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09 octubre, 2019

AQUÍ Y AHORA


Por Francisco Rodríguez* / Opinión

En los últimos seis años, nuestro país ha sufrido la mayor caída en el ingreso por habitante vista desde 1950 en América Latina – y una de las mayores vistas en el mundo. Para finales de este año, habremos perdido dos terceras partes del Producto Interno Bruto que teníamos en 2013, un colapso equivalente a tres Grandes Depresiones estadounidenses.  La pobreza se ha triplicado y casi una sexta parte de la población se ha ido del país.
Los factores que desencadenaron esta crisis están claros.  Entre 1999 y 2013, Venezuela vivió el mayor boom petrolero de su historia.  Sin embargo, sólo una porción muy baja de esos ingresos se destinó a ahorro o inversión real.  Los abundantes ingresos petroleros escondían una fuerte caída en la productividad de la economía, producto de crecientes restricciones sobre el sector privado y un acentuado deterioro institucional. Cuando los precios del petróleo se desplomaron a mediados de esta década, no estábamos preparados para un choque económico negativo de tal magnitud.  Y cuando comienzan a recuperarse unos años más tarde, la producción petrolera venezolana había caída tanto que el país había perdido la capacidad de producir los ingresos externos necesarios para sostener a su economía.

No todo, sin embargo, es economía. A medida que la contracción económica se extendió, Venezuela comenzó a hundirse también en una crisis política y de legitimidad. A la inestabilidad e incertidumbres asociadas se sumaron los efectos de las acciones tomadas por la comunidad internacional para tratar de coadyuvar a un cambio democrático en el país. El país iba quedando sumido en un creciente aislamiento internacional y económico que contribuía a profundizar aún más el declive de nuestra economía.
Dado que el origen de la crisis está en la combinación de políticas económicas erradas y los efectos colaterales de la crisis política, es natural (y correcto) pensar que una solución definitiva a la crisis económica requiere una solución al conflicto político.  Sólo cuando tengamos elecciones que sean reconocidas como libres y transparentes por la comunidad internacional es que se hace posible la reconducción económica necesaria para tomar la ruta de la prosperidad.  Precisamente como resultado de esa reflexión, equipos de nuestros mejores especialistas se han dedicado a pensar en qué es lo que debemos hacer “el día después” de la transición política.
El problema con ese enfoque es que, tal como ha aprendido nuestro país en carne propia en los últimos meses, la solución a la crisis política es compleja y elusiva.  Todos queremos una solución, pero eso no quiere decir que la podamos alcanzar pronto.
Distintos grupos de venezolanos tienen ideas distintas y contrapuestas de qué solución quieren, y muchas de esas ideas requieren una colaboración por parte de actores internos o externos con la que no necesariamente se puede contar.
Un ejemplo tomado de la economía teórica puede ser útil para entender cómo enfrentar este dilema. Me refiero a la distinción, proveniente de la economía del bienestar, entre soluciones óptimas globales (first-best) y soluciones óptimas específicas (second-best).  Según esta literatura, si se pueden atacar todas las distorsiones en una economía, se tiene acceso a la solución óptima (first-best). Sin embargo, hay muchos casos en los que esa solución no es alcanzable.  Por ejemplo, cuando un mercado está bajo control de un monopolio, la política óptima es obligar a la ruptura del monopolio.  Si eso no se puede lograr, lo mejor es aplicar la política del segundo mejor (second-best) de utilizar el poder regulatorio para restringir las acciones del monopolio.
La Fundación Petróleo por Venezuela parte del diagnóstico de que, si bien se les ha prestado mucha atención a los problemas del día después, eso nos ha llevado a descuidar el estudio del aquí y ahora. Pensamos que la identificación de políticas del segundo mejor es un ejercicio al menos tan relevante como la búsqueda de políticas globalmente óptimas para nuestro país.
Subrayamos que ambas reflexiones son necesarias; precisamente por ello, olvidar cualquiera de las dos puede tener un costo alto para el bienestar de los venezolanos.
Pensar en el aquí y ahora exige un modo distinto de aproximación a algunos de nuestros problemas.  Las preguntas ya no son las del diseño de un plan de políticas públicas óptimas para ser aplicadas por un futuro gobierno.  En vez, el énfasis se coloca sobre las iniciativas que se pueden implementar tomando como dado el actual entorno político y la falta de control técnico sobre la formulación de políticas económicas nacionales.  En el contexto venezolano, debemos además asumir que existe poca probabilidad de convencer a las autoridades que detentan el poder de hecho para que adopten políticas económicas eficientes por cuenta propia.
Para pensar en el aquí y ahora, hay que entender que los gobiernos nacionales no son ni lejanamente la única forma de resolver problemas de acción colectiva.  El espacio para la acción colectiva existe siempre que existe multiplicidad de actores. La sociedad civil organizada, los movimientos sociales y políticos, los gobiernos locales, la comunidad internacional y – en el caso particular venezolano – el gobierno reconocido como legítimo por más de cincuenta países – son todos vehículos a través de los cuales se pueden impulsar respuestas que no estén condicionadas a la resolución de la crisis política.
Los movimientos laborales en economías avanzadas aprendieron una lección clave a lo largo del siglo XX: no hay que lograr un cambio en el sistema político o económico para lograr mejoras en la vida de la gente.  Si no lo hubiesen entendido, nunca habrían luchado por la reducción de la jornada laboral, la abolición del trabajo infantil, o el derecho a la seguridad social. La mayoría de los movimientos sociales en el mundo se organizan en torno a objetivos concretos y se enfocan en defender los derechos de sus miembros y comunidades.  La búsqueda del cambio político fundamental es un objetivo loable, pero ello no desmerita de ninguna forma la lucha por cambios en pequeño que logren mejoras incrementales relevantes para la gente.
Ejemplos concretos tomados de la Venezuela de hoy muestran claramente que se pueden unir esfuerzos para mejorar la vida de los venezolanos en el aquí y ahora sin esperar la solución del conflicto político.
La movilización de asistencia internacional a la población emigrante y la adquisición de equipamiento eléctrico portátil con la ayuda de entes multilaterales nos muestran dos casos en los que actores distintos a quienes detentan el poder de hecho juntaron esfuerzos en acciones concretas que hacen una enorme diferencia en la vida de miles de venezolanos.
Para pensar en el aquí y ahora no hay que dejar de prepararse para el mañana. Hay que comprender que los problemas urgentes de la gente requieren respuestas hoy, y que esas respuestas no pueden esperar a la resolución de una crisis política que no sabemos cuándo llegará. Hay que decidir darle un lugar prioritario a atender las necesidades de los grupos más vulnerables que menos capacidad tienen de resistir los embates de un conflicto prolongado. Hay que entender que, para millones de venezolanos que luchan día a día por sobrevivir, sin hoy no hay mañana, y sin presente no hay futuro.

*Francisco Rodríguez es fundador y director del centro de pensamiento Petróleo por Venezuela. https://oilforvenezuela.org/2019/10/08/aqui-y-ahora-francisco-rodriguez/“