Helena Calle
/ Infoamazonía* - El Espectador/ Colombia
La exministra
de Ambiente de Brasil, que redujo la deforestación en un 60 % entre 2003 y
2008, explica las razones de los incendios que arrasan miles de hectáreas de
bosque amazónico y qué hacer para combatirlos.
Cuando Marina
Silva, la exministra de Medio Ambiente de Brasil, tenía 18 años y vivía en el
apartado poblado de Río Branco, su papá, que era cauchero, cortó pedazos de un
inmenso árbol de ceiba que se alzaba cerca a su casa para hacer una cama. La
ceiba comenzó a sangrar, y Silva a llorar. Desde entonces, recuerda, su
relación con el bosque amazónico cambió, y pasó de ser una habitante más a una
defensora de la selva.
Fue en Acre,
su estado natal, donde militó junto a Chico Mendes, el legendario activista ambiental
brasileño, asesinado en 1988 por su oposición a la extracción de madera en la
Amazonia. Tras el asesinato de Mendes, Silva se dedicó a la política. Fue
elegida senadora en 1994 por el estado de Acre y en 1996 fue galardonada con el
Premio Goldman, mejor conocido como el “nobel ambiental”, por su defensa de la
Amazonia.
En 2003,
cuando la deforestación de la Amazonia brasileña alcanzaba las cifras más altas
desde los noventa, fue nombrada ministra de Ambiente por el presidente Luiz
Inácio Lula da Silva, y logró reducir la tasa de deforestación amazónica en un
60 %. Tres veces fue candidata para ser “la primera presidenta negra y pobre de
Brasil” y tres veces se quemó, la última vez frente al presidente Jair
Bolsonaro, quien está en el ojo del huracán por cuenta de los más de 70.000
incendios en Brasil.
De acuerdo
con el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales del Brasil (INPE), los
incendios aumentaron 84 % en todo el país con respecto al mismo período del año
pasado, y más del 50 % están en la Amazonia. Aunque las cifras aún no son
definitivas, porque los incendios continúan activos, el mundo ya es testigo de
una tragedia ambiental sin precedentes. (Lea también: Satélites de la NASA
muestran cómo arde la Amazonia)
Esta semana,
Silva aterrizó en Bogotá por invitación del Centro de los Objetivos de
Desarrollo Sostenible (CODS). El Espectador habló con
ella para entender qué hilos se mueven detrás de los incendios en el bioma y
cómo detenerlos.
¿A qué
responde la dinámica de los incendios en la Amazonia?
MS: Son
varias razones combinadas. La primera son las quemas ilegales practicadas por
una gran cantidad de personas durante la temporada seca para hacer
praderización. También tiene que ver con la negligencia para fiscalizar la
deforestación, porque desde que Jair Bolsonaro era candidato, y ahora como
presidente, ha impulsado la idea de que los fiscales agroambientales no van a
“molestar” a los agricultores con multas, así que la idea de que se estaban
liberando tierras en la Amazonia se esparció.
La tercera
razón es el debilitamiento de los órganos de control ambiental, que en Brasil
son tres: el Instituto Brasileño del Medio Ambiente y de los Recursos Naturales
(Ibama), una especie de Fiscalía ambiental; el Instituto Chico Méndes, que
gestiona los bosques exclusivos para conservación, y el Servicio Forestal
Brasileño. A este último, Bolsonaro lo retiró del Ministerio de Ambiente y lo
puso en el Ministerio de Agricultura, donde se manejan intereses que
conflictúan con la conservación.
Pero más allá
del discurso hay una serie de políticas concretas y cuestionables.
Claro. El
hijo del presidente y senador, Eduardo Bolsonaro, presentó junto con otro
diputado un proyecto de ley para modificar el Código Forestal y acabar con las
zonas de reserva. Cada pedazo de la Amazonia que pertenezca a un particular
tiene una moratoria: solo se puede usar el 20 %, el resto debe permanecer
siendo bosque. La propuesta del hijo del presidente es acabar con esa
restricción, lo que haría que se liberen unos 15 millones de hectáreas de
bosque amazónico para producción agrícola, y la deforestación aumentaría más
del 40 %.
Cuando fue
ministra de Ambiente logró reducir la deforestación dramáticamente. ¿Cómo lo
logró?
En 2003,
cuando asumí, la deforestación estaba al alza. Se habían talado 2’593.600
hectáreas de bosque, y el siguiente año fue peor. En 2004, cuando se habían
talado 2’777.200 hectáreas más, lanzamos el Plan de Prevención y Control de la
Deforestación en el Amazonas. No podíamos hacerlo solo desde el Ministerio de
Ambiente, entonces coordinamos a otros 13 ministerios bajo tres tareas:
combatir las prácticas ilegales, ordenar el territorio y apoyar el desarrollo
sostenible. Creamos un sistema de detección en tiempo real, declaramos 24
millones de hectáreas para la conservación justo en el frente de expansión agrícola,
y le agregamos 725 funcionarios ambientales al sistema, que al final pusieron unos
cuatro millones de multas a infractores. Para 2005, habíamos salvado 638.000
hectáreas de la tala, pero se volvió a disparar en 2007. Ahí decidimos liberar
todos los datos para que científicos y sociedad civil los usaran y con eso
expusimos no solo a quien deforestaba y a los sancionados, sino a los
compradores de productos que causaban la tala. Se empezaron a limitar los
créditos para los condenados por deforestación y ahí comenzó a aflojar.
Precisamente estas son las políticas ambientales que se están viniendo abajo en
pleno siglo XXI.
¿Hay alguna
diferencia entre la deforestación de hace diez años, que también era dramática,
y lo que ha sucedido en las últimas dos semanas en la Amazonia?
En aquel
momento había una gestión ambiental comprometida con revertir ese proceso
criminal. En este momento hay un liderazgo casi paradójico del Ministerio de
Ambiente, que opera en contra del medio ambiente. Cuando tienes un liderazgo
ambiental que va en la dirección equivocada es una mezcla letal. Y eso es lo
que pasa en Brasil.
Por eso
algunos ministros, sociedad civil, comunidad científica, abogados y obispos
estamos discutiendo un documento para pedirle al Congreso de Brasil que cree
una comisión especial compuesta por diputados y senadores para que suspendan
todos los proyectos antiambientales que se están tramitando, y que convoque a
audiencias públicas para que personas de saberes notorios, como los indígenas,
presenten medidas que restauren la gestión ambiental de Brasil. Y agregaría
esto: es fundamental que [Ricardo] Salles renuncie como ministro de Ambiente y
sea acusado por irresponsabilidades administrativas.
La promesa de
una economía más próspera, entre otras, fue lo que llevó a Bolsonaro a la
Presidencia. ¿Cuál es el efecto de la deforestación en el PIB de Brasil?
Esa es la
gran pregunta. En este momento, la economía se deteriora y la deforestación
aumenta. Cuando fui ministra de Ambiente, el crecimiento económico subió un 3
%, con períodos en los que se llegó a más del 5 %. Los agronegocios crecieron 2
%, y sin embargo la deforestación cayó de manera vertiginosa. Eso muestra que
la relación entre la destrucción del bosque y el crecimiento del PIB no es
real. El crecimiento económico y la protección de los activos ambientales es
posible y aún hay medios para ser prósperos sin tener que destruir nuestros
medios de vida.
Las empresas
agropecuarias de Brasil tienen una metodología de producción agrícola que dobla
y triplica la producción sin tener que talar bosques. La llamada agricultura
baja en carbono tiene un retorno mucho mayor que las actividades predatorias.
Pero el Gobierno prefiere dialogar con actores que por ignorancia o mala fe
incitan a la depredación sobre la selva. Están cayendo árboles de más de 600
años, de 35 metros de alto y dos metros de diámetro, especies fantásticas, para
hacer pastos que tienen una vida útil de, máximo, diez años. En seguida incendias,
cultivas en los suelos, que son fértiles por poco tiempo, y debes seguir
tumbando.
¿Cuáles son
las consecuencias de lo que está sucediendo?
Bueno, esta
es la desgracia del mundo. Con la Amazonia destruida se corta el ciclo del
agua, y sin lluvias no hay agricultura, ni comida, nada. Las lluvias de gran
parte del continente son producidas por la Amazonia, de la cual Brasil tiene la
mayor parte. O sea que es un país sumamente responsable. Sin árboles sería un
desierto. Esto es… no sé, no tengo palabras.
El jueves,
los pueblos indígenas de la Amazonia se declararon en emergencia humanitaria a
través de una carta abierta y culparon de la destrucción del bosque a Evo
Morales y Jair Bolsonaro. Pero ¿son solo ellos los grandes culpables? ¿Hasta
dónde llega nuestra responsabilidad?
En este
momento tenemos dos grandes polos de deforestación: Brasil y Bolivia, en
función de proyectos de soya de Morales o de las políticas de Bolsonaro. La
deforestación en el resto de países amazónicos como Colombia o Perú también es
grave, pero queda opacado. Esto confirma que la falta de compromiso es una
cuestión tanto de derecha como de izquierda. En la ultraderecha tienes a
Bolsonaro y en la ultraizquierda tienes a Nicolás Maduro, en Venezuela. Ambos
tienen políticas muy irrespetuosas del medio ambiente.
La ideología
no es relevante en estos casos. Como usted dice, es un problema ético.
Exacto. La
sociedad tiene que orientarse por principios y valores innegociables,
independientemente de quién se siente en la silla presidencial. La protección
de los recursos naturales no es negociable. La crisis climática no es
negociable. Si no son los gobiernos quienes los defiendan, serán los gobiernos
locales, las empresas, la ciencia, la sociedad civil. Ya tenemos la tecnología
ambiental, social o industrial para resolver el problema. Necesitamos de una
ética común que nos oriente, y con urgencia.
Quisiera
insistir en la responsabilidad de los presidentes elegidos en democracia. El
año pasado se talaron 138.176 hectáreas de
bosque amazónico en Colombia, y Global Witness reveló que este es el segundo
país más letal para ser defensor ambiental. Si pudiera enviarle un mensaje al
presidente Iván Duque, ¿qué le diría?
Lo mismo que
me digo a mí misma: necesitamos un modelo de desarrollo para América Latina.
Tenemos los mayores activos ambientales en agua, biodiversidad y minerales. Por
ejemplo, dicen que la Amazonia es improductiva porque es apenas el 9 % del PIB,
pero es una fábrica de agua.
Es
responsable de las lluvias que caen en las regiones más densamente pobladas y
productivas económicamente. Pongo un ejemplo: para bombear los 20.000 millones
de toneladas de agua que son evaporadas gracias a los árboles amazónicos
necesitaríamos 50.000 hidroeléctricas y 150 años de trabajo continuo para poder
movilizar lo que la Amazonia hace en un día.
Además,
Latinoamérica tiene una densidad poblacional baja, apenas 500 o 600 millones de
habitantes. Si no cuidamos de nuestros activos ambientales, y con todo lo que
puede acontecer en el mundo, la desertificación al otro lado del mundo podría
causar 500 millones de refugiados que pueden llegar aquí, y seremos
hospitalarios, pero no tenemos los medios para lidiar con esa situación.
Tampoco debemos sacrificar la vida en democracia para cuidar la diversidad
cultural y el medio ambiente.
Hay varias
soluciones propuestas en vista de los incendios. Entre las sugerencias está
comer menos carne, como recomendó el IPCC en su informe de agosto, u otras más
definitivas, como controlar el crecimiento de la población. ¿Qué sugiere usted?
Bueno, yo soy
alérgica a todo. Tuve hepatitis tres veces y malaria cinco, entonces mi sistema
inmunológico es muy débil. Por eso mi médico me dice que debo comer proteína
animal. Pero creo que la educación para la sostenibilidad puede ayudar a
resolver problemas, dentro de los valores culturales de cada uno. Mi mamá tuvo
11 hijos, yo tuve cuatro, y mi hija tiene dos. Los hijos por familia se van
reduciendo por sí solos, por razones económicas e incluso climáticas. Pero sí
siento que es preciso que haya cambios.
Éticamente
tenemos que entender que estamos impactando al planeta por cuestiones
alimentarias. Es esto que Freud llama principio de placer y principio de
realidad. Si comes mucha carne, tu colesterol va a subir. Si comes mucho
azúcar, te va a dar diabetes. Es un equilibrio, una responsabilidad común para
ser humanos productivos, independientes y libres.
Ahora que
citaron a una reunión del G7 para atender los incendios, que Alemania y Noruega
congelaron sus donaciones para la lucha contra la deforestación en Brasil y que
el acuerdo comercial entre la Unión Europea y Mercosur tambalea, ¿cuál debería
ser la posición de la comunidad internacional?
Es más
importante nuestra propia capacidad de reaccionar, de resolver el problema
estructural, y no buscar soluciones propagandísticas. El mundo no es bobo. En
pocos meses pasamos de ser un país respetado por sus políticas ambientales a
una nación que amenaza al planeta.
Que Alemania
y Noruega busquen una manera de mantener los recursos para luchar contra la
tala de la Amazonia brasileña. Mientras, la sociedad continúa actuando, los
gobiernos locales e indígenas, los empresarios, la comunidad científica, con
fondos o no. No pensemos más en perpetuarnos en el poder, pensemos en el futuro
de la humanidad y el planeta Tierra.