“Este es
un libro contra la entrega del poder absoluto a una sola persona”. De
entrada, Enrique Krauze declara la intención que lo llevó a publicar El
pueblo soy yo. Al igual que en publicaciones anteriores, como su
aclamado Redentores. Ideas y poder en América Latina, el
escritor e historiador mexicano se centra en las problemáticas políticas de
nuestra región —aunque en esta oportunidad suma a España y Estados
Unidos— con una mirada crítica acompañada de una narración amena, casi en
primera en persona, que hace que las páginas del libro avancen sin que el
lector se percate.
El
volumen abre de una manera curiosa, porque el Capítulo I es distinto a todo
el resto del libro. Mientras en las otras secciones discute temas candentes
del debate actual, en este primer apartado presenta a Richard Morse
(1922-2001), quien fue profesor de Yale, Stanford y el Wilson Center, pero
“no era un académico común sino un pensador a la manera de Unamuno u Ortega
y Gasset, cuya pasión fue la cultura de Iberoamérica”. Krauze, quien
conoció a Morse en la década de los 80, lo revive para sacar del olvido
a El espejo de Próspero, su “pequeño libro magistral”. Como
si se tratara de un pegamento que sirviera de amalgama para el resto de los
capítulos, la intención de recurrir a este intelectual americanista es
realizar una comparación entre los orígenes de Anglo e Hispanoamérica, y
así dar cuenta de cómo opera el poder a ambos lados del Río Grande.
Morse no
compra la clásica posición doliente y victimizadora de América Latina, sino
que la presenta como una opción cultural ante Estados Unidos. “En un
momento en que Norteamérica puede estar experimentando una crisis de
confianza en sí misma, parece oportuno anteponerle la experiencia histórica
de Iberoamérica, ya no como estudio de caso de desarrollo frustrado, sino
como una opción cultural”, escribía Morse en 1982. Entre las muchas razones
de esta opción “latina de desarrollo”, y basándose en la contraposición de
las miradas de Francisco de Vitoria y Thomas Hobbes, el académico
estadounidense explica que las sociedades conquistadas y
evangelizadas por España optaron siempre por un espíritu inclusivo, en el
que no primara la raza —de ahí los procesos de mestizaje—, mientras que en
la esfera anglo la inclusividad nunca fue un valor.
Cambiando
de tema, Krauze realiza luego un importante ejercicio al establecer un
decálogo de las características de un líder populista. Se inicia así la
parte del libro en que el autor se mete en las patas de los caballos y se
interna en los debates actuales. Con una mirada interdisciplinaria, y
refiriéndose especialmente a las experiencias latinoamericanas, señala que:
1.
El populista exalta al líder
carismático.
2.
El populista no sólo usa y abusa
de la palabra.
3.
El populista fabrica la verdad.
4.
El populista, en su variante
latinoamericana, utiliza de modo discrecional los fondos públicos.
5.
El populista, una vez más en su
variante latinoamericana, reparte directamente la riqueza.
6.
El populista alienta el odio de
clases.
7.
El populista moviliza
permanentemente a los grupos sociales.
8.
El populista fustiga por sistema
al “enemigo exterior”.
9.
El populista desprecia el orden
legal.
10.La
populista mina, domina, y, en último término, doméstica o cancela
instituciones y libertades de la democracia.
Paradigma
del populismo latinoamericano actual, la Venezuela bolivariana recibe
asimismo la atención de Krauze. Luego de hacer un desgarrador análisis con
múltiples fuentes, el autor señala: “´Yo soy Chávez’, dijo Maduro, poco
antes de la muerte del comandante. Pero, aunque hablara como Chávez, no era
Chávez. El régimen ha perdido cualquier aura religiosa. Es una dictadura
que ha declarado una guerra de degaste y empobrecimiento contra su propio
pueblo, forzando su sumisión o exilio (cerca de diez millones de venezolanos
han emigrado en 20 años), en espera de ganar una nueva apuesta: una nueva
alza del petróleo”.
Para
cerrar el tema del populismo, el mexicano le dedica unas páginas al Podemos
de España, al que acusa de narcisista, “con credenciales del saber y guerrilleros
de salón”, y a su compatriota Andrés Manuel López Obrador, de quien señala
que sus defensores dicen que “respetaría los contrapesos republicanos, las
libertades, las instituciones y las leyes, pero toda su biografía apunta a
lo contrario”. Sin duda se refiere a que AMLO fue incapaz de aceptar sus
derrotas en 2006 y 2012.
Krauze
también dedica su atención a los temores que Samuel Huntington expuso en su
ensayo The Hispanic Challenge, donde acusa que la inmigración
ilegal mexicana a Estados Unidos sería una suerte de invasión, que pondría
en peligro los valores de la cultura “blanca y protestante” de ese país. Krauze
recurre a Morse para responder a Huntington, señalando que si algo tiene la
cultura latinoamericana es su capacidad de mezcla y aceptación de valores
ajenos. Prueba de ello es que nunca ha tenido guerras raciales, cuestión de
la que Estados Unidos no puede decir lo mismo.
El
corolario de la discusión anterior es la tortuosa relación entre México y
su vecino del norte. Krauze sostiene que “Estados Unidos ha sido un
vecino difícil, a veces violento, casi siempre arrogante, casi nunca
respetuoso y pocas veces cooperativo. México en cambio ha sido un vecino
ideal, a cada agravio respondimos, no con la otra mejilla, pero sí con un
gesto de resignada nobleza (…) Aunque hemos tenido episodios trágicos y
épocas de tensión, nuestra buena disposición nos ha permitido convivir
durante casi 200 años”. ¿Qué sucede con el actual presidente
norteamericano? “La llegada de Donald Trump ha cambiado las reglas. Con
respecto a México, 2016 fue el preludio de una nueva confrontación entre
los dos países, no militar (aunque en un discurso, tácitamente, no la
descartó), pero sí comercial, diplomática, estratégica, social y étnica”.
El pueblo
soy yo es un libro atractivo, escrito con una muy
buena pluma, y que permite, estando de acuerdo discrepando con las a veces
tajantes afirmaciones de Krauze, reflexionar sobre nuestra región
latinoamericana y su relación con el poder.
Tomado de
El LIBRERO
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