Un libro
repleto de escenas memorables
Tocó para la
Reina de Inglaterra, para ex combatientes, para hippies y para niños ricos, fue
amigo de Lady Di y conoció íntimamente a todos los grandes músicos y estrellas
de los años sesenta en adelante. Elton John es sin dudas y por sobre todo un
gran personaje, y en Yo (Random House) se narra a sí mismo extensamente y
auxiliado por Alexis Petridis, el emblemático crítico musical de The Guardian.
Tocó sobrio,
tocó borracho y tocó "más puesto que un ciclista". Tocó con un piano,
con muchos pianos, con todos los pianos que había. Y con un piano que lanzó y
golpeó a un fan al que luego debió pasarse la noche pidiéndole disculpas. Tocó
con sus ídolos de la infancia, con varias de las figuras más grandes del pop o
del rock. Y con desahuciados y caídos en desgracia a quienes no habrían
aceptado ni en el cabaret más berreta de la zona más inmunda de Los
Ángeles. Tocó vestido de mujer, disfrazado de gato, del Pato Donald, de
Minnie, de mosquetero, de mimo, de general. Y tocó vestido de sí mismo, quizás
el disfraz más difícil de todos. Tocó para la Reina de Inglaterra, para los ex
combatientes de Vietnam, para los hippies, para los chetos. Y tocó para público
ajeno en situaciones hermosamente patéticas como la vez que se disfrazó de
gorila y subió de prepo a un recital de los Stooges.
"Sucedió
en 1973 y había ido a verlos la noche anterior", narra Elton John, el
hombre que nunca --ni aún en sus peores momentos de baladista edulcorado-- dejó
de incendiarse en sobre un escenario. "Fue lo más grande que vi nunca. En
el extremo opuesto de mi música, pero increíbles: la energía desplegada, el
ruido puro que hacían, Iggy subiéndose por todas partes como si fuera
Spiderman. Así que a la noche siguiente fui de nuevo y pensé que sería
divertido si alquilaba un disfraz de gorila y salía inesperadamente durante su
actuación: es decir, sumandome al desorden y la anarquía general. En vez de
eso, aprendí una importante lección para la vida, que es: si estás planeando
irrumpir en el escenario disfrazado de gorila, asegurate primero que la persona
a quien querés sorprender no haya tomado ácido, así puede diferenciar entre un
disfraz y un gorila de verdad. Esto lo descubrí cuando mi aparición fue
saludada no con carcajadas sino con la visión de Iggy Pop gritando y
alejándose, aterrorizado ante mi presencia. Lo siguiente fue percibir que ya no
estaba en el escenario sino volando por los aires a gran velocidad, arrojado al
público por un miembro de los Stooges".
Escenas tan
buenas como ésta abundan en Yo, una voluminosa autobiografía que
conmemora sus cincuenta años con la música. Y que durante tres años y medio
trabajó junto a Alexis Petridis, emblemático crítico musical de The Guardian,
que acertó en imprimirle orden y sentido a su alocada y afectuosa vida, aunque
sin descafeinarla, por suerte. "Hubo tanto humor
en mi vida que quería reflejar eso", expresó el pianista en una de las dos
únicas entrevistas que dió para promocionar el lanzamiento. "Cuando
comencé a pensar en mi historia, pensé: 'Oh, Dios mío, ¿cómo llegué a hacer
todo esto?'". Y ciertamente cabe hacerse la pregunta, porque si bien nada
de lo relatado en el libro escapa a los tópicos del rock de los setenta
(excesos varios, idolatrías repentinas, obras maestras compuestas en cinco
minutos) hay en el estrellato de Elton un componente afectivo que le da a esa
dolencia un carácter más tierno en comparación a sus pares. "Me pasé la
vida entera intentando huir de Reg Dwight (nota: nombre de nacimiento de Elton)
porque Reg Dwight nunca fue un niño feliz. Pero lo que al fin de cuentas
descubrí es que cuanto más me escapé de mí, cuanto más alejé de Reg y me
desconecté de la persona que un día fui, peor salieron las cosas y más
desdichado terminé", relata en el Epílogo.
¿A QUIÉN
QUERÉS MÁS?
Elton John,
tuvo en efecto, una infancia dura. Hijo único de un padre aviador y mayormente
ausente (aunque agrio y gruñón cuando volvía) y de una madre nerviosa y
malhumorada, "capaz de iniciar una discusión en una habitación
vacía", el pequeño Reg creció bajo un régimen de "terror
silencioso" donde la inacción era siempre preferible a hacer algo
equivocado y ser reprendido severamente. Un "hogar" donde las
demostraciones de afecto --salvo las de su abuela-- no existían. "Mis
padres nunca deberían haberse casado", señala terminante. "Una pareja
surgida de las necesidades y la urgencia de la (Segunda) Guerra Mundial que no
sé si alguna vez se quiso". Si bien ambos padres tienen fuerte presencia
en el libro, es la madre quien se lleva las palmas al convertirse al correr de
las páginas y de su extensa vida (murió recién en 2017, a los 92 años) en una
especie de contrafigura con ribetes villanescos; mezcla de Cruella de Vil y
Mirtha Legrand.
"A
medida que pasaron los años sus enfados fueron alcanzando un nivel superior,
casi épico, impresionante. Era la Cecil B. DeMille del mal humor, la Tolstói
del berrinche. Y solo estoy exagerando un poco", cuenta. "Si grababa
un nuevo disco, era una porquería: ¿por qué no intentaba ser más como Robbie
Williams? ¿Ya no sabía escribir canciones como las de antes? Si me compraba un
nuevo cuadro, el cuadro era feísimo y ella misma podría haber pintado algo
mucho mejor. Si daba un concierto benéfico, era la cosa más aburrida que había
visto en su vida. Y si la velada no había sido un completo desastre era porque
otra actuación me había ganado la mano. Todo así".
El clímax de
esta relación de amor/odio llega en 2005 con la promocionada unión civil (años
más tarde vendría el casamiento) entre Elton John y su actual pareja Daniel
Furnish, que fue todo un acontecimiento en Inglaterra (con manifestaciones a
favor y en contra) y que tuvo a su madre haciendo "de todo" para
arruinarles el día, desde ponerse a criticar en voz alta mientras el juez les
tomaba juramento a negarse a cumplir con los protocolos y tener siempre un
comentario hiriente a todo aquel que se le acercara. "No podía soportar la
idea de que el cordón umbilical quedara cortado, de que yo fuese por fin
feliz", la exculpa de alguna manera Elton, que se ocupa también de
resaltar el apoyo que recibió a mediados y fines de los sesenta, cuando con
Bernie Taupin (colaborador letrista y amigo de toda la vida) ocupaban un cuarto
en su casa porque no tienen ni una libra partida al medio.
Años de
"swinging London", de liberación sexual y de efervescencia creativa
pero que --en el caso de Elton-- fueron vividos con alta dosis de ingenuidad,
sobriedad y literal virginidad sexual (el destape y desenfreno vendrían
después, en los setenta). El autor de "Rocket Man" describe la manera
azarosa en que conoce a Taupin (producto de una audición fallida, "¿qué
hubiera pasado si hubiera audicionado bien y no hubiera conocido a Bernie?
¿habría llegado a ser quien fui?", se pregunta varias veces sin respuesta)
y detalla cómo creaban: uno, Bernie, tipeando letras en una habitación, y el
otro, Elton, poniéndole música de manera casi automática apenas las recibía.
"Otros letristas querían trabajar juntos, componiendo la música y la letra
al mismo tiempo. Pero yo era incapaz. Necesitaba tener la letra delante de mí
antes de empezar a componer. Una magia que solo se producía cuando leía las
letras de Bernie".
La dupla
Elton-Taupin terminó siendo por volumen, permanencia e impacto una de las más
importantes de la historia del rock --temas como "Your song",
"Tiny Dancer", "Rocket Man", "Daniel",
"Goodbye yellow brick" y varios otros de su época dorada alcanzan
para demostrarlo--, pero también símbolo de una gran amistad que excedió en
mucho lo musical. Elton retrata el vínculo de costado,
generalmente a través de la acción de otros, pero siempre mostrando cómo
influye de manera decisiva en su vida. Como por ejemplo cuando en el '69 una
novia/festejante (no tenían sexo) llamada Linda Woodrow se obsesionó con llevarlo
al altar aprovechándose de su docilidad e imposibilidad de rechazarla (Elton
llegó a fraguar una pantomima de suicidio para que se diera cuenta de que no
quería saber nada, pero ella lo tomó como un señal de todo lo contrario) y
Bernie --que obviamente tampoco la quería porque ya cuestionaba el escaso éxito
que como dupla habían logrado hasta el momento-- toma entonces la decisión de
llevarlo a que hable con uno de sus mentores, el blusero británico Long John
Baldry, un personajón "marica" que supuestamente iba a oficiar de
padrino.
Long John
escucha tranquilo hasta que que en un momento estalla. "¡Pero ¡qué estás
haciendo! ¡Sos gay! ¿No te das cuenta? ¡Querés más a Bernie que a Linda!",
le espeta en un bar lleno de músicos y estrellas del ambiente, que en seguida
--en uno de los momentos más graciosos del libro-- pasan a darle también su
opinión. Uno por vez: divas, músicos, faranduleros. Todos en contra. "Se
me hizo un torbellino en la cabeza", recuerda Elton. "Quería a
Bernie. No sexualmente, claro. Pero sí como mejor amigo y claramente mi
importaba más seguir componiendo con él que casarme con Linda. Pero ¿gay? No
estaba nada seguro de eso, sobre todo porque aún no sabía qué entrañaba ser
gay", asegura el pianista que todavía tardaría en algunos años en asumirse
como tal. Pero que entonces le bastó esa conversación para armarse de valor y
anunciarle su negativa a Linda, que como era de esperar le devolvió una noche
de escándalo, furia y ataque de nervios que terminó con la dupla huyendo al día
siguiente a la casa materna, donde finalmente --instalados en un altillo donde
sí iban a poder pegar el poster de Simon and Garfunkel que Linda detestaba--
empezarían a crear su famosa obra musical.
CONFIESO QUE HE VIVIDO
"Vivo y
he vivido una vida extraordinaria, y de verdad digo que no la cambiaría en
nada, ni siquiera las partes que más lamento, porque estoy increíblemente feliz
con el resultado final", dice Elton y leyendo el libro se constata que no
exagera. Un libro que no incluye todo lo que vivió, pero sí casi todo.
Está, por ejemplo, su amistad con Rod Stewart (se hacían llamar Sharon y
Phillys, respectivamente) así como su silenciosa mala onda con David Bowie
("Siempre tuvo un aire distante e indiferente respecto a mí. No sé por
qué"). También su período como presidente del Watford --club del ascenso y
único interés que pudo compartir con su padre-- al que llevó del más bajo fondo
a la primera división y a jugar por el título. Y por supuesto sus periodos de crisis
existenciales, derrapes tóxicos, desarreglos emocionales y acceso a cierta paz
interior y plenitud que incluyeron: un matrimonio fallido con una
ingeniera de sonido (se veía venir); su amistad con un célebre joven enfermo de
SIDA que le despertó una vocación solidaria y la creación de una fundación que
aún comanda; su conocida amistad con Lady Di que involucró una no tan conocida
velada en su mansión donde Richard Gere y Sylvester Stallone pelearon casi
hasta las piñas por el aprecio de la princesa (ganó Gere); sus diversas
reacciones al punk, la música disco, el pop de los ochenta, los grandes
musicales y su retorno a las fuentes con una trilogía de discos analógicos y un
excelente álbum grabado junto al maestro Leon Russell, el músico sureño que lo
había inspirado en los setenta y que Elton rescató de estar tirado en su cama
mirando The Days of our lives. "No fue un acto de caridad. Fue más bien
por darme una satisfacción", subraya.
Último, pero
no menos importante, Yo cierra con su ingreso tardío al mundo
de la paternidad a través de la técnica del vientre subrogado y luego de varios
intentos truncos de adopción. Entre ellos, el de un chico ucraniano llamado Lev
que por intromisión de la prensa y prejuicios de la época no pudo llegar a buen
puerto y que fue tan importante para Elton que terminó dándole su nombre al
primero de sus dos hijos: Zachary Jackson Levon; hecho que se revela por
primera vez leyendo estas páginas y que emociona. "Ahora quiero pasar
tiempo siendo... una persona normal. O todo lo normal que pueda aspirar a
ser", escribe para justificar su último gran acto hasta ahora: la
faraónica gira mundial que lo está despidiendo de los tours y que cada tanto es
noticia no sólo por su música sino también por algún berrinche extemporáneo que
por supuesto en seguida adjudica al mal carácter heredado de su familia.
"Todo esto es lo que pasó. Y aquí estoy. Esto soy", dice al final de
la extensa biografía. "No tiene sentido preguntarse '¿qué hubiera pasado
sí...?'. La única pregunta que vale la pena es: '¿Y ahora qué?'". El tiempo dirá. Y Elton también.
Tomado de Página 12 – Argentina.