Menor incidencia que en Europa y América El continente
africano no ha sufrido el número de muertos que los especialistas auguraban. La
población es más joven y está más dispersa, y se especula hasta con una
inmunización colectiva en las zonas más pobladas. Pero en realidad, nadie sabe
las causas
GERARDO ELORRIAGA / Las Provincias / España.
El Covid-19 llegó a Sudáfrica en clase business. Los primeros
casos de la enfermedad afectaban a varios ciudadanos que habían visitado Italia
y a empresarios que mantenían relaciones comerciales con China. «Entonces se
decía que era una enfermedad de los occidentales, de los otros, que no afectaba
a la población negra mayoritaria», recuerda Elisa López, pediatra española que
vivía en Ciudad del Cabo cuando se produjeron las primeras alertas. Pero la
expansión fue muy rápida y pronto llegó a los paupérrimos 'township', los
suburbios racialmente segregados y que el país ha heredado de los tiempos del
'apartheid'.
El problema alcanzó rápidamente grandes proporciones y las estimaciones que hacían los expertos hablaban de que probablemente se alcanzarían las 50.000 víctimas mortales en Sudáfrica a lo largo del invierno austral. Sorprendentemente, las estadísticas letales en el segundo país más rico del continente africano no se han aproximado ni siquiera a la mitad de aquella cifra. Las previsiones fallaron, como ha ocurrido en el resto de África, que ha esquivado, hasta ahora, las terribles consecuencias de la pandemia. ¿Cuáles son las razones de que la incidencia del coronavirus en el continente negro haya sido notablemente inferior que en Europa y América? Nadie lo sabe a ciencia cierta. Todo son conjeturas.
La respuesta rápida del gobierno de Sudáfrica es uno de los
motivos aducidos para explicar ese impacto relativamente bajo. «Fue tajante.
Ordenó el confinamiento, desplegó a la Policía y el Ejército, se prohibió la
venta de alcohol y tabaco, y no se podía ni pasear a los perros ni intercambiar
a los niños bajo custodia compartida», recuerda Elisa López, que ahora ejerce
como investigadora del Instituto de Salud Global de Barcelona. No hubo
disturbios relevantes, a pesar de que cada precaria vivienda de los arrabales
suele acoger a diez personas, una cama y un televisor. «Existe una mayor
aceptación de planteamientos autoritarios», aduce. «Esta movilización inmediata
y drástica ha sido la tónica en muchos países, al contrario de lo que suele
ocurrir con otras crisis».
El desastre sanitario no se produjo. «Abrimos un
hospital de campaña ante el riesgo de colapso, un centro con 60 camas, pero tan
sólo durante cinco días se mantuvo al 85%, y lo cerramos dos meses y medio
después», indica Laura Triviño, coordinadora médica de Médicos Sin
Fronteras en Sudáfrica. «Al final, pensamos enviar los equipos a otros países
subsaharianos, pero nos dijeron que no los necesitaban». No existe una causa
comprobada. La última hipótesis apunta a la posibilidad de una inmunización
colectiva en las provincias más pobladas. En Gauteng, donde se encuentra la
capital Johannesburgo, más de un tercio de los individuos examinados presentaba
anticuerpos, pero no había padecido síntomas.
La fiabilidad de los datos cuestiona los hechos. Los
escépticos señalan la falta de un conocimiento preciso. «En África se han
realizado unos 15 millones de test, mientras que en España se lleva a cabo un
millón a la semana», alega Francisco Bartolomé, asesor de Medicina de Urgencias
y Epidemias y miembro de equipo clínico Covid-19 en la ONG Médicos sin
Fronteras (MSF). A ese respecto, cabe destacar que los países con tasas de
contagio más elevadas también poseen mejores servicios de salud y, por tanto,
ofrecen una interpretación más veraz. «Quizás nos perdamos parte de la
foto porque recolectar datos en algunas zonas es complicado», señala y
advierte que, aún hoy, millones de habitantes de la región subsahariana nacen y
mueren sin ningún control registral.
Escasa movilidad
La falta de crisis relevantes, por otra parte, alienta la
creencia de que el continente ha driblado la pandemia, siquiera temporalmente.
Quienes se atienen a los números actuales proporcionan diversas teorías, a
menudo, interrelacionadas, para explicar esta situación. Las imágenes de
emigrantes en patera esconden un paisaje completamente diferente, aislado,
rural, ajeno a los grandes flujos. «La movilidad en el continente es
escasa porque las distancias son grandes y la infraestructura viaria es muy
difícil», añade y arguye que esta circunstancia explicaría cierta
dificultad para que el virus se expanda. Las urbes, con graves problemas de
hacinamiento, han experimentado la mayor repercusión, lo que avalaría esta
tesis.
El elemento humano resulta mucho más decisivo. La juventud de
la población, con una esperanza de vida inferior a los 60 años, la inmunidad
cruzada, generada por la exposición a otros coronavirus, y desconocidos
factores genéticos, podrían explicar esta resistencia, según Bartolomé. «La
gente está acostumbrada a coexistir con enfermedades infecciosas, no como
nosotros, que nos hemos creído invulnerables en nuestros castillos de cristal».
Pero no existe una sola África. La postal de la sabana no se
corresponde con un escenario complejo formado por 55 Estados soberanos. La
disparidad política caracteriza el corazón del continente. Irene Galera trabaja
para el Servicio Jesuita a Refugiados, organización aliada de la vasca Alboan,
y diferencia la estrategia draconiana de Chad, que clausuró de inmediato
aeropuertos y escuelas, a la de Burundi, cuyo anterior presidente negaba la existencia
del Covid-19, o Tanzania, que ha proclamado la erradicación de la pandemia y ya
no difunde datos. «Ha llegado a impedir la distribución de
mascarillas», lamenta, aunque también añade que la mayoría cuenta con sistemas
de detección temprana provistos de rastreadores. «Todos están bregados
en la lucha contra epidemias»
En Dakar se habla de la catástrofe que sufre Europa, no del
problema local. El Covid-19 aterrizó en la capital senegalesa el pasado
mes de marzo y la estrategia gubernamental fue temprana y tan expeditiva como
en otros países del continente. «La capacidad de diagnóstico y el rastreo
funcionaron e, incluso, se aislaron a las víctimas y allegados», señala Daniel
Remartínez, coordinador de MSF en África Occidental. Las curvas crecieron, pero
sin el ritmo exponencial de España, Estados Unidos o Brasil, y descendieron en
verano deprimiéndose aún más al entrar en otoño. «No sabemos las causas, no
existen evidencias», confiesa.
La celebración la fiesta del Sacrificio el pasado 31 de
julio, que reúne a las familias, y la peregrinación anual a la ciudad de Touba,
hace tres semanas, motivo de reunión para decenas de miles de musulmanes, no se
plasmaron en crecimientos contundentes de casos positivos. La antigua
colonia francesa no llegó a implementar el confinamiento, aunque prácticas como
el uso de mascarillas y la distancia social se han generalizado y todavía
persisten.
El panorama es similar en toda la región del Sahel, según la
información recabada. «El Covid-19 no ha llegado, pero sí el miedo que
comporta», admite y cuenta que ese temor se ha expandido entre gentes que ya
sufren por la escasez de infraestructuras sanitarias, la amenaza permanente de
la meningitis, la disentería o la malaria, o el azote de una violencia política
que no cesa, ni siquiera ante una pandemia.
Sin recursos para luchar contra otras enfermedades
África puede haberse librado temporalmente de la letalidad
del Covid-19, pero no de sus consecuencias. La aparición de nuevas prioridades
ha desviado fondos para otras necesidades también perentorias. «Los programas
contra la tuberculosis o el VIH SIDA se han reducido hasta el 85%», denuncia
Laura Triviño, de Médicos Sin Fronteras. La primera provocó 58.000 muertes en
2019 y la realización de test para detectarla se ha reducido en un 50%,
mientras que la segunda afecta al 40% de la población de Mozambique, por
ejemplo. Además, el abanico de enfermedades que sufre el continente es amplio y
propio, y requiere de apoyo externo para hacerlas frente. «¡Hay muchísimas!»,
exclama Irene Galera, del Servicio Jesuita a Refugiados, y menciona dengue,
cólera, disentería o neumonía.
El confinamiento en República Centroafricana, sumida en un
conflicto sin fin, ha arruinado las cosechas y la violencia se ha incrementado
en las grandes ciudades, afectadas por un mayor índice de pobreza. Sin duda, la
incidencia resulta más evidente en el ámbito sanitario. La alteración de los
programas por la cuarentena y la pérdida de confianza han impedido que 13
millones de niños se vacunaran contra el sarampión o que no se hayan tomado las
necesarias medidas preventivas ante la llegada de la estación lluviosa y el
azote de la malaria. «Todo el trabajado de años se ha ido al garete», lamenta
Fran Bartolomé.
Foto: REUTERS