de la gélida Moscú, pero el efecto
de las mismas llegaba muy lejos. Pocos continentes vivieron con tanta
intensidad el fin de la Guerra Fría y la desaparición de la Unión Soviética
como África. Dictaduras que se desfondaron, guerras que llegaron a su fin,
sistemas monocolor que se vieron obligados a navegar hacia el multipartidismo…
Eso sí, sin la URSS, África bajó un peldaño en la geopolítica mundial y se
sentaron las bases de nuevos conflictos, ya desnudos de pátina ideológica, como
los de Sierra Leona, Liberia, Ruanda, Somalia, RDC o el Sahel, con la
inquietante amenaza del yihadismo. El creciente peso de la Rusia actual en
África se apoya, en buena medida, en la nostalgia de una URSS que Gorbachov
contribuyó a demoler desde dentro.
El ejemplo etíope es paradigmático. Con la desaparición del apoyo soviético, la dictadura de Mengistu Haile Mariam se desmoronó en pocos meses. Apenas en 1991, el conocido como Negus Rojo tuvo que escapar a Zimbabue, empujado al exilio por las milicias rebeldes de Meles Zenawi, que habían penetrado en Adís Abeba. En África central fue el tirano congoleño Mobutu Sese Seko quien más sufrió el fin de la Guerra Fría: EE. UU. y Occidente ya no le necesitaban para frenar el comunismo y lo abandonaron a su suerte. Aguantó hasta 1997, cuando la revuelta liderada por Laurent Kabila se lo llevó por delante.
El somalí Said Barré también fue
barrido por los vientos de la perestroika. Cortejado primero por Moscú y Pekín
y luego por Washington, dejó de ser un aliado estratégico el día que cayeron
los primeros trozos del Muro de Berlín. En las excolonias portuguesas de
Mozambique y Angola, Moscú apoyó primero los movimientos de liberación y luego
los regímenes comunistas, que debieron combatir a rebeliones apoyadas por
Washington. Cuando la gasolina que alimentaba ambos conflictos dejó de fluir,
las guerras civiles llegaron a un impasse y se extinguieron a fuego lento.
En Sudáfrica, el fin de la Guerra
Fría tuvo un enorme impacto en la caída del apartheid. Disuelta la amenaza
comunista, no tenía sentido seguir apoyando a un régimen racista y la
democratización se acabó imponiendo en 1994. La transformación del mundo
impulsada por Gorbachov llegaba también hasta el África occidental francófona.
En Benín, Malí o Níger, los 90 alumbraron el multipartidismo.
Ha querido el destino que la muerte de Gorbachov se produzca en plena
invasión rusa de Ucrania, impulsada por un Vladimir Putin que sueña con
restablecer el prestigio y la influencia de aquella Unión Soviética. Han pasado
30 años, pero el vínculo entre África y el Moscú comunista donde se formaron
miles de jóvenes africanos, o de donde procedieron apoyos fundamentales para
las guerras de liberación colonial, no se ha borrado del todo. Entender aquello
es clave para desentrañar los grises, por ejemplo, de la retirada francesa del
Sahel o el apoyo popular al desembarco militar de Rusia en países como Malí o
Burkina Faso. Gorbachov ya no está, pero su sombra aún recorre África.
En la imagen superior, dos banderines colgados en Adís Abeba con simbología
soviética de los tiempos del DERG, donde se impuso el conocido como «Terror
rojo». Fotografía: Eric Lafforgue/Getty.
Tomado de Mundo Negro / España.