Integra "La revuelta de las mujeres en la Iglesia"
Tierra de migrantes, trabajadoras sexuales y de casas
particulares, el barrio madrileño de Lavapiés también alberga el activismo de
Pepa Torres, monja sin hábito, teóloga y docente que se mudó allí para hacer
comunidad con vecinos y vecinas que alientan "un espíritu libre,
colectivo, eso que nosotras llamaríamos evangelio". Ocupa de Iglesias y
dependencias del Estado cuando es necesario frenar una deportación o asistir en
la emergencia del Covid, Pepa no es una excepción aunque confiesa que las que
son monjas como ella "somos marginales".
Maria Jose Torres, Pepa, vive en el barrio madrileño de Lavapiés con dos amigas. Es monja, teóloga y feminista. Tiene un pañuelo verde en su habitación y es parte de “La revuelta de las mujeres en la iglesia”, una iniciativa que idearon junto a otras compañeras monjas en el último 8M previo a la pandemia.
“Recién ahora estamos volviendo a ese contacto más corporal y
amistoso” dice mientras abre las ventanas de su living para que corra el aire.
Se sirve un poco de té de menta mientras me cuenta que su casa es de puertas
abiertas. ¿Qué quiere decir?, le pregunto. “Si alguien en el barrio tiene algún
problema y no tiene donde dormir, viene a nuestra casa”.
Lavapiés fue uno de los barrios más afectados por la
pandemia: tierra de migrantes, trabajadoras domésticas y sexuales. También es
el lugar en donde ella decide todos los días tejer comunidad. Con el
estereotipo a cuestas camina el barrio y no se baja de ninguna discusión, aunque
con sus 60 años confiesa que a veces no quiere meterse en determinados
conflictos. Fiel al territorio, devota del encuentro y una convencida
de que la salida es poner la vida por delante.
Llegó en el 2006 a Lavapiés, en esos días estaban deportando
a un grupo de migrantes de Bangladesh. Ella viajó a Ceuta para intentar detener
la expulsión. De regreso a Madrid hicieron dos “encierros”, uno en una iglesia
y otro en la Oficina de Extranjería. Los encierros son como tomas, aquella vez
duró dos días. Monja ocupa. Monja feminista ¿un oxímoron?
En este feminismo territorial en el que elegís trabajar todos
los días ¿Es tabú el tema de la religión?
--Sí, claro. Fue importante mi papel como monja para
desarticularlo, pero llevó tiempo. En su momento fue difícil y desde el
origen he luchado mucho por romper el estereotipo.
¿Cómo te recibieron cuando llegaste al barrio?
--Aquí en el barrio me recibieron como una monja rara.
Tenemos muchos problemas con la Iglesia pero dentro del barrio les da igual. Yo
creo que la gente cree que ya no soy monja.
Pero lo sos...
--¡Si! pero rompiendo con el imaginario y el estereotipo. Yo
sé muy bien cómo es el estereotipo porque lo tengo sobre mí misma. Quizás es
por mi forma de situarme en el barrio, vine para trabajar con los movimientos
sociales y con la gente migrante. Pero no solo a trabajar, vine a compartir la
vida.
¿Por qué en Lavapiés?
--Hay aquí un espíritu libre y sé que esto te puede sonar
mal. Pero es eso que nosotras llamamos evangelio, y paradójicamente es algo que
no te lo encuentras en las iglesias.
¿Cómo sería eso?
--Por ejemplo, la otra vez ha muerto una militante
antifascista, madre de una compañera. ¡Qué entierro! Fue un encuentro en un
patio que tenemos en común distintos colectivos feministas y migrantes del
barrio. Hubo sabor a encuentro y a dignidad. Había tristeza, como es
lógico. Eran todas las personas ateas menos yo, sin embargo, es ese
duelo colectivo, del que nosotras hablamos en nuestros mitos “católicos” cuando
hablamos de resurrección. Es eso. Es una forma de vida que permanece para
siempre en la historia, y eso genera una vida que llega a otras personas.
Me imagino que como monja hay ciertas cosas que tenés que
hacer. ¿Usás hábitos?
--Yo no porque soy una monja que no me visto de monja.
¿A qué edad te hiciste monja?
--A los 22.
¿Tuviste pareja?
--No. Eso sería elegir otra forma de vida.
¿Te enamoraste?
--No me he enamorado siendo monja. Me he enamorado antes de
ser monja. Es verdad que a veces sucede y entonces la gente lo deja o yo qué sé
lo que hace . Pero no es mi caso.
¿Y con respecto a la sexualidad?
--Bueno yo no follo. Y no considero que sea algo que esté ni
mal ni bien. Es la forma de vida que eliges. Yo ahora entraría en un conflicto
muy grande si me dedicara a tener relaciones sexuales. No porque me lo prohíba
a mí misma sino porque he desarrollado una forma de vida en donde mi sexualidad
la vivo de otra manera. Yo creo que nuestra propia sexualidad es una de las
cosas que más trabajamos. No sólo ahora que tengo 60 años, mucho antes también.
Y tal vez yo no me enamoro pero puede haber alguien que se enamore de mí:
hombres o mujeres.
¿Te pasó?
--Sí y genera de todo. Yo soy muy afectiva y en alguna época
de mi vida he tenido historias así. Gente que se ha enganchado conmigo y yo no.
Lo que es verdad es que tengo amistades profundísimas con mujeres, porque he
vivido cosas muy potentes. Por ejemplo con mujeres que ejercen el trabajo
sexual. En ese sentido, me he vinculado de manera muy fuerte, incluso
corporalmente.
Tal vez haya algo de los vínculos afectivos que a las
estructuras de la iglesia se le escapen…
--Seguro. Y además la iglesia consiente cosas terribles. Los
temas que venimos discutiendo en “La revuelta de las mujeres en la iglesia”
tienen que ver con la violencia sexual hacia las mujeres, la pederastria y el
cambio de visión hacia la sexualidad. No puede haber ese doble discurso y esa
doble moral.
¿La iglesia es un fracaso?
--En una de las primeras deportaciones que tratamos y no
pudimos evitar, nuestras compañeras y compañeros nos decían que querían hablar
con nosotras acerca de cómo se procesaba el fracaso. Nosotras nos preguntábamos
¿por qué querrán hablar con nosotras? Sobre todo porque veníamos aprendiendo
mucho de sus activismos. En aquel momento nos dijeron: “Bueno, es que ustedes
han fracasado”
¿Cuál fue el último conflicto que tuvieron con la iglesia?
--Nos hemos ido de una iglesia porque no estuvimos de acuerdo
en cómo manejaron el tema del confinamiento. Una vergüenza tener ese espacio
cerrado. No puedes dejar a la gente tirada cuando más nos necesitamos. Si
tienes la iglesia, tienes que abrirla. Y si no la puedes abrir, porque la
iglesia está llena de gente mayor, dile a los colectivos que están en el barrio
que lo hagan. Yo escribí un texto que se llamó “Hasta cuando las iglesias se
cerraron”. Y es que es lamentable que no se cerraron para las cosas de los
católicos, pero sí cerraron a los barrios. La iglesia en este barrio no
engancha.
Pero vos formas parte de esa Iglesia…
--Pero no de esa. No sé cómo decirlo. En la segunda huelga
feminista en España, hablando con mis compas dijimos: “Joder tías, siempre
estamos en las movidas feministas pero nunca nos visibilizamos como monjas que
estamos por la huelga “. Entonces hicimos un video para
las vísperas de la huelga y se lo mandamos a diez amigas monjas. Tuvo muchísima
repercusión, cosas en contra y cosas a favor.
¿Qué decían “en contra”?
--Bueno, que si esta huelga la apoyan las monjas no es
feminista. Y ahí volvemos al estereotipo tan fuerte que hay sobre las monjas.
Es que monja y feminista hace ruido.
¿Crees que vale la pena esa lucha hacia adentro de la
iglesia?
--Realmente mi energía, mi pasión, mis luchas no están hacia
el interior de la Iglesia. Nunca han estado. De hecho yo no me muevo en las
estructuras de la iglesia aunque soy monja. Pero lo que sucede con “La
revuelta de las mujeres en la iglesia” es que surge en Madrid la revuelta
feminista y entonces la pregunta sobre ¿qué pasa? ¿en la iglesia no vamos a
hacer nada? es demasiado obvia.
El barrio después del Covid
Pepa asegura que no hay casi ayudas sociales, que antes
podían arreglárselas para conseguir un subsidio o disponer de las herramientas
del Estado: “Ahora hay un vacío que en el barrio de Lavapiés se ve muy
claramente bajo el mandato de Isabel Ayuso, presidenta de la comunidad de
Madrid”.
¿Cómo es trabajar en la precariedad y con un gobierno de
derecha?
--No es un gobierno de derechas, es un gobierno fascista. Es
que entre Ayuso y Vox no hay casi diferencia. Hemos tenido una ruptura con los
servicios sociales porque durante el confinamiento criticamos mucho que
no hubo políticas sociales. Los colectivos no dejamos de trabajar de
manera precaria y en cualquier condición para tirar para adelante.
Entonces el barrio se organiza autogestivamente…
--Las organizaciones más precarias si. Los colectivos
migrantes, por supuesto. Muchas de las colectas de alimentos fueron organizadas
por los colectivos migrantes. Ahí fue muy importante visibilizar en el
barrio que las comunidades migrantes tienen mucho poder de organización y que
fueron las primeras personas en poner el cuerpo en la crisis del covid. No
sólo para ellos y ellas si no también para la vecindad. Ahora eso se está
olvidando y vuelven a ser criminalizados.
¿Cuáles son los conflictos más latentes?
--Los papeles. Compañeros y compañeras que son absolutamente
invisibles para el Estado. No pueden acceder a nada. Otra de las cosas que
conseguimos es un subsidio para las trabajadoras domésticas, una especie de
seguro de desempleo. Porque hubo muchísimas compañeras despedidas durante la
pandemia. Las trabajadoras de hogares estaban dentro del trabajo formal y sin
embargo no tenían derecho al paro.
Las trabajadoras domésticas fueron el segundo grupo más
afectado por la pandemia después de lxs trabjadorxs de la salud. Según Pepa casi no se las ha nombrado
y no fueron de las primeras que empezaron a vacunar. “Territorio
doméstico” es un colectivo feminista y mestizo de mujeres, muchas son empleadas
de hogar, otras no. Reivindican la visibilización y reorganización social de
los cuidados. Entre los últimos reclamos que vienen realizando se
encuentra la ratificación del Convenio 189 sobre las trabajadoras domésticas,
fue aprobado en 2011 y entró en vigor en 2013. En España, este reclamo lleva
casi diez años. Pepa fue trabajadora doméstica y ahora es parte de este
colectivo que tiene su potencia en el feminismo territorial y popular.
Teóloga feminista
Pepa publicó un libro llamado “Teología en las periferias.
De amor político y cuidados en tiempos de incertidumbre” en donde
escribe sobre la fe desde la periferia del activismo. Allí reivindica
los lugares de encuentro, la convicción de que lo que está en juego es la vida
y que en donde se defiende la vida es en los movimientos sociales.
Te reconocés como teóloga feminista y publicas textos, pero
por ejemplo del aborto no escribís mucho. ¿Por qué?
--Más allá de que me identifico con esa lucha, estoy en un
momento en donde no quiero ese tipo de conflicto, es casi una pedagogía conmigo
misma. Estoy muy próxima a Católicas por el Derecho a Decidir, pero publicar
prefiero no.
¿Tus publicaciones son un diálogo con gente de la Iglesia
Católica?
--Bueno, depende. Por ejemplo, yo estoy en una facultad de
teología en donde abrieron por primera vez el espacio a mujeres para que
ejerzan la docencia. Por un lado es un lugar bastante progresista, pero como te
digo esto también te cuento que hace cinco años montamos un seminario llamado
“Mujeres en diálogo” con perspectiva de género, aunque no utilizamos esas
palabras. Al tercer año decidimos sacarlo de ahí y organizarlo por otro lado.
Nos suponía muchísimo conflicto con los varones.
¿Hay muchas monjas como vos?
--Las hay. Pero somos marginales.
Fuente: Página 12 / Argentina