Entrevista a Gustavo Petro, favorito en las encuestas a las
elecciones presidenciales de Colombia. “Si logro desatar pasión en el mundo
popular, seré presidente”. “El centro está esperando a canalizar el uribismo
para derrotarme”. “Si no gano, se cierra mi ciclo político: no me puedo volver
un eterno candidato”.
JAN MARTÍNEZ AHRENS - INÉS SANTAEULALIA
Gustavo Petro es el candidato a batir. En un universo
político tan atomizado como el colombiano, este economista figura en las
encuestas como favorito en las elecciones presidenciales de 2022. Una carrera
en la que sabe que no tendrá descanso y que le obligará a arriesgarse y salir a
buscar el voto en la calle. Esa es, como él mismo reconoce, la única vía para
alcanzar la jefatura de Estado y coronar una intensa vida política. A sus 61
años ha sido guerrillero del M-19, senador y látigo de Álvaro Uribe, alcalde de
Bogotá y el candidato presidencial que en 2018 quedó segundo con más de ocho millones de votos (43%).
¿Y si no logra ganar, qué hará? “Entonces se cierra mi proyecto político, no me
puedo volver un eterno candidato”.
Petro está sentado en uno de los grandes y umbríos salones del Senado de Colombia. El espacio, de estructura neoclásica, se utiliza para actos protocolarios y en su bóveda luce un mural en honor a la Constitución de 1886. Al llegar a la entrevista, el aspirante presidencial señala que no le gusta esa pintura. A mitad de conversación, al rememorar su pasado guerrillero y su apoyo a la Constitución de 1991, explicará por qué. “Mírenla bien”, dice señalando el techo, “no hay mujeres, ni una, solo hombres; y el pueblo no aparece más que de forma fantasmal, por aquí atrás se ven unos pocos campesinos, y por allá, unos llaneros. Pero lo que sí está representada es la oligarquía al completo. Y la Iglesia. Yo me levanté en armas contra eso, fui torturado y pasé por la cárcel”.
Durante las tres horas de entrevista, Petro, a quien sus
detractores acusan de ser un socialista radical, se resiste a ofrecer una
definición clásica de su ideología bajo el escurridizo argumento de que el
esquema izquierda-derecha está superado. Prefiere atacar la economía del
petróleo, mostrar su simpatía por Lula da Silva y Bernie Sanders o defender que
su programa, a la postre, consiste en aplicar la Constitución de 1991. “Las
necesidades de la sociedad colombiana no son las de construir el socialismo, sino
construir democracia y paz, punto”, zanja.
Pregunta. Usted parte como favorito a la presidencia en las elecciones de
2022, pero también es el candidato a quien todos toman por rival. ¿Cómo va a
luchar contra eso?
Respuesta. La covid, las cuarentenas y el uso intensivo de redes
nos han alejado en los dos últimos años de la población más pobre del país. Eso
nos ha hecho daño. Toca arriesgar e ir físicamente al mundo popular, que ha sido
siempre mi fuerte. Sin esa fuerza, dejamos de existir. Muchos
candidatos buscan la clase media y alta, pero el que quiera ganar la
presidencia tiene que sacar pasión en el mundo popular. A ello se contrapone la
práctica de comprar el voto con dinero de la mafia y la corrupción. Solo la
pasión puede superar eso. Si lo logro, seré el presidente de Colombia.
P.
¿Hasta qué punto afecta a sus aspiraciones la candidatura de Alejandro Gaviria?
R. Por
ahora nada. Las encuestas muestran que no tiene fuerza social, pese a la enorme
exposición mediática que le brindaron los grandes dueños de las corporaciones
para tratar de presentarlo como mi contrincante. Yo insisto en que el
liberalismo colombiano debe escoger entre más neoliberalismo, con lo cual van
destruir el país, o garantizar los derechos fundamentales de la gente. La
dirigencia liberal debió — todavía está a tiempo— retomar el camino de la
revolución en marcha y hacer una alianza con el progresismo. Hoy en día, mis
rivales siguen siendo Sergio Fajardo y Álvaro Uribe.
P. ¿Y
cree realmente que Fajardo le podría apoyar, si no pasa a la segunda vuelta? En
las elecciones presidenciales de 2018, él y otras opciones progresistas no lo
hicieron.
R. Las
encuestas actuales indican que el uribismo no pasa a segunda vuelta. El listón
lo superaría el proyecto que represento, Pacto Histórico, y eso que usted llama
sectores progresistas, que básicamente son un liberalismo sin agenda
programática y que ha construido un discurso, digamos, a lo Paulo Coelho, muy
de literatura best seller sin ahondar en los problemas
concretos. Si las encuestas se confirman, la base electoral uribista
automáticamente apoyaría esta fórmula Coelho para detener el
cambio social, económico y político que represento. Eso es lo que explica que
el discurso del centro sea tan etéreo, porque está esperando, si logra pasar a
segunda vuelta, canalizar el uribismo y tratar de derrotarme.
P. ¿Y
eso vale también para Alejandro Gaviria si pierde? ¿Tampoco le apoyaría?
R. Alejandro es un neoliberal. Yo pedí al neoliberalismo
colombiano superar ese tipo de pensamiento para construir una mayoría que
cambiara la historia del país. La respuesta ha sido no, y creo que él quedará
con ese no.
P. Por
cierto, usted le ofreció a Gaviria en 2019 ser candidato a la alcaldía. ¿Se
equivocó? ¿Era entonces un buen candidato y ahora ya no lo es?
R. Yo
no he propuesto candidatos. Yo he propuesto programas. En el caso de la
alcaldía de Bogotá en 2019, presentamos nuestra propuesta a María Robledo, a
Alejandro Gaviria, a Claudia López, que es la actual alcaldesa. Ninguno lo
aceptó.
P. En
2018 su fórmula presidencial fue la feminista Ángela María Robledo, que después
se desvinculó de usted pidiéndole una reflexión sobre las políticas feministas.
¿Qué propone al respecto?
R.
El feminismo se ha quedado con la vieja izquierda tradicional en la esfera
intelectual de la gran ciudad, sin vinculación con la población. [Durante mi
alcaldía] empecé a entender que había como un divorcio entre la agenda
feminista y la agenda de la mujer de la ciudad. Ahí hay una gran falla que el
movimiento tiene que resolver, porque hay que construir una agenda de las
mujeres de Colombia. Si yo tuviese la oportunidad de ser presidente y de hacer
una reforma agraria, no le entregaría la titulación al hombre campesino, sino a
la mujer. Tiene que ver con algo que me parece fundamental y es que, al final,
el hombre campesino dejó perder su tierra, incluso muchas veces la vendió a la
mafia, porque su vinculación con la tierra era básicamente productiva,
comercial, mientras que la relación de la mujer con la tierra tiene que ver con
cuidarla, muy parecido al sentimiento indígena en Colombia. Cuidar la tierra
fértil, que es cuidar el agua y la alimentación de la sociedad, es una tarea
que podría ser mucho más eficaz en manos de la mujer campesina que del hombre.
A ese tipo de cosas he venido llegando, pero no de la mano del feminismo, que
no ha planteado esos temas. Ha aparecido una agenda que yo llamo feminista, a
la que le pongo un apellido, popular, feminismo-popular, que me parece nos
acerca más a la posibilidad concreta de que la mujer tenga poder dentro de esta
sociedad.
P. En
caso de que ganase, ¿cuál sería su primera medida como presidente?
R. Recientemente
saqué a debate una, que es cesar la exploración petrolera, no la explotación.
El viejo país cafetero quedó atrás y lamentablemente pasamos al petróleo y el
carbón. Y eso es insostenible, nos lleva a la extinción. Tenemos que salir de
una economía extractivista y pasar a una productiva. La transición energética
es una decisión que se puede tomar el primer día. Y las divisas se pueden
reemplazar con el turismo, eso significa saltar de 5 millones a 15 millones de
turistas. Con la belleza, cultura y biodiversidad de este país, no es nada
exagerado, pero requiere una condición básica: la paz. El turismo no llega si
nos estamos matando entre nosotros.
P. Usted
ha dicho de sí mismo que fue de izquierdas, pero que ya no propone un programa
de izquierdas, un programa socialista, sino “un capitalismo democrático”. ¿A
qué se refiere?
R. No
es que haya sido y ahora no. Es que he dejado de mirar la política de esa
manera. Del joven que quería hacer una revolución armada a la fecha, muchas
cosas han pasado en el mundo y en Colombia. El Movimiento 19 de Abril, en el
que milité, nunca perteneció a la órbita soviética, sino que reivindicó una
socialdemocracia armada y clandestina hasta que se hizo la paz y el fruto de
aquel acuerdo fue la Constitución de 1991. Pero no se aplicó. En los noventa
sucedió el genocidio del pueblo colombiano, 200.000 muertos, y el surgimiento
del paramilitarismo. Hoy, 30 años después, la Constitución sigue vigente, pero
no se aplica. Desde esta perspectiva, mi programa de gobierno es la
Constitución y mis reformas no serían catalogadas de izquierda en Europa. Las
necesidades de la sociedad colombiana no son las de construir el socialismo, sino
construir democracia y paz, punto.
P. ¿Cuál
es su relación con los poderes económicos colombianos?
R. El
establecimiento no quiere cambios. Se ha enriquecido con un modelo económico
que prioriza el sector financiero y que se asienta en la extracción de petróleo
y carbón. En el 2013, llegamos a exportar 40.000 millones de dólares en esas
materias. Pero ese dinero se distribuye a una clase económica muy privilegiada,
básicamente los dueños de los bancos y los grandes carteles de la contratación
estatal. Por eso ellos siempre quieren más petróleo, más neoliberalismo. Un
modelo así aumenta la desigualdad social, que es la madre de la violencia. Los
dueños de los grandes conglomerados económicos, por tanto, no me quieren. Y
como son los propietarios de buena parte de la comunicación social del país,
utilizan los medios para tratar de destruir nuestro proyecto.
P. Tiene
usted grandes adversarios. En un rato de conversación han salido a relucir el
establecimiento, los poderes económicos, el uribismo, gran parte de los medios
y ese centro que usted menciona. ¿Cómo pretende ganar?
R. En
Colombia tenemos un Estado que no se puede llamar democrático, a pesar de que
haya elecciones, porque el método electoral está cooptado por una serie de
totalitarismos de facto regionales donde las poblaciones viven bajo el terror y
los candidatos los imponen quienes tienen las armas y el dinero. La mafia
colombiana detenta poder político, se mueve dentro de las instituciones del
Estado, puede hacer leyes de la República. La corrupción de las mafias tiene
una base social, que es el eje central del apoyo popular al uribismo. Pero hay
otra parte de la sociedad que piensa que nosotros podemos transformar la
historia. Lo que hoy estamos delineando es si Colombia se puede construir como
una nación democrática o no. Si la respuesta es no, la sociedad colombiana va a
entrar en una mayor degradación social, política, incluso en espirales de
violencia muy profundas.
P. Y
en esas espirales de violencia, ¿teme que pueda haber un magnicidio?
R. Sí.
Eso está en el orden del día. De hecho, a lo largo de la historia muchos
candidatos progresistas, sin siquiera ser favoritos, fueron asesinados. En
estos meses estamos viendo el exterminio de quienes firmaron la paz con las
FARC. También el asesinato sistemático de líderes sociales, y ante la protesta
juvenil que estalló en abril, que es un derivado de la antipolítica social del
Gobierno con la covid, el balance es terrible: 100 jóvenes asesinados directamente por la fuerza pública o
parapolicial y 60 desaparecidos. La responsabilidad del presidente,
Iván Duque, sobre crímenes reales de lesa humanidad es total.
P. ¿Apoyaría
enjuiciar a Duque?
R. ¿Por
el asesinato sistemático de jóvenes? Indudablemente.
P. ¿Y
lo promoverá, si usted es presidente?
R. Yo
no tendría el poder judicial en mis manos, ni lo quiero tener, aunque creo que
debe adquirir más independencia para que los grandes crímenes sean juzgados,
porque el común denominador en Colombia es la impunidad. Pero yo no miro la
justicia en términos del castigo, de cadenas perpetuas. Yo creo que Colombia se
acerca a un momento histórico de perdón social que le debe permitir pasar a
otra época, pero ese perdón no puede significar impunidad. Ese perdón tiene que
construirse sobre la base del resarcimiento de las víctimas y la verdad entendida
como la ubicación de las responsabilidades en esta serie de crímenes contra la
humanidad, responsabilidades que no son solamente de quiénes han disparado,
sino de quienes propiciaron y financiaron eso, de quienes usaron el Estado para
proteger ese tipo de actividad. Ellos son los verdaderos conductores del
genocidio y son quienes han dirigido económica y políticamente el país.
P. ¿Cree
que el informe y el trabajo de la Comisión de la Verdad sirvan a ello?
R. La
Justicia Especial para la Paz está en el camino de lo que yo estoy diciendo
aquí. Pero creo que el país se ha equivocado en pensar que la paz se construye
exclusivamente a partir de negociaciones con grupos armados. Lo que se necesita
es un pacto de convivencia, cuyo protagonista central no sea ningún organismo
armado o estatal, sino la sociedad.
P. ¿Y
no está muy fracturado este país para un pacto de convivencia?
R. Pues
precisamente porque está fracturado es por lo que hay que proponerlo. Un pacto
de convivencia que tenga que ver con la educación y la salud pública, con el
estatus del trabajo, con la tenencia de la tierra rural… El otro camino es la
balcanización armada y mafiosa. Sería un proceso de desintegración que
impactaría en Venezuela y Ecuador y desestabilizaría la región. Plantear una
agenda de reformas así implica salir del proyecto neoliberal y profundizar en
la democracia. Pero eso es visto aquí por sectores medios y altos de la
sociedad como comunismo, como si se tratase de una revolución cubana
postcapitalista, cuando lo que estamos planteando son reformas para,
simplemente, vivir en paz.
P. Desde
la derecha le acusan de ser castro-chavista.
R. Aparte
de que tanto Fidel Castro como Hugo Chávez están muertos, ese es un concepto
inventado por Álvaro Uribe y que no existe. Lo que sí existió fue una cierta
retórica de Chávez, que era un militar y cuando empezó a conocer el mundo de la
izquierda latinoamericana, que ha sido casi toda guerrillera, trató de llenar
el vacío de su origen con la retórica socialista tradicional que hoy es el
discurso oficial del Gobierno venezolano, una retórica socialista tradicional
sin socialismo, porque una economía que vive del petróleo no es socialista.
P. ¿Qué
piensa de Nicolás Maduro?
R. Nunca
fui cercano a él, siempre le tuve desconfianza. Tampoco entendí nunca por qué
Hugo Chávez le ungió en sus últimos días. Él era un líder indudable, movilizaba
a la población y hubiera ganado todas las elecciones sin necesidad de ningún
fraude, pero el equipo que le rodeaba vivía gracias a que había petróleo, y
nunca pensó en una alternativa, no se construyó una experiencia administrativa
capaz de sacar a Venezuela de la dependencia del petróleo y volverlo una
economía productiva. Hay una enorme incapacidad, que la observo tanto en el
Gobierno como en la oposición, para construir esa agenda.
P. ¿Y
qué solución le ve?
R. Tenemos
que respetar el proceso de Venezuela. Lo que ha hecho Duque es lo peor, tratar
de imponer. El caso de Afganistán nos muestra con claridad que intentar
resolver problemas internos de otro país lo que hace es enredarlos. Son los
pueblos los que determinan los cambios. Nosotros mantendríamos buena vecindad
con todos los países que tienen frontera con Colombia, independientemente de
sus ideologías. [Y con Venezuela] lo que yo haría el primer día es restablecer
las relaciones.
P. ¿Y
no sería más fácil encontrar una solución, si Maduro dejase el poder?
R. Maduro,
contrariamente a todo lo que yo propongo para el progreso latinoamericano, ha
hundido más a Venezuela en el extractivismo. Su opción es la misma de Uribe, la
misma de Duque con el fracking. Entregar concesiones de
subsuelo para seguir viviendo de oro y de otros minerales, como el coltán.
Además, hay un enorme peligro de apropiación armada, y con eso ya sí se
disuelve el Estado venezolano, que es a lo que ha apostado Duque. Esto sería lo
peor para Colombia, porque es casi seguir el modelo sirio o iraquí, en un
momento en que ya existe un conflicto armado en nuestro país. Lo que yo creo es
que en la base de la sociedad venezolana surgirá una alternativa política. Es
posible que Maduro, reconociendo que se vuelva un problema, proponga un
liderazgo del movimiento oficial diferente. Pero no sé quién ganaría las
elecciones hoy por hoy.
P. ¿Cuáles
son sus referentes políticos vivos?
R. En
Sudamérica reconozco capacidad en Rafael Correa. Solo le critico que, al igual
que el resto del liderazgo progresista americano, no haya apostado por pasar de
una economía del petróleo y el carbón a una basada en el conocimiento. Eso es
lo que propongo al progresismo de América Latina. No he sido muy escuchado,
pero yo creo que Lula podría acercarse más a este planteamiento. Si yo
gobernase este país y Lula dirige allá, habría un acercamiento inmediato, un
eje. No me atrevo a hablar de lo mismo en México. He visto a López Obrador más
balbuceante, se ha vuelto más petrolero. Y en el mundo… el liderazgo español me
cuesta y el francés está en absoluto declive; a mí me ha gustado Angela Merkel,
porque asumió la agenda del cambio climático, aunque no la conozco
personalmente.
P. ¿Y
Joe Biden?
R. Ganó
Biden sobre Sanders. Algunos dicen que era la forma de vencerle a Trump. Yo
creo que Sanders hubiera sido la forma de cambiar el mundo. En todo caso,
aparte de que entregaran tres millones de dosis [de vacunas a Colombia] no veo
cambios en la agenda.
P. Usted
ha denunciado a menudo el narcotráfico y su poder de corrupción en la sociedad.
¿Cómo se enfrentaría a ello?
R. Hoy
es una tontería que en Colombia sea ilegal la marihuana. Podría tener una gran
capacidad de exportación a todas las zonas donde se ha legalizado en el mundo.
Si esa producción fuese del campesinado, sería una forma incluso para sustituir
la hoja de coca. El problema de la cocaína es más complejo. Colombia se
enfrenta a un mundo donde la cocaína es ilegal, puede que cambie en algunos
años, pero no en mi Gobierno. Lo que yo planteó para que el peso de la
actividad cocainera no cause los niveles de violencia actuales es quitarle
poder a la mafia y eso implica una reforma agraria que haga al campesinado
dueño del proceso agroindustrial.
P. ¿Y
qué hacer con los narcotraficantes?
R. Pues
seguirán, no desconozco las leyes del mercado, pero serán narcotraficantes sin
poder, sin control territorial, sin Estado. Sobre un narcotráfico debilitado se
puede plantear una política de desmantelamiento pacífico. De todos modos, el
narcotráfico solo se acaba con la legalización integral en el mundo, pero no es
mi perspectiva de corto plazo,
P. ¿Y
con el ELN y las FARC disidentes?
R. Hoy
no se puede librar una guerra en Colombia sin contacto con el narcotráfico. Y
si se le quita poder al narcotráfico, el ELN y las disidencias de las FARC se
reincorporarán a una actividad cívica más fácilmente que los grupos
narcotraficantes puros.
P. ¿Está
de acuerdo con la retirada de estatuas de Colón?
R. Yo
conservaría todo, porque es la historia para bien o para mal. Lo que pasa es
que en la historia sí deben hacer aparecer las voces de los conquistados, de
los resistentes. No es posible que una ciudad como Cartagena, en el Caribe
colombiano, adonde llegaban los esclavos de África y que fue insignia de la
resistencia contra España, no tenga monumentos a esas resistencias ni a los
indígenas ni a las negritudes. Y, en cambio, sí a los conquistadores y a los
piratas. No se trata de que les tumbemos los monumentos a la élite, sino de que
aparezcan los otros.
P. Si
no logra ganar las elecciones, ¿qué haría?
R. Ya
se cerraría mi ciclo político, porque no me puedo volver un eterno candidato.
Significaría que un proyecto ha fracasado. Que la salida pactada sobre reformas
fundamentales para convivir en paz ha fracasado. ¿Qué podría venir? No sé. No
sé qué le pasará a una sociedad colombiana metida en el abismo y sin una salida
democrática. El uribismo intentará perpetuar su esquema, pero eso arrastraría a
la violencia. Puede haber una sustitución de nuestro proyecto por otro proyecto
democrático, pero eso ya sería otra generación, no la nuestra. Yo daría por
terminado mi ciclo político.
P. ¿Y
qué haría?
R. Puedo
escribir. He hablado mucho, pero no he escrito tanto.
Texto tomado de El País / España.