El área de Italia más
devastada por la Covid-19 es un gran polo industrial. No se declaró nunca zona
roja debido a las presiones de los empresarios. El coste en vidas humanas ha
sido catastrófico
Alba Sidera -- Roma / CTXT
Hay imágenes que marcan una época, que quedan grabadas en el
imaginario colectivo de un país. La que no podrán olvidar en años los italianos
es la que fotografiaron los vecinos de Bérgamo desde sus ventanas la noche del
18 de marzo. Setenta camiones militares cruzaron la ciudad en medio de un
silencio sepulcral, uno detrás de otro, en una marcha lenta en señal de respeto:
transportaban cadáveres. Los llevaban a otras ciudades fuera de Lombardía
porque el cementerio, el tanatorio, la iglesia convertida en tanatorio de
emergencia y el crematorio en funcionamiento 24 horas al día ya no daban
abasto. La imagen plasmaba la magnitud de la tragedia en curso en el área de
Italia más afectada por el coronavirus. Al día siguiente, el país amaneció con
la noticia de que era el primero en el mundo en muertes oficiales por Covid-19,
la mayoría en la Lombardía. Pero, ¿por qué la situación es tan dramática
precisamente en Bérgamo? ¿Qué es lo que ha pasado en esa zona para que en marzo
de 2020 haya habido un 400% más de muertos que el mismo mes del año anterior?
La Lombardía es la región italiana que más representa el
modelo de mercantilización de la sanidad y ha sido víctima de un sistema
corrupto a gran escala
El 23 de febrero los positivos en coronavirus en la provincia
de Bérgamo eran 2. En una semana, llegaban ya a 220; casi todos en Val Seriana.
En Codogno, población lombarda donde el 21 de febrero se detectó el primer caso
oficial de coronavirus, bastaron 50 casos diagnosticados para cerrar la ciudad
y declararla zona roja. ¿Por qué no se hizo lo mismo en Val Seriana? Porque en
este valle del río Serio se concentra uno de los polos industriales más
importantes de Italia, y la patronal industrial presionó a todas las
instituciones para evitar cerrar sus fábricas y perder dinero. Y así, por
increíble que parezca, la zona con más muertos por coronavirus por habitante de
Italia –y de Europa– nunca ha sido declarada zona roja, a pesar del estupor de
los alcaldes que lo reclamaban, y de los ciudadanos, que ahora exigen
responsabilidades. Los médicos de cabecera de la Val Seriana son los primeros
en hablar claro: si se hubiera declarado zona roja, como aconsejaban todos los
expertos, se habrían salvado centenares de personas, aseguran,
impotentes.
La historia es aún más turbia: quienes tienen intereses en
mantener las fábricas abiertas son, en algunos casos, los mismos que tienen
intereses en las clínicas privadas. La Lombardía es la región italiana que más
representa el modelo de mercantilización de la sanidad y ha sido víctima de un
sistema corrupto a gran escala liderado por el que fue su gobernador durante 18
años (del 1995 al 2013), Roberto Formigoni, miembro destacado de Comunión
y Liberación (CyL). Era del partido de Berlusconi, quien le definía como
“gobernador vitalicio de la Lombardía”, pero contó siempre con el apoyo de la
Liga, que gobierna la región desde que Formigoni se fue, acusado –y luego
condenado– por corrupción en la sanidad. Su sucesor, Roberto Maroni, inició en
2017 una reforma de la sanidad que recortó aún más las inversiones en la
pública y que prácticamente ha abolido la figura del médico de familia,
sustituyéndolo por la del “gestor”. “Es verdad, en los próximos 5 años
desaparecerán 45.000 médicos de cabecera, pero ¿quién va todavía al médico de
cabecera?”, dijo impertérrito en agosto del año pasado el político de la Liga
Giancarlo Giorgetti, entonces vicesecretario de Estado del Gobierno
Conte-Salvini.
La epidemia en la zona de Bérgamo, la llamada Bergamasca, se
inició oficialmente la tarde del domingo 23 de febrero, aunque los médicos de
cabecera –en primera línea de la denuncia de la situación– aseguran que ya
desde finales de diciembre atendían muchísimos casos de pulmonías anómalas en
personas incluso de 40 años. En el hospital Pesenti Fenaroli, de Alzano
Lombardo, un municipio de 13.670 habitantes a pocos kilómetros de Bérgamo, ese
23 de febrero llegaron los resultados de los tests de coronavirus de dos
pacientes ingresados: eran positivos. Dado que ambos habían estado en contacto
con otros pacientes y con médicos y enfermeros, la dirección del hospital
decidió cerrar las puertas. Pero, sin ninguna explicación, las reabrieron pocas
horas después, sin desinfectar las instalaciones ni aislar a los pacientes con
Covid-19. Es más: el personal médico estuvo una semana trabajando sin
protección; un buen número de sanitarios del hospital se contagió y extendió el
virus entre la población. Los contagios se multiplicaron por todo el valle. El
hospital resultó ser el primer gran foco de infección: pacientes que ingresaban
por un simple problema de cadera acababan muriendo por haberse contagiado de
coronavirus.
Los alcaldes de los dos municipios más golpeados de la Val
Seriana, Nembro y Alzano Lombardo, esperaban cada día a las siete de la tarde
que les llegara la orden de cerrar la población, que era lo que habían
acordado. Todo estaba listo: las ordenanzas redactadas, el ejército movilizado;
el jefe de la policía les había comunicado los turnos que se harían en las
guardias y las tiendas estaban montadas. Pero la orden no llegó nunca, y nadie
supo explicarles por qué. En cambio, sí llegaron continuas llamadas de los empresarios
y dueños de las fábricas de la zona, preocupadísimos por evitar a toda costa el
cierre de sus actividades. No se escondían.
Sin ningún pudor, el 28 de febrero, en plena emergencia por
Coronavirus –en 5 días se habían alcanzado los 110 infectados oficiales en la
zona, ya fuera de control–, la patronal industrial italiana, Confindustria,
inició una campaña en redes con el hashtag #YesWeWork. “Tenemos que bajar el
tono, hacer entender a la opinión pública que la situación se está
normalizando, que la gente puede volver a vivir como antes”, dijo el presidente
de Confindustria Lombardía, Marco Bonometti, en los medios.
El mismo día, Confindustria Bergamo lanzó su propia campaña
dirigida a los inversores extranjeros para convencerles de que allí no sucedía
nada y de que ni de broma iban a cerrar. El eslogan era inequívoco: “Bergamo
non si ferma / Bergamo is running” (Bérgamo no se detiene).
El mensaje del vídeo promocional para los socios
internacionales era un despropósito: “Se han diagnosticado casos de Coronavirus
en Italia, pero como en muchos otros países”, minimizaban. Y mentían: “El
riesgo de infección es bajo”. Echaban la culpa a los medios por un
injustificado alarmismo, y mientras mostraban a obreros trabajando en sus
fábricas presumían que todas las fábricas continuarían “abiertas y a pleno
rendimiento, como siempre”.
Tan solo cinco días después estalló el enorme brote de
contagios y muertes que acabó siendo el más importante de Italia y de Europa.
Pero ni así retiraron la campaña, ni mucho menos se plantearon cerrar las
fábricas. Confindustria Bergamo agrupa a 1.200 empresas que emplean a más de
80.000 trabajadores. Todos fueron expuestos al virus, obligados a ir a
trabajar, en buena parte sin medidas adecuadas –hacinados, sin distancia de seguridad
ni material de protección–, poniéndose en peligro a ellos mismos y a todo su
entorno.
El hospital Pesenti Fenaroli resultó ser el primer gran foco
de infección en Alzano Lombardo: pacientes que ingresaban por un simple
problema de cadera acababan muriendo por Coronavirus
El alcalde de Bérgamo, Giorgio Gori, del Partido Democrático,
también se había unido al clamor de no cerrar la ciudad y el 1 de marzo
invitaba a la gente a llenar los negocios del centro con el eslogan “Bérgamo no
se detiene”. Más adelante, frente a la evidencia de la catástrofe, se
arrepintió y reconoció que había tomado medidas demasiado blandas para no
entorpecer la actividad económica de las potentes empresas de la zona.
El 8 de marzo los contagios oficiales en la Bergamasca habían
pasado, en una semana, de 220 a 997. Por la tarde se filtró que el Gobierno
quería aislar la Lombardía. Después de horas de caos en que muchos abandonaron
Milán en estampida, Giuseppe Conte apareció, ya de madrugada, en una confusa
rueda de prensa a través de Facebook para anunciar el decreto. No era lo que
esperaban los alcaldes de las poblaciones de la Val Seriana: nada de zona roja,
sino naranja. Es decir, se restringían las entradas y salidas de los
municipios, pero todo el mundo podía seguir yendo al trabajo.
Al cabo de dos días, el confinamiento se extendió a toda
Italia por igual. Y nada cambió en la zona de la Bergamasca, donde los
contagios crecían y crecían al mismo ritmo imparable de sus fábricas
funcionando a toda máquina. “Cuando todos en la zona, sobre todo en Nembro y
Alzano Lombardo, daban por descontado que se iba a declarar la zona roja,
algunas empresas importantes de la zona hicieron presión para retrasarla lo más
posible”, cuenta Andrea Agazzi, secretario general del sindicato FIOM Bérgamo,
en el programa Report, de la RAI. Y añade: “Confindustria jugó sus
cartas y el gobierno eligió de qué parte iba a estar”.
Los contagios y las muertes aumentaron imparables,
especialmente en las zonas industriales de la Lombardía situadas entre Bérgamo
y Brescia. Un mes exacto después del primer caso oficial de coronavirus en
Italia, el sábado 21 de marzo, se llegó al triste récord de casi 800 muertos
diarios. Los gobernadores de la Lombardía y el Piamonte –otro gran polo
industrial– declararon que la situación era insostenible y que era necesario
detener la actividad productiva. Conte, que hasta entonces se había mostrado
contrario a la medida, apareció por la noche abrumado para decir que sí, que
ahora sí, se cerrarían “todas las actividades económicas productivas no
esenciales”.
Las fábricas de la Bergamasca continuaron prácticamente todas
abiertas hasta el 23 de marzo, cuando los contagios oficiales en la zona ya
eran casi 6.500
Confindustria se activó de inmediato e inició una ofensiva de
presión al Gobierno. “No se pueden cerrar todas las actividades no esenciales”,
decían en una carta al premier detallando sus exigencias. Los
industriales lograron que el decreto tardara 24 horas en ser aprobado y que
Conte aceptara sus condiciones. En efecto, el Gobierno había elegido de qué
parte estar, y no era la de los trabajadores.
Los sindicatos, en bloque, se pusieron en pie de guerra y
amenazaron con una huelga general si no se cumplía el cierre real de las
actividades productivas no esenciales. Confindustria había conseguido que se
añadieran a la lista de actividades que podían seguir funcionando muchas que no
eran de primera necesidad, como las de la industria de armas y municiones.
Además, incluyeron una especie de cláusula que permitía, en la práctica,
que cualquier empresa que declarase que era “funcional” para una actividad
económica esencial pudiese permanecer abierta. Esto hizo que solo en un día, en
Brescia, la otra provincia lombarda golpeada por el coronavirus, más de 600
empresas que no estaban en la lista de las esenciales iniciasen los trámites
para poder continuar en funcionamiento.
”No entiendo los motivos por los que los sindicatos querrían
hacer huelga. El decreto ya es muy restrictivo: ¿qué más se tendría que
hacer?”, dijo, poco empático, el presidente de Confindustria, Vincenzo Boccia.
Y añadió: “Ya perderemos 100.000 millones de euros al mes; no detener la
economía conviene a todo el país”. Annamaria Furlan, secretaria general del
sindicato CISL, trató de explicárselo: “Hace 40 años que soy sindicalista y no
he pedido nunca el cierre de ninguna fábrica, pero es que ahora está en riesgo
la vida de las personas”.
Los trabajadores de las fábricas iniciaron protestas y paros
mientras los sindicatos negociaban con el Gobierno, que al final recapacitó. Se
eliminaron algunas actividades de la lista de las más de ochenta consideradas
esenciales, como la industria armamentística o los call-centers que
venden por teléfono ofertas no requeridas, y se restringieron las industrias
petroquímicas. También se acordó que no era suficiente la autocertificación de
una empresa para pasar a ser considerada funcional para una esencial, y el
compromiso de tutelar el derecho a la salud de los trabajadores que continuasen
en las fábricas. Con todo, quedaron puntos ambiguos en el decreto y hay una
zona gris que permite a muchas fábricas continuar abiertas. Del mismo modo,
muchos obreros continúan trabajando sin la debida distancia de seguridad ni el
material adecuado.
Las fábricas de la Bergamasca continuaron prácticamente todas
abiertas hasta el 23 de marzo, cuando los contagios oficiales en la zona ya
eran casi 6.500. Una semana después, el 30 de marzo, a pesar del decreto de
cierre de “todas las actividades productivas no esenciales”, había 1.800
fábricas abiertas y 8.670 infectados oficiales en la zona.
Ninguna autoridad ha estado a la altura, excepto los alcaldes
de las poblaciones pequeñas, los únicos que han reconocido –y denunciado– las
presiones de los industriales
Pongamos nombre a las fábricas que no quisieron cerrar. Una
de las empresas de la zona es Tenaris, líder mundial en la fabricación de tubos
y servicios para la exploración y producción de petróleo y gas, con una
facturación de 7.300 millones de dólares y sede legal en Luxemburgo. Emplea a
1.700 trabajadores en su fábrica de la Bergamasca y pertenece a la familia
Rocca, con Gianfelice Rocca, el octavo hombre más rico de Italia, de
propietario. En la provincia de Bérgamo, como en toda la Lombardía, la sanidad
privada es muy potente. En la Bergamasca, en concreto, la mitad de los
servicios sanitarios pasan por la privada. Las dos clínicas privadas más
importantes de la zona, que facturan más de 15 millones de euros anuales cada
una, pertenecen al grupo San Donato –cuyo presidente es nada menos que el ex-viceprimer
ministro italiano Angelino Alfano, exdelfín de Berlusconi– y al grupo
Humanitas. El presidente de Humanitas es Gianfelice Rocca, también propietario
de Tenaris, la industria que no ha querido mandar sus trabajadores a casa. La
sanidad privada bergamasca no se activó por la emergencia Coronavirus hasta el
8 de marzo, cuando, por decreto, se tuvieron que posponer todos los servicios
no urgentes. Solo entonces empezaron a hacer sitio para los pacientes con
Covid-19.
Brembo es otra gran empresa con fábricas en la Bergamasca.
Pertenece a la potente familia Bombassei, también metida en política: Alberto,
el hijo del fundador, fue diputado por Scelta Civica, el partido de Mario
Monti. Tiene 3.000 trabajadores en sus fábricas de la zona de Bérgamo, donde producen
frenos para coches. Factura 2.600 millones de euros. No quisieron cerrar.
La Val Seriana fue industrializada en gran parte por empresas
suizas hace más de 100 años, por lo que la presencia de fábricas ligadas a
Suiza es aún importante. Otra gran empresa que tiene más de 6.000 trabajadores
en Italia, más de 850 en la Bergamasca, es ABB, con capital suizo y sueco.
Líder en robótica, factura 2.000 millones de euros. El 30 de marzo seguía
abierta con total normalidad.
Persico, empresa italiana que produce componentes de
automoción, con 400 trabajadores y 159 millones de facturación, tiene sede en
Nembro, el municipio con más muertes por Covid-19 por habitante de Italia.
Pierino Persico, el propietario, fue uno de los que más se opuso a que se
declarase la zona roja.
En Nembro, en marzo de 2019 murieron 14 personas. El mismo
mes de este año han sido 123 (un aumento del 750%). Y aun así, los infectados
oficiales son solo 200. En Alzano Lombardo, en marzo del 2019 murieron 9
personas; este marzo, 101. En la ciudad de Bérgamo (de 120.000 habitantes) los
muertos este marzo han sido 553, mientras que en marzo del 2019 fueron 125. Los
datos de infectados no son fiables porque no se hacen tests, y desde la
Protección Civil italiana –que ofrece los recuentos– se advierte que los
números deberían multiplicarse al menos por diez. Según un estudio publicado
por el Giornale di Brescia, en esta provincia lombarda la cifra de
infectados sería 20 veces mayor que la oficial, un 15% de la población. Y lo
mismo con los muertos. Según este estudio, serían el doble de los oficiales, es
decir 3.000 solo en la provincia de Brescia. La falta de tests –a los
vivos y a los muertos– hace imposible efectuar un recuento fiable. Lo que sí se
sabe es que Italia es el país del mundo con más fallecidos por Covid-19,
alrededor de 18.000, y la mayoría son de la zona del norte industrial.
Ahora, frente a los miles de cadáveres y a una población que
empieza a convertir su dolor en rabia, todos se sacuden las culpas. El
gobernador de la Lombardía, el leghista Attilio Fontana, culpa
al gobierno central y asegura que no fue más estricto porque no le dejaron. En
realidad, si hubiera querido habría podido serlo, como lo fueron los
gobernadores de Emilia Romaña, Lacio y Campania, que decretaron zonas rojas en
sus regiones. La verdad es que ninguna autoridad ha estado a la altura, excepto
los alcaldes de las poblaciones pequeñas, que son los únicos que han reconocido
–y denunciado públicamente– las presiones de los industriales, que les
asediaban a llamadas para intentar de todas todas evitar o posponer el cierre
de las fábricas. Desde una Bérgamo herida y aún en shock, los ciudadanos
empiezan a organizarse para pedir que se esclarezcan los hechos y que alguien
asuma, al menos, la responsabilidad de haber permitido que los intereses
económicos primasen sobre la salud –es decir, la vida– de los trabajadores de
la Bergamasca. Muchos de ellos, por cierto, precarios.