Por Francisco
Rodríguez* / Opinión
En los
últimos seis años, nuestro país ha sufrido la mayor caída en el ingreso por
habitante vista desde 1950 en América Latina – y una de las mayores vistas en
el mundo. Para finales de este año, habremos perdido dos terceras partes del
Producto Interno Bruto que teníamos en 2013, un colapso equivalente a tres
Grandes Depresiones estadounidenses. La pobreza se ha triplicado y casi
una sexta parte de la población se ha ido del país.
Los factores
que desencadenaron esta crisis están claros. Entre 1999 y 2013, Venezuela
vivió el mayor boom petrolero de su historia. Sin embargo, sólo una
porción muy baja de esos ingresos se destinó a ahorro o inversión real.
Los abundantes ingresos petroleros escondían una fuerte caída en la
productividad de la economía, producto de crecientes restricciones sobre el
sector privado y un acentuado deterioro institucional. Cuando los precios del
petróleo se desplomaron a mediados de esta década, no estábamos preparados para
un choque económico negativo de tal magnitud. Y cuando comienzan a
recuperarse unos años más tarde, la producción petrolera venezolana había caída
tanto que el país había perdido la capacidad de producir los ingresos externos
necesarios para sostener a su economía.
No todo, sin
embargo, es economía. A medida que la contracción económica se extendió,
Venezuela comenzó a hundirse también en una crisis política y de legitimidad. A
la inestabilidad e incertidumbres asociadas se sumaron los efectos de las
acciones tomadas por la comunidad internacional para tratar de coadyuvar a un
cambio democrático en el país. El país iba quedando sumido en un creciente
aislamiento internacional y económico que contribuía a profundizar aún más el
declive de nuestra economía.
Dado que el
origen de la crisis está en la combinación de políticas económicas erradas y
los efectos colaterales de la crisis política, es natural (y correcto) pensar
que una solución definitiva a la crisis económica requiere una solución al
conflicto político. Sólo cuando tengamos elecciones que sean reconocidas
como libres y transparentes por la comunidad internacional es que se hace
posible la reconducción económica necesaria para tomar la ruta de la
prosperidad. Precisamente como resultado de esa reflexión, equipos de
nuestros mejores especialistas se han dedicado a pensar en qué es lo que
debemos hacer “el día después” de la transición política.
El problema
con ese enfoque es que, tal como ha aprendido nuestro país en carne propia en
los últimos meses, la solución a la crisis política es compleja y elusiva.
Todos queremos una solución, pero eso no quiere decir que la podamos alcanzar
pronto.
Distintos
grupos de venezolanos tienen ideas distintas y contrapuestas de qué solución
quieren, y muchas de esas ideas requieren una colaboración por parte de actores
internos o externos con la que no necesariamente se puede contar.
Un ejemplo
tomado de la economía teórica puede ser útil para entender cómo enfrentar este
dilema. Me refiero a la distinción, proveniente de la economía del bienestar,
entre soluciones óptimas globales (first-best) y soluciones óptimas específicas
(second-best). Según esta literatura, si se pueden atacar todas las
distorsiones en una economía, se tiene acceso a la solución óptima
(first-best). Sin embargo, hay muchos casos en los que esa solución no es
alcanzable. Por ejemplo, cuando un mercado está bajo control de un
monopolio, la política óptima es obligar a la ruptura del monopolio. Si
eso no se puede lograr, lo mejor es aplicar la política del segundo mejor
(second-best) de utilizar el poder regulatorio para restringir las acciones del
monopolio.
La Fundación
Petróleo por Venezuela parte del diagnóstico de que, si bien se les ha prestado
mucha atención a los problemas del día después, eso nos ha llevado a descuidar
el estudio del aquí y ahora. Pensamos que la identificación de políticas del
segundo mejor es un ejercicio al menos tan relevante como la búsqueda de
políticas globalmente óptimas para nuestro país.
Subrayamos
que ambas reflexiones son necesarias; precisamente por ello, olvidar cualquiera
de las dos puede tener un costo alto para el bienestar de los venezolanos.
Pensar en el
aquí y ahora exige un modo distinto de aproximación a algunos de nuestros
problemas. Las preguntas ya no son las del diseño de un plan de políticas
públicas óptimas para ser aplicadas por un futuro gobierno. En vez, el
énfasis se coloca sobre las iniciativas que se pueden implementar tomando como
dado el actual entorno político y la falta de control técnico sobre la
formulación de políticas económicas nacionales. En el contexto
venezolano, debemos además asumir que existe poca probabilidad de convencer a
las autoridades que detentan el poder de hecho para que adopten políticas
económicas eficientes por cuenta propia.
Para pensar
en el aquí y ahora, hay que entender que los gobiernos nacionales no son ni
lejanamente la única forma de resolver problemas de acción colectiva. El
espacio para la acción colectiva existe siempre que existe multiplicidad de
actores. La sociedad civil organizada, los movimientos sociales y políticos,
los gobiernos locales, la comunidad internacional y – en el caso particular
venezolano – el gobierno reconocido como legítimo por más de cincuenta países –
son todos vehículos a través de los cuales se pueden impulsar respuestas que no
estén condicionadas a la resolución de la crisis política.
Los
movimientos laborales en economías avanzadas aprendieron una lección clave a lo
largo del siglo XX: no hay que lograr un cambio en el sistema político o
económico para lograr mejoras en la vida de la gente. Si no lo hubiesen
entendido, nunca habrían luchado por la reducción de la jornada laboral, la
abolición del trabajo infantil, o el derecho a la seguridad social. La mayoría
de los movimientos sociales en el mundo se organizan en torno a objetivos
concretos y se enfocan en defender los derechos de sus miembros y
comunidades. La búsqueda del cambio político fundamental es un objetivo
loable, pero ello no desmerita de ninguna forma la lucha por cambios en pequeño
que logren mejoras incrementales relevantes para la gente.
Ejemplos
concretos tomados de la Venezuela de hoy muestran claramente que se pueden unir
esfuerzos para mejorar la vida de los venezolanos en el aquí y ahora sin
esperar la solución del conflicto político.
La movilización
de asistencia internacional a la población emigrante y la adquisición de
equipamiento eléctrico portátil con la ayuda de entes multilaterales nos
muestran dos casos en los que actores distintos a quienes detentan el poder de
hecho juntaron esfuerzos en acciones concretas que hacen una enorme diferencia
en la vida de miles de venezolanos.
Para pensar
en el aquí y ahora no hay que dejar de prepararse para el mañana. Hay que
comprender que los problemas urgentes de la gente requieren respuestas hoy, y que
esas respuestas no pueden esperar a la resolución de una crisis política que no
sabemos cuándo llegará. Hay que decidir darle un lugar prioritario a atender
las necesidades de los grupos más vulnerables que menos capacidad tienen de
resistir los embates de un conflicto prolongado. Hay que entender que, para
millones de venezolanos que luchan día a día por sobrevivir, sin hoy no hay
mañana, y sin presente no hay futuro.
*Francisco
Rodríguez es fundador y director del centro de pensamiento Petróleo por Venezuela. https://oilforvenezuela.org/2019/10/08/aqui-y-ahora-francisco-rodriguez/“