Por Eric Nepomuceno
Una de las características de Jair Bolsonaro (foto), el
aprendiz de genocida que destroza Brasil, es reír todo el tiempo. Una
risa nerviosa, tensa, falsa, grosera como él.
El país se derrumba, los muertos por el coronavirus
superan 168 mil y los infectados son cinco millones 900 mil. Pero él se
mueve todo el tiempo en una precoz campaña para la reelección en 2022. Se mueve
riéndose.
El número de desempleados rompe todas las marcas de la historia, la tensión fiscal dispara – la deuda pública se acercó al 100 por ciento en octubre –, la moneda local, el real, sufrió en lo que va del año una devaluación superior a 40 por ciento frente al dólar. Contemplando tal cuadro, Bolsonaro encuentra tiempo para destacar proyectos esenciales de su larva, de los cuales destaca uno: el que pretende facilitar la concesión de licencias para conducir jet sky.
Bueno: algunas veces, la risa nerviosa desaparece. Es cuando
surge alguna contrariedad. Y entonces reaparece el Bolsonaro en estado puro:
una criatura cargada de odio y resentimiento, disparando alucinaciones furiosas
contra todo y todos.
La semana pasada fue marcada por explosiones tanto de
absurdos como de furia. Empezó con Bolsonaro celebrando la muerte de un
voluntario que había pasado por pruebas de la vacuna desarrollada en Brasil por
el Instituto Butatan, de San Pablo, referencia internacional, en
asociación con el laboratorio chino que produce la Coronavac.
Acorde a un Bolsonaro totalmente descontrolado, esa muerte
significó una victoria suya contra el gobernador de San Pablo, el derechista João
Doria, posible rival en las presidenciales del 2022, y que defiende la
Coronavac. Ocurre que el farmacéutico de 33 años no murió a raíz de efectos
colaterales de la “vacuna china”: cometió suicidio.
No satisfecho, al día siguiente Bolsonaro, quien sigue
negándose a reconocer la derrota de su ídolo Donald Trump, se refirió “al otro
candidato”, en clara referencia a Joe Biden.
En un debate televisivo, el ahora electo presidente
norteamericano advirtió que si en Brasil sigue la devastación ambiental
incentivada por el gobierno, el país podrá sufrir sanciones económicas.
Altanero, Bolsonaro disparó su advertencia: dijo que cuando
“la saliva” no es suficiente, refiriéndose a la diplomacia, es necesario “tener
pólvora, y la tenemos”.
Más allá del patetismo y del ridículo de la amenaza,
Bolsonaro tocó un punto especialmente sensible, y que ya había dado tenues
muestras de preocupación con el grado del desvarío presidencial: las Fuerzas
Armadas.
Hubo una afirmación inicial del comandante-jefe del Ejército,
general Edson Pujol, recordando que las Fuerzas Armadas son
instituciones del Estado y no de cualquier gobierno. De inmediato el
vice-presidente Hamilton Mourão, general reformado, vino en su
apoyo.
Bolsonaro no tuvo más remedio que mostrarse acorde, pero
recordando que Pujol está donde está por haber sido nombrado por él, que, como
presidente, es el Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas.
Ayer, nueva nota, pero esta vez firmada por el ministro de
Defensa, general retirado Fernando Azevedo, y los comandantes de
las tres armas, todos en activo, recordando lo mismo: las Fuerzas
Armadas no obedecen a partidos, y confían en que el presidente piense de esa
misma manera. Más claro, imposible.
A tiempo: las relaciones de Bolsonaro con su vice, el general
Mourão, están congeladas desde hace un buen tiempo. El presidente no soporta la
manera en que su vice aparece en los medios de comunicación como alguien equilibrado,
y cómo mantiene canales directos de comunicación con empresarios y diplomáticos
extranjeros, que tratan de evitar los delirios de Bolsonaro.
A estas alturas, no hay espacio para dudas sobre el creciente
aislamiento en que se encuentra el presidente brasileño. Una soledad que crece
a cada momento, dentro y fuera del país.
Hoy, domingo, se eligen alcaldes y concejales en los 5.068
municipios brasileños. Bolsonaro se empeñó a fondo, pero sobran
indicios de que sus candidatos sufrirán derrotas fulminantes, principalmente en
las dos mayores capitales del país, San Pablo y Río.
Y la derrota de Donald Trump aumentará aún más su
aislamiento global. En términos regionales, desde la elección de Alberto
Fernández en Argentina el ultraderechista brasileño viene sumando una
derrota tras otra.
La elección de Luis Lacalle Pou en
Uruguay no cambió el escenario: al fin y al cabo, desde la campaña electoral el
candidato derechista había dejado claro que cualquier distancia de Bolsonaro
sería poca. Luego vinieron la elección de Luis Arce en Bolivia
y la convocatoria de la Constituyente en Chile.
Y ahora los militares que efectivamente tienen comando de
tropa en Brasil le hacen recordar que son Fuerzas Armadas del Estado y no de un
gobierno cada día más patético. Lo que resplandece en el escenario es un
Bolsonaro cada vez más sumergido en su propio laberinto de la soledad y del
delirio.
Imagen: AgenciaBrasil / Texto tomado de Página 12 - Argentina