El obispo asediado por el régimen de Daniel Ortega no cesa de
predicar la esperanza
Monseñor Rolando Álvarez, obispo de la diócesis de Matagalpa,
tiene una de las voces más reconocidas de Nicaragua. No es por su tono agudo y
fuerte que cada domingo retumba en las paredes de la catedral de su Diócesis,
sino por sus mensajes proféticos y pastorales que le caracterizan, y con los
que se ha ganado el cariño y respeto de sus feligreses, y también le ha costado
incomodar al régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo, que le hostiga y
amenaza.
En los once años que lleva como obispo, la voz de monseñor Álvarez se ha alzado en favor de los campesinos que se opusieron a la extracción minera en Rancho Grande; de las víctimas de abusos policiales, como el caso del campesino Juan Lanzas, quien perdió ambas piernas tras recibir una golpiza y malos tratos en la cárcel. Su voz también se oyó junto a las de los obispos de la Conferencia Episcopal de Nicaragua (CEN) que mediaron en el Diálogo Nacional detonado por las protestas de abril de 2018. Y fue viral su respuesta “Respete la patria”, cuando le intentaron cuestionar su solidaridad con las víctimas de la represión oficialista.
El pasado 19 de mayo, el obispo de Matagalpa también
administrador apostólico de la Diócesis de Estelí, denunció un
fuerte asedio policial que acabó con la intrusión de oficiales de la Policía
Nacional, controlada
por el régimen de Daniel Ortega, en casa de una familiar. Ante esta falta,
monseñor inició indefinidamente un ayuno de agua, suero y oración en Managua.
La respuesta del régimen fue ordenar asedio y vigilancia
policial en su contra, hasta que cinco días después el obispo logró regresar a
Matagalpa custodiado por un contingente de al menos 15 patrullas.
No aspiraba a ser obispo
La vida de monseñor Álvarez, el obispo más joven de la CEN
con 55 años de edad, está llena de matices. En su juventud, escapó del servicio
militar obligatorio de los años ochenta y abandonó un amor carnal para entregar
su vida al sacerdocio, sin imaginar o ambicionar que un día, no muy lejano de
su camino pastoral, sería consagrado como obispo.
“En 1983 ingresé al seminario y un día vi llegar a un joven a
refugiarse a este centro de formación, él huía de la persecución sandinista,
era el muchacho que coordinaba a nivel nacional a los grupos juveniles católicos.LA
Ese conocía quien años después sería monseñor Rolando Álvarez”, comparte el
padre Edwin Román, quien está exiliado.
El padre Román no volvió a ver al joven Rolando Álvarez
porque tiempo después este se fue con su familia a Guatemala, donde terminó su
bachillerato y se volvió seminarista, tras considerar durante un año si esta
era su verdadera vocación. Monseñor Álvarez fue ordenado sacerdote en 1994,
cuando ya estaba de vuelta en Nicaragua. Diecisiete años después fue consagrado
como obispo.
“Yo nunca me esperé ser obispo, siempre pensé que iba a ser
un colaborador íntimo y cercano a los obispos, a los que fueron mis obispos, y
dedicarme con alma vida y corazón a este trabajo pastoral, pero como
sacerdote”, dijo el prelado al canal católico Diócesis Media de Matagalpa,
cuando cumplió su primer lustro como obispo.
En ese momento, monseñor Álvarez ya era sacerdote de la
iglesia Francisco de Asís, en Managua, y también fungía como secretario del
departamento de medios de comunicación de la CEN, que años después marcaría su
interés por los medios de comunicación, y secretario adjunto del Secretariado
Episcopado de América Central.
Según contó a la revista Magazine, el papa Benedicto XVI, que
lo nombró noveno obispo de Matagalpa, después de un año con el puesto vacío, le
ofreció consagrarlo en Roma, pero él se negó porque quería ser elevado a obispo
en Nicaragua, su patria, junto con su familia y quienes entonces más apreciaba
y respetaba, como el cardenal Miguel Obando y Bravo, quien participó en la ceremonia
de ordenación.
El inicio del obispado
El día en que monseñor Rolando Álvarez fue consagrado, en
Matagalpa, la feligresía lo recibió entre aplausos, chimbombas, pólvora y
júbilo por la buena nueva. Según describe una nota periodística del diario La Prensa,
la despedida de Managua fue breve. Unos cuantos fieles llegaron hasta su
parroquia a darle el adiós y, tras unos cuantos abrazos y lágrimas, se trasladó
en una caravana rumbo a su nueva morada.
Sin embargo, en el trayecto a Matagalpa, la caravana se
detuvo en varios momentos, porque cientos de fieles salieron a orillas de la
carretera para saludarlo con gran júbilo.
“La gente desbordó las calles. Algunos hasta lloraron. Los
colegios sacaron a sus bandas musicales. Varios negocios cambiaron sus reguetones
publicitarios por cantos a la Virgen. Las casas por donde pasó estaban
adornadas con imágenes de la Virgen María, Juan Pablo II y del nuevo obispo”,
describió una crónica de La Prensa. Más tarde, en la catedral, hizo falta
espacio para el gentío que quiso entrar y tuvo que ver el rito de ordenación
desde pantallas gigantes que instalaron en las afueras.
El respaldo que recibió ese día monseñor Álvarez, apenas fue
un preludio del cariño que años después se ganaría el obispo en el corazón de
feligreses de ese departamento, al que él llama su hogar. “Ya me siento un
verdadero norteño de los caminan en la ciudad o de los que montan a caballo o
de los cantan rancheras”, dijo en su primer mensaje obispal.
El obispo misionero y bailarín
Monseñor Álvarez es uno de los obispos que más interactúa con
su comunidad. Se le ha visto cruzar ríos en pequeñas balsas o a caballo, subir
montañas a pie o en mula para llegar a los sitios más remotos de Matagalpa, en
donde es recibido por multitudes que aprovechan la ocasión para casarse,
bautizar a sus hijos, realizar comuniones y otras actividades religiosas que
terminan en festejo.
“Es un proyecto de vida el visitar a todos los fieles en sus
propios lugares, en sus propias casas, comunidades, es un proyecto pastoral
personal y de la Diócesis y también una larga tradición histórica que viene y
procede desde el primer obispo”, relató monseñor, quien desde los inicios de su
obispado se propuso llegar a las más de 400 comunidades del departamento.
Al obispo también se le ha visto predicando a bordo de buses
o bailando sin ningún miramiento entre los jóvenes, quebrando piñatas en honor
a su cumpleaños, trapeando la iglesia o de compras en un supermercado como
cualquier otro ciudadano.
La voz política de monseñor
La vida pública de monseñor Rolando Álvarez está marcada por
sus reflexiones sociales y políticas tan necesarias en un país convulso como
Nicaragua. Al prelado se le ha escuchado alzar su voz por las violaciones a
derechos humanos, al campesinado, y sus críticas en un momento han tenido
repercusión nacional.
En 2015, cuando denunció el extractivismo en la zona de
Rancho Grande, consiguió que el Gobierno de Ortega declarara no viable la
explotación minera en este municipio. Asimismo, se unió a la denuncia sobre la
condición vulnerable de salud que quedó el campesino Juan Lanzas, quien fue
golpeado por oficiales de la Policía y debido a esas contusiones perdió ambas
piernas.
Durante el primer intento de Diálogo Nacional ante la
Rebelión de Abril y la masacre orteguista, en 2018, Álvarez fue
el principal moderador de la negociación fallida, y su voz era escuchada por ambas
partes, aunque el régimen no cumplió los acuerdos y se retiró de la mesa sin
poner fin a la represión.
Desde 2018, sus homilías se han caracterizado por su voz
profética con la que reflexiona sobre el rumbo del país, las desgracias que
aquejan a la población, a las víctimas de violación a derechos humanos, su
llamado al diálogo y a no ser indiferentes ante la situación social.
“Un pueblo desesperanzado es un pueblo sepultado en vida, un
pueblo que odia se autodestruye, un pueblo con miedo se paraliza, y un pueblo
indiferente a los problemas, a la crisis, al sufrimiento de los demás, es un
pueblo que deja que otros arreglen los problemas”, dijo en una de sus homilías.
El obispo fue uno de los sacerdotes que el régimen de Ortega
vetó de la segunda mesa de negociaciones de 2019, cuando se intentó tener otro
diálogo entre el Gobierno y la sociedad civil, en la que los obispos de la CEN
participaron como acompañantes y testigos, junto con el Nuncio Apostólico. En
paralelo, el régimen emprendió una campaña de
odio en contra de los religiosos “más incómodos”: monseñor Álvarez, monseñor Silvio Báez
(actualmente exiliado) y monseñor Abelardo Mata (hoy obispo emérito de Estelí).
En los últimos cuatro años, monseñor Álvarez ha sido objetivo
de campañas de odio de simpatizantes sandinistas que lo señalan de ser cómplice
del supuesto “golpe de Estado”. También ha sido asediado por la Policía y por
paramilitares. También han atacado las instalaciones de la catedral y en abril
una de las colaboradoras de la Diócesis fue agredida.
“No hagan con los fieles lo que quieren hacer conmigo. Lo que
quieran hacer conmigo, si van a hacerlo háganlo conmigo y no con los fieles, no
con el santo pueblo de Dios, se los digo con toda claridad y sencillez”, dijo
el obispo tras denunciar el ataque a una de sus ministras lectoras.
Ayuno y oración ante represión
El asedio y
vigilancia policial contra monseñor Rolando Álvarez se incrementó el pasado 19 de
mayo. Ese día, a eso de las 9:00 p.m. el prelado informó a través de un video
su decisión de permanecer en Managua, tras un largo día de acoso.
“Hoy (jueves) he sido perseguido durante todo el día por la
Policía sandinista, desde la mañana, hasta estas horas de la noche. En todo
momento, durante todos mis movimientos del día”, empezó contando en un video publicado en la página de Facebook de la Diócesis de Matagalpa.
Según describió, cuando se encontraba en la casa de una
sobrina, al final de la tarde, se acercó a los oficiales y les cuestionó por
qué lo perseguían y le respondieron que “ellos obedecen órdenes”. Minutos
después los oficiales ingresaron a la vivienda. En consecuencia, el obispo se
trasladó a la capital y los siguientes días, la iglesia Santo Cristo de
Esquipulas, donde se refugió, permaneció custodiada por los cuatro extremos. La
vigilancia se agudizó a tal punto que ni siquiera dos sacerdotes pudieron
acompañarlo en su misa dominical.
“A ese hijo de p… no lo dejen pasar”, respondió
uno de los policías cuando otro preguntó si los dejaban pasar. Al
siguiente día de ese hecho, el obispo fue escoltado a su Diócesis, donde ahora
permanece aún bajo vigilancia. Sin embargo, el obispo intenta continuar su
labor episcopal celebrando los sacramentos y visitando las comunidades. Con sus
mensajes religiosos, la voz de monseñor Álvarez es una voz profética que no
calla.
Foto y texto:
Confidencial – Tomado de América 2.1