Por Fernando Mires / Opinión
En el Far West un sheriff colgaba avisos ofreciendo
recompensas en los troncos de los árboles. Hoy lo hace en twitter. 15 millones
de dólares cuesta la cabeza del presidente venezolano. No es poco, quizás algún
loco lo tome en serio y se arriesgue, poniendo en peligro su vida y la de miles
de opositores acusados de servir a los intereses del imperio.
¿Para qué quiere la cabeza de Maduro, Trump? ¿Desde cuándo
acá está tan interesado en la justicia universal? ¿Y por qué la cabeza del
cordero y no la de la madre del cordero? ¿La de Díaz Canel, por ejemplo? Ah,
no. Con Cuba hay negocios ocultos, sobre todo en la rama turística. ¿Y Ortega?
El dictadorzuelo nica, a quien Maduro no tiene nada que envidiar, goza de
impunidad debido al privilegio de no ocupar como Maduro el cetro simbólico de
la iniquidad latina. Porque a estas alturas, después de haberse tuteado con las
más siniestras dictaduras de la tierra, Trump no nos va a convencer de que se
convirtió en adalid del “imperio del bien” frente a Maduro.
Puede ser ignorante, grosero, misógino, todo lo que usted
quiera, tonto no es. Lejos de tener alma de redentor como Carter y a veces
Obama, está guiado por una programación simple y esa le indica: nunca arriesgar
un solo paso si este no reporta ganancias contantes y sonantes para los EE UU
o, en su defecto, si los EE UU se encuentran directamente amenazados. A
su modo, Trump es un patriota económico. De acuerdo a su concepción de la
política, los EEUU son una gran empresa y él su gerente principal. Y como era
de esperarse, con el coronavirus quiso hacer el negocio político del siglo, uno
que lo catapultaría hacia su único objetivo: su reelección presidencial.
Repitamos: ¿Por qué la cabeza de Maduro? Para los que no
nacimos ayer, el tema está ligado a un tiempo determinado. ¿Y cuál es ese
tiempo? Muy fácil, Watson: es el tiempo del coronavirus. ¿Y qué tiene que ver
el coronavirus con Maduro? Más facil, Watson: Trump no quiere que se hable de
la pandemia. Ha manejado tan mal la crisis del covid-19 que, antes de que los
EE UU se conviertan en una inmensa Italia o España, necesita ganar tiempo con
lo que sea y uno de esos “lo que sea” es Nicolas Maduro, el gobernante más
detestado del hemisferio, uno al lado de quien hasta Trump luce como chico
simpático. ¿Está haciendo entonces Trump politiquería internacional con la
pandemia? Exacto, Watson. Siempre lo ha hecho.
En el manejo de la crisis pandémica hay gobiernos que se han
distinguido por su prudencia y capacidad: los escandinavos, el holandés, el
austriaco y, por supuesto, el alemán de Angela Merkel, quien ha logrado crear
un vínculo entre estado-gobierno y sociedad civil como nunca se había visto en
su país. En América Latina los gobiernos de Argentina, Bolivia, Chile, Uruguay
e incluso el de Venezuela -exageraciones u omisiones más o menos - no lo han
hecho del todo mal. De una manera u otra, han tomado medidas a tiempo. Quienes
en cambio obtendrán la Palma de Oro en materia de irresponsabilidad han sido el
mexicano de López Obrador, el brasileño de Jair Bolsonaro y el
español de Pedro Sánchez (saquemos a Italia del juego, fue asaltada
prematuramente por el coronavirus). El Oscar puede ganarlo Donald Trump. Pocos
gobiernos han tenido más recursos que el suyo. Nadie los ha tan mal usado.
Dejemos de lado errores que pueden ser corregidos, como
tardíamente lo hace Boris Johnson en Inglaterra. El hecho es que Trump no solo
ha manejado mal la crisis. Mucho peor, la ha usado con el objetivo de extraer
ganancias políticas en contra de adversarios internacionales. Por de pronto,
bajo el amparo que le brindaba covid-19, radicalizó las medidas
anti-migratorias, señalando que se trataba de un virus “extranjero”. Luego
comenzó a hablar del “virus chino” (no del gobierno chino, sino así: chino) con
el objetivo de desacreditar a su principal rival económico internacional. De
más está decir que los chinos o descendientes de chinos lo están pasando tan
mal en USA como los japoneses después de Pearl Harbor. Lo que no
calculó el inescrupuloso presidente es que mientras practicaba exculpaciones,
el virus continuaba su avance hasta el punto que llegaría a convertir a su
nación en el principal foco epidémico del mundo, cumpliéndose en sentido
negativo el sueño de Trump: America First. Y bien, justamente en esos
momentos, Trump, valiéndose de un dictamen reactualizado por el Departamento de
Justicia, decidió poner a precio a la cabeza de Maduro. ¿Coincidencia? No, en
ningún caso. Como Trump es Trump, intentó, en medio de la crisis pandémica,
un deal tácito (no explícito) con Maduro y, por cierto, con la
oposición más extremista de Venezuela. Un deal que si fuera
escrito, debería rezar más o menos así: Yo, Donald Trump, aparezco como líder
de formato internacional, un mandatario que en medio de una crisis piensa en el
bienestar de los pueblos. Tú, Nicolás Maduro, aparecerás como presidente de un
país amenazado por el imperio, consolidarás tus posiciones dentro del ejército
y lograrás rehabilitar el anti-norteamericanismo que sirvió de legitimación a
Hugo Chávez. Y ustedes, los de la oposición extremista, los que nunca han
sabido hacer nada aparte de proponer vías imposibles, les haré ver que al fin,
lo que ustedes llaman “presión” ha dado resultados. La conexión López-Guaidó-
María Corina- Rubio-Pompeo y Trump, aparecerá como exitosa.
Por supuesto, el deal tiene sus perdedores.
El primero será la oposición democrática venezolana cuyos dirigentes podrán
hacer muy poco ante el entusiasmo (y presión) que prometen las palabras de
Trump. No deja de ser “casualidad” que el deal aparece justo
en los momentos en que estaban gestándose conversaciones entre personeros de
gobiernos y oposición con respecto a la composición de la CNE. Precisamente
cuando el líder de AD, Ramos Allup, había mostrado predisposición a acudir a
las parlamentarias. Pocos días después de que Henrique Capriles hubiera
sugerido al gobierno posponer diferencias y de que Maduro en su vulgar estilo
hubiera hecho uno que otro gesto de aceptación. Pero todo eso ha sido
desplazado. El verdadero líder de la oposición venezolana es Trump y
Guaidó un simple embajador de sus palabras. En fin, otra farsa más de las
tantas que ha vivido el atormentado país.
Solo los que tienen un mínimo de comprensión política lo
saben. Trump, en medio del vendaval de la crisis pandémica, no podrá
embarcarse en ninguna aventura internacional. Llevaría lisa y llanamente a
su hundimiento. Esa crisis mantendrá su intensidad hasta septiembre por lo
menos, aún en el caso de que muy pronto fuese descubierta una vacuna. De
septiembre a diciembre, tendrá lugar la arremetida electoral en los EE UU, y
allí nadie se preocupará de política internacional. Y si Trump logra sobrevivir
a la crisis pandémica y es reelegido (lo que desde ya puede comenzar a ponerse
en duda) tendrá que reactivar la reconstrucción económica de su país en lugar
de estar preocupado de países que le importan un carajo.
En estos momentos de delirio, cuando covid-19 recién comienza
su siniestro avance en Venezuela, ha surgido en sectores de la
ciudadanía opositora una suerte de trumpismo aún más fanático y radical que el
trumpismo norteamericano. Es un trumpismo no político, nacido de la
desesperación y del miedo.
Siempre hay algo peor a lo peor. No olvidemos que el fascismo
europeo fue hijo de los miedos que produjo la crisis económica de 1929. Los
miedos pandémicos del 2020 no se irán sin dejar huellas. Venezuela, azotada por
una crisis económica y social sin precedentes, puede ser una víctima propicia.
Con o sin Maduro. Aún es tiempo para que los líderes de la parte democrática de
la oposición levanten sus voces. El momento no es ofensivo, como hacen creer
los extremistas que quieren utilizar el covid-19 como arma insurreccional. El
momento es defensivo. Y lo es en el doble sentido del término. Defensivo frente
a un régimen altamente agresivo y defensivo frente a una pandemia aún más
agresiva.
A los que creen a pies juntillas en las palabras del
presidente Trump, permítanme recordarles una muy breve historia. Sucedió hace
muy poco tiempo, en el noreste de Siria. Frente al avance incontenible de los
terroristas de ISIS, Trump decidió sellar un acuerdo con las milicias kurdas
que luchaban en contra de las huestes sirias para qué, a cambio de armamentos,
lucharan también en contra de ISIS. Los valientes kurdos cumplieron la promesa
y destruyeron a ISIS en la región. En el intertanto, Trump -Putin mediante-
recompuso relaciones con el autócrata Erdogan de Turquía retirando gran parte
de sus tropas, incluyendo armamento para los kurdos. Así pasó lo que tenía que
pasar. Los kurdos fueron diezmados desde ambos lados. Desde Turquía y desde
Siria. Erdogan con armas norteamericanas, y el tirano sirio, al- Asad, con
armas rusas. El número de kurdos muertos, nadie lo conoce. Pero la cantidad fue
enorme.
A veces hay que aprender de la historia, y cuando no se
aprende de la propia, hay que hacerlo al menos con la de los otros.
Tomado de Polis: Política y cultura