Gonzalo Aguirregomezcorta / Tomado de Yahoo Noticias
El concepto de comunidad que tiene la población indígena
de Kraho es único. Ubicados al noreste del estado de
Tocatins, en Brasil, este pueblo tiene algunas costumbres de las que buena
nota podrían tomar en la gran ciudad. La conexión con la
naturaleza es quizás la virtud que más destaca en ésta y otras
sociedades inhóspitas, pero hay otras como la disposición de sus hogares, que
forman un círculo con una zona en el centro donde se llevan a cabo las reuniones
y las festividades de la comunidad; el uso de flautas realizadas a
mano y su significado espiritual o el origen mismo de la vida,
donde el sol creó a la mujer a partir de una calabaza para dar inicio a todas
las cosas. Pero hay otro aspecto de lo más genuino que no deja de sorprender a
todo el que conoce más detalles de los Krahos: los niños y niñas no
tienen una sola madre, sino varias.
Allí la palabra ‘tía’ no existe y ese concepto queda cubierto
con el término, ‘inxe’, que significa dos cosas: madre biológica,
por un lado, y hermana de la mamá, por el otro, ya sea de sangre o porque la
progenitora considera a otros miembros de la comunidad como tal. La cineasta Renee
Nader Messora y su marido, João Salaviza, conocieron de
primera mano las costumbres de crianza de los Krahos mientras rodaban su
filme ‘La lluvia está cantando en el pueblo de los muertos’, que
formó parte del Festival de Cannes en 2018.
Messora se quedó embarazada durante el rodaje e incluso su
hija ya había nacido cuando seguían dirigiendo este largometraje
grabado en 16 milímetros. Ya sabía que los Krahos era muy peculiares a la hora
de compartir las labores de los más pequeños, pero ver a una de las
protagonistas de la película dar el pecho a su pequeña es algo para lo que
pocas madres están preparadas. Durante su estadía en Pedra Branca,
aldea de esta comunidad indígena, le enseñó que hay mucho que admirar en la
costumbre de que otra madre amamante a hijos ajenos.
“Es completamente diferente a lo que aprendemos en las
civilizaciones occidentales. En la aldea la familia se expande
y las casas no se componen de una madre, un padre y un hijo, sino de 15
o 20 personas compartiendo un mismo techo. Cada hogar tiene más de una
madre y los niños se crían entre todos. Los de cuatro años se ocupan de los de
tres, y éstos de los de dos”, explicó la cineasta a The Washington Post. “Cuando una pareja se casa, el
marido se muda a casa de la esposa. Todas las madres permanecen juntas y se
crea una red de mamás que dan de mamar a los hijos de otras”.
Este concepto es impensable en el día a día en la cultura
occidental y una de las consecuencias que tanto Messora como otras
personas cercanas a los Krahos hallaron es que el nivel de socialización de los
niños en las aldeas indígenas es enorme en comparación con los niños de ciudad. La
libertad es ilimitada y pronto aprenden a valerse por ellos mismos copiando
lo que ven de sus padres. Su grado de independencia es mucho mayor que el de
los pequeños que pasan su infancia rodeados por carreteras, paredes, hogares
más vacíos y sin un espacio amplio para desarrollarse. Si la diferencia entre
vivir en el campo y en la ciudad es ya abismal dentro de culturas
idénticas, hacerlo en una aldea indígena supone una disparidad
insalvable.