Por Martín
Granovsky* -
Imagen: Sandra Cartasso
Va solo un mes y parecen años . Debe ser porque la Argentina estaba muy mal el 10 de
diciembre. Y porque los primeros 30 días de gestión de Alberto
Fernández fueron transitados por un Presidente que sabía dos cosas.
Una, que llegó por un aluvión de votos. Ganó nada menos que en
primera vuelta y por el 8 por ciento de diferencia sobre Juntos por el Cambio.
Otra, que los votos no le regalarían una luna de miel. Todo es aquí
y ahora, como una bicicleta que solo pedaleando puede ser mantenida en
equilibrio. La legitimidad de origen de los votos es una plataforma maravillosa
pero el consenso se pone a prueba todos los días. “Más que planificar, uno
tiene que saber cuál es el rumbo que quiere y hacerle permanentemente la
sintonía necesaria”, recomendaba Néstor Kirchner en 2003 cuando él era
Presidente y Alberto su jefe de Gabinete. Y les decía a sus ministros: “La
gente no es enferma de la política como nosotros. Quiere que cada semana
sea un poquito mejor que la anterior y que el fin de semana pueda olvidarse de
quién la gobierna”.
Como aquélla, la narrativa de
Fernández en su primer mes fue simple. Hilvanó conceptos sobre los que fue y
volvió en todo momento, como en círculos, al estilo del docente que es. Mauricio
Macri fue una máquina de destrucción productiva. Los más hundidos son los
pobres, que llegaron al hambre. No puede haber proyecto de salida sin
solidaridad. La solidaridad se traduce en que están primero los hambrientos,
los jubilados de la mínima y los que reciben la AUH. El Estado no tiene plata y
el país está endeudado. Hay cero chance de crecimiento sin estabilidad, y por
eso los planes que van desde Precios Cuidados a la moratoria impositiva para
las Pymes. La estabilidad no puede ser recesiva. La Argentina necesita dólares
para vivir y para pagar la deuda, pero será imposible pagar la deuda ya mismo
porque los dólares no alcanzan. Si en la campaña era “vamos a poner a la
Argentina de pie” ahora sería “pongamos a la Argentina de pie”.
El Presidente desistió de plantear
una epopeya de largo plazo. La épica estaría en salir del pozo lo más rápido posible. Y,
políticamente, en que la salida del pozo se note a través del freno a la caída
libre del macrismo y mediante cierta reactivación. Cuando eso suceda, Fernández
quizás pueda salir del agua y respirar un poco. Pero (lo sabe) solo un poco.
Esa épica de lo concreto estuvo
acompañada en los primeros treinta días por el esfuerzo de consolidar el
gobierno de coalición que construyeron las distintas líneas del peronismo y sus
aliados. A su favor el Presidente cuenta con un dato objetivo: ningún
sector del Frente de Todos tiene a mano nada más rentable en términos políticos
que fortalecer al Gobierno. Esto se aplica al propio Fernández, a Cristina
Fernández de Kirchner, a la CGT, a las CTA, a La Cámpora, a los gobernadores y
a los movimientos sociales. Más allá de las desconfianzas y los recelos, o del
desorden inicial y las idas y vueltas en las designaciones, el ejercicio del
Poder Ejecutivo acomoda las cargas. Con un añadido: la experiencia de
que afuera del Frente de Todos hace un frío inclemente es un estímulo para
discutir con disciplina.
Roberto Bacman, del Centro de
Estudios de Opinión Pública, suele decir que Alberto le habla al 60 por ciento
no macrista e incluso a una franja de los que votaron por Macri el 27 de
octubre. Eso incluiría el voto de Roberto Lavagna y parte del voto radical.
El núcleo duro es fuerte. Un
funcionario actual lo resumió con agudeza al escuchar en una fiesta de
cumpleaños cómo después de la primera cumbia todos le hicieron el coro a Hugo
del Carril. “El gorilismo convirtió la Marcha Peronista en Bella Ciao”, dijo.
El desafío es mantener el orden de
prioridades. Conservar ese poderío formidable de un peronismo ampliado
y unido y, a la vez, sumarle aliados temáticos mientras el oficialismo intenta
dividir a la oposición. Es el modelo que ya funciona en el Congreso
Nacional y que por ahora es más arduo aplicar en la legislatura bonaerense. Es
el modelo que funcionó cuando el Presidente corrigió su primer decreto de
retenciones y, política mediante, incorporó el principio de segmentación en la
Ley de Solidaridad.
Pero lo más importante es la
realidad. No hay mejor publicidad que el cambio de la vida cotidiana.
Así sea leve, ese cambio será más determinante que cualquier mensaje,
incluyendo el mensaje negativo de los grandes medios de comunicación. Tomado de
Pagina 12/Argentina.