En la casa de mis primos Medina se
conserva, como una reliquia familiar, el equipo de amputación quirúrgica de mi
bisabuelo el general y medico Medardo Heraclio Medina. En el año de 1899 en los
hospitales de Valencia había sólo dos cirujanos: Según hemos visto
en las actas del Ayuntamiento de Valencia existían en la nómina de la
municipalidad el “médico de la parte oriental de la ciudad” y el “médico de la
parte occidental”: uno de ellos para el Hospital Civil y otro para el Hospital
de Caridad. En aquella pueblerina ciudad, seguramente estos dos cirujanos eran
suficientes para atender a los pacientes que necesitaban alguna operación.
Pero el 14 de septiembre de 1899, a las afueras de Valencia, en el pueblo de Tocuyito ocurrió un hecho excepcional: la batalla en la que se enfrentaron el ejército nacional que apoyaba al presidente Ignacio Andrade y las fuerzas de la revolución Restauradora liderada por Cipriano Castro. Fue un combate especialmente cruento, con la utilización de cañones y por segunda o tercera vez en Venezuela de un nuevo artilugio infernal: la ametralladora. Unos cinco mil hombres se enfrentaron con la derrota de las fuerzas del gobierno, pero ya victoria de las tropas de Castro resultó muy cara para ambos bandos: se calcula que las bajas entre muertos y heridos fueron aproximadamente dos mil hombres.
Desde el día siguiente comienzan a
llegar a Valencia una ola de heridos de los combatientes de ambos bandos:
centenares de soldados tiroteados, macheteados, contusos, con horribles heridas
de los cañonazos que tienen que ser tratados urgentemente por los dos cirujanos
de la ciudad y algún otro médico que presuroso acude en auxilio.
No hay anestesia para tanta gente,
no hay mayores recursos para operaciones que en circunstancias ordinarias
podrían ser tratadas de otra manera, en ese momento se trata de salvar el mayor
número de vidas que sea posible; y el tiempo para evitar muertes por
desangramiento o por la gangrena.
Es en ese momento en que Medardo
Heraclio Medina tiene que apelar a su recién adquirido equipo de amputación,
acaba de llegar de Inglaterra; dentro de un lujoso estuche de nogal vienen dos
enormes cuchillos, una sierra y el torniquete con su correa; con la ayuda de
los practicantes o de algún voluntario (que inmovilizan fuertemente al
paciente) se procede a salvar innumerables vidas mediante rápidas amputaciones
de los miembros infectados. Eran momentos en que la velocidad del médico
era fundamental para evitar la muerte del paciente por una hemorragia. Fueron
muchos los que salvaron sus vidas de esta manera.
EL JOVEN CAPITÁN LÓPEZ
Entre los tantos heridos que llegan
a ser atendidos por mi bisabuelo está un jovencito, casi un adolescente, que
tiene una horrible herida de un balazo de fusil máuser en un hombro. La enorme
bala de puro plomo se ha deformado al impactar y ha comprometido huesos,
músculos, arterias y tendones. Medina se conmueve del muchacho que tiene casi
la edad de su hijo mayor, y es muy blanco, alto y delgado como aquel. A
diferencia de muchos de los otros soldados que han llegado de lejos con los
revolucionarios este joven se muestra muy educado, con un extraordinario nivel
de instrucción.
-Yo soy bachiller doctor, me gradué
el año pasado, quería estudiar medicina, pero me vine con la revolución.
– ¿Y cómo te llamas muchacho?
-Yo soy el capitán López para
servirle, ¡doctor no me vaya a dejar mocho, sálveme el brazo, por lo que más
quiera ¡
Medina ordenó que prepararan al
joven capitán López para operarlo a primera hora del día siguiente.
-Al muchacho vamos a tener que
cortarle el brazo, con toda seguridad, es mejor que quede vivo y mocho antes
que se le infecte la herida y se muera.
Al día siguiente, sobre una mesa de
madera, le dieron un trago de aguardiente, lo agarraron entre varios y Medina
abrió la piel con sus afilados cuchillos, buscó la bala, la sacó y como pudo,
trató de reparar los tejidos dañados. No hay pus, no hay mal olor.
Vamos a coser a ver como evoluciona. No amputaremos hoy.
La herida no se infectó, tuvo
suerte el capitán López. Permaneció varios días bajo el cuidado de mi
bisabuelo, tiempo durante el cual cosecharon una buena amistad, esa amistad que
surge del que sufre para quien lo ampara en su mal momento. Al joven oficial lo
hospedaron unos días en la casa de la familia, donde casualmente mi bisabuela
Ismenia, era también de apellido López. Una vez medianamente recuperado el
joven López pudo tomar el ferrocarril e ir a Caracas con el resto del ejército.
Se despidió de la familia Medina López y más nunca volvieron a verse.
Pasaron 35 años. López ahora
es general. También es presidente de la república. Eleazar López
Contreras tiene todavía algunas secuelas del balazo de Tocuyito que le durarán
toda la vida. Una de sus primeras medidas al asumir la primera magistratura de
la república es liberar a todos los presos políticos. Mientras lee la
lista de los que están recibiendo la libertad ve un nombre.
Luis Eudoro Medina López, de
Valencia.
Pregunta a uno de sus asesores:
Tengo amistad con un doctor Medina
de Valencia, es casado con una señora López, ¿habrá alguna relación?
Mi general, el doctor Medina murió
hace mucho tiempo, ese preso que está liberando es su hijo, tenía cinco años
detenido en el Castillo por enemigo del gobierno.
-Mándelo a llamar-. Ordenó el
presidente de la república.
El presidente le pidió a Luis
Eudoro, el hijo de su médico salvador, que fuera colaborador de su gobierno y
mi abuelo fue fiel servidor del proceso de democratización iniciado por López
Contreras, ejerciendo como diputado y gobernador del distrito Puerto Cabello,
sellando una amistad iniciada como consecuencia de un balazo de máuser en
Tocuyito.
La caja de nogal, con sus cuchillos
y torniquetes es un testigo extraordinario de la historia.
Tomado de Valencia de Antaño / Valencia – Venezuela.