Por Enrique Ochoa Antich
Así que los
"indiecitos" bolivianos, ésos así llamados y despreciados por
nuestros blancos de orilla, los que irrumpiendo en las
instituciones ataviados de sus vestimentas milenarias sacaron de quicio a
nuestra despreciable oligarquía racista, los que en perfecto castellano
levantaron la voz de sus demandas políticas y sociales y abofetearon con ellas
el rubicundo rostro de los Sánchez Lozada, Quiroga, Áñez, Camacho y demás
aprendices de fascistas vernáculos, aquellos indios y mestizos, fragua de lo
que somos, luego de ser asesinados, perseguidos y ofendidos, han dado al
continente y al mundo una envidiable lección de civilidad democrática. ¿Cómo
fue eso posible?
Cuando en febrero se
realizaron los comicios que ahora acaban de repetirse, confieso que me inclinaba
por Mesa. Repulsaba así el desparpajo con que Evo había escamoteado el
mandato popular contra la reelección presidencial expresado en referendo (lo
que no fue sino un golpe de Estado, hablando en cristiano) y apostaba a lo que
creo que es el secreto que ha hecho de algunas sociedades europeas las más
felices en largos 5.000 años de historia humana: la alternancia republicana, la
coexistencia, la cohabitación entre centro-derechas y centro-izquierdas, de
modo que la democracia representativa liberal se complemente y desarrolle con
formas frecuentes de democracia participativa y directa y que la economía
social de mercado se complemente con un vigoroso Estado de bienestar regulador
pero no empresario.
No creo que hubiese habido entonces fraude electoral, pero todo estaba montado sobre un gigantesco fraude institucional a la Constitución y la soberanía popular. Sin embargo, no tardé en rechazar la patética actuación de la OEA (tanto que hoy no hubiese compartido que se la invitara como observador a las elecciones parlamentarias venezolanas del 6D). Y suscribo el reclamo continental por la renuncia del inefable y nefando Almagro.
Más bien dije entonces que
lo que peor pudo ocurrirle a Evo en febrero, fue haber ganado en la primera
vuelta... pues nadie iba a creerle. Y tenía la certeza de que en la segunda
ganaría Mesa. Luego vino todo lo que sabemos: la rebelión de policías y
militares, la bufa autojuramentación, la batalla de las banderas, la Biblia
como coartada del horror, el régimen de facto, en fin. El domingo 18 de
octubre escribí muy temprano en la mañana un tweet diciendo que a diferencia de
febrero, si fuese boliviano votaría con mis dos manos por Arce. Ejercicio pleno
de mi despolarizada libertad, ésa que perturba tanto a los extremos de mente
cuadriculada, los que creen que esta película es en blanco y negro y no
comprenden la riqueza de colores de una realidad compleja.
Y así fue como el
MAS y sus seguidores, con pulso envidiable, con sentido estratégico que
envidiaría nuestro precario G4, resistiéndose a las provocaciones y a todo tipo
de agresiones, y con razones más que evidentes para declararse en rebeldía
contra un régimen éste sí usurpador y dictatorialista, pusieron en juego
el triángulo táctico que hemos propuesto muchos sin éxito
entre nosotros, jugar a la vez en tres tableros diferentes: la
protesta pacífica de calle, dialogar y negociar con el poder por repudiable que
fuese, y, confiados en la mayoría que eran, exigir y prepararse para la ruta
electoral como forma civilizada, pacífica y soberana de disputarse el poder.
Para eso se requería compromiso, organización y liderazgo. ¿Será que nuestra
pobre oposicioncilla extremista, la de las fugas rocambolescas, la perturbada
por sus efluvios derechizantes, la inmediatista, la dolarizada, la maximalista
y esencialista, la extraviada de sí misma en su laberinto de espejismos, podría
aprender algo de lo que en Bolivia hizo el MAS con sorprendente seriedad y
coherencia? Y la oposición democrática, la participacionista, la moderada, la
dispersa en diez opciones electorales diversas, ¿podrá entender que, más allá
de la pluralidad, sin unidad de mando no llegará a ninguna parte?
Destaca por igual la
escogencia de Arce como candidato. Aunque él no ha sido sólo eso y en realidad
ha sido mucho más que eso, es obvio que Evo, García Linera y otros
vieron en Arce al emblema más conspicuo del milagro económico boliviano:
crecimiento económico del PIB que triplicó el promedio continental, una de las
inflaciones más bajas del planeta lo que posibilitó la recuperación constante
del salario real de los trabajadores, reducción de la pobreza a un tercio de la
que recibieron, programas sociales de todo tipo (salud, vivienda, educación,
alimentación), incremento del empleo, reducción a más de la mitad de la deuda
pública externa, explotación soberana de las riquezas naturales en gas, litio,
zinc, oro, estaño, plata, plomo y soja, y un incremento constante de las
exportaciones. Izquierda democrática exitosa como toda la del
continente, excepción hecha de la cubana y la venezolana. Todo esto se
hizo (en contraste con la gestión chavista-madurista) sin acosar ni
expropiar al sector privado sino antes por el contrario haciéndolo partícipe de
un proyecto económico abierto a todas las naciones del mundo, de una economía
social de mercado acompañada de un potente Estado de bienestar. Si no se crea
riqueza en abundancia, ¿cómo repartirla? Lástima que nuestro febril e
inmaduro chavismo de principios de siglo no hubiese comprendido a tiempo esto
que hoy es una lección para todos. Por cierto, todo se hizo siendo la
de EEUU la primera economía con la que Bolivia mantuvo relaciones comerciales,
aparte de las fronterizas. La de Venezuela, casi inexistente. Y con un Estado
institucionalizado, una sociedad en relativa paz y con confianza y credibilidad,
todo lo que aquí nuestros extremismos, ambos dos pero siempre
con mayor responsabilidad del que detenta el poder político, patearon a sus
anchas.
Luego de ocho meses de
turbamulta extremista de derecha proto-fascista que dañó gravemente lo que
pacientemente se construyó durante años, subido en la peana de una envidiable
legitimidad que le da el 55 % de los votos, Arce pronuncia un discurso que nos
recuerda al Pepe Mujica que, a la hora de renunciar a su condición de senador
vitalicio, nos dijo que en su jardín no cultiva el odio, luego de haber
sido sometido por años a torturas inimaginables, que el odio como el amor es
ciego pero el amor construye y el odio destruye: Arce nos habla de
humildad, de esperanza, de convocar a todos: pueblo, opositores, empresarios,
en fin, de dar la cara y tender la mano (incluso a los gringos que hoy lo
felicitan luego de haber metido sus pezuñas en la crisis boliviana con
nostalgias sesentosas). Y, conciente del desafío de reconstruir a su nación
luego de ocho meses de devastación (no los, por lo menos, ¡14 años! de
devastación nuestros, por no hablar de 30 o de 40) convoca Arce, desde el poder
de su mayoría absoluta, a un gobierno de unidad nacional.
Lecciones bolivianas para
nuestros obcecados extremos, pero lección para todos los venezolanos de esta
generación. Ojalá aprendamos entre todos lo que hay que
aprender, y, desde nuestra originalidad, seamos capaces de reconstruir la
patria buena que todos soñamos.