Las cifras son provisionales porque hay muchos heridos graves, pero al menos una treintena de seres humanos murieron en la madrugada del 24 al 25 de este mes tratando de saltar la valla que separa Nador de Melilla. A la espera de la investigación que reclaman las ONGs españolas y marroquíes, no sabemos cómo murieron, pero las imágenes de heridos y detenidos amontonados en un solar, rodeados por policías del país vecino, que solo se acercan a sus cuerpos inermes para propinarles un golpe adicional, producen un escalofrío moral. Hay asimismo imágenes, en el lado español, de “devoluciones en caliente”, violentas e ilegales, y de golpes propinados por la policía marroquí a los pocos que habían conseguido cruzar la frontera. No hay duda, en definitiva, acerca de la inhumanidad, el desprecio por la vida y la complicidad de las respectivas fuerzas de seguridad; ni de su responsabilidad criminal.
Las cifras y las imágenes son escandalosas. Pero no menos lo
son las declaraciones del presidente Pedro Sánchez, quien ha elogiado a la
policía marroquí por su “extraordinaria actuación” y ha calificado la operación
de “bien resuelta”. Ni una palabra sobre las víctimas o sus familias: ni la
menor alusión a una investigación; ni una sombra de luto por la pérdida de
vidas humanas. La violencia de las imágenes –que son las de un matadero o un
lager nazi– queda cínicamente absorbida en esta descripción administrativa (una
“operación bien resuelta”) que deshumaniza aún más a esos cientos de seres
humanos que buscaban una vida mejor en Europa y a los que una valla, la
represión y la muerte han convertido en una plaga de langostas felizmente
combatida y vencida. Las declaraciones de Pedro Sánchez, y las políticas
subyacentes, se alinean sin la menor diferencia con las de la ultraderecha
racista y xenófoba cuyo fantasma agita el PSOE en campaña cuando se trata de
pedir nuestro voto.
Pero estas declaraciones, de una insensibilidad pavorosa,
son, por así decirlo, de obediencia debida. Eso es lo peor. Está hablando el
“hombre de Estado” que hace apenas tres meses entregó al pueblo saharaui y
erosionó las relaciones con Argelia, abandonando además el marco establecido
por las Naciones Unidas, para contentar a Marruecos. Ahora sabemos de qué se
trataba. La cuestión de qué ganaba España con ese disparate histórico quedó
terriblemente clara la noche pasada: 30 humanos muertos a los que se ha
impedido para siempre entrar en nuestro país. Marruecos defenderá nuestras
fronteras sin reparar en medios ni en muertos y Pedro Sánchez se lo agradecerá,
tal y como está acordado. El Gobierno más progresista de la historia ha
abandonado al pueblo saharaui a cambio de que Marruecos mate migrantes en su
lugar. Ha sacrificado –es decir– vidas y principios al mismo tiempo y de una
sola vez.
En el muro de Berlín murieron 140 personas en veintiséis
años. En un solo día han muerto al menos 37, según la organización Caminando
Fronteras, en esa valla melillense que mandó levantar Aznar y que Zapatero
erizó de pinchos. Solo en el año 2021, en la llamada “frontera sur”, por mar y
por tierra, murieron casi 2.000 personas. Las políticas migratorias españolas,
pactadas con Europa, forman parte de eso que un teólogo llamó “un genocidio
estructural”. Los humanos tienen que “asaltar” vallas porque hay vallas. No lo
olvidemos. Mientras no se derribe esa valla y no se modifiquen nuestras
políticas de acogida, los españoles y europeos no estaremos a salvo de nosotros
mismos. Mientras no aceptemos que los subsaharianos son también ucranianos, y
normalicemos la gestión de las fronteras, necesitaremos sicarios que maten por
nosotros; y nunca mataremos lo bastante como para que dejen de entrar humanos
en peligro ni para que los bárbaros, que ya están dentro, no lleguen al
gobierno. De hecho, las políticas migratorias de la ultraderecha ya están en
él; con ellas puede llegar muy pronto la ultraderecha misma.
Tomado de CTXT (Editorial)
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