Los dos tripulantes ecuatorianos del «narcosubmarino» cobraron unos 90.000 euros; el patrón, español, se llevaba su parte en especie.
Peor que perder tres toneladas de cocaína, unos cien millones de euros de ganancia, es que te pillen el método después de años de camuflaje. Y en eso andan buscando culpables colombianos y gallegos, los aliados que pusieron un «bote» para construir un semisumergible, cargaron la droga en las costas venezolanas y metieron a tres hombres en el aparato a recorrer más de 3.000 millas náuticas. Los dos ecuatorianos y el piloto gallego optaron por salvar el pellejo y hundieron el «narcosubmarino» a unas millas de la playa de Hío en la comarca de Morrazo (Pontevedra). A una profundidad de menos de seis metros, con la esperanza de poder recuperar la droga. «Si en lugar de a seis lo hubieran hundido a cien metros, tal vez no lo hubiéramos encontrado», reflexiona el comisario Antonio Martínez Duarte, jefe de la Brigada Central de Estupefacientes de la Policía.
Agustín Álvarez Martínez, el piloto, buscó refugio en casa cuando la avería que no podían arreglar y las olas de varios metros en pleno temporal los iban a destrozar en el Atlántico. El boxeador, antiguo campeón de España amateur, cambió los guantes por el mar. Se hizo patrón y dejó Galicia al calor del tráfico de drogas. «No tiene antecedentes, pero ninguna organización le habría confiado esa cantidad sin experiencia previa», dice Duarte. Álvarez, 29 años, viajó en avión a la capital brasileña a finales de octubre. La selva amazónica es el punto de origen de la carga, que se trasladó luego por el río Orinoco y sus afluentes hasta el mar. El submarino, de 20 metros de eslora, casco de fibra y color gris oscuro para que se pueda confundir con un cetáceo, se construyó para la ocasión en Guyana o Surinam. No es exactamente un submarino, sino una embarcación de bajo perfil, que navega casi a ras de la superficie donde los radares son poco eficaces y los sonares casi inútiles.
«Algún narco colombiano ha contado allí que los han rozado fuerzas policiales y ni los han visto. Son casi indetectables», argumenta el comisario que llevaba años manteniendo que era un método usado para traer droga a Europa y África. Pero hasta ahora eran fantasmas.
Las alianzas de narcos son el pan de cada día y la operación Baluma no es una excepción. El peculiar sentido del humor policial bautizó la operación del «narcosubmarino» con el nombre de la parte de una vela de la que obviamente carece el aparato. Uno o varios cárteles colombianos -se cree que el poderosísimo clan del Golfo- con narcos gallegos (todo apunta al Pastelero y al Burro) organizaron la partida. Para sacar la droga usaron la infraestructura y el territorio del venezolano cártel de los Soles, controlado por varios generales chavistas, aliados a su vez con disidentes de las FARC. Unos y otros cobran el peaje y la protección de la mercancía. El aparato presenta ciertas marcas de haber sido remolcado, de ahí que se crea que fue construido en una zona fluvial o se hizo algún ensayo con él antes de la operación final.
Ya en la costa venezolana embarcaron los tres tripulantes: los ecuatorianos Pedro Delgado Manzaba y Luis Benítez Manzaba y el gallego Agustín Álvarez. Los tres dispuestos a una travesía infernal de más de 3.000 millas a cambio de unos 90.000 euros, los dos primeros, y un pago en especie y metálico -que rondaría el medio millón- el tercero. Recibieron un minicurso para tripular la embarcación, con tres depósitos de combustible cargados con 20 toneladas de gasóil, una zona de motor y otra en medio de poco más de dos metros en la que se hacinaban los fardos de arpillera de la cocaína, el timón y dos camastros en los que había que tumbarse de lado.
Su menú: barritas energéticas, galletas y alimentos secos, casi como el de un astronauta pero sin control médico. «Adelgazaron entre diez y doce kilos cada uno», cuenta Alberto Morales, jefe de la Sección Central de Cocaína de la Policía. Olor mareante a combustible y droga, encogidos en todo momento (no cabían de pie); 24 horas multiplicadas por casi veinte días en el Atlántico en condiciones durísimas. Tres ventanucos que apenas rompían la oscuridad y un sistema artesanal de ventilación y refrigeración del motor que no tenía cierre hermético. Para sus necesidades no quedaba otra que asomarse al agua.
El 15 de noviembre saltan las alarmas al ser detectado el semisumergible por los servicios policiales. No se descarta que intentara descargar por las Azores, donde según algunos detenidos en otras operaciones «duermen» un centenar de estos aparatos, o en las costas marroquíes. Ya entonces tenían problemas mecánicos.
La nave sigue subiendo hacia Galicia donde se establece un dispositivo por tierra, mar y aire para interceptarlos. El piloto hace llamadas desesperadas esperando instrucciones. Ningún barco, ni gallego ni asturiano, sale a recoger la carga, advertidos de la vigilancia policial. Mejor perder la mercancía que arriesgarse a caer todos. Cuando están casi rozando la playa de Hio, hunden el submarino. Los dos ecuatorianos, maleta en mano con sus escasas pertenencias, son detenidos en el paseo marítimo. Álvarez, el piloto, logra escapar. El vigués conoce la zona y además pide ayuda.
Llama a Enrique Carlos Serantes, un paisano afincado en Baleares que a su vez manda a su sobrino Iago Serantes y a un amigo de éste, Rodrigo Hermida. Entre los tres ponen a salvo al antiguo boxeador que se refugia en una casa abandonada en el monte. Allí permanece, como naúfrago en tierra, casi cinco días hasta que es detenido por la Policía. Ni siquiera se había quitado el traje de neopreno con el que salió a nado del submarino.
Las tres personas que le ayudaron también fueron arrestadas en los siguientes días y están en prisión. De momento, no se les relaciona con el cargamento de droga. Ninguno ha «derrotado». Silencio en cuanto a quién está detrás, quién los contrató y quién esperaba la cocaína.
El semisumergible fue sacado a la superfice el dia 24 de noviembre tras unas complicadas maniobras, pero debido al peso del lastre vuelve a hundirse junto al puerto de Aldán. Al día siguiente se reflota. En su interior tres toneladas de cocaína, impregnadas de combustible y agua. Podía transportar hasta cinco. «Llevábamos más de una década escuchando hablar de estos artefactos cargados de droga que habían llegado cerca de Canarias y las Azores. Nos tomaban por locos», recuerda el comisario Duarte, azote de narcos desde hace años. Tanto su Brigada como los agentes colombianos trabajan a marchas forzadas para poner nombre a las organizaciones que fletaron el submarino.
En la popa de su casco está escrita la palabra «CHE». Puede ser la persona o el grupo propietario, una marca para que los competidores sepan lo que hay, o bien el nombre del narcosubmarino. Los fardos de arpillera llevan tres tipos de logos: un toro, un caballo y otro dibujo con cara de payaso y orejas y cuernos de animal. Puede ser una pista definitiva. Los dueños de la carga están nerviosos: lo peor no es haber perdido la droga, sino descubrir el transporte. El año pasado se interceptaron 38 narcosubmarinos camino de EE.UU. por la ruta del Pacífico. El «CHE» es el primero que cae en Europa.