Reseña de "Vigilancia
Permanente" la biografía del espía más famoso del mundo
Ante seguidores y detractores Snowden
se presenta con un héroe de la clase trabajadora que se inscribe en una larga
tradición de “whistleblowers” o arrepentidos estadounidenses que datan de la
guerra de Independencia.
Por Santiago
O'Donnell / Página 12 – Argentina
Acaba de salir “Vigilancia
Permanente” la autobiografía de Edward Snowden, el espía más famoso del mundo.
Y aunque no deja de ser muy interesante lo que dice, tanto o más es lo que
elige callar. Porque hay que ponerse en su situación. Está asilado en Rusia y
ha sido funcional a Rusia al haber revelado secretos valiosos de su rival
geoestratégico, Estados Unidos, el país donde nació y para el cual ejerció de
espía. Por ambas razones es percibido como un colaborador ruso, y por lo
tanto un traidor, por una amplia franja de la opinión pública estadounidense.
Pero ante a sus fieles seguidores,
sobre todo los activistas en defensa de las libertades civiles, la privacidad,
los derechos humanos y la libertad en la web, y especialmente ante sus
detractores, empezando por los servicios de inteligencia estadounidenses y los
congresistas que integran los comités de inteligencia en el Capitolio, Snowden
se presenta con un héroe de la clase trabajadora que se inscribe en una larga
tradición de “whistleblowers” o arrepentidos estadounidenses que datan de la
guerra de Independencia. Un ciudadano común, miembro de la “comunidad de
inteligencia” como la llama él, igual que su papá y su mamá. Típica familia que
vive en un suburbio de Washington cerca de alguna base militar, y que puede
tener como vecino a un Marine, un contratista de Blackwater o un agente del
FBI. Alguien que un día decidió revelar cómo funcionan los programas
secretos de vigilancia masiva al tener una especie de epifanía después de
releer la constitución. Ahí se da cuenta que dichos programas violan la Cuarta
Enmienda, la que prohíbe realizar registros e incautaciones sin causa previa.
“(La NSA) insistía en que el ‘registro’ y la `incautación’ sólo se producían
cuando sus analistas, no sus algoritmos, hacían consultas activas en lo que ya
se había recopilado de forma automática,” escribe Snowden, para quien “se trata
de una interpretación extremista ( y por lo tanto errónea) de la cuarta
Enmienda.” Entonces siente que es su "deber" convertirse en
denunciante porque al entrar a los servcios había jurado defender la constitución.
El libro arranca con un par de
capítulos sobre su juventud, donde deja en claro su fascinación por las
computadoras y por la sensación de libertad y excitación que sintió al ver a su
padre experimentar con la Commodore 64 en los albores de internet. Después
cuenta cómo, a pesar de ser un pésimo alumno en la secundaria sus conocimientos
de computación la abrieron de par en par las puertas de los organismos de
inteligencia más importantes del país. Después, a medida que diseñaba programas
para facilitar el intercambio de archivos y evitar duplicaciones, fue ganando
acceso a los más preciados secretos del mundo del espionaje internacional. En
medio del cuento Snowden entrelaza varias reflexiones sobre los peligros de la
vigilancia masiva, las consecuencias negativas que puede acarrear el de dejarse
espiar con dicha tecnología, los dilemas éticos, las razones (o más bien los
temores) que habrían llevado a sus colegas a no realizar denuncias como la
suya.
A continuación llega un capítulo en
el que cuenta cómo sacó la información del búnker de la Agencia de Seguridad
Nacional en Hawaii engañando a los guardias con chamuyo y microchips. Es la
parte más divertida de libro y se lee como una novela de espionaje. Lo mismo
que el viaje a Rusia y su encuentro con los espías de ese país. Un mano a mano
inolvidable en el que Snowden mira a su rival en la cara y le espeta que se
olvide de intentarlo, que él nunca va a colaborar con Rusia.
Verdad y consecuencia
Y después, de repente, casi como que
se termina el libro. Nada sobre el criterio para elegir la información que
divulgó. Específicamente, por qué, además de los documentos sobre vigilancia
masiva, también divulgó documentos sobre espionaje a países aliados como Brasil
y Alemania. No lo explica. No dice cuántos ni cuáles documentos filtró. Ni
hablar de los documentos sobre cómo Estados Unidos espía celulares chinos que
le entregara al South China Morning Post poco antes de salir
Hong Kong. De todo eso ni una palabra. Ni vamos a encontrar en el libro las
críticas a Trump y Putin que Snowden periódicamente tuitea o menciona en
reportajes.
Tampoco hay ni una línea sobre las
consecuencias geopolíticas de sus actos. Y no es que no lo pensó. En un momento
escribe que eligió Hong Kong para divulgar sus documentos, entre otras razones,
porque “en términos geopolíticos era lo más parecido que podía estar de una
tierra de nadie.” En realidad, si pensó que desde el punto de vista de cómo
sería percibida su delación, el estadounidense medio haría una clara distinción
entre Hong Kong y China, entonces sobreestimó a su audiencia. Para el
estadounidense medio, Snowden es un tipo que contó secretos estadounidenses en
China y después corrió a refugiarse en Rusia. El propio Snowden parece no
entenderlo cuando escribe que Estados Unidos, al cancelarle el pasaporte en
pleno viaje a Ecuador para obligarlo a asilarse en Rusia, le entregó en bandeja
“una victoria propagandística” a ese país. Al revés, la victoria
propagandística fue para Estados Unidos, ya que le permitió pintar a Snowden
con el mote de villano prorruso que lo persigue hasta hoy, limitando su
efectividad como profeta de la privacidad acechada.
Es interesante que por este clima
desfavorable hacia él, que cerca de Snowden atribuyen con demasiado énfasis a
la retórica de Trump, el propio Snowden eligió casi no publicitar su
autobiografía en ese país, eligiendo casi exclusivamente a periodistas de
medios europeos, sobre todo alemanes, para los reportajes promocionales. “Ya no
quiero hablar con los medios de comunicación de Estados Unidos porque allí el
ambiente está envenenado” le dijo a dos periodistas de Die Welt que
lo visitaron en Moscú. Y sin embargo hoy el libro encabeza la lista de lo más
vendidos gracias al empujón que le diera el propio gobierno de Trump al
anunciar que le embargaría sus regalías porque Snowden habría violado acuerdos
de confidencialidad con agencias de inteligencia.
Snowden escribe que los programas de
vigilancia masiva son secretos porque, si se conocieran, los estadounidenses no
los tolerarían. Pero eso está por verse. En Estados Unidos, y en todo el mundo,
el debate entre seguridad, privacidad y sus límites está lejos de estar
saldado, aunque del 9-11 a esta parte la balanza parece inclinarse para e lado
de la seguridad.
Se entiende la postura de Snowden de
no profundizar ciertos temas espinosos. Está en Rusia. Su permiso de residencia
expira en el 2020 y no tiene ofertas para radicarse en ningún otro país. Si
quiere ser creíble en Estados Unidos, necesita criticar un poquito a Putin,
pero si lo critica demasiado corre el riesgo de que lo entreguen a Estados
Unidos, donde casi seguro sería condenado por espionaje. Tampoco puede criticar
mucho a Trump desde Rusia porque los patriotas no critican a sus presidentes
desde territorio enemigo. Con periodistas europeos puede hablar del poder de
Jeff Bezos, de la legislación europea de internet y de cómo la propiedad
intelectual se ha convertido en un instrumento de control social. Puede hablar
de su situación en el exilio, describiéndose como un ciudadano global virtual
que vive online y que no importa en qué país mira su pantalla. Puede
describirse como un benefactor que trabaja por el bien de la humanidad en
sistemas de seguridad que facilitan la tarea de los periodistas de
investigación. En otras palabras, puede hablar como un técnico apolítico, un
cruzado romántico contra la vigilancia masiva. En su libro, Snowden dice que
uno de los mejores consejos que le dio su mujer Lindsay, es que no comparta sus
ideas político-partidarias, porque podrían alienar a un segmento de su
audiencia, ya que la vigilancia masiva y la consecuente pérdida de privacidad
es un problema tanto para demócratas como republicanos.
En un punto tiene razón, pero la
política no se puede evitar y ése es su problema. Para ganar la batalla
cultural necesita hablar de política, sobre todo porque sus ideas políticas son
las que lo llevaron a hacer lo que hizo. Al revelar secretos sensibles de
Estados Unidos causó un terremoto. Sobre todo en esta era de guerras de
información, en la que las bases de datos han reemplazado a los recursos
naturales como los grandes objetivos en las pujas de poder entre potencias, un
tiempo en el que el poder blando y la digitalización de drones y virus han
convertido a los ejércitos tradicionales en reliquias inútiles y caras. En este
escenario Snowden debilitó la capacidad de espionaje de Estados Unidos en favor
de sus rivales Rusia y China. ¿Acaso Rusia y China no hacen uso y abuso de la
vigilancia masiva de sus ciudadanos?
Sin embargo, Snowden dice en su libro
que denunció a los servicios estadounidenses porque era su “deber”
constitucional. Agrega que hay “secretos legítimos que no iba a darles a
los periodistas” para no perjudicar a su país. De hecho Snowden nunca reveló
secretos de Rusia, Ucrania, Afganistán, Irak, Cuba o Pakistán, por sólo nombrar
alguno de los países donde actúan los enemigos reales o percibidos de Estados
Unidos . Hay una ética en juego, un voto de lealtad hacia un país y un sistema
de gobierno que incluye “secretos legítimos” que Snowden asegura no haber violado.
Por el contrario, él siente que su acto de delación se inscribe dentro de las
más añejas y respetadas tradiciones estadounidenses: la del justiciero que hace
cumplir la ley. Y dice además que le entregó sus secretos a medios
tradicionales como The Guardian y The Washington Post (en vez
de publicaciones más cuestionadas como WikiLeaks) porque conforman “la cuarta
rama de facto del gobierno estadounidense, protegida por la Carta de Derechos”.
Toda una definición política. En "Vigilancia Permanente" Snowden
defiende no sólo el orden constitucional, sino también a las instituciones y
los enunciados de la democracia republicana liberal como la división de
poderes, la legitimidad de los servicios de inteligencia y el imperio de la
ley. Habla de reformar el sistema, de imponerle controles y medidas de
transparencia. Pero no lo cuestiona ni quiere abolirlo.
En contraste, Julian Assange en su
libro “Los archivos de WikiLeaks” (2016) describe a Estados Unidos como un
“imperio” y a sus servicios de inteligencia como un “culto”. Es por eso que
para Snowden, Assange mostraba “una oposición visceral al poder central” y
WikiLeaks, “un escepticismo radical ante el poder central.” Snowden no es
Assange, eso está claro. Snowden cree en Estados Unidos y sueña con volver a Estados
Unidos como hombre libre y respetado, sueña con reintegrarse a la vida cívica
de su país. En su libro, Snowden se compara con los veteranos de guerra por el
costo que pagó para cumplir con su deber. En cambio Assange cree que el sistema
está podrido, que los grandes medios son parte de ese sistema y que solo queda
resistir y luchar contra el orden tecnocapitalista resultante de la alianza
parida entre el complejo militar industrial y Silicon Valley. Todo está
relacionado y todo es político, desafía Assange.
Aislado en Rusia, atrapado entre su
reformismo y la revolución que desató, entre su patriotismo y su deber ser,
entre su silencio forzado y su necesidad de decir algo, su libro se lee como un
intento de darle un sentido al acto que definió su vida y lo marcó, héroe o
villano, como el espía más famoso del mundo. Gracias a esa acción y a este
libro es que podemos hacernos tantas preguntas que él, por ahora, no puede o no
quiere contestar.